Por Eduardo Febbro
Desde
París
Tras un reino ininterrumpido
de un siglo durante el cual la capital francesa estuvo gobernada por la
derecha, París se prepara este domingo a pasar a manos de los socialistas
y sus aliados de la izquierda plural. La primera y segunda vuelta de las
elecciones municipales que se celebran hoy y el domingo 18 se anuncian
como una suerte de eso que en francés se llama una mise à
mort de la derecha, es decir, una ejecución escenificada de todo
el abanico conservador francés. La izquierda aparece en una posición
ideal para arrebatarle París al partido fundado por el presidente
neogaullista Jacques Chirac, RPR (Reunión para la República),
y poner así término a un poder absoluto ejercido durante
un cuarto de siglo. Sin embargo, París no es la única plaza
fuerte conservadora que está en la cuerda floja: Lyon y Toulouse,
en el centro y sur de Francia, son dos joyas electorales que, si el socialismo
las gana, equivaldría a cortarle las alas al conjunto de la derecha.
En cifras absolutas, la versión 2001 de las elecciones municipales
no debería marcar un giro a la izquierda masivo como ocurrió
en 1977 y 1983 cuando el PS ganó 39 municipalidades de más
de 30.000 habitantes para luego perder 23 seis años más
tarde. No obstante, y a pesar de que el progresismo francés viene
administrando desde hace años un caudal considerable de ciudades
de peso, hoy se prevé una serie de victorias cuyo valor excede
en mucho la simple consulta municipal y le dan a la movilización
de los 40 millones de electores una trascendencia nunca vista. Detrás
de las elecciones de hoy se mueven dos espectros que apabullan a la derecha:
el primero es la certeza de perder París, el símbolo más
costoso de las batallas políticas; el segundo radica en que en
el fondo de las urnas se reflejan las elecciones presidenciales de 2002
con el ya legendario por anticipación duelo entre el
jefe de gobierno socialista Lionel Jospin y el presidente Jacques Chirac.
Se trata en suma de un voto local con proyecciones nacionales tanto más
tenso cuanto que, según todos los estudios de opinión, el
voto de este domingo no está movido por una reacción de
rechazo a la gestión gubernamental.
Dividida, con la moral a media asta, sin proyecto político ni cabeza
de lista influyente y con un montón de jueces hurgando en todos
sus cajones, la derecha municipal vive una pesadilla tan intensa como
el sueño imposible que mantiene a los socialistas con los ojos
abiertos. Al cabo de las precedentes elecciones municipales (1995), el
socialista Bertrand Delanoë, líder de la capital, nunca hubiese
soñado con que seis años después París iba
a caer en sus brazos. Sinceramente, de todo corazón, ni en
los sueños más locos imaginamos que París, que fue
durante 25 años el laboratorio de la derecha, podía entrar
en el jardín del PS, confiesan hoy los socialistas. Agitados
pero cautelosos, los militantes de la izquierda esperan el domingo con
el congelador lleno de botellas de champagne. La derecha, que tardó
mucho en admitir que su precepto lo peor no siempre ocurre obligadamente
no tendría esta vez ninguna validez, espera contar las migajas
electorales para medir su verdadera fuerza.
Mientras la ultraderecha agoniza dividida en dos ramas, la derecha clásica
no logra ni captar los votos de su hermana más extrema, ni atraer
la atención del elector del centro.
El carácter nacional del voto local hace que todas
las miradas confluyan hacia París. Los factores que vislumbran
la victoria socialista se repiten casi con exactitud en los demás
centros urbanos de importancia.
Bertrand Delanoë recoge en París los frutos sembrados por
su propia campaña, aquellos que sembró la misma derecha
desarticulada hasta el absurdo y golpeada por hondos casos de corrupción
y, elemento reciente y de alcance mundial, la ocupación del terreno
electoral de un segmento importante de jóvenes con poder adquisitivo
e ideas progresistas. Las evoluciones sociológicas urbanas, el
asco frente a una gestión conservadora que confundió los
asuntos públicas con una mafia personal y la disputa entre listas
pertenecientes a una misma sensibilidad configuran el colorido cuadro
del ascenso socialista. Uno de los datos más observados es la llegada
a París de una generación de habitantes que tienen entre
25 y 40 años. Estos jóvenes detentan un poder adquisitivo
considerable, son casi todos ejecutivos, consumen como burgueses, viven
con un estilo libertario y se sienten influenciados por lo que califican
como la izquierda modernizada. La modernidad los apoda bobos
(por burgueses y bohemios), pero de tontos no tienen nada,
tanto más cuanto que suman el 30 por ciento de los más de
dos millones de personas que se instalaron en París a partir de
1990. Otro factor del impulso del candidato socialista, el peso de la
comunidad gay de París. El futuro intendente, que declaró
públicamente su homosexualidad hace dos años, ha hecho gestos
y propuestas de una valiosa coherencia humana y electoral.
Las dos listas disidentes de la derecha, la de Jean Tiberi, actual intendente
y ex mano derecha de Jacques Chirac, y la de Philippe Séguin, ex
secretario general del RPR, pero enemigo acérrimo del mismo Chirac,
podrían unificarse para la segunda vuelta en caso de
que la primera sea tan catastrófica como lo vaticinan los sondeos.
Sin embargo, el clima general es de entierro anticipado. Veinte años
después de la llegada a la presidencia francesa del socialista
François Mitterrand (1981), los socialistas vuelven a renacer de
las cenizas. Lo hicieron en 1997 cuando ganaron las elecciones legislativas
anticipadas. Ahora se aprestan a repetir la experiencia en una consulta
local que colocaría a Lionel Jospin a dos pasos del Palacio Presidencial.
COMUNISTAS
Y VERDES, PESIMISTAS
Dos caídos en desgracia
Por E. F.
De las tres fuerzas presentes
en el escenario electoral, la extrema derecha y los comunistas son una
sombra de lo que fueron mientras que la tercera, los ecologistas, privados
de la candidatura del líder de mayo del 68 Daniel Cohn-Bendit,
buscan su lugar entre la avalancha socialista que se avecina. PS y Verdes
respetaron los acuerdos electorales, pero los ecologistas no pueden ocultar
el temor de que en la consulta de este domingo los resultados no sean
tan amplios como los obtenidos por Cohn Bendit en las pasadas elecciones
europeas (más del 10 por ciento). Los verdes, aliados en el gobierno,
fueron perdiendo sus marcas. Frente al compacto y lúcido discurso
de Lionel Jospin, el suyo se volvía difuso. Aunque siguen suscitando
simpatías en la izquierda urbana, los ecologistas vieron su caudal
estancarse en el agua de sus propias contradicciones.
A los comunistas les ocurre lo mismo pero con más fuerzas. Pese
a la línea encarnada por el actual líder del PC, Robert
Hue, nunca lograron detener la hemorragia electoral que lo hizo pasar
del 25 por ciento del electorado a un modesto nueve por ciento actual.
El comunismo francés perdió a los obreros y jamás
pudo sacarse de encima las contradicciones que se vinieron abajo con el
Muro de Berlín. La mutación encarnada por Hue apenas limitó
un ocaso que las elecciones de este domingo podrían acelerar.
La extrema derecha del Frente Nacional hace agua como un barco perdido.
De las cuatro ciudades conquistadas en las pasadas elecciones municipales
el FN y su rama disidente esperan guardar dos. La extrema derecha ya no
decide más el nombre del futuro intendente. Después de la
división entre su fundador, Jean-Marie Le Pen, y su ex lugarteniente,
Bruno Mégret, la extrema derecha es un movimiento en descomposición.
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