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LA LARGA MARCHA ZAPATISTA
Esperando al subcomandante Marcos

La larga marcha zapatista iniciada el 24 de febrero último en el sureño estado de Chiapas llega hoy a su destino y a su clímax en el Zócalo de Ciudad de México. Es la primera vez que el mítico Subcomandante Marcos sale de Chiapas desde la rebelión que lanzó allí hace más de siete años, y también una instancia decisiva para el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). Aquí, un enviado de Página/12 relata cómo México D.F. se prepara para recibir al �Sub�.

Un niño de México D.F. observa el rostro del mítico Subcomandante Marcos en un mural popular.

Por Cristian Alarcón
Enviado especial a México D.F.

En el Zócalo la tarde se va poniendo barroca, aún más que de costumbre, y ese cemento finisecular parece prepararse con el ardor de los que lo pisan para lo que se viene. Como el mosaico tan inasible y difícil de comprender que es este D.F., esta ciudad ancha como un mar urbano se prepara de a partes, de a fragmentos, para la llegada de la caravana que partió de Chiapas el 24 de febrero. Con las dos catedrales en el fondo y el brillo en las ventanas de los edificios llenos de recovecos, se impone por ahora un escenario hecho para un festival de danzas indígenas y una pantalla gigante sobre la que se proyectan ceremonias estilizadas de lo que fueron los primeros rituales mexicanos.
Unas 30 personas, entre turistas gringos y vendedores ambulantes cargados de mercancías, miran con desgano. A la izquierda sigue en pie una exposición de enormes fotos chiapanecas, antiguas, color sepia, de caras cuyos ojos siempre miran fijo y directo. Hacia el costado de la Gobernación un payaso con alma de Cantinflas hace reír como locos a unos cien espectadores usando una víbora desganada y el candor de las víctimas de sus bromas. Se mezclan con las carcajadas el agudo sonar de las trompetas de unos mariachis vestidos de calle. Y por fin, hacia la avenida 20 de Noviembre, vuelve a pasarse el casete en el que Marcos llama a la marcha histórica del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, “el ezetaelene”. Falta poco, muy poco para que la voz del encapuchado retumbe aquí y la multitud desfallezca finalmente después de tanta espera.

Opiniones contundentes

México D.F. es una ciudad que va de lo bizarro a la más romántica de las posturas, llena de canciones de amor baratas y tangenciales. Atravesada por la marea humana de sus 18 millones de habitantes hace ya 17 días que se prepara frenética para el asunto, o se hace la idiota ante el tamaño de los acontecimientos. Mejor dicho su gente, a medida que se la consulta, va largando con cadencia dulce sus opiniones sobre Marcos, tímidas al comienzo, pero tajantes al final.
“Marcos, ¿ese payaso?”, lanza durísimo y desde su boca desproporcionada Miguel Angel Morales Avila, heredero “neto” de “verdaderos revolucionarios”. A medio camino entre su casa y su trabajo como sereno de un edificio de La Condesa, el barrio más parecido al Palermo fashion de Buenos Aires, se dedica largo rato a descuartizar al líder, apasionado con la historia de sus abuelos, que entraron en 1914 con Emiliano Zapata en la ciudad, justamente por esta misma avenida bautizada con la fecha de la revolución, 20 de Noviembre, y que culmina en el Zócalo. “Le diría que soporto más a los 23 comandantes que a este pinche guey que se ha rodeado de extranjeros y encima le anda coqueteando al presidente, pues”, opina. De a poco se confirma, a lo largo de los últimos días que esa crítica en la que lo foráneo juega un rol decisivo, se repite en los indiferentes y en los reacios como un lema muy bien aprendido.
De noche, el jueves, en una casona centenaria de escaleras de mármol, durante la inauguración de una muestra de un pintor español radicado en el D.F., una de sus amigas, la australiana Tamara Domicelli explicaba la particular xenofobia de muchos mexicanos. “Ha sido un trabajo pertinaz del gobierno que instaló la sospecha sobre los observadores civiles del proceso de paz en Chiapas”, explica la mujer, coordinadora de Global Changes, una ONG especializada en los procesos de militarización. De hecho ya son 2000 los extranjeros expulsados de México bajo el artículo 33 de laConstitución, que estipula que no pueden intervenir en cuestiones de política nacional. Es bien difícil hacerse de un abanico humildemente representativo de las reacciones frente a la marcha indígena. Pero es muy obvia la confusión a la que insta el gobierno del presidente Vicente Fox con una espectacular campaña de prensa en la que, desde el oficialismo, se compite con Marcos por quién es el más indígena de todos. Todavía esta semana se escuchaban los comentarios airados de los pro “ezeta” contra el Festival por la Paz organizado cínicamente por Televisa y TV Azteca, las dos cadenas televisivas que se disputan el monopolio mexicano de la imagen.

Encuentros, recitales y plazas

De pelo y barba azules, sentado en una de las doscientas butacas del salón auditorio del Sindicato Mexicano de Electricistas, en la Zona Rosa, Benjamín García se indigna en voz bajísima por “la manipulación de la tele, que es el arma más horrible de las derechas mexicanas”. El muchacho es uno más en el damero que parece la reunión del Espacio de la Sociedad Civil, la coordinación de unas 150 organizaciones que desde enero se reúnen para apoyar la marcha. Benjamín estuvo el fin de semana pasado en el recital organizado por estos grupos, en el que tocaron 20 bandas de rock, alternativas y zapatistas, para unos 15 mil, de los cuales 120 salieron magullados por la efervescencia reinante. No tiene pertenencia a orga alguna.
La mayoría de los que están en la reunión son líberos que se enteraron por La Jornada, el diario progre, del encuentro. En el fondo presiden un representante del Frente Zapatista de Liberación Nacional y otro del PRD. “Hace tres meses ésos dos se ladraban, esto era impensable”, dice Nuria, una mujer de vestido corto, lleno de flores, que aparece en escena cada vez que se zanja un problema operativo. Eso los desvela. Ora se vota el programa del acto. Que quién habla primero, que quién después. Ora se decide quién es el presentador. Entre los punks y los estudiantes de la UNAM, entre indígenas migrantes vestidos con bordados furiosos y asociaciones vecinales, se van levantando manos que postulan al actor de la película La ley de Herodes, un alegato contra el PRI; a una actriz de renombre y simpatizante de la primera hora; hasta que gana Oscar Rocha, un periodista despedido de Televisa por haber difundido un video que mostró cómo el ejército mató a un grupo de campesinos desarmados.
En cada plaza del D.F. hay un altoparlante en pésimas condiciones que transmite sin parar las declaraciones del EZLN y el reclamo de la marcha: las tres “señales” para “construir la paz”: el cumplimiento de los acuerdos de San Andrés –un pacto con los indígenas que nunca fue cumplido– y la sanción de una ley indígena en el Congreso; la liberación de los zapatistas presos y el retiro de sólo siete de los 259 puestos del ejército federal en Chiapas. En la plaza de Coyoacán, pegada a una glorieta, la verba zapatista se superpone a una carpa montada por el Día Internacional de la Mujer en la que se instalaron unos maniquíes representando escenas de violencia doméstica. En su puesto como vendedor de franchising del Subcomandante, Ricardo Ruiz se esmera por llegar organizado al día clave. “El problema es el protagonismo”, dice de los preparativos para la gran llegada al Zócalo. Como si fuera una suerte de Ezeiza, sin extrema derecha en el campo, el escenario del Zócalo es estudiado por los que quieren marcar presencia frente a los 23 comandantes y Marcos. El grupete de Ruiz no parece con muchas chances. Preguntado por cuántos son en su núcleo lo piensa un rato, hace cuentas con una mano y dice con una candidez militante insuperable: “Bueno, somos Elizabeth, Nory, Carlos, Esteban, Carlitos, Mary y yo, Ricardo”.

Entre la amenaza y la esperanza

La multitud esperada tiene para los mexicanos todas las dimensiones imaginables. Hay familias que no se apartarán de la tele. Hay otras, como la de Mercedes Medina, una señora de trajecito color salmón y falsas perlas, que a las seis de la mañana de hoy ya estarán en su lugar frente al escenario desde donde Marcos arengará a las masas. Los optimistas creen que se superará tranquilamente el medio millón de personas, o sea que la muchedumbre se extenderá como en afluentes por las calles coloniales de los alrededores. Roberto Zamarripa, editor de política del conservador Reforma, cree que “la gente está saturada del zapatismo” y que por eso “no superarán las 200.000 personas”. Aun así, el Zócalose llenaría sólo con esa cifra. Ayer por la tarde seguían corriendo versiones sin fuente sobre amenazas y continuaban apareciendo bombas de mentira en distintos puntos del mapa de la megalópolis. “Pues, mire, uno que es descendiente de indígenas no le tiene miedo a eso. Con mis hijos vamos a estar en el mero frente de todo porque vamos a verlo de cerca al Subcomandante”, se esperanza una de las mujeres que venden pasamontañas y camisas bordadas frente al puesto de coordinación del EZLN en el Zócalo. Ella lleva allí semanas, edades ciegas, y nada la moverá este domingo.
A Josefina, una mazahua habitante de la ciudad con mayor cantidad de indígenas del mundo, tampoco la podrán correr. En la reunión previa al acto ya pidió por favorcito, parada entre dos rockeros que esperaban poder tocar después de los discursos de los comandantes, que le permitieran a los dirigentes de su pueblo migrante homenajear a “las personas importantes”, como indica la tradición, con un rosario y panes hechos por sus manos. “Además nosotros, amigos, no podemos ponernos las playeras -con el logo del “ezeta”– pues porque nuestras ropas son grandes y de muchísimos colores”, les dijo.
El aplauso cerrado que se ganó Josefina será histórico esta tarde, cuando bajo los mismos helicópteros que lo vigilan todo desde hace días en el Zócalo, y en la misma cuadrícula sobre la que cabalgó Zapata, México mida la profundidad y la fuerza de su movimiento insurgente.

 

Claves

Hoy el subcomandante Marcos comenzará la “ocupación pacífica” de México Distrito Federal al frente de una marcha de su Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) desde Chiapas. Exige que el Congreso apruebe la Ley de Derechos y Cultura Indígena que congeló el anterior gobierno del PRI.
La convocatoria de la marcha ha sido enorme, y se espera que su llegada a la capital sea la prueba más imponente del renovado apoyo popular al zapatismo.
El presidente Vicente Fox, que ayer cumplió los primeros 100 días de su mandato con su popularidad todavía alta, reiteró que apoyaba la sanción del proyecto de ley que exige el zapatismo. Pero agregó que aún debían “aclararse algunos matices para evitar malentendidos”, especialmente los artículos que garantizan “territorio” y “autonomía”.
Este condicionamiento podría responder al endurecimiento de las posiciones de Marcos, que sólo parece crecer con las multitudes que siguen su marcha.

 

LA PULSEADA ENTRE MARCOS Y VICENTE FOX
Perder la paciencia con el sub

La coincidencia pudo ser afortunada, pero aparentemente no lo fue. Ayer el presidente mexicano celebró sus primeros 100 días de gobierno, el primero en 71 años en no responder al Partido de la Revolución Institucional (PRI), un día antes de que la masiva marcha zapatista del Subcomandante Marcos llegara a la capital. La marcha distrajo la atención de la frágil situación económica, y la solicitud de Fox hacia las demandas indígenas mantuvo alta su popularidad, según encuestas publicadas ayer en los principales diarios. Sin embargo, el presidente comenzó a condicionar su apoyo hacia la principal demanda de los zapatistas: la aprobación de la Ley de Derechos y Cultura Indígena. Ayer subrayó que, si bien seguía apoyando el proyecto, todavía faltaba “aclarar algunos matices”, especialmente la definición exacta de los términos “autonomía” y “territorio”. Pero a medida que se acercaba al Distrito Federal, Marcos vio su popularidad crecer, hasta que hoy comienza incluso a opacar la del propio presidente.
Esa era al menos la opinión de uno de los principales aliados de Fox entre los intelectuales mexicanos, el historiador Enrique Krauze. En una columna publicada ayer por el diario Reforma, insinuó que Marcos está cada vez menos interesado en llegar a un acuerdo a medida que crece su aprobación en la opinión pública. En realidad, Krauze sugirió que la misma apertura de Fox pudo haber oxigenado a la agrupación de Marcos, lo que le permitiría prolongar el conflicto presentando nuevas demandas y quejas. Mucho menos medido en sus palabras, el analista José Antonio Crespo disparó ayer que el único resultado de las concesiones de Fox ha sido “insultos al presidente y a las instituciones”.
Fox argumentó que estos ataques sólo reforzaban sus reformas democráticas tras la larga noche del PRI. “Marcos jamás se imaginó que se iba a encontrar con tanta libertad, que podría estar diciendo groserías, atacando al Presidente y que nadie le diga nada: Es su derecho y lo vamos a respetar”, aseguró. Al mismo tiempo, el presidente parecía estar llegando al límite de su paciencia. Sí, su gobierno “defiende, apoya y promueve la ley de Derechos y Cultura Indígena”, y ayer llegó a exclamar “que gane el zapatismo, que gane la guerrilla, que ganen los indígenas”. Pero su fervor zapatista sólo buscaba contrapesar el haber expresado las primeras dudas hacia ciertos aspectos de esa ley, elaborada por la Comisión de Concordia y Pacificación, que todavía deben discutirse para “evitar malentendidos”. En parte, la cautela del presidente se debe al factor muy concreto de que no cuenta con una mayoría en el Congreso, y su propio Partido Acción Nacional (PAN) no está rígidamente encolumnado detrás de su liderazgo. Por otra parte, es muy posible que su ambigüedad de ayer sea un intento de comenzar a trazar límites al subcomandante, cuya intransigencia está recibiendo un apoyo que le debe resultar cada vez más alarmante.
Cuán imponente es ese apoyo pudo verse ayer en la ciudad de Xochimilco, la última parada antes de que la caravana zapatista llegue a la capital. Más de 10.000 personas asistieron al acto que convocó Marcos junto con los 23 otros comandantes guerrilleros. Y todo indica que esta cifra quedará opacada cuando el subcomandante llegue hoy al Zócalo del D.F.

 

OPINION
Por Graciela Vanzán *

Todos somos indígenas

Desde México estamos asistiendo a un ejemplo de lucha contra la globalización. Con fuerza visceral los pueblos indígenas están marchando porque prevalezca la diversidad de sus culturas, como hace 500 años resistieron al Primer Mundo.
El espacio mexicano estaba vacío de buenas causas y el zapatismo pudo imantar a los pobres del país y provocar una confluencia como nunca se había dado. Legiones de jóvenes urbanos simpatizan con ellos, jubilados, desempleados, universitarios, niños, mujeres, desatendidos sociales. Lo que queda de la clase obrera está identificándose en la reivindicación indígena: ellos, desde otro lugar, son lo mismo.
La máscara de Marcos es una máscara que desespera sobre todo a la injusticia del modelo que instalaron en Latinoamérica. El “mexicanismo” quiere que den la cara, una hipocresía social. El gobierno anterior, en un show mediático, pretendió descubrir la identidad del subcomandante. Por medio de trucos televisivos se le sacó el pasamontañas. A la sociedad civil no le interesó esa revelación menor. El subcomandante es Marcos porque su pasamontaña es parte de la sociedad, sin la máscara es singular, con ella todos somos zapatistas, todos somos plural, todos somos indígenas.
Marcos habla de la sociedad civil, de su organización, de sus reivindicaciones. El zapatismo le ha entrado muy hondo a los mexicanos desde dos flancos: la impunidad y el racismo. Dos ejes que atraviesan Latinoamérica. México carga con la vergüenza de la desaparición paulatina en las últimas décadas de los pueblos indígenas. En la Argentina tenemos nuestra propia vergüenza: el exterminio de mapuches, pampas, diaguitas, tobas dan cuenta de ello. La impunidad y el racismo son continentales.
El zapatismo está en México DF. Ya llegaron, mejor dicho, ya llegamos, porque lo que suceda de hoy en adelante es para todos. Hemos visto a Marcos recorriendo lugares, haciendo duros discursos, manteniendo el ánimo en alto. Hemos visto a las y a los comandantes expresándose en sus propias lenguas. Los hemos visto moverse sin la necesidad de las tradicionales estructuras políticas. Sin embargo, la gente se abalanza sobre Marcos como si fuese el candidato. Marcos y el zapatismo han logrado instalar un estado deliberativo permanente. Buscan una paz real. Quieren que este país cambie su forma de resolver la política y creen que es posible. Sin matar, encarcelar o comprar conciencias. Para el zapatismo la revolución tiene formas múltiples y caminos cambiantes por los que transitan y despiertan la fatigada imaginación de la política.

* Diputada bonaerense (Frepaso), desde Ciudad de México.

 

OPINION
Por Claudio Uriarte

La guerra de posiciones

La larga marcha zapatista que llega hoy a México D.F. puede estar abriendo las instancias finales de un ajedrez infinitamente más largo, que el subcomandante Marcos ha estado librando contra el Estado mexicano desde su levantamiento del 1 de enero de 1994 en el sureño estado de Chiapas. La novedad más importante es que la ilegitimidad de los gobiernos del PRI que favoreció ese levantamiento ha desaparecido, con la elección libre de una coalición del centroderechista Vicente Fox con figuras del centroizquierda como el canciller Jorge Castañeda; también que, por idéntica razón –y por la disposición de Fox a cesar las hostilidades, promover la ley indígena y estimular la radicación de industrias en el sur– Marcos puede hallarse ante una instancia de cambio para el decisivo rol testimonial que jugó respecto al atraso y la postergación de los indígenas.
Como candidato, Fox había alardeado que “al problema de Chiapas lo resuelvo en quince minutos”. No fue así, pero tampoco todo lo contrario. Marcos explicitó tres condiciones para reanudar el diálogo con el Estado: el levantamiento de los siete campamentos militares emplazados en la zona del conflicto, la liberación del centenar de zapatistas retenidos en prisión, y la aprobación por el Congreso de la ley de derechos indígenas. Hasta el momento, Fox levantó cuatro de los siete campamentos, liberó a 58 de los 100 detenidos y es el principal promotor de la ley, pese a resistencias de sectores que la consideran el principio de la balcanización de México. La estrategia foxista es dejar a Marcos desnudo de argumentos, sin reclamos legítimos para sostener su rebelión; la de Marcos, endurecer sus demandas, para mantener la posición política referencial que ha adquirido en el imaginario local y mundial de referencia contra la globalización. Eso explica que gran parte de la larga marcha zapatista haya constituído en realidad en un largo duelo verbal a distancia decreciente entre el subcomandante y el presidente, un conservador populista.
Porque la guerra de baja intensidad de Chiapas ha sido, en realidad, una guerra de relaciones públicas y propaganda, que los gobiernos priístas de Carlos Salinas de Gortari y Ernesto Zedillo perdieron por su intransigencia, y que el “sub” –un universitario blanco que nunca ejerció una verdadera violencia – está ganando en sus consignas indigenistas, pero que hoy libra más encarnizadamente que nunca en términos del futuro político de su movimiento personal. El desenlace de esta guerra de posiciones empieza a jugarse a partir de hoy.

 

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