Por Cristian Alarcón
Enviado especial a México D.F.
En el Zócalo la tarde
se va poniendo barroca, aún más que de costumbre, y ese
cemento finisecular parece prepararse con el ardor de los que lo pisan
para lo que se viene. Como el mosaico tan inasible y difícil de
comprender que es este D.F., esta ciudad ancha como un mar urbano se prepara
de a partes, de a fragmentos, para la llegada de la caravana que partió
de Chiapas el 24 de febrero. Con las dos catedrales en el fondo y el brillo
en las ventanas de los edificios llenos de recovecos, se impone por ahora
un escenario hecho para un festival de danzas indígenas y una pantalla
gigante sobre la que se proyectan ceremonias estilizadas de lo que fueron
los primeros rituales mexicanos.
Unas 30 personas, entre turistas gringos y vendedores ambulantes cargados
de mercancías, miran con desgano. A la izquierda sigue en pie una
exposición de enormes fotos chiapanecas, antiguas, color sepia,
de caras cuyos ojos siempre miran fijo y directo. Hacia el costado de
la Gobernación un payaso con alma de Cantinflas hace reír
como locos a unos cien espectadores usando una víbora desganada
y el candor de las víctimas de sus bromas. Se mezclan con las carcajadas
el agudo sonar de las trompetas de unos mariachis vestidos de calle. Y
por fin, hacia la avenida 20 de Noviembre, vuelve a pasarse el casete
en el que Marcos llama a la marcha histórica del Ejército
Zapatista de Liberación Nacional, el ezetaelene. Falta
poco, muy poco para que la voz del encapuchado retumbe aquí y la
multitud desfallezca finalmente después de tanta espera.
Opiniones contundentes
México D.F. es una ciudad que va de lo bizarro a la más
romántica de las posturas, llena de canciones de amor baratas y
tangenciales. Atravesada por la marea humana de sus 18 millones de habitantes
hace ya 17 días que se prepara frenética para el asunto,
o se hace la idiota ante el tamaño de los acontecimientos. Mejor
dicho su gente, a medida que se la consulta, va largando con cadencia
dulce sus opiniones sobre Marcos, tímidas al comienzo, pero tajantes
al final.
Marcos, ¿ese payaso?, lanza durísimo y desde
su boca desproporcionada Miguel Angel Morales Avila, heredero neto
de verdaderos revolucionarios. A medio camino entre su casa
y su trabajo como sereno de un edificio de La Condesa, el barrio más
parecido al Palermo fashion de Buenos Aires, se dedica largo rato a descuartizar
al líder, apasionado con la historia de sus abuelos, que entraron
en 1914 con Emiliano Zapata en la ciudad, justamente por esta misma avenida
bautizada con la fecha de la revolución, 20 de Noviembre, y que
culmina en el Zócalo. Le diría que soporto más
a los 23 comandantes que a este pinche guey que se ha rodeado de extranjeros
y encima le anda coqueteando al presidente, pues, opina. De a poco
se confirma, a lo largo de los últimos días que esa crítica
en la que lo foráneo juega un rol decisivo, se repite en los indiferentes
y en los reacios como un lema muy bien aprendido.
De noche, el jueves, en una casona centenaria de escaleras de mármol,
durante la inauguración de una muestra de un pintor español
radicado en el D.F., una de sus amigas, la australiana Tamara Domicelli
explicaba la particular xenofobia de muchos mexicanos. Ha sido un
trabajo pertinaz del gobierno que instaló la sospecha sobre los
observadores civiles del proceso de paz en Chiapas, explica la mujer,
coordinadora de Global Changes, una ONG especializada en los procesos
de militarización. De hecho ya son 2000 los extranjeros expulsados
de México bajo el artículo 33 de laConstitución,
que estipula que no pueden intervenir en cuestiones de política
nacional. Es bien difícil hacerse de un abanico humildemente representativo
de las reacciones frente a la marcha indígena. Pero es muy obvia
la confusión a la que insta el gobierno del presidente Vicente
Fox con una espectacular campaña de prensa en la que, desde el
oficialismo, se compite con Marcos por quién es el más indígena
de todos. Todavía esta semana se escuchaban los comentarios airados
de los pro ezeta contra el Festival por la Paz organizado
cínicamente por Televisa y TV Azteca, las dos cadenas televisivas
que se disputan el monopolio mexicano de la imagen.
Encuentros, recitales y
plazas
De pelo y barba azules, sentado en una de las doscientas butacas del
salón auditorio del Sindicato Mexicano de Electricistas, en la
Zona Rosa, Benjamín García se indigna en voz bajísima
por la manipulación de la tele, que es el arma más
horrible de las derechas mexicanas. El muchacho es uno más
en el damero que parece la reunión del Espacio de la Sociedad Civil,
la coordinación de unas 150 organizaciones que desde enero se reúnen
para apoyar la marcha. Benjamín estuvo el fin de semana pasado
en el recital organizado por estos grupos, en el que tocaron 20 bandas
de rock, alternativas y zapatistas, para unos 15 mil, de los cuales 120
salieron magullados por la efervescencia reinante. No tiene pertenencia
a orga alguna.
La mayoría de los que están en la reunión son líberos
que se enteraron por La Jornada, el diario progre, del encuentro. En el
fondo presiden un representante del Frente Zapatista de Liberación
Nacional y otro del PRD. Hace tres meses ésos dos se ladraban,
esto era impensable, dice Nuria, una mujer de vestido corto, lleno
de flores, que aparece en escena cada vez que se zanja un problema operativo.
Eso los desvela. Ora se vota el programa del acto. Que quién habla
primero, que quién después. Ora se decide quién es
el presentador. Entre los punks y los estudiantes de la UNAM, entre indígenas
migrantes vestidos con bordados furiosos y asociaciones vecinales, se
van levantando manos que postulan al actor de la película La ley
de Herodes, un alegato contra el PRI; a una actriz de renombre y simpatizante
de la primera hora; hasta que gana Oscar Rocha, un periodista despedido
de Televisa por haber difundido un video que mostró cómo
el ejército mató a un grupo de campesinos desarmados.
En cada plaza del D.F. hay un altoparlante en pésimas condiciones
que transmite sin parar las declaraciones del EZLN y el reclamo de la
marcha: las tres señales para construir la paz:
el cumplimiento de los acuerdos de San Andrés un pacto con
los indígenas que nunca fue cumplido y la sanción
de una ley indígena en el Congreso; la liberación de los
zapatistas presos y el retiro de sólo siete de los 259 puestos
del ejército federal en Chiapas. En la plaza de Coyoacán,
pegada a una glorieta, la verba zapatista se superpone a una carpa montada
por el Día Internacional de la Mujer en la que se instalaron unos
maniquíes representando escenas de violencia doméstica.
En su puesto como vendedor de franchising del Subcomandante, Ricardo Ruiz
se esmera por llegar organizado al día clave. El problema
es el protagonismo, dice de los preparativos para la gran llegada
al Zócalo. Como si fuera una suerte de Ezeiza, sin extrema derecha
en el campo, el escenario del Zócalo es estudiado por los que quieren
marcar presencia frente a los 23 comandantes y Marcos. El grupete de Ruiz
no parece con muchas chances. Preguntado por cuántos son en su
núcleo lo piensa un rato, hace cuentas con una mano y dice con
una candidez militante insuperable: Bueno, somos Elizabeth, Nory,
Carlos, Esteban, Carlitos, Mary y yo, Ricardo.
Entre la amenaza y la esperanza
La multitud esperada tiene para los mexicanos todas las dimensiones
imaginables. Hay familias que no se apartarán de la tele. Hay otras,
como la de Mercedes Medina, una señora de trajecito color salmón
y falsas perlas, que a las seis de la mañana de hoy ya estarán
en su lugar frente al escenario desde donde Marcos arengará a las
masas. Los optimistas creen que se superará tranquilamente el medio
millón de personas, o sea que la muchedumbre se extenderá
como en afluentes por las calles coloniales de los alrededores. Roberto
Zamarripa, editor de política del conservador Reforma, cree que
la gente está saturada del zapatismo y que por eso
no superarán las 200.000 personas. Aun así,
el Zócalose llenaría sólo con esa cifra. Ayer por
la tarde seguían corriendo versiones sin fuente sobre amenazas
y continuaban apareciendo bombas de mentira en distintos puntos del mapa
de la megalópolis. Pues, mire, uno que es descendiente de
indígenas no le tiene miedo a eso. Con mis hijos vamos a estar
en el mero frente de todo porque vamos a verlo de cerca al Subcomandante,
se esperanza una de las mujeres que venden pasamontañas y camisas
bordadas frente al puesto de coordinación del EZLN en el Zócalo.
Ella lleva allí semanas, edades ciegas, y nada la moverá
este domingo.
A Josefina, una mazahua habitante de la ciudad con mayor cantidad de indígenas
del mundo, tampoco la podrán correr. En la reunión previa
al acto ya pidió por favorcito, parada entre dos rockeros que esperaban
poder tocar después de los discursos de los comandantes, que le
permitieran a los dirigentes de su pueblo migrante homenajear a las
personas importantes, como indica la tradición, con un rosario
y panes hechos por sus manos. Además nosotros, amigos, no
podemos ponernos las playeras -con el logo del ezeta
pues porque nuestras ropas son grandes y de muchísimos colores,
les dijo.
El aplauso cerrado que se ganó Josefina será histórico
esta tarde, cuando bajo los mismos helicópteros que lo vigilan
todo desde hace días en el Zócalo, y en la misma cuadrícula
sobre la que cabalgó Zapata, México mida la profundidad
y la fuerza de su movimiento insurgente.
LA
PULSEADA ENTRE MARCOS Y VICENTE FOX
Perder la paciencia con el sub
La coincidencia
pudo ser afortunada, pero aparentemente no lo fue. Ayer el presidente
mexicano celebró sus primeros 100 días de gobierno, el primero
en 71 años en no responder al Partido de la Revolución Institucional
(PRI), un día antes de que la masiva marcha zapatista del Subcomandante
Marcos llegara a la capital. La marcha distrajo la atención de
la frágil situación económica, y la solicitud de
Fox hacia las demandas indígenas mantuvo alta su popularidad, según
encuestas publicadas ayer en los principales diarios. Sin embargo, el
presidente comenzó a condicionar su apoyo hacia la principal demanda
de los zapatistas: la aprobación de la Ley de Derechos y Cultura
Indígena. Ayer subrayó que, si bien seguía apoyando
el proyecto, todavía faltaba aclarar algunos matices,
especialmente la definición exacta de los términos autonomía
y territorio. Pero a medida que se acercaba al Distrito Federal,
Marcos vio su popularidad crecer, hasta que hoy comienza incluso a opacar
la del propio presidente.
Esa era al menos la opinión de uno de los principales aliados de
Fox entre los intelectuales mexicanos, el historiador Enrique Krauze.
En una columna publicada ayer por el diario Reforma, insinuó que
Marcos está cada vez menos interesado en llegar a un acuerdo a
medida que crece su aprobación en la opinión pública.
En realidad, Krauze sugirió que la misma apertura de Fox pudo haber
oxigenado a la agrupación de Marcos, lo que le permitiría
prolongar el conflicto presentando nuevas demandas y quejas. Mucho menos
medido en sus palabras, el analista José Antonio Crespo disparó
ayer que el único resultado de las concesiones de Fox ha sido insultos
al presidente y a las instituciones.
Fox argumentó que estos ataques sólo reforzaban sus reformas
democráticas tras la larga noche del PRI. Marcos jamás
se imaginó que se iba a encontrar con tanta libertad, que podría
estar diciendo groserías, atacando al Presidente y que nadie le
diga nada: Es su derecho y lo vamos a respetar, aseguró.
Al mismo tiempo, el presidente parecía estar llegando al límite
de su paciencia. Sí, su gobierno defiende, apoya y promueve
la ley de Derechos y Cultura Indígena, y ayer llegó
a exclamar que gane el zapatismo, que gane la guerrilla, que ganen
los indígenas. Pero su fervor zapatista sólo buscaba
contrapesar el haber expresado las primeras dudas hacia ciertos aspectos
de esa ley, elaborada por la Comisión de Concordia y Pacificación,
que todavía deben discutirse para evitar malentendidos.
En parte, la cautela del presidente se debe al factor muy concreto de
que no cuenta con una mayoría en el Congreso, y su propio Partido
Acción Nacional (PAN) no está rígidamente encolumnado
detrás de su liderazgo. Por otra parte, es muy posible que su ambigüedad
de ayer sea un intento de comenzar a trazar límites al subcomandante,
cuya intransigencia está recibiendo un apoyo que le debe resultar
cada vez más alarmante.
Cuán imponente es ese apoyo pudo verse ayer en la ciudad de Xochimilco,
la última parada antes de que la caravana zapatista llegue a la
capital. Más de 10.000 personas asistieron al acto que convocó
Marcos junto con los 23 otros comandantes guerrilleros. Y todo indica
que esta cifra quedará opacada cuando el subcomandante llegue hoy
al Zócalo del D.F.
OPINION
Por Graciela Vanzán *
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Todos somos indígenas
Desde México estamos asistiendo a un ejemplo de lucha contra
la globalización. Con fuerza visceral los pueblos indígenas
están marchando porque prevalezca la diversidad de sus culturas,
como hace 500 años resistieron al Primer Mundo.
El espacio mexicano estaba vacío de buenas causas y el zapatismo
pudo imantar a los pobres del país y provocar una confluencia
como nunca se había dado. Legiones de jóvenes urbanos
simpatizan con ellos, jubilados, desempleados, universitarios, niños,
mujeres, desatendidos sociales. Lo que queda de la clase obrera
está identificándose en la reivindicación indígena:
ellos, desde otro lugar, son lo mismo.
La máscara de Marcos es una máscara que desespera
sobre todo a la injusticia del modelo que instalaron en Latinoamérica.
El mexicanismo quiere que den la cara, una hipocresía
social. El gobierno anterior, en un show mediático, pretendió
descubrir la identidad del subcomandante. Por medio de trucos televisivos
se le sacó el pasamontañas. A la sociedad civil no
le interesó esa revelación menor. El subcomandante
es Marcos porque su pasamontaña es parte de la sociedad,
sin la máscara es singular, con ella todos somos zapatistas,
todos somos plural, todos somos indígenas.
Marcos habla de la sociedad civil, de su organización, de
sus reivindicaciones. El zapatismo le ha entrado muy hondo a los
mexicanos desde dos flancos: la impunidad y el racismo. Dos ejes
que atraviesan Latinoamérica. México carga con la
vergüenza de la desaparición paulatina en las últimas
décadas de los pueblos indígenas. En la Argentina
tenemos nuestra propia vergüenza: el exterminio de mapuches,
pampas, diaguitas, tobas dan cuenta de ello. La impunidad y el racismo
son continentales.
El zapatismo está en México DF. Ya llegaron, mejor
dicho, ya llegamos, porque lo que suceda de hoy en adelante es para
todos. Hemos visto a Marcos recorriendo lugares, haciendo duros
discursos, manteniendo el ánimo en alto. Hemos visto a las
y a los comandantes expresándose en sus propias lenguas.
Los hemos visto moverse sin la necesidad de las tradicionales estructuras
políticas. Sin embargo, la gente se abalanza sobre Marcos
como si fuese el candidato. Marcos y el zapatismo han logrado instalar
un estado deliberativo permanente. Buscan una paz real. Quieren
que este país cambie su forma de resolver la política
y creen que es posible. Sin matar, encarcelar o comprar conciencias.
Para el zapatismo la revolución tiene formas múltiples
y caminos cambiantes por los que transitan y despiertan la fatigada
imaginación de la política.
* Diputada bonaerense (Frepaso), desde Ciudad de México.
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OPINION
Por Claudio Uriarte
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La guerra de posiciones
La larga marcha zapatista que llega hoy a México D.F. puede
estar abriendo las instancias finales de un ajedrez infinitamente
más largo, que el subcomandante Marcos ha estado librando
contra el Estado mexicano desde su levantamiento del 1 de enero
de 1994 en el sureño estado de Chiapas. La novedad más
importante es que la ilegitimidad de los gobiernos del PRI que favoreció
ese levantamiento ha desaparecido, con la elección libre
de una coalición del centroderechista Vicente Fox con figuras
del centroizquierda como el canciller Jorge Castañeda; también
que, por idéntica razón y por la disposición
de Fox a cesar las hostilidades, promover la ley indígena
y estimular la radicación de industrias en el sur Marcos
puede hallarse ante una instancia de cambio para el decisivo rol
testimonial que jugó respecto al atraso y la postergación
de los indígenas.
Como candidato, Fox había alardeado que al problema
de Chiapas lo resuelvo en quince minutos. No fue así,
pero tampoco todo lo contrario. Marcos explicitó tres condiciones
para reanudar el diálogo con el Estado: el levantamiento
de los siete campamentos militares emplazados en la zona del conflicto,
la liberación del centenar de zapatistas retenidos en prisión,
y la aprobación por el Congreso de la ley de derechos indígenas.
Hasta el momento, Fox levantó cuatro de los siete campamentos,
liberó a 58 de los 100 detenidos y es el principal promotor
de la ley, pese a resistencias de sectores que la consideran el
principio de la balcanización de México. La estrategia
foxista es dejar a Marcos desnudo de argumentos, sin reclamos legítimos
para sostener su rebelión; la de Marcos, endurecer sus demandas,
para mantener la posición política referencial que
ha adquirido en el imaginario local y mundial de referencia contra
la globalización. Eso explica que gran parte de la larga
marcha zapatista haya constituído en realidad en un largo
duelo verbal a distancia decreciente entre el subcomandante y el
presidente, un conservador populista.
Porque la guerra de baja intensidad de Chiapas ha sido, en realidad,
una guerra de relaciones públicas y propaganda, que los gobiernos
priístas de Carlos Salinas de Gortari y Ernesto Zedillo perdieron
por su intransigencia, y que el sub un universitario
blanco que nunca ejerció una verdadera violencia está
ganando en sus consignas indigenistas, pero que hoy libra más
encarnizadamente que nunca en términos del futuro político
de su movimiento personal. El desenlace de esta guerra de posiciones
empieza a jugarse a partir de hoy.
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