Por Horacio Bernades
En épocas de egos inflados,
existe una franja de realizadores raros en Hollywood, en tanto
hacen todo lo posible para huir del falso relumbre. En lugar de poner
su nombre antes que el de la película, hacen exactamente lo contrario
y, por rara paradoja, terminan firmando obras más personales que
la de tantos colegas con pretensiones. Es el caso de Cameron Crowe, realizador
de Casi famosos. Y también el de su compañera de generación
Amy Heckerling, nacida en el Bronx en 1954 y autora de Ni idea, donde
practicaba el curioso transplante de Emma, de Jane Austen, a la galaxia
aparentemente distante del high-school de clase alta.
Curiosamente, el destino de Crowe y Heckerling parece haber quedado ligado
para siempre, a partir de Fast Times at Ridgemont High (editada en video
con el insípido título de Picardías juveniles), film
de comienzos de los 80 que marcó el debut de Crowe como guionista
y de Heckerling como realizadora. De allí en más, uno y
otra eligieron el marco de la comedia leve para implantar una mirada reconociblemente
personal en el territorio tipificado de la comedia adolescente y juvenil.
Crowe lo hizo en Vida de solteros (Singles) y ahora en Casi famosos. Heckerling,
luego de Ni idea, repite con Loser, estrenada en Estados Unidos a mediados
del año pasado.
En Argentina, el sello LK-Tel la lanza en video, con el título
de Un perdedor con suerte.
Ubicada en el marco de un college para pocos de Manhattan, bien puede
considerarse a Un perdedor con suerte la continuación lógica
de Ni idea, en tanto reaparecen aquí esos insoportables hijos de
rico que no pueden vivir si no tienen un celular a mano. Pero esta vez
la realizadora practica un ligero aunque significativo corrimiento del
punto de vista. Si en Ni idea la proverbial bonhomía de Heckerling
le permitía sintonizar con el mundo-Austen, descubriendo en su
protagonista una inmensa carga de humanidad detrás de la más
enervante frivolidad, en Un perdedor con suerte disocia ambos componentes.
Ahora se trata de la dificultosa, quizás imposible adaptación
de un adolescente de pueblo chico (Jason Biggs, visto recientemente en
American Pie) en el círculo áulico de la clase alta neoyorquina.
En el primer par de secuencias, Heckerling contrapone el ambiente familiar
de Paul, clase media baja escasamente instruida de una pequeña
ciudad, con el ghetto juvenil de manhattanites, en el que todo extranjero
es rechazado por el solo hecho de serlo y los que pertenecen se mueven
como dueños del college, gracias a la impunidad que les otorga
el pago de la astronómica cuota mensual. Dada su condición
de becario, Paul necesita de un altísimo promedio para poder seguir
estudiando, mientras administra sus pocos dólares. Sus compañeros
saben que no necesitan estudiar para llegar a fin de curso, por lo cual
prefieren invertir su tiempo en una larga serie de parties y festicholas.
Para seducir a una chica, les basta con unas pastillas de Rohypnol diluidas
en un trago. Para aprobar el curso, chantajean a los profesores.
La gente es básicamente buena, le dice a Paul su padre
(Dan Aykroyd, uno de los varios rostros con los que Heckerling homenajea
a la comedia estadounidense) en la secuencia introductoria y de allí
en más protagonista y realizadora demostrarán su fe en el
aserto, por más que suene a cuento de hadas. Si es un cuento de
hadas, podría pensarse que hay dos Cenicientas en Un perdedor con
suerte. Uno es Paul, a quien no casualmente se compara en algún
momento con Jerry Lewis, protagonista de Erase una vez un Ceniciento.
La otra es Dora y la encarna Mena Suvari, la rubia que volvía loco
a Kevin Spacey en Belleza americana, aquí en versión castaña.
Nativa de Brooklyn con serios problemas de dinero, Dora la encantadora
(aunque Suvari abuse del mohín) es, como Paul, una extranjera en
Manhattan.
La chica deberá atravesar un doble calvario. El de la explotación
laboral (si le ofrecen trabajo, es como copera, call girl o productora
de óvulos para fertilización artificial) y el de la propia
desvalorización, que la lleva a cumplir el rol de muñequita-todo
servicio para el engreído psicopatón que tiene por profesor
de literatura (Greg Kinnear, notable una vez más, como en Mejor
imposible). Lo distintivo de Heckerling es la sensibilidad e inteligencia
con que logra fusionar el cuento de hadas y la hiriente ironía
de su mirada social. La mirada que una nativa del Bronx puede echar sobre
ese corazón imperial llamado Manhattan.
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