Talibanes del mercado
Quien empiece por admitir que a De la Rúa no le quedaba
otro remedio quizá logre así atenuar su rabia por
la designación de un grupo de ultraliberales como equipo
económico de una Alianza que, política y socialmente,
prometió ser otra cosa. La situación de este presidente,
y la de cualquier otro en su lugar, es de extrema vulnerabilidad
frente al acecho del capital financiero internacional, tanto de
sus dueños como de sus administradores. Es, en realidad,
la vulnerabilidad del país, como economía emergente
altamente endeudada y productivamente débil, que genera menos
excedente fiscal y menos dólares que los necesarios para
atender los pagos de su deuda. Cualquier decisión gubernamental
que contraríe a los capitales puede provocar un golpe de
mercado y empujar de nuevo al país al borde del default.
Por tanto, el Presidente sólo podía remplazar a José
Luis Machinea y su elenco por algún grupo de economistas
pro establishment. Los de FIEL representan, en tal sentido, una
elección impecable. Al averiarse el blindaje fueron el mejor
salvavidas que el Presidente tenía a mano. Con el tiempo
sabrá si no le resultan un salvavidas de plomo.
Ahora bien: así como FIEL no condice con el cóctel
ideológico de la Alianza, ésta no es el sostén
político que podría apetecer la Fundación,
y menos si se añade al justicialismo en el papel de opositor.
Ricardo López Murphy, por radical y por su ambición
política, no podía rehusarse. Pero hay que sospechar
que si Daniel Artana y los otros resolvieron también aceptar
los cargos, no lo hicieron por desconocer lo difícil que
les resultará recibir el respaldo político que necesitarán
del Ejecutivo, del Parlamento y de las provincias. Si ingresaron
al Gobierno es para dar la batalla en un momento decisivo, una encrucijada
en la que están en juego intereses muy pesados. A las multinacionales
que desembarcaron en el país no les da igual que se sostenga
la convertibilidad o se devalúe: de ello dependerá
el valor en dólares de las utilidades que consigan aquí,
y por tanto sus remesas.
En lo inmediato, asumido López Murphy se plantea otra vez
el mismo dilema: ¿practicar un nuevo corte en el gasto público
en medio de la recesión? ¿La Argentina no puede escapar
de esa espiral depresiva? El Fondo Monetario parece sólo
dispuesto a tolerar un déficit fiscal algo superior al comprometido
para el trimestre, pero no en el año. Es como si ya se notara
el endurecimiento esperable tras la instalación de los republicanos
en Washington. Es obvio que el equipo de FIEL no va a oponer a esta
visión ninguna diferente, ya que en este aspecto son más
fanáticos que el propio Fondo. Sin embargo, una cosa es lo
que se piensa cuando se es libre de pensar lo que viene en gana,
y otra algo distinta lo que se puede aplicar cuando se está
al mando. Aun así, el punto central es que para el esquemático
pensamiento conservador, tan bien representado por personas como
Manuel Solanet, el problema básico de la economía
argentina es fiscal (además de las supuestas rigideces del
mercado laboral, que son su obsesión). Esto significa que
arreglando las cuentas del Estado, lo demás se arregla solo,
o se arregla más fácilmente. ¿Será así
realmente?
Uno puede preguntarse qué hace alguien armado con este enfoque
cuando se enfrenta con una recesión provocada por la debilidad
de la demanda. Reducir el gasto público es en principio una
medicina contraindicada, porque contrae adicionalmente la demanda.
Pero la ortodoxia liberal no ve el asunto de este modo, sino de
este otro: para ella, el Estado es un costo que gravita sobre el
sector privado, en el que se incluyen tanto las empresas como los
consumidores. En el caso de aquéllas, comprimir el presupuesto
estatal equivale a bajar el costo (impositivo) de producir bienes
y servicios, volviendo más competitivo al país. El
ajuste opera, por tanto, como un sucedáneo virtuoso de la
devaluación. Hace una década Domingo Cavallo explicaba,
en este sentido, que el tipo de cambio real es la inversa del gasto
público. En otras palabras: cortando el gasto, no hace falta
devaluar. Antes, en cambio, se devaluaba para no cortar el gasto.
Si al efecto reductor de costos que produce el ajuste fiscal se
le suma la señal de confianza que éste envía
a los mercados, lo que se obtiene es el anhelado círculo
virtuoso, cuyo carburante es el ingreso de capitales a la economía,
con la consiguiente expansión de los medios de pago y del
crédito. Pero esto siempre que las condiciones en el resto
del mundo jueguen a favor, y que el recorte del gasto público
presente y futuro sea suficientemente significativo como para compensar
las malas condiciones de partida: el alto endeudamiento del país,
su baja capacidad exportadora, su retraso cambiario, el déficit
estructural en la cuenta de servicios, el pequeño tamaño
del mercado interno (que la caída del salario y el alto desempleo
reducen aún más) y la ausencia de crecimiento.
Otro detalle a tener en cuenta es que los célebres mercados
son algo casquivanos y representan intereses heterogéneos.
Por tanto, no es tan fácil satisfacerlos. El capital especulativo,
que hoy acapara y mañana huye de los bonos argentinos, según
los humores, determinando así el nivel del riesgo país
(que es la inversa del precio de esos títulos), ama cualquier
medida que reasegure el repago de la deuda representada por esos
papeles. Su desiderátum es combinar alta renta con bajo riesgo.
Por tanto, aplaude si la Casa Rosada resuelve cercenar las jubilaciones
o arancelar las universidades públicas, porque así
habrá más plata para honrar los vencimientos. Pero
la complacencia se le esfumará tan pronto como advierta que
el país no crece, porque sabe que así sufrirá
la recaudación. Por añadidura, tampoco le basta el
superávit fiscal, porque los acreedores no esperan cobrar
pesos que fuera de la Argentina son mero papel pintado
sino dólares. Por ende, miran la cuenta corriente del balance
de pagos,
que les dirá si el país genera o no las divisas necesarias
para afrontar sus compromisos. Y es entonces cuando se sobrecogen.
Todo esto significa que hoy, a diez años de establecida la
convertibilidad, con la pila de problemas nuevos que le prodigó
a la economía argentina, ni el incondicional López
Murphy va a seducir a los mercados con un mero paquete de ajuste
fiscal. Los capitales internacionales que se apropiaron de los servicios
públicos, además de la banca y gran parte del tejido
empresario, miran antes que nada cómo evoluciona la rentabilidad
de las inversiones que ya efectuaron, y en base a ella deciden seguir
invirtiendo o no. Hace ya más de dos años que bajaron
el pulgar, salvo en sectores específicos, y no van a cambiar
de actitud mientras no vean perspectivas de crecimiento firme porque
en la generalidad de los sectores hay mucha capacidad ociosa. El
nuevo ministro les gusta porque lo saben amigo del capital y partidario
de sus ganancias, pero éstas dependen en gran medida del
volumen de negocios. Nadie puede decir que Roque Fernández
o José Luis Machinea hayan sido enemigos de la tasa de beneficio
ni que combatieron con fiereza los abusos de los grandes conglomerados,
pero éstos, cuando la economía se estancó,
cortaron sus planes de inversión.
Sería injusto, finalmente, pensar en FIEL sólo como
un nido de talibanes del mercado, incapaces de reconocer la necesidad
de corregir esas innumerables trabas e ineficiencias que asfixian
a la economía argentina, y que no anidan exclusivamente en
el sector público. Pero ésa es una labor minuciosa
y extensa, que no prodiga réditos espectaculares en pocos
meses y es poco aconsejable en un año electoral. Por algo
todos hablan del problema pero nadie lo encara. En cuanto a la evasión
impositiva, cuesta imaginar a esos economistas, que siempre han
trabajado para el establishment y producido estudios a gusto del
cliente, cambiando repentinamente de actitud y lanzándose
a la caza de los grandes evasores yelusores, o cayéndoles
encima a las multinacionales y sus manipulados precios de transferencia
(los computados en operaciones externas entre vinculadas). Tampoco
van a taponar el colador aduanero porque su religión es la
apertura.
Si la pregunta es entonces qué van a mostrar de novedoso,
la respuesta sólo puede consistir en un desesperanzado signo
de interrogación.
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