Por Luciano Monteagudo
Desde Mar del Plata
Se la ve radiante, feliz con
su nueva película como directora, Infidelidad, que en estos días
es uno de los puntos altos del Festival de Mar del Plata, y que en abril
llegará a Buenos Aires. Liv Ullmann, que durante años fue
la musa de Ingmar Bergman, ahora parece la mejor heredera de su cine,
la única capaz de tomar un guión suyo y estar a la altura
del maestro. Sus famosos ojos azules parecen encenderse aún más
cuando habla de esta película que comienza con un escritor llamado...
Bergman, que convoca a sus fantasmas. Allí, en su estudio, aparece
Marianne (la magnífica Lena Endre, digna sucesora de Ullmann),
que se sienta a compartir con Bergman (Erland Josephson, quién
otro) la escritura de un guión que la tiene por protagonista, la
historia de una infidelidad que terminó en tragedia.
¿Cómo fue que Bergman le dio este guión?
Bergman no escribió Infidelidad como un guión, en
un sentido estricto, sino como un inmenso monólogo, a pesar de
que ahora cuando uno ve el film ya no se dé cuenta. Pero cuando
me dio ese texto lo hizo para que lo hiciera mío, para que yo pudiera
escribir el verdadero guión de rodaje y lo trabajara con los actores
y con el director de fotografía. Bergman no quiso participar de
ese proceso y recién vio el film cuando estuvo completamente terminado,
dos años después. Fue todo un shock para él, porque
muchas cosas habían cambiado. Pero nunca pensó siquiera
en la idea de que él pudiera hacer esta película, aun cuando
yo le ofrecí mi ayuda.
Infidelidad es una película sobre las dificultades de enfrentar
el pasado, pero también sobre las dificultades de pensar un film.
Para mí era muy importante mostrar a ese hombre que está
solo y escribe, que piensa, la manera en que añora el tiempo pasado,
la necesidad que tiene de que alguien se le acerque y lo abrace, aunque
ya se olvidó de cómo era eso. Me importaba ese hombre se
llame Bergman, o como se llame- y la historia que tenía para contar.
¿El estudio en el que se desarrollan todas las escenas de
Bergman reproduce el estudio real de Bergman, en la isla de Farö?
Sí, porque lo conozco muy bien. Viví allí muchos
años y lo reconstruimos en el set tal y como es en realidad. La
película para mí es algo muy personal, porque yo tengo muchos
recuerdos de ese lugar, de haber estado sentada en la misma ventana que
Marianne, mi protagonista, hablando con Bergman.
Ese estudio en realidad parece una celda, es de una austeridad monacal...
Y lo es. Lo único que tiene en la pared es ese pequeño
retrato de Strindberg que también se ve en la película.
Esa celda representa la manera en que eligió vivir su vida, en
completo aislamiento. Allí, sin embargo, es capaz de crear y de
recordar todo lo que hizo en su vida.
¿Le parece que su película, que cuestiona abiertamente
la infidelidad, hoy va contra la corriente?
Esta mañana escuché en las noticias que en menos de
dos años ya se van a clonar seres humanos. Estamos perdiendo el
sentido de lo humano, de lo que significa estar aquí en la tierra.
Quedan tan pocos valores en qué creer. Podemos creer en Dios, pero
ya no nos importan los mandamientos, ni nada. Vivimos en un mundo vacío
y nos da la impresión de que lo que hacemos hoy no tiene consecuencias
mañana. Es más fácil decir, por qué
no hacemos el amor esta noche, divirtámonos un poco. La vida
es así hoy, en nuestros días, y yo creo que, de alguna manera,
tenemos que volver a ciertos valores, saber que cada elección en
la vida significa algo, por pequeña que sea esa elección.
Porque en nuestros actos involucramos a otras personas. Y otras personas
que muchas veces no tienen parte en esa elección, como son los
chicos, a quienes involucramos, y que muchas vecessufren las consecuencias
de por vida. No estoy diciendo que seamos santos. Simplemente estoy diciendo
que tenemos una sola vida, que recorremos una sola vez este camino, y
que deberíamos hacerlo con más cuidado, para no herir a
nadie. Ahora bien, esto no es necesariamente lo que Ingmar diría.
Cuando él escribió este monólogo, lo escribió
porque no se podía perdonar a sí mismo por un hecho del
pasado, cuando en un ataque de ira perdió el control y abusó
de su amante de entonces.
¿Le parece que el monólogo de Bergman era acerca de
la culpa y su película trata sobre la responsabilidad?
Sí, definitivamente su obra tenía que ver con la culpa,
porque cuando yo leí el texto le dije: Tiene que haber piedad,
un perdón. Y me contestó: No creo en la piedad,
nunca voy a perdonarme a mí mismo. Es por eso que en determinado
momento aparece el fantasma de su juventud, en su estudio, y dejo que
Bergman, mi personaje, se le acerque e intente una caricia: si no se puede
perdonar a sí mismo siendo un hombre ya mayor, puede perdonar al
hombre joven que fue. Creo que los hombres tienen esta posibilidad de
perdonar y de curar viejas heridas, pero no saben cómo hacerlo.
Han sido criados para salir al mundo y conquistarlo. A nosotras las mujeres,
en cambio, la sociedad nos ha enseñado a esperar a los hombres
y cuidarlos y consolarlos cuando vienen de sus conquistas. Los hombres
también tienen ese don, pero hay que recordarles que lo tienen,
ayudarlos a aprender a usarlo.
En un momento de la película, Marianne dice la angustia
es como un veneno dentro de mi cuerpo...
Está llena de culpa y angustia, una culpa y una angustia
de las que no se puede librar. Es una carga que lleva consigo y que la
lleva a cometer más y más elecciones equivocadas. Creo que
la culpa -y el castigo- impiden avanzar. Si pudiéramos liberarnos
de la culpa, ver con claridad qué hemos hecho, si pudiéramos
perdonarnos a nosotros mismos... Esto es lo triste con Ingmar: nunca se
va a perdonar a sí mismo por nada. Pero si lo hiciera, quizás
haría películas (risas).
¿Es más fácil para un actor ser dirigido por
otro actor? ¿Alguna vez fue dirigida por otro actor?
Sí, y fue una experiencia terrible, pero sobre todo porque
no sólo era el director, sino también el protagonista, y
corría de un lado a otro de la cámara. Yo no me podía
concentrar y él no traía nada de verdad al personaje. No
es bueno cuando un actor quiere ser, en la misma película, también
el director. Al margen de esa situación, creo que algunos actores
pueden llegar a ser excelentes directores, porque conocen los problemas
de los actores, saben qué es lo que no tienen qué hacer,
aquello que no tienen que decir. Saben cómo impulsar a sus actores
a dar lo mejor de sí mismos. Es como una historia de amor: uno
es un buen amante o un mal amante. Y a veces los actores, como directores,
pueden llegar a ser buenos amantes, porque saben exactamente qué
es lo que excita a su pareja. Para un actor, a veces es bueno tener a
una mujer por directora, porque no sienten la necesidad de competir y
se entregan de otra manera.
¿Qué piensa que aprendió como directora de
su experiencia con Bergman?
Disciplina, fundamentalmente. Creo que yo ya la tenía como
actriz, pero como directora es esencial, para tener el control total del
film. Trabajando con él me di cuenta de lo necesario que es. Por
eso me tomé un año para preparar la película, para
poder llegar a set y estar segura de que nada ni nadie me iba a confundir
o distraer. Si en el momento del rodaje aparecían ideas maravillosas
de los actores o de mis técnicos, iba a saber exactamente cómo
incorporarlas, en el momento y en el lugar exactos. Porque sólo
el director tiene toda la película en la cabeza. De Bergman también
aprendí a rodearme de los mejores actores, de los mejores técnicos,
de aquella gente en la que uno puede confiar ciegamente. El confiaba en
mí como actriz y sé lo importante que es para un actor sentirque
uno como director confía en ellos. Yo tengo muchísimo respeto
por los actores. Creo que soy más respetuosa de lo que era Ingmar.
Yo nunca me enojo. El, en cambio, podía tener sus días...
(risas)
En Cara a cara, Pasión, Persona, en toda la obra que hizo
con Bergman el rostro siempre parece la unidad dramática de los
films. Lo mismo sucede ahora con Infidelidad...
Antes de conocer a Bergman yo ya había hecho siete películas
y hasta entonces nunca me había dado cuenta verdaderamente del
valor de un primer plano. A Ingmar le fascinan esos primerísimos
primeros planos, a los que tanto temen los actores norteamericanos, ya
sea porque tienen miedo de no salir lo suficientemente bellos, o por que
no tienen la verdad necesaria. Hay que tener mucha verdad para enfrentar
esos planos. Como directora, mi deber es convencer a los actores de que
el mejor amigo que tienen es la cámara, esa lente que tienen frente
a sí, y que cuánto más cerca la tengan mejor. El
rostro es la geografía de lo humano.
EMPEZO
LA COMPETENCIA OFICIAL
Tropiezos de película
La película policial
Bufo & Spallanzani, del director brasileño Flavio R.
Tambellini, y el film coreano Mulgogi Jari (Pisces), del coreano
Kim Hyung-Tae, abrieron ayer la sección competitiva del 16º
Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, en un comienzo que crítica
y público coincidieron en señalar como deslucido, con gruesas
fallas organizativas. Más allá de los dos films en competencia
que se vieron ayer, lo que causó molestia fue el levantamiento
de siete películas cuya proyección estaba prevista en muestras
paralelas. Entre otros problemas organizativos, causaron sorpresa los
cambios que se realizaron a último momento en el jurado. Quien
iba a ser el presidente del mismo, el realizador ruso Nikita Mijalkov,
había anunciado en febrero que no podría viajar a la Argentina
por razones laborales, pero su ausencia no fue notificada a tiempo a la
prensa, que aguardaba expectante su presencia. Tampoco forma parte del
selecto grupo el cineasta cubano Humberto Solas, porque se adelantó
el estreno de su última película en Cuba, Miel para Oshun.
Debido a estos cambios de último momento, el festival fue inaugurado
con otro jurado, presidido por el director español José
Luis Boreau. Solas, en tanto, fue reemplazado por su compatriota Jaqueline
Arenal.
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