Los viejos enemigos de los norteamericanos de la Guerra Fría ya
empezaron a ensayar un precalentamiento. El motivo más próximo,
explícito o no, parece ser la determinación indeclinable
de la administración Bush por erigir su Sistema Nacional de Defensa
Antimisiles (NMD). El lunes China anunció un aumento record del
17,7 por ciento de su presupuesto de defensa y ayer un diario noruego
aseguró que Rusia había desplegado nuevas armas nucleares
en el enclave báltico de Kaliningrado.
Tras la división de la ex Unión Soviética, el único
territorio que quedó separado de Rusia es el que rodea, sobre el
mar Báltico, a la ciudad de Kaliningrado. En alemán, su
nombre era Koenigsberg (patria de Kant y de Rosa Luxemburgo), y la región,
la Prusia Oriental hoy entre Polonia y Lituania cayó
bajo soberanía soviética después del fin de la Segunda
Guerra Mundial. Según la versión que publicó ayer
el Aftenposten, los misiles nucleares de alcance medio rusos emplazados
en el enclave no pueden llegar hasta Estados Unidos, pero sí podrían
atacar objetivos en Escandinavia y en el resto de Europa. El diario noruego
se basaba en informes elaborados por la inteligencia norteamericana (Defense
Intelligence Agency), a los que habrían tenido acceso.
La versión noruega confirmaba otra, norteamericana, en la que insiste
desde principios de enero el Washington Times, diario de la secta del
reverendo Moon. De acuerdo con Bill Gertz, periodista de este medio, el
desplazamiento de armas nucleares al mar Báltico había sido
detectado y fotografiado ya en junio. Las imágenes de la transferencia
de armas tácticas, realizado aprovechando las temperaturas de verano,
habrían sido compartidas a fin de año, o aun antes, por
la OTAN con Polonia.
El mar Báltico, sobre el que tienen costas Suecia, Finlandia, Rusia,
Estonia, Letonia, Lituania, Polonia y Alemania, es una región libre
de armas nucleares. O lo era hasta la transferencia rusa. Si las versiones
del Aftenpost y el Washington Times se verifican como correctas, Rusia
habría cumplido con una amenaza pronunciada muchos años
atrás, y siempre repetida desde los años mismos del fin
de la Unión Soviética. Porque Moscú siempre advirtió
que obraría en consecuencia si la OTAN se expandía al Oeste
y sobre el Báltico. El año pasado se incorporó Polonia
a la Alianza Atlántica. Y las tres repúblicas bálticas
(Estonia, Letonia y Lituania) están en la lista de espera, tanto
de la organización atlántica como aun de la Unión
Europea.
La transferencia de armas nucleares, de haberse producido, es la primera
de Rusia a Europa Oriental desde el fin de la Guerra Fría. Como
no puede dejarse de observar, más allá de la motivación
originaria de contrapesar la expansión atlantista, la presencia
de las armas nucleares adquiere una renovada significación ante
los planes de la administración Bush de crear su escudo antimisiles.
Si por una parte el nuevo presidente republicano contaría con un
argumento más desde la perspectiva de su ambicioso plan, por otra
la mayor presión está puesta sobre Europa. Durante la reciente
visita de George Robertson, titular de la OTAN, a Moscú, el presidente
ruso Vladimir Putin ofreció a los europeos la construcción
de un escudo antimisiles propio pero paneuropeo.
En una entrevista publicada ayer en el Washington Times, el vicepresidente
norteamericano Dick Cheney reconoció haber leído los artículos
del diario sobre la presencia de misiles en el Báltico. Pero declinó
contestar una pregunta sobre si Estados Unidos debía apoyar a Polonia,
flamante miembro de la OTAN, en sus demandas por una inspección
en el enclave ruso. El ministro de Asuntos Exteriores noruego, Thorbjoern
Jagland, también rehusó ayer opinar sobre este tema.
|