Por Juan Jesús
Aznárez *
Desde México
Siendo casi veinteañero,
Sebastián Guillén leía Esperando a Godot sentado
junto a un árbol de Tampico, ajeno a las travesuras en curso de
los alumnos del Centro Cultural. Estudiantes de la escuela de marina arrojaron
sobre él y otros globos y cubos con agua. Todos huyeron
pero no el joven identificado hace cinco años como el subcomandante
Marcos, en marcha hoy hacia el Congreso, quedó empapado, inmutable,
pasó página y continuó leyendo. Ni siquiera
los volteó a ver y los derrotó: no lo hicieron enojar, ni
huir, relató Carlos Heredia, un testigo, a la revista Milenio.
El 9 de febrero de 1995, un año y un mes después de que
el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) sorprendiera
al mundo sublevándose contra el estado mexicano, el gobierno de
Ernesto Zedillo (1994-diciembre 2000) afirmó que el encapuchado
al frente de la rebelión era un criollo universitario llamado Rafael
Sebastián Guillén Vicente. Nacido el 10 de julio de 1957
en Tampico, Estado de Tamaulipas, era el cuarto de los ocho hijos del
matrimonio formado por María Socorro y Rafael, propietarios de
varias tiendas de muebles. Buen estudiante, joven pacífico y lector
impenitente, sus calificaciones eran de nueves y dieces. Licenciado en
Filosofía y Letras en la Universidad Nacional Autónoma de
México (UNAN), dio clases hasta 1982, y desapareció del
mapa. Según el semanario, las últimas palabras del profesor
universitario a un conocido fueron: Me voy a hacer la revolución.
A luchar contra todo lo que tú representas. Desde entonces
no se lo volvió a ver sin pasamontañas.
En su caravana hacia Ciudad de México, prometiendo hacer temblar
la urbe este domingo, convocando a indígenas, obreros y campesinos
para conseguirlo, el subcomandante Marcos predica contra la
globalización y el neoliberalismo. Muchos, entre ellos Enrique
Krauze, historiador y director de Letras Libres, piensan que el subcomandante
Marcos se ha nutrido ideológicamente del intelectual peruano José
Carlos Mariátegui, que vinculó marxismo, indigenismo y religión
y proclamó que la esperanza indígena en el Perú mestizo
y criollo es revolucionaria.
Mariátegui no habría sospechado que el cumplimiento
cabal de su profecía no iba a realizarse en el Perú sino
en México: ocurriría en Chiapas, ese Perú mexicano.
El odio, o el rencor, entre el blanco y el indígena, la parecida
nomenclatura, las mismas rebeliones del pasado, o el feudalismo racista
del presente hermanan a México con Perú, y a Mariátegui
con el subcomandante. Adscrito o no al pensador andino, Sebastián
Guillén sí lo fue del icono y perfil del guerrillero argentino-cubano,
Ernesto Che Guevera, de quien leyó toda su obra y compartió
tanto sus peripecias insurgentes y sueños revolucionarios como
su pipa.
El joven reflexivo de Tampico adoraba a León Felipe, Antonio Machado,
Miguel Hernández, Francisco Rojas y Mario Vargas Llosa. Le gustaban
el teatro dirigió El tuerto es rey, de Carlos Fuentes
y la música de Joan Manuel Serrat. Siempre radical, una de las
leyendas de su cuarto de estudiantes era ésta: Seamos realistas,
pidamos lo imposible.
Krauze admite, por otra parte, que el alzamiento de enero de 1994 contribuyó
al avance político y a la toma de conciencia sobre el problema
indígena y que probablemente sin el zapatismo México seguiría
padeciendo el sistema político nacido en 1929. Aun así,
y siendo inobjetable la causa de los indígenas, otros analistas
atribuyen al subcomandante haber quedado atrapado por el glamour
del pasamontañas, del uniforme y la clandestinidad, y le reprochan
sus desplantes al político que derrotó al PRI hace ocho
meses, Vicente Fox, a quien citan comprometido como ningún presidente
antes con los anhelos de los 10 millones de indígenas mexicanos.
Pero Marcos se manifiesta desconfiado, maximalista, y por momentos un
personaje de Dostoievsky, un poseído por la fe, dice Krauze.
Marcos, al caminar, va ganando batallas que no peleó en la
selva. Tiene atrapado al gobierno al menos hasta el domingo, subraya
el periodista José Cárdenas.
Después, deberá elegir entre proseguir su presión
política y mediática desde Chiapas, o incorporarse a la
lucha en democracia. De momento, el subcomandante niega ser
quien dicen que es y dice que ni le va ni le viene lo que digan. Ya
dijimos que no somos, y en todo caso, cuando esto se termine y vea qué
pasó, van a decir: Sí, Sí, es cierto. No es
Sebastián Guillén. Muchos sin embargo reconocen
al poeta, al filósofo de Tampico, al lector de Esperando a Godot,
en las últimas arengas del jefe insurrecto, en su discurso de esta
semana en Morelia: ¿Puede ser mirado quien sólo mirada
es? (...) ¿Si no soñamos es que soñamos que no soñamos?
(...) ¿De la tierra somos color o somos tierra del mar que es el
color de la tierra? (el de los indígenas).
* De El País de Madrid, especial para Página/12.
Claves
La marcha zapatista
llegó ayer a Milpa Alta, lo que marcó su ingreso al
Distrito Federal mexicano luego de 3000 kilómetros recorriendo
12 estados mexicanos durante casi dos semanas.
Los 23 comandantes zapatistas
y el Subcomandante Marcos entraron sin armas a la capital mexicana
para reclamar la aprobación de la ley indígena, cuyo
borrador fue suscripto por ellos mismos y la Comisión de
Concordia y Participación (Cocopa) en 1996.
uMañana los zapatistas arribarán a la plaza central
del DF, el Zócalo, donde Marcos pronunciará
un discurso.
Agregando presión
a los zapatistas, el presidente Vicente Fox dijo ayer que no
hay otra alternativa que un acuerdo de paz para el conflicto
en Chiapas.
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LA
FAMILIA DEL HEROE DIVIDIDA
Zapatas antizapatistas
Por J. J. A.
La familia del general revolucionario
Emiliano Zapata (1879-1919) está dividida sobre el Subcomandante
Marcos y el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN),
y uno de sus nietos los recibió como a los principales administradores
de un circo ambulante. Marcos es un monigote que no ha hecho nada
por los pobres en siete años, declaró a este diario
Emiliano Zapata, de 58 años, cuyo legendario abuelo encabezó
las tropas sureñas de la revolución agraria de 1910 contra
la dictadura de Porfirio Díaz.
Vecinos contrarios a Marcos y familiares de Zapata, todos en sus casas
o trabajos despotricaban contra el Subcomandante y una sobrina del prócer
que hizo historia embistió sin ambages contra el encapuchado: Es
un puro pendejo. Mi tío era fuerte, sin capuchas, no un chingón,
ni un vendido.
El templete donde el jefe zapatista pronunció un breve discurso
colinda con una estatua de dos metros y medio del general revolucionario:
de sombrero, armado con fusil y sable, mirando al horizonte. Los bigotes
del nieto son como los de abuelo: grandes, revolucionarios y le cubren
la boca. Emiliano Zapata regenta un pequeño comercio de comestible
en una calle próxima y despreció los actos y a sus protagonistas.
El señor (Marcos) se acompaña de tarugos y sólo
tiene ambiciones políticas. Echó a muchos indígenas
de Chiapas. Algunos hasta se vistieron aquí de indígenas
para recibirlo. Que dé él su propia cara y no enarbole la
del zapatismo.
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