Por Alejandra Dandan
Esta vez mamá ya es famosa.
No existieron concursos interactivos ni expediciones fatigosas a una isla.
Nada de nada. Solo bajó hasta la puerta de calle y se paró.
Ese fue el momento exacto: de pronto, su cara apareció en la tele
de todos los departamentos del edificio. Su imagen fue tomada por una
cámara instalada en el palier y trasmitida por circuito cerrado
a uno de los canales del cable. Es que en buena parte de los edificios
porteños, el canal 5 registra ahora todo lo ocurrido en la puerta
de calle. Aunque el sistema es vendido con el servicio de cable como un
plus para controlar la seguridad, los visores están trastornando
la vida doméstica de los consorcios. Usado como un nuevo canal
de tele, la cámara ha dividido a los vecinos entre los que se exhiben
ante una tribuna colectiva y los más tímidos, cada vez más
a gusto con la antropológica actividad del voyeur.
No hay números precisos sobre el fenómeno, pero sí
un claro entusiasmo de empresas como Cablevisión, que entre el
99 y el 2000 han registrado 400 por ciento de aumento en la demanda
del sistema con visores. La tendencia es que todo el mundo quiere
instalarlos, se apasiona Marta Oliva, presidenta de la Asociación
de Defensa del Consumidor de la Propiedad Horizontal. Su edificio da cuenta
de la fiebre a la que se ha plegado buena parte de los consorcios que
ahora, de paso, se entusiasman con ese escenario doméstico procurado
por el palier: Gastábamos bastante en seguridad explica
Oliva, y ahora queremos el sistema de circuito cerrado para monitorear
quién entra al edificio.
De hecho, ése es el soporte técnico: una cámara y
un circuito cerrado que reproduce en directo y eternamente
la vida en la puerta de casa. Sólo que lo que hasta ahora solía
controlar un custodio desde un aparato cercano, ahora entra directo a
la tevé monitoreada por una platea colectiva. Entre los más
de sesenta canales disponibles, se encuentra ése: el de la puerta.
Ariel vive en Bulnes y Humahuaca, en la planta baja de un edificio atendido
por Telecentro. El nuevo visor lo libró de varias tareas. Por ejemplo,
la de atender el portero. Pongo directamente canal 5 dice
y sé quién llama: si me interesa abro, si no, sigo viendo
tele. La conducta, perezosa por decisión, se volvió
vicio. Y empedernido. Hace unos días, sintió infernales
ruidos callejeros. Ni siquiera se levantó: buscó el control
remoto y reemplazó a los Simpson por el émulo casero de
Crónica TV. Canal 5 reveló entonces al patrullero que había
originado los ruidos y su sillón fue, a partir de allí,
la platea serena desde donde seguir el operativo.
El visor es omnisciente: todo lo registra y, por si fuera poco, lo reproduce
en el living del vecino. Eso mismo ocurre en Guayaquil al 200, desde que
los propietarios de un edificio reemplazaron el timbre con visor por el
circuito cerrado. Hasta ahora sólo uno miraba a la persona
que tocaba timbre: ahora la ve todo el edificio, se asusta Andrea,
mientras explica que hace unos días su consorcio cambió
la cerradura de entrada. No todos lo supieron a tiempo. Uno de sus vecinos
llegó e intentó entrar con la llave vieja: Schhh le
chistó una voz desde el portero: tocale el timbre a tu mamá
porque la cerradura es nueva.
A las funciones del visor, los usuarios le han incorporado las propias.
El sistema puede socorrer a vecinos en apuro o facilitar el modo de hacer
estudios antropológicos entre la población del edificio.
A eso se dedica Berta durante todo el día. Vive en Almagro, en
un departamento con sus nietos. Sin bajar de la casa, pudo conocer hace
unos días al nuevo novio de la nieta, pero además corregir
el camino de una amiga cuando la vio pasar por la vereda. Desorientada
por las remodelaciones del frente del edificio de Berta, la amiga siguió
de largo sin saber que la espiaban desde la tele. Ey le gritó
Berta, lanzándose sobre el portero: Susanita, volvé
que te pasaste de largo.
Casi como si se tratase de un nuevo canal de televisión, la puerta
de calle provee entretenimientos a lo largo del día. Desde el living
de casa se controlan horarios de vecinos, trampas y las sabrosas discusiones
del encargado. Si los medidores de audiencia consiguiesen cuantificar
este encendido, notarían espantados allí uno de los mejores
puntos de rating.
¿A ver?
Le dice Luis a su mujer, entrando al palier del edificio en Venezuela
al 4300:
Ahora, gordita propone, sujetándola frente a la cámara:
vení, que ahora nos miran todos. Y, entonces, le da un gran beso.
Lo hacen ahí frente al visor de entrada, frente a ese público
que, están seguros, encontrarán al otro lado de la cámara.
El palier se vuelve así escenario obligado. Todo el que pasa es
blanco de cientos de miradas fantasmales, encerradas en decenas de departamentos
pisos arriba. No hay modo de evitarlas, aunque algunos ya han aprendido
a reproducir el modelo de la familia Ingalls para pasar por la entrada.
Una de las dificultades en la trasmisión del canal 5 son los tiempos
muertos. Cuando nada ocurre abajo, gana rating la televisión standard.
Eso sucedió un viernes por la noche en el living de Isabel, en
el mismo edificio de Venezuela al 4300. Sin tráfico en el palier,
su familia logró secuestrar la tele para disfrutar un film de tevé.
Media hora después, el encanto desaparecía: el sonido de
una tormenta intranquilizó a la dueña de casa, que no tardó
en apoderarse del control remoto. En un instante, Robert De Niro cambió
por el auto familiar estacionado abajo. La familia se dedicó, entonces,
a atender la resistencia del autito contra la lluvia que amenazaba inundarlo.
Pero en toda buena historia hay un conflicto y aquí el principal
es, justamente, el punto de partida. Las cámaras vendidas para
controlar la seguridad para algunos no logran hacerlo. No sirve
de nada, es un gancho de las empresas de cable, disuade sin piedad
César Durañona, integrante de la Cámara de Seguridad
e Investigaciones (Caesi). Vocero de las empresas que proveen custodios
de carne y hueso, explica que la simple visualización de
la entrada es muy elemental como medida de seguridad: ante alguien sospechoso,
se necesitan medidas.
Por el momento, de todos modos, siguen funcionando. Aunque nada se sabe
del efecto sobre bandidos, algo se sabe sobre los fantásticos placeres
brindados a los moradores de los edificios
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