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LA CIA ANALIZA CERRAR SU ESTACION EN BUENOS AIRES
La compañía, de mudanza

Después de que Página/12 publicó la foto de Ross Newland, jefe de Estación de la CIA en Argentina, los espías norteamericanos decidieron evacuar a su jefe. Desde entonces, la Agencia cambió de opinión y estudia directamente levantar sus oficinas porteñas y mudarse, tal vez a Montevideo. Los americanos están convencidos de que fue la sección Contrainteligencia de la SIDE la que le armó una “operación” a su jefe local, pese a las disculpas y los juramentos de inocencia de los agentes argentinos. El conflicto es crítico y la CIA, junto a otros servicios internacionales, ve a la SIDE como “un queso gruyère”.

El actual Señor Cinco, Becerra,
viajó a Virginia a dar explicaciones.

De Santibañes, el ex Señor Cinco, comenzó el enfrentamiento con sus admirados colegas norteamericanos.

Por Miguel Bonasso

La información parece absurda, pero viene avalada por una fuente seria que tiene vínculos con la inteligencia norteamericana: la CIA analiza seriamente la posibilidad de levantar su estación en la Argentina, a raíz del grave conflicto con la SIDE que se generó tras la publicación por parte de Página/12 de la foto de Ross Newland, el todavía station chief en Buenos Aires. Inicialmente, la “Compañía” había decidido sacar al señor Newland del país en el presente mes de marzo, pero ahora evalúa dar un paso mucho más grave y levantar su estructura local antes de fin de año, trasladándola, probablemente, a Montevideo. Los norteamericanos están convencidos de que la foto publicada por este diario fue suministrada por la central de los espías argentinos y no se han calmado con las explicaciones que el actual Señor Cinco –Carlos Becerra– fue a ofrecerles al cuartel general en Langley, Virginia. La alarma y las críticas hacia la Secretaría de Inteligencia del Estado se han hecho extensivas a otros servicios occidentales que consideran a la central argentina como un “queso gruyère”. El conflicto –que tiene muy alarmados a los espías criollos– puede sumarse a otros embates potenciales contra la secretaría, como la investigación que lleva el juez Gabriel Cavallo por el caso de los sobornos en el Senado y que podría acabar con la misma SIDE, tal como se la conoce.

Mezcla extraña de Le Carré y Vaccarezza

Esta insólita derivación político-diplomática de una primicia periodística no tiene antecedentes mundiales: nunca se había publicado en ningún lugar de la Tierra la foto de un jefe de estación y nunca la CIA levantó su delegación en ningún país. Paradójicamente, además, la bronca con los “gringos” estalló con hombres que aman y admiran a Estados Unidos y sus instituciones. Tal es el caso, sin duda, del ex Señor Cinco, Fernando de Santibañes (que inició el conflicto), y de su segundo, Darío Richarte, un Sushi Boy que sigue en funciones con el radical nosiglista Carlos Becerra, actual capo de 25 de Mayo.
El 7 de enero último este cronista contó la historia secreta de esa pelea entre Fernando de Santibañes y el Station Chief Ross Newland, que había comenzado a develarse varios meses antes en una nota de La Nación firmada por Gabriel Pasquini. Pero la publicación de Página/12 incluía un agregado estratégico y explosivo: junto al texto que revelaba hasta los gustos futbolísticos y gastronómicos del jefe de los espías norteamericanos en la Argentina iba la gran primicia, la foto de Ross Newland. Un hombre sonriente, de bigotes, de apariencia amigable e inofensiva.
Aunque la foto fue editada en tamaño reducido, el revuelo entre bambalinas fue fenomenal. “La Embajada” montó en cólera y sus voceros oficiosos hablaron genéricamente de “violación de las reglas del juego”.
Como no había ningún juego pactado con este cronista ni con Página/12 es evidente que aludían a quienes consideraban los autores de la “violación”: ciertos hombres de la SIDE. Esto motivó que elevaran una severísima queja al Gobierno y que en la Rosada hubiera una reunión de urgencia, al máximo nivel, en esos días. Una nueva nota de Página/12, publicada el domingo 14 de enero último, revelaba nuevos detalles de una historia que parece una extraña mezcla entre el novelista de los espías John Le Carré y el fundador del sainete conventillero, don Alberto Vaccarezza.
El gobierno norteamericano ordenó que Newland abandonara la Argentina en marzo y –temiendo seriamente por su seguridad– lo puso bajo la custodia de recios expertos. Para el jefe de los espías se acababan las escapadas a la cancha de Boca y al Freddo de avenida Libertador. El politólogo que había hecho muy buenas amigas con el Señor Cinco del menemismo, Hugo Anzorreguy, sentía que una parte muy sabrosa de su vida se iba al diablo y que se cernían nubarrones sobre sus aspiraciones de llegar a ser el jefe de Reunión de Información de toda el área latinoamericana, allí en los headquarters de Langley, Virginia.

Las disculpas de Becerra

El sucesor de Santibañes, Carlos Becerra, fue a ver a Newland para pedirle disculpas en nombre del Gobierno y alcanzarle un informe donde presuntamente se “esclarecía” quién le había dado la foto a este cronista.
El informe de marras había sido redactado por el ex juez Pablo Belisario Bruno. El ex magistrado ingresó a la central de los espías en tiempos de Hugo Anzorreguy, tras haber sido acusado por el Consejo de la Magistratura y un juez de instrucción de apañar torturas policiales a detenidos bajo su jurisdicción. Es el mismo Bruno a quien este diario “escrachó” junto a Anzorreguy y Enrique “Coti” Nosiglia en amable tertulia de adversarios en la confitería La Biela.
Un gélido Ross Newland leyó el informe de Bruno y se lo devolvió sin disimular su disgusto al atribulado Becerra. Luego tomó una carpeta de su escritorio y se la extendió al Señor Cinco.
–Esta es la investigación que hicimos nosotros –dijo secamente Newland. Y agregó:
–Aquí está la verdad de lo que pasó. La foto salió de la SIDE.
Becerra, muy preocupado, viajó a Langley para hablar con los jefes de Newland. Allí –según nuestra fuente– se habría encontrado con otro bloque de hielo seco: “No tenía que haber venido hasta aquí. No tenemos nada que hablar con usted. Esto lo tiene que tratar con nuestro jefe de estación”.
Este diario no tuvo acceso al informe que Newland le dio a Becerra, pero pudo saber lo que decía en términos generales, tanto por la fuente que tiene vínculos con la embajada norteamericana como por hombres relacionados con el espionaje local. Naturalmente no diremos qué partes de la información son correctas o incorrectas por una razón muy sencilla: es norma de hierro de este diario y de este cronista no identificar a las fuentes que hablan bajo el paraguas del off the record.

La casa de la calle Estados Unidos

Pero sí es posible e ilustrativo para nuestros lectores saber hacia dónde apuntan sus cañones los hombres de la Compañía.
Según fuentes de la inteligencia norteamericana, la manzana podrida de donde habría salido el gusano de la foto sería la famosa división de Contrainteligencia. Conocida a secas como “85” en la jerga de los servicios de informaciones. Esta unidad, con base en un local de la calle Estados Unidos, está dirigida por el mayor retirado del arma de Ingenieros del Ejército, Alejandro Brousson (alias Alejandro Busquet). Un ex carapintada que en tiempos de Anzorreguy organizó el secuestro de Enrique Gorriarán Merlo en la localidad mexicana de Tepoztlán.
Para los norteamericanos, el pasado “carapintada” y por ende presuntamente nacionalista de Brousson lo convertiría en una suerte de “Vladimiro Montesinos” argentino que se valdría para “aprietes” y extorsiones varias de los videos filmados por un gran cineasta de las catacumbas: el señor Jaime Stiuso (alias “Stiles”), vinculado por algunas fuentes a las grabaciones en el burdel para gays al que acudía el juez con licencia Norberto Oyarbide. La CIA cree, directamente, que de la casa de la calle Estados Unidos han salido los presuntos sobornos para los senadores y todas las “operaciones” más oscuras del último decenio entre las que incluyen coimas a jueces, políticos y periodistas y extorsiones a importantes personalidades de la vida política argentina, incluyendo a los propios hijos del presidente De la Rúa.
En “85”, destacan los espías del Norte, Brousson cuenta con una sombra tenebrosa: un suboficial de apellido Campos, conocido en el inframundo de los services como “Campitos”. Según la fuente de esta nota, “Campitos” sería un criminal que en tiempos de la represión clandestina actuó en el 601. El manejaría los operativos sensibles y de ganancia personal del “Montesinos” local. Y habría sido, según el enfoque de la CIA, el hombre que nos dio la foto de Ross Newland.
Es cómico (y éste es el costado Vaccarezza de la cuestión) que Campitos y el propio Brousson hayan transpirado mucho en los últimos días bajo el índice acusador de la CIA, que puede costarles de una vez el puesto, el status y los negocios que se derivarían de su posición en Contrainteligencia. Ambos habrían jurado y perjurado que ellos no le pasaron a este cronista ninguna foto. Que ni siquiera conocen al autor de esta nota. Por las razones antedichas, nada se aclarará por esta vía. Que lo averigüen unos y otros, que para eso les pagan.

La vieja dama indigna

Más trascendente que los apurones de los ex represores vinculados a los sótanos del Estado es el destino de esa SIDE que les ha dado de comer a ellos y a otros personajes tan o más siniestros, mientras se le retaceaban los haberes a jubilados y empleados del Estado. La SIDE, creada tal como es durante la dictadura del general Pedro Aramburu, hace agua por varios lados. No sólo la CIA, también los servicios alemanes e israelíes consideran a la central de la calle 25 de Mayo como “un queso gruyère” por cuyos redondos agujeros fluyen todos los secretos.
Durante los diez años en que la central estuvo conducida por el ex abogado laboralista Hugo Anzorreguy gastó más de dos mil millones de dólares de manera absolutamente discrecional, aumentando patrimonios y comprando voluntades. Durante esa década, el Señor Cinco tuvo la astucia de cultivar excelentes relaciones con la CIA, que llegó a condecorarlo.
Sin embargo, como el pasado tiene la incómoda propiedad del regreso, Anzorreguy ha sido acusado por el abogado Ricardo Monner Sans de haber firmado un acta secreta por la que se desviaban fondos, y por el fiscal Guillermo Montenegro de haber financiado al asesinado de Cariló, Mariano Perel, para que investigara la oficina de Luis Moreno Ocampo. Este señalamiento, que determinó un reciente allanamiento de la SIDE, ordenado por el juez Rodolfo Canicoba Corral, surge de un documento de 50 carillas, escrito por el propio Perel. Anzorreguy lo desmintió, pero Moreno Ocampo se presentó ante la Justicia para exigir que se averiguara si alguien simuló investigarlo y en realidad “malversó” el dinero destinado a espiarlo. El fiscal Maximiliano Rusconi, titular de la Unidad Fiscal de Investigaciones, sospecha también que el Señor Cinco pudo haberle pagado a Perel para investigar a Moreno Ocampo.
Es curioso: Washington, que veía bien a la SIDE de los generales Aramburu y Cuaranta, a pesar de que ya era un reservorio del crimen como lo probó Rodolfo Walsh con su magistral investigación “El caso Sanatowsky”, ahora piensa que habría que deshacerse de ella. Más útil, mejor conceptuada estaría, en cambio, la Dirección de Lucha Antiterrorismo y Delitos Trasnacionales de la Policía Federal que conduce el comisario Jorge “el Fino” Palacios, a quien los espías del Norte consideran digno de esa confianza que perdieron las huestes que comandan Darío Richarte y Carlos Becerra.

Un elefante en el bazar

Además del juicio lapidario de sus colegas desarrollados, los hombre de 25 de Mayo deben soportar por lo menos cuatro causas judiciales iniciadas por maniobras oscuras y flagrantes torpezas del banquero Fernando de Santibañes, gran amigo del presidente Fernando de la Rúa y del Grupo Sushi, uno de cuyos connotados miembros –Darío Richarte– sigue como número 2 de la secretaría. Y, dicen, como protector de ese mayor Brousson que los norteamericanos emparientan con Vladimiro Montesinos, el temible asesor de Alberto Fujimori.
Las investigaciones que vincularon a la SIDE con los presuntos sobornos del Senado se iniciaron el año pasado con un informe de la Sigen, en el cual se afirmaba que la secretaría desviaba dinero (casi 23 millones de dólares) a cuentas bancarias que no tenían control de saldo. A partir de allí, con el celo de los fiscales Eduardo Freiler y Federico Delgado y la bonhomía del renunciante juez federal Carlos Liporaci se inició la causa por las posibles gratificaciones a senadores, que ahora lleva a cabo el juez Gabriel Cavallo. El mismo que acaba de declarar inconstitucionales a las leyes de obediencia debida y punto final. A esta causa principal, cabe sumar la denuncia del abogado radical Juan Carlos Iglesias contra De Santibañes por malversación de fondos públicos agravada. También la investigación judicial que incrimina al banquero por haberle pagado con fondos de la SIDE al experto yanqui Dick Morris a fin de que mejorase la imagen de Fernando de la Rúa en el exterior. Este contrato fue denunciado como fraudulento por una ex socia norteamericana de Morris, Mattie Lolivar. Tanto la causa originada en la denuncia de Iglesias, como la que nace del testimonio de la señora Lolivar, están radicadas en el juzgado federal de Jorge Urso.
Finalmente cabe agregar a estas causas en trámite la denuncia que De Santibañes radicó contra Rafael Bielsa, el titular de la Sigen, por presunta violación de los secretos que protegen el accionar de la SIDE. A esta querella, Bielsa respondió con una denuncia contra De Santibañes por malversación.

Los “treinta palos” fatales

La actuación del banquero amigo del Presidente –que estuvo menos de un año en funciones– dejó la convicción en la opinión pública de que los tiempos de la corrupción estaban lejos de haberse ido. Además de las denuncias judiciales citadas, De Santibañes aparece directamente conectado a uno de los episodios más oscuros de la era delarruista: la asignación, mediante decreto “reservado”, de una partida presupuestaria adicional de 30 millones de pesos que, para los fiscales Freiler y Delgado, habrían sido –precisamente– los que financiaron los sobornos del Senado. Aunque no lo fueran, bastaron para que Rodolfo Terragno (opuesto a la reasignación por vía “reservada”) se negara a firmar el decreto correspondiente y dejara de ser jefe del Gabinete de ministros en el “putsch” antialiancista del 5 de octubre último.
Desde que ese secreto de Estado fuera revelado en estas mismas páginas, el tema de “los treinta palos” se ha instalado como una sombra onerosa no solamente sobre la Secretaría de Inteligencia del Estado, sino también sobre la cumbre del gobierno a la que esta secretaría –donde no suele primar la inteligencia– reporta en forma directa.
Hoy Gabriel Cavallo, el mismo juez que se atrevió a declarar inconstitucionales las leyes del olvido, avanza con la diligencia requerida por los fiscales, hacia la investigación del posible recorrido seguido por esos “treinta palos”. Y en esa investigación puede acabar con la SIDE tal como se la conoce hasta ahora: como esa vieja dama indigna quefundó la llamada “Revolución Libertadora” y pobló, desde sus inicios, con delincuentes militares y civiles, como el asesino de Marcos Satanowsky, el agente Américo Pérez Gris.
La pena es que deba ser un conflicto con la CIA –que apañó o perpetró tantos crímenes en los últimos sesenta años– la que lleve a la secretaría a su mínima expresión: unos ciento cincuenta agentes que deberán revalidar títulos con cursos especiales en la Escuela de Inteligencia.

 

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