Por
Diego Fischerman
En
una vieja charla, Rodolfo Mederos trataba de encontrar la causa de la
fascinación que el bandoneón causa en los oyentes. Será
porque es el único instrumento que se mueve mientras suena,
decía. O, tal vez, porque su sonido está hecho de aire y
el aire, ya se sabe, es lo más parecido al alma. O, porque como
el propio tango y quizá como la ciudad que lo vio nacer,
el bandoneón (con sus botones que no respetan escala ni ordenamiento
alguno) carece de lógica. El bandoneonista que alguna vez tocó
con Almendra (en la orquestación que Rodolfo Alchourrón
escribió para Laura va) inventó un grupo de
rock con una fila de tres fueyes y fue el pie en tierra porteño
de figuras tan disímiles como Mercedes Sosa, Joan Manuel Serrat
y Daniel Barenboim, habla hoy, más que de fascinaciones, de reconocimientos.
Y, sobre todo, de deudas con su propia historia.
El arco trazado por Mederos viene desde más allá de esa
modernidad fundante de fines de los 60 y principio de los 70. Viene de
sus años con la orquesta de Pugliese y, todavía más
atrás, del patio de casa. Allí, una vez, se
acercó un guitarrista y le pidió tocar con él. Entonces,
el arco se cierra por ahora con un dúo. Junto al excelente
guitarrista Nicolás Colacho Brizuela, Mederos grabó
un CD notable, de sencillez abrumadora y con una impactante capacidad
de síntesis. Un CD en el que no sobra una nota ni un silencio;
en que cada sonido aparece justificado por lo que se quiere decir y para
el que el nombre, Tangos, a secas, no podría ser más adecuado.
Y este sábado 17, a las 23, lo presentarán en vivo en La
Trastienda (Balcarce 460).
Este dúo, para Mederos, es darme el gusto de volver a jugar
con los juguetes de la infancia. Tendría 12 años,
cuenta, y en esas reuniones de la tarde, en que seguramente se acercaba
al patio algún vecino, tocar con un guitarrista me permitió
descubrir un mundo nuevo. Esa otra persona tocaba cosas distintas,
pero coincidiendo; era como haber subido a algún tipo de nave,
dejarse llevar. Había otra persona que me empujaba, me transportaba,
me ayudaba, me hacía las cosas más fáciles. Era todo
muy excitante. Y también me obligaba a perder cierto individualismo,
a tocar escuchando a otro. De esa manera uno empezó a descubrir
otras cosas, otro tempo, otro fraseo, otras picardías. Encontrarse
con Brizuela es, entonces, recuperar ese espíritu.
Para Mederos no alcanza con tocar bien un instrumento; para que
dos personas puedan tocar juntas tiene que darse algo que tiene mucho
de adivinación, de poder meterse en la piel del otro. Hay cosas
que responden a tradiciones, a convenciones; todos saben cómo se
hacen. Pero otras, a uno se le ocurren en el momento: uno se detiene en
un lugar un poco más que siempre, uno acelera porque sí,
porque tuvo ganas. Con Brizuela esas cosas se dan permanentemente.
La otra elección importante del bandoneonista es el repertorio.
Lo que él define como tangos viejos. La razón,
explica, es la sensación de que tengo que devolverles algo
a aquellos fantasmas de la música que son Arolas, Bardi...
Keith Jarrett dice que el tocar standards le permite la máxima
libertad, la de no pensar en el lenguaje, la de moverse en un terreno
absolutamente familiar para cada uno de los integrantes del trío.
Para Mederos sucede algo similar: Dejar la retórica de lado,
porque en estos encuentros, aunque hay cosas pautadas, permanece una cierta
desprolijidad que le da un tono más humano, más cálido,
más sanguíneo. Se trata de hablar la lengua materna,
sencillamente. Pero además de la cuestión histórica,
de las deudas, está el placer. El puro placer. Porque con Brizuela
yo no tengo que preocuparme por si me va a entender o no. Con él,
simplemente, disfruto.
No escucha sus trabajos antiguos, dice. No se trata de una pose ni, tampoco,
de la negación de su trayectoria. Por eso la reedición (en
realidad la primera realizada en formato de CD) de Buenas Noches, Paula
(publicado por un sello nuevo llamado Fogón) lo sorprende un poco.
No me acuerdo mucho. Mi mirada sobre los discos viejos a veces es
muy crítica, a veces me entusiasma algo, en ocasiones me doy cuenta
de que eso no lo haría nunca más, o, por el contrario, me
parece que hacía cosas interesantes y que algo de eso podría
retomarse. En ese recorrido resulta inevitable la referencia a Generación
0, aquel grupo con Binelli y Mosalini junto a guitarra eléctrica,
bajo y batería. Para mí fue necesario, fue un eslabón
que no pude ni quise evitar. Lo que me resulta interesante es reconocerme
siempre el mismo, detrás de lenguajes aparentemente distintos entre
sí. Porque yo soy ése y aunque pretendiera evitarlo, no
me saldría. Las viejas búsquedas están, como siempre,
pero se han ido trasladando a otras cosas.
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