El
círculo virtuoso
Por Martín Granovsky
|
|
Solo un necio puede oponerse
a las extraordinarias ventajas políticas y económicas de
la derogación del dos por uno, ese régimen nefasto, fruto
de alguna mente garantista o proclive a los derechos humanos, que buscaba
poner un límite físico a la superpoblación carcelaria
y la inoperancia de los jueces.
Aquí van las ventajas:
El Gobierno encuentra un tema
convocante. No lo tenía desde la reforma laboral, y ni siquiera
se pone de acuerdo en el grado de permeabilidad que deben demostrar los
políticos frente a la presión de los mercados.
La Alianza halla un punto de
coincidencia en lo que, según marcan las encuestas, aparece como
una gran preocupación de los ciudadanos: la inseguridad.
Se acerca a ese punto de coincidencia
sin chocar con el sentido común. Hoy, ese sentido sostiene de hecho
que la inseguridad es independiente de una sociedad fracturada a tal punto
que el crimen y la violencia de los robos aumenta a niveles latinoamericanos.
El Frepaso, que acaba de aprobar
el ingreso de Ricardo López Murphy al Ministerio de Economía
para no estrellarse contra los mercados, se allana a la visión
mayoritaria de la clase política según la cual no se puede
ir contra la corriente.
Los políticos, a quienes
la gente critica porque riñen demasiado entre ellos, acuerdan mostrarse
desesperados. Que esa desesperación sea absolutamente ineficaz
no importa: basta con exhibirla.
Como no hay por qué
suponer que los jueces, de repente, querrán, podrán o sabrán
acortar el tiempo del procesamiento, las cárceles van a superpoblarse
no solo de procesados por homicidio, que son la minoría, sino de
acusados por delitos relativamente menores, aunque no excarcelables.
El Estado está en crisis
fiscal y no podrá construir más cárceles.
La única solución
será concesionar las cárceles en manos privadas.
La construcción en masa
no solo servirá para albergar más presos una estadística
que los funcionarios podrán mostrar en campaña sino
que reactivarán los índices de actividad económica.
No solo la construcción
será la estrella del nuevo proceso productivo. Cuando las cárceles
estén terminadas, sucederá como en los Estados Unidos, donde
la reactivación carcelaria desparramó sus beneficios sobre
los servicios de vigilancia, amoblamiento y catering.
Al revés de lo que sucede
en los Estados Unidos, aquí las tasas aún son muy altas.
La alternativa es que la construcción masiva recaiga en grandes
empresas extranjeras, que pueden buscar fondos en el mercado internacional
a tasas de interés menores que las vigentes en la Argentina. ¿Que
así no crecerá la pequeña y mediana empresa? Todo
al mismo tiempo no se puede. Ya aplicarán su creatividad para proveer
suministros a las grandes constructoras, que a su vez antes habrán
requerido grandes terrenos y, así, dinamizado el sector inmobiliario
hasta sacarlo de su situación actual de letargo.
Los economistas más
pro-mercado disfrutarán del nuevo panorama. Habrán conseguido
al mismo tiempo la subsidiariedad del Estado en la economía, el
crecimiento y la tercerización de un servicio vital.
Los economistas keynesianos
también sonreirán satisfechos. Como ellos dijeron siempre,
se habrá demostrado que la construcción tiene un efecto
multiplicador. Es probable que busquen exponer el boom argentino como
un resultado que no llegó de la mano de la subsidiariedad sino
de la aplicación de políticas activas.
Los teóricos liberales suelen citar un círculo virtuoso:
el Estado reduce el déficit, el mundo pierde el temor de que la
Argentina incurra en la cesación de pagos, la baja del temor permite
la reducción de tasas, las tasas menores se trasladan a los créditos
para la industria y el campo, la mayor toma de créditos produce
crecimiento, el crecimiento reactiva la economía, la reactivación
aumenta la demanda de nuevos empleados, la desocupación desciende
y todos felices.
Es magia, claro, pero a veces alguna gente cree en la magia.
Pensar que la Argentina será más segura solo por la eliminación
del dos por uno también suena a magia, o en todo caso a la demagogia
de no saber afrontar la tristeza, absolutamente justa, de los familiares
de las víctimas. Como además es normal que esa tristeza
se convierta en angustia generalizada y, por eso, quite votos en un año
electoral, el oficialismo nacional y provincial acostumbra comportarse
sin eficacia: al derogar el dos por uno como medida mágica devuelve
el problema a la sociedad como si el Gobierno, en lugar de gobernar, fuese
un círculo de comentaristas sobre la violencia en la calle. Eso
sí: un círculo virtuoso.
REP
|