Página/12
En México
Por
Cristian Alarcón
Desde México DF
Con
el Palacio de Gobierno a sus espaldas y ante el Zócalo lleno, el
Subcomandante Marcos volvió a encender su pipa y esperó
a que cada uno de los máximos insurgentes bajara las escaleras
del escenario zapatista. La muchedumbre ya había escuchado la dureza
con que los comandantes Fidelia, Cervero, David y Tacho apuntaron al presidente
mexicano Vicente Fox en sus discursos indígenas. Y había
gritado: ¡Zapata vive! ¡La lucha sigue y sigue!,
cuando el enmascarado abrió su diatriba poética diciendo
si el templete así se le llama a la tarima en México
está donde está no es por accidente, es porque desde el
principio el gobierno está detrás nuestro. Marcos
no había sido contundente y tampoco se había apartado de
la sintaxis marcosiana que juega con el verbo ser y estar demorando cuando
conviene la definición política guerrera que la mayoría
esperaba. A la multitud pareció no importarle. Obtuvo el triunfo
de haber llenado ese rectángulo en el que entran 200 mil personas
(más otras incalculables en las calles adyacentes). Y disparó
una y otra vez en la despedida la consigna más reiterada de la
tarde: ¡No están solos! ¡No están solos!
¡No están solos!.
A las ocho
de la mañana, el día había despuntado diáfano
como hacía mucho que no, y el frío sorprendente de este
invierno se había esfumado del DF, en una de esas jornadas en la
que el smog mexicano baja como producto de un milagro climático.
Sobre la vereda opuesta a la Gobernación, los turistas desayunaban
en las mesas puestas en la vereda desplegando los diarios que anunciaban
lo que se venía. Cerca del mástil central, grupos de jóvenes
gringos se desparramaban sentados sobre el piso hablando en sus idiomas,
y los vendedores ambulantes voceaban lo suyo a los tempraneros, distribuidos
como una corte de la manifestación que hace dos semanas tiene al
país mirando el sinuoso camino de los zapatistas hacia la capital
en reclamo de la sanción de una ley indígena por la que
luchan hace ya siete años. Las remeras playeras
con las imposibles variaciones de la cara del sub y extractos
de sus frases, los posters que le dan bienvenida a la caravana en tipologías
militantes, los prendedores, los gorros, los pañuelos bandoleros
que ocupan en lugar de las vinchas, las copias del Acuerdo de San Andrés,
cuyo cumplimiento exige esta gesta, sumados a las artesanías más
típicas, rodeaban el Zócalo. Y lo hacían también
las conversaciones sobre rebajas, y la especulación de los horarios.
La marcha se ha ido retrasando en cada uno de sus destinos entre dos y
tres horas, y las crónicas cuentan la espera sosegada de los simpatizantes
que quieren siempre ver lo más cerca posible al mito de Marcos.
Para las once, la plaza ya tenía olor a incienso. Varios brujos
con ropas aztecas y tan emplumados como Cuauhtémoc pintado por
los muralistas hacían pases mágicos sobre el cuerpo de quienes
por un peso se hacían curar de todos los males de esta tierra.
Filas de jóvenes de jeans, de señoras con sus chicos, de
hombres de sombreros texanos, pasaban de a uno en uno a un improvisado
altar en el que el humo les era regado encima como si se tratara de un
líquido. Apoyados en un barrote de la endeble valla que separaba
a la muchedumbre del camino de ingreso de los comandantes, dos hermanos
departían. El más chico parecía de 8 y dijo que tenía
13. El otro, lleno de un acné salvaje, parecía de 15 y dijo
que tenía 18. Habían venido solos, como infiltrados de una
comitiva veracruzana. Nuestro padre no ha podido venir porque trabajaba
y no le dieron permiso, explicó José María
Almonacid, el mayor. ¿Por qué vinieron? Pues porque
queremos darle apoyo moral a la comandancia del ezeta en su
lucha para que el gobiernocumpla con el Acuerdo de San Andrés,
que se dicte una ley para los indios y dejen irse a los pobres zapatistas
que están presos, contestó con pericia de iniciado.
Por la avenida 20 de Noviembre, y en la misma ruta que Emiliano Zapata
en la Revolución Mexicana, la marcha entró al Zócalo
cuando eran poco más de las dos y media de la tarde. Para esto
la multitud ya había sudado, y se había protegido las cabezas
con sombreros de paja a diez pesos cada uno, poco menos de un peso argentino.
O con unas sombrillas chinas hechas con las etiquetas de la buenísima
cerveza Negra Modelo, en dorado fuego. O con pasamontañas algunos,
o con pañuelos del ezeta. Una de las dos tarimas de
prensa, en las que había menos de medio metro por persona, se convirtió
en resguardo de los desesperados que se metieron bajo ella, y allí
esperaron las horas necesarias. Atravesar el Zócalo entre el mediodía
y esa hora era como pasar por un mercado popular. No sólo había
un escenario auténticamente zapatista frente al Palacio, y frente
a las catedrales pervivía el de un festival de danza folklórica
en el que se sucedieron cantantes de rancheras y de boleros, sino que
en varios extremos, sobre camiones o buses, oradores de algunas facciones
de la izquierda mexicana se deleitaban azuzando a la masa.
Telescopios
y lucha
Por favor, compañeros, cuidado con las vallas y con los cordones
de la paz, que no se tiren encima. ¡Allá vienen, allá
vienen los marchistas, a dos cuadras del Zócalo!, anunciaba
uno, verborrágico como pocos, cerca de la entrada del metro.
Mientras tanto, a los vendedores de telescopios se les hacían pocas
las manos para abastecer a las mayorías, que entre tanto sombrero
de paja no alcanzaban a ver hasta la calle, o hasta el escenario en el
que dejarían sus palabras los comandantes. El telescopio, hecho
a mano, de cajas de leche, o de galletas, multicolores, de verdad resolvía
el problema mediante el viejo sistema de los espejos.
¡Bueno, aquí nomás los tenemos; son ellos, compañeros,
la comandancia general del ezetaelene! ¡Zapata vive!,
largaba el agitador de bigotes para que la gente contestara como nunca
superando en el tono cierta timidez. O sea, gritos, pero no hinchadas.
Amontonados contra la valla delantera, una familia, varias, muchas familias,
soportaban el sudor colectivo de la espera.
Papá, ¿va a haber una lucha? preguntó
una niña de lentes montaba en los hombros de su padre, un moreno
de lentes gruesos.
El hombre, sonriendo de orgullo a los que lo rodeaban y lo rozaban, le
contestó:
Ya empezó hija, ya ha empezado la lucha.
Cuando ya nadie creía en los anuncios del dueño del micrófono,
los zapatistas llegaron. Pequeños, igual que en esos cuadros naïf
que los exportan pintados en platos, así se veían sobre
la caja de un camión. Aun desde lejos, aun con el telescopio, la
figura de Marcos era inconfundible. Más alto, más flaco,
y fumando su pipa.
La lista
de oradores fue abierta por una indígena que ofició de conductora.
Habló un hombre en representación de la Sociedad Civil,
el término político más utilizado por estos días
de marcha. Luego les tocó a los indígenas naturales del
DF y a los migrantes. Otra vez fueron mujeres. Y aguerridas. Luego, Marcos
presentó a cada uno de los cuatro comandantes que discursearon.
Primero, el comandante Cervero se lanzó contra Fox, de una. ¡Si
quiere entender, que se saque las cerillas de las orejas!, gritó
y lo aplaudieron. México no es propiedad privada. Después
habló Fidelia. Su verba rebelde fue impecable. Principalmente
son las mujeres las que mueren en los partos y, si no, ven morir en sus
brazos a sus hijosdijo, con su pollera azul, su camisa y su pasamontañas
eterno. Resulta que somos las mujeres las más discriminadas.
Uno, por ser mujeres. Dos, por ser indígenas. Y tres, por ser pobres.
La masa gritó más de lo que había podido con los
anteriores. La vivó y volvió a decirle: ¡No
están solos!. Fidelia retomó: Para no andar
limosneando, tomamos la decisión de la rebeldía. Y
ya al final aclaró que, pase lo que pase, así hoy no consigan
nada del Congreso, ni una sola de las señales que piden, no
nos pondremos de rodillas. Nunca más un México
sin mujeres, dijo para cerrar, cambiando el slogan que dice: Nunca
más un México sin indígenas. En el final habló
Marcos. Lo suyo fue un largo poema, compendio de lo que ha venido diciendo
durante estas dos semanas. Sobre el borde ya de la ceremonia, que consistió
en el silencio más masivo que se haya visto ante las palabras de
un líder, dijo: Es la hora de que este país deje de
ser el de la vergüenza. Mexicano, venimos a pedir que nos ayudes.
No permitas que esa bandera vuelva a moverse sin que estemos nosotros,
los que somos del color de la tierra. La gente lo nombró
decenas de veces y él los saludaba con la mano, como en una despedida.
Los comandantes bajaron. El prendió la remanida pipa. Y la multitud
juró que ellos no estaban solos. Para irse enseguida, en medio
de una paz diáfana como el día, los güeros asoleados
como nunca. En las calles de los alrededores del Zócalo los esperaba
la comida mexicana que mil mujeres voluntarias prepararon para todos.
Y unos chicos muy graciosos distribuían naranjas tirándolas
al aire, y casi apuntando a las cabezas. La muchedumbre reía.
COMIENZAN
LAS REUNIONES SOBRE LA LEY INDIGENA
De
la selva a la megalópolis
Por
Pablo Rodríguez
Los
zapatistas ya llegaron al DF. ¿Qué pasará de aquí
en más? El Subcomandante Marcos ha dicho reiteradamente la semana
pasada que él y los 23 comandantes del Ejército Zapatista
de Liberación Nacional (EZLN) permanecerán en el Distrito
Federal de México todo el tiempo que sea necesario
para la aprobación de la Ley de Derechos y Cultura Indígena.
La agenda zapatista viene cargada. Hoy por la tarde, una delegación
del EZLN, encabezada por el comandante Germán, se reunirá
con miembros de la Comisión legislativa de Concordia y Participación
(Cocopa) para determinar cómo serán los contactos con el
Congreso Federal mexicano. Poco antes del encuentro, frente mismo a la
Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH) donde se hospedan
los zapatistas, los escritores José Saramago, Manuel Vázquez
Montalbán, Carlos Monsiváis y Elena Poniatowska, más
el sociólogo francés Alain Touraine y Bernard Cassen, director
de Le Monde Diplomatique, participarán de un foro sobre realidad
indígena organizado por estudiantes, profesores y trabajadores
de la ENAH.
La Cocopa y los zapatistas ya se reunieron antes del III Congreso Nacional
Indígena, que se realizó el fin de semana pasada en Nurio,
Michoacán. Ambos firmaron en 1996 el borrador del proyecto de ley
indígena en los Acuerdos de San Andrés Larraínzar.
El proyecto durmió en un cajón en los cuatro años
que quedaban de gobierno del Partido Revolucionario Institucional (PRI).
El actual presidente, Vicente Fox (que dio un batacazo al cortar con 71
años de gobierno ininterrumpido del PRI), puso la paz con los zapatistas
en el primer lugar de sus discursos. Pero, además del duelo personal
entre Fox y Marcos, todo depende del Congreso mexicano.
En el Parlamento se necesita una mayoría amplia para aprobar la
ley indígena. El Partido de la Revolución Democrática
(PRD, izquierda) está de acuerdo con todos los artículos
del borrador de la ley. Pero las dos fuerzas principales en el Congreso
tienen algunas dudas. En el caso del PRI, sus diputados seguramente pondrán
condiciones a las cuestiones sobre la autonomía indígena
para que ésta no choque con la soberanía del Estado mexicano.
Por su parte, el oficialista Partido Acción Nacional (PAN, derecha)
se acoplará a las objeciones en la medida en que sus dirigentes
no están del todo encolumnados detrás de Fox y de su política
actual respecto de los zapatistas.
Dadas las exigencias del EZLN (aprobación de la ley indígena,
fin de la militarización de Chiapas y liberación de los
presos zapatistas), el gobierno mexicano está cumpliendo con las
dos últimas, en señal de buena voluntad. Es más:
Fox hasta justificó las palabras no demasiado bonitas que los zapatistas
vienen dedicándole de manera cada vez más virulenta desde
el inicio de la marcha. Fox continúa invitando a Marcos a la residencia
presidencial de Los Pinos para hablar de los problemas indígenas.
El Sub por ahora califica la invitación de manipulación
mediática. En los días y hasta las semanas que quedan
por delante se sabrá la respuesta al enigma de la paz. La solución
parece estar en el DF.
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