DOS
VISIONES
SOBRE EL ZAPATISMO
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Encuentro zapatista
con la nación
Por
Alain Touraine
Existía un riesgo real
de disolución del movimiento zapatista una vez que cambió
la política del gobierno. El eco encontrado por la marcha hacia
México y, digámoslo de una vez, el compromiso personal del
presidente Fox hacen poco probable tal desenlace. Los zapatistas se han
ganado el respeto y la admiración de muchos, puesto que su movimiento
es el más importante en el continente latinoamericano. Pero, sobre
todo, este movimiento de defensa de los pueblos indígenas ha sabido
transformarse al mismo tiempo en una vasta acción para ampliar
la democracia en México y que va mucho más allá de
reconocer los derechos de los indígenas y librarse de un falso
mestizaje, que no ha conducido más que a privar a los indígenas
de todo reconocimiento de su identidad cultural y de sus derechos materiales.
Por supuesto que los zapatistas trabajan para dar a todos los indígenas
una expresión colectiva. Pero su papel puede y debe ser más
amplio. En México, al menos la mitad de la población está
fuera del juego, política, económica y culturalmente. Y
los indígenas, que representan alrededor del 10 por ciento de la
población, son una minoría entre estos excluidos y marginados.
¿Cómo puede México, tras la caída del PRI,
crear un sistema político si la mitad de la población sigue
estando fuera de él? Este es, en mi opinión, el sentido
de la situación actual, y especialmente de la complementariedad
de los objetivos del zapatismo y los del presidente.
Este busca ensanchar el sistema político y parece estar decidido
a hacerlo sin una campaña populista. Por su parte, los zapatistas,
que se suicidarían políticamente si ingresaran en un partido
político, pueden transformarse en un movimiento, cuyo objetivo
sería el de integrar a los excluidos en la vida nacional.
Esta doble iniciativa es tan original que encuentra reticencias y oposiciones.
La del presidente Fox puede tropezar con importante políticos,
con partidos incluido el suyo desorientados, y con el rechazo
de la clase media hacia las categorías más desfavorecidas.
Los zapatistas tienen como principal obstáculo superar el arcaísmo
de una izquierda por fortuna, principalmente extranjera que
trata de revivir la epopeya del Che, cuando no hay nada más alejado
de las pasadas guerrillas que la política de Marcos, quien no distingue
entre la amplificación de la democracia mexicana y la defensa de
la población chiapaneca.
Las jornadas que vivimos desde el inicio de la caravana son decisivas.
O esta marcha termina en la disolución del movimiento zapatista
o, por el contrario, éste encuentra nuevos objetivos, muchos más
amplios, directamente democráticos y que contarán con el
apoyo de todos aquellos que quieren finalmente construir un verdadero
sistema político en México.
Lo que sucede en estos momentos sobrepasa todas las previsiones. Nadie
imaginaba que el movimiento zapatista encontraría tan rápidamente
un apoyo popular de semejante amplitud y tampoco que el presidente Fox
se comprometería de manera tan decidida en este asunto.
México tiene hoy una posibilidad que hasta ayer no tenía,
la de transformar su vida política y, en primer lugar, su concepción
de la nación y la democracia. Sólo será reconocido
mundialmente como un gran país si logra este cambio. Los zapatistas
han sido, son y serán uno de los agentes principales en el éxito
de esta mutación. Y el pueblo mexicano, al recibirlos y acompañarlos,
ha demostrado su capacidad de lograr decisivos progresos para el país.
Una marcha universal
Por
Eduardo Galeano
Año 1915, año
2001: Emiliano Zapata entra en la ciudad de México por segunda
vez.
Esta segunda vez viene desde La Realidad, para cambiar la realidad: desde
la Selva Lacandona llega para que se profundice el cambio de la realidad
de todo México.
Desde que emergieron a la luz pública, los zapatistas de Chiapas
están cambiando la realidad del país entero. Gracias a ellos,
y a la energía creadora que han desencadenado, ya ni lo que era
es como era.
Los que hablan del problema indígena tendrían que empezar
a reconocer la solución indígena. Al fin y al cabo, la respuesta
zapatista a cinco siglos de enmascaramiento, el desafío de estas
máscaras que desenmascaran, está desplegando el espléndido
arcoiris que México contiene y está devolviendo la esperanza
a los condenados a espera perpetua. Los indígenas, está
visto, sólo son un problema para quienes les niegan el derecho
de ser lo que son y así niegan la pluralidad nacional y niegan
el derecho de los mexicanos a ser plenamente mexicanos, sin las mutilaciones
impuestas por la tradición racista, que enaniza el alma y corta
las piernas.
Ante el mamarracho del proyecto de anexión y traición, ante
el patético modelo de una Disneylandia de cuarta categoría,
crece y crece este movimiento que sigue siendo local, con sus raíces
hundidas en la tierra de la que brotó, pero que ya es, también,
nacional. Puede cambiar, está cambiando, y en gran medida gracias
al levantamiento indígena de Chiapas, este país que es de
todos, pero pertenece a poquitos y expulsa a sus hijos. Porque está
muy bien que el gobierno quiera amparar a los mexicanos que se van, y
que mueren al ritmo de uno por día por bala o por sed; pero más
importante que el derecho de irse es el derecho de quedarse.
¿Y por qué tiene que meter la nariz un extranjero, vamos
a ver, en estos asuntos mexicanos, si ni siquiera tiene un pinche dólar
invertido en el petróleo ni en nada? Pues ocurre que este movimiento
local, que se volvió nacional, se ha saltado las fronteras hace
rato. Democracia, justicia, dignidad: millones de personas, en todos los
países, agradecemos a los zapatistas y a otros movimientos de los
que mueven al mundo la resurrección de esas banderas en este mundo
regido por la rentabilidad, la humillación y la obediencia. Hay
cada vez menos democracia en los tiempos de la globalización obligatoria;
nunca tantos hemos sido gobernados por tan pocos. Hay cada vez más
injusticia en la distribución de los panes y los peces. Y la dignidad
está cada vez más aplastada por la prepotencia del poder
universal, hoy por hoy encarnado en ese huésped grosero que ha
sido capaz de sentarse en la mesa de su anfitrión para ofrecerle
el postre envenenado de un bombardeo a Bagdad.
Nada de lo que en Chiapas ocurre, nada de lo que ocurre en México
nos es ajeno. En la patria de la solidaridad, no hay extranjeros. Somos
millones los ciudadanos del mundo que ahí estamos sin estar estando.
REP
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