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“ESTA ES LA HORA DE LOS INDIOS”, PROCLAMO MARCOS EN EL ZOCALO DE LA CAPITAL
A los 15 días el subcomandante llegó a México DF

Ante medio millón de personas, de espaldas al Palacio de Gobierno, el �sub� y algunos de los 23 comandantes zapatistas coronaron con palabras la marcha de dos semanas desde Chiapas.

Página/12
En México

Por Cristian Alarcón
Desde México DF

Con el Palacio de Gobierno a sus espaldas y ante el Zócalo lleno, el Subcomandante Marcos volvió a encender su pipa y esperó a que cada uno de los máximos insurgentes bajara las escaleras del escenario zapatista. La muchedumbre ya había escuchado la dureza con que los comandantes Fidelia, Cervero, David y Tacho apuntaron al presidente mexicano Vicente Fox en sus discursos indígenas. Y había gritado: “¡Zapata vive! ¡La lucha sigue y sigue!”, cuando el enmascarado abrió su diatriba poética diciendo “si el templete –así se le llama a la tarima en México– está donde está no es por accidente, es porque desde el principio el gobierno está detrás nuestro”. Marcos no había sido contundente y tampoco se había apartado de la sintaxis marcosiana que juega con el verbo ser y estar demorando cuando conviene la definición política guerrera que la mayoría esperaba. A la multitud pareció no importarle. Obtuvo el triunfo de haber llenado ese rectángulo en el que entran 200 mil personas (más otras incalculables en las calles adyacentes). Y disparó una y otra vez en la despedida la consigna más reiterada de la tarde: “¡No están solos! ¡No están solos! ¡No están solos!”.
A las ocho de la mañana, el día había despuntado diáfano como hacía mucho que no, y el frío sorprendente de este invierno se había esfumado del DF, en una de esas jornadas en la que el smog mexicano baja como producto de un milagro climático. Sobre la vereda opuesta a la Gobernación, los turistas desayunaban en las mesas puestas en la vereda desplegando los diarios que anunciaban lo que se venía. Cerca del mástil central, grupos de jóvenes gringos se desparramaban sentados sobre el piso hablando en sus idiomas, y los vendedores ambulantes voceaban lo suyo a los tempraneros, distribuidos como una corte de la manifestación que hace dos semanas tiene al país mirando el sinuoso camino de los zapatistas hacia la capital en reclamo de la sanción de una ley indígena por la que luchan hace ya siete años. Las remeras –“playeras”– con las imposibles variaciones de la cara del “sub” y extractos de sus frases, los posters que le dan bienvenida a la caravana en tipologías militantes, los prendedores, los gorros, los pañuelos bandoleros que ocupan en lugar de las vinchas, las copias del Acuerdo de San Andrés, cuyo cumplimiento exige esta gesta, sumados a las artesanías más típicas, rodeaban el Zócalo. Y lo hacían también las conversaciones sobre rebajas, y la especulación de los horarios. La marcha se ha ido retrasando en cada uno de sus destinos entre dos y tres horas, y las crónicas cuentan la espera sosegada de los simpatizantes que quieren siempre ver lo más cerca posible al mito de Marcos.
Para las once, la plaza ya tenía olor a incienso. Varios brujos con ropas aztecas y tan emplumados como Cuauhtémoc pintado por los muralistas hacían pases mágicos sobre el cuerpo de quienes por un peso se hacían curar de todos los males de esta tierra. Filas de jóvenes de jeans, de señoras con sus chicos, de hombres de sombreros texanos, pasaban de a uno en uno a un improvisado altar en el que el humo les era regado encima como si se tratara de un líquido. Apoyados en un barrote de la endeble valla que separaba a la muchedumbre del camino de ingreso de los comandantes, dos hermanos departían. El más chico parecía de 8 y dijo que tenía 13. El otro, lleno de un acné salvaje, parecía de 15 y dijo que tenía 18. Habían venido solos, como infiltrados de una comitiva veracruzana. “Nuestro padre no ha podido venir porque trabajaba y no le dieron permiso”, explicó José María Almonacid, el mayor. ¿Por qué vinieron? “Pues porque queremos darle apoyo moral a la comandancia del ‘ezeta’ en su lucha para que el gobiernocumpla con el Acuerdo de San Andrés, que se dicte una ley para los indios y dejen irse a los pobres zapatistas que están presos”, contestó con pericia de iniciado.
Por la avenida 20 de Noviembre, y en la misma ruta que Emiliano Zapata en la Revolución Mexicana, la marcha entró al Zócalo cuando eran poco más de las dos y media de la tarde. Para esto la multitud ya había sudado, y se había protegido las cabezas con sombreros de paja a diez pesos cada uno, poco menos de un peso argentino. O con unas sombrillas chinas hechas con las etiquetas de la buenísima cerveza Negra Modelo, en dorado fuego. O con pasamontañas algunos, o con pañuelos del “ezeta”. Una de las dos tarimas de prensa, en las que había menos de medio metro por persona, se convirtió en resguardo de los desesperados que se metieron bajo ella, y allí esperaron las horas necesarias. Atravesar el Zócalo entre el mediodía y esa hora era como pasar por un mercado popular. No sólo había un escenario auténticamente zapatista frente al Palacio, y frente a las catedrales pervivía el de un festival de danza folklórica en el que se sucedieron cantantes de rancheras y de boleros, sino que en varios extremos, sobre camiones o buses, oradores de algunas facciones de la izquierda mexicana se deleitaban azuzando a la masa.

Telescopios y lucha
“Por favor, compañeros, cuidado con las vallas y con los cordones de la paz, que no se tiren encima. ¡Allá vienen, allá vienen los marchistas, a dos cuadras del Zócalo!”, anunciaba uno, verborrágico como pocos, cerca de la entrada del metro.
Mientras tanto, a los vendedores de telescopios se les hacían pocas las manos para abastecer a las mayorías, que entre tanto sombrero de paja no alcanzaban a ver hasta la calle, o hasta el escenario en el que dejarían sus palabras los comandantes. El telescopio, hecho a mano, de cajas de leche, o de galletas, multicolores, de verdad resolvía el problema mediante el viejo sistema de los espejos.
“¡Bueno, aquí nomás los tenemos; son ellos, compañeros, la comandancia general del ‘ezetaelene’! ¡Zapata vive!”, largaba el agitador de bigotes para que la gente contestara como nunca superando en el tono cierta timidez. O sea, gritos, pero no hinchadas.
Amontonados contra la valla delantera, una familia, varias, muchas familias, soportaban el sudor colectivo de la espera.
–Papá, ¿va a haber una lucha? –preguntó una niña de lentes montaba en los hombros de su padre, un moreno de lentes gruesos.
El hombre, sonriendo de orgullo a los que lo rodeaban y lo rozaban, le contestó:
–Ya empezó hija, ya ha empezado la lucha.
Cuando ya nadie creía en los anuncios del dueño del micrófono, los zapatistas llegaron. Pequeños, igual que en esos cuadros naïf que los exportan pintados en platos, así se veían sobre la caja de un camión. Aun desde lejos, aun con el telescopio, la figura de Marcos era inconfundible. Más alto, más flaco, y fumando su pipa.
La lista de oradores fue abierta por una indígena que ofició de conductora. Habló un hombre en representación de la Sociedad Civil, el término político más utilizado por estos días de marcha. Luego les tocó a los indígenas naturales del DF y a los migrantes. Otra vez fueron mujeres. Y aguerridas. Luego, Marcos presentó a cada uno de los cuatro comandantes que discursearon. Primero, el comandante Cervero se lanzó contra Fox, de una. “¡Si quiere entender, que se saque las cerillas de las orejas!”, gritó y lo aplaudieron. “México no es propiedad privada.” Después habló Fidelia. Su verba rebelde fue impecable. “Principalmente son las mujeres las que mueren en los partos y, si no, ven morir en sus brazos a sus hijos–dijo, con su pollera azul, su camisa y su pasamontañas eterno–. Resulta que somos las mujeres las más discriminadas. Uno, por ser mujeres. Dos, por ser indígenas. Y tres, por ser pobres.” La masa gritó más de lo que había podido con los anteriores. La vivó y volvió a decirle: “¡No están solos!”. Fidelia retomó: “Para no andar limosneando, tomamos la decisión de la rebeldía”. Y ya al final aclaró que, pase lo que pase, así hoy no consigan nada del Congreso, ni una sola de las señales que piden, “no nos pondremos de rodillas”. “Nunca más un México sin mujeres”, dijo para cerrar, cambiando el slogan que dice: “Nunca más un México sin indígenas”. En el final habló Marcos. Lo suyo fue un largo poema, compendio de lo que ha venido diciendo durante estas dos semanas. Sobre el borde ya de la ceremonia, que consistió en el silencio más masivo que se haya visto ante las palabras de un líder, dijo: “Es la hora de que este país deje de ser el de la vergüenza. Mexicano, venimos a pedir que nos ayudes. No permitas que esa bandera vuelva a moverse sin que estemos nosotros, los que somos del color de la tierra”. La gente lo nombró decenas de veces y él los saludaba con la mano, como en una despedida. Los comandantes bajaron. El prendió la remanida pipa. Y la multitud juró que ellos no estaban solos. Para irse enseguida, en medio de una paz diáfana como el día, los güeros asoleados como nunca. En las calles de los alrededores del Zócalo los esperaba la comida mexicana que mil mujeres voluntarias prepararon para todos. Y unos chicos muy graciosos distribuían naranjas tirándolas al aire, y casi apuntando a las cabezas. La muchedumbre reía.

Claves

Medio millón de personas aclamaron al subcomandante Marcos y a los 23 comandantes zapatistas que llegaron ayer al Zócalo, la plaza central del Distrito Federal mexicano.
El acto de ayer pone el broche de oro a la marcha zapatista que se inició el 26 de febrero en Chiapas y que recorrió 3000 kilómetros hasta la capital mexicana.
Ahora comienzan las negociaciones para lograr la aprobación parlamentaria de la Ley de Derechos y Cultura Indígena, cuyo borrador firmaron en 1996 los zapatistas y la Comisión de Concordia y Participación (Cocopa) del Congreso mexicano.
Justamente, delegados zapatistas y de la Cocopa se reunirán hoy para establecer cómo seguirán los contactos con el Congreso, donde la aprobación de la ley encontrará algunas trabas.

COMIENZAN LAS REUNIONES SOBRE LA LEY INDIGENA
De la selva a la megalópolis

Por Pablo Rodríguez

Los zapatistas ya llegaron al DF. ¿Qué pasará de aquí en más? El Subcomandante Marcos ha dicho reiteradamente la semana pasada que él y los 23 comandantes del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) permanecerán en el Distrito Federal de México “todo el tiempo que sea necesario” para la aprobación de la Ley de Derechos y Cultura Indígena.
La “agenda” zapatista viene cargada. Hoy por la tarde, una delegación del EZLN, encabezada por “el comandante Germán”, se reunirá con miembros de la Comisión legislativa de Concordia y Participación (Cocopa) para determinar cómo serán los contactos con el Congreso Federal mexicano. Poco antes del encuentro, frente mismo a la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH) donde se hospedan los zapatistas, los escritores José Saramago, Manuel Vázquez Montalbán, Carlos Monsiváis y Elena Poniatowska, más el sociólogo francés Alain Touraine y Bernard Cassen, director de Le Monde Diplomatique, participarán de un foro sobre realidad indígena organizado por estudiantes, profesores y trabajadores de la ENAH.
La Cocopa y los zapatistas ya se reunieron antes del III Congreso Nacional Indígena, que se realizó el fin de semana pasada en Nurio, Michoacán. Ambos firmaron en 1996 el borrador del proyecto de ley indígena en los Acuerdos de San Andrés Larraínzar. El proyecto durmió en un cajón en los cuatro años que quedaban de gobierno del Partido Revolucionario Institucional (PRI). El actual presidente, Vicente Fox (que dio un batacazo al cortar con 71 años de gobierno ininterrumpido del PRI), puso la paz con los zapatistas en el primer lugar de sus discursos. Pero, además del duelo personal entre Fox y Marcos, todo depende del Congreso mexicano.
En el Parlamento se necesita una mayoría amplia para aprobar la ley indígena. El Partido de la Revolución Democrática (PRD, izquierda) está de acuerdo con todos los artículos del borrador de la ley. Pero las dos fuerzas principales en el Congreso tienen algunas dudas. En el caso del PRI, sus diputados seguramente pondrán condiciones a las cuestiones sobre la autonomía indígena para que ésta no choque con la soberanía del Estado mexicano. Por su parte, el oficialista Partido Acción Nacional (PAN, derecha) se acoplará a las objeciones en la medida en que sus dirigentes no están del todo encolumnados detrás de Fox y de su política actual respecto de los zapatistas.
Dadas las exigencias del EZLN (aprobación de la ley indígena, fin de la militarización de Chiapas y liberación de los presos zapatistas), el gobierno mexicano está cumpliendo con las dos últimas, en señal de buena voluntad. Es más: Fox hasta justificó las palabras no demasiado bonitas que los zapatistas vienen dedicándole de manera cada vez más virulenta desde el inicio de la marcha. Fox continúa invitando a Marcos a la residencia presidencial de Los Pinos para hablar de los problemas indígenas. El “Sub” por ahora califica la invitación de “manipulación mediática”. En los días y hasta las semanas que quedan por delante se sabrá la respuesta al enigma de la paz. La solución parece estar en el DF.

 

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