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el Kiosco de Página/12

El círculo virtuoso
Por Martín Granovsky

Solo un necio puede oponerse a las extraordinarias ventajas políticas y económicas de la derogación del dos por uno, ese régimen nefasto, fruto de alguna mente garantista o proclive a los derechos humanos, que buscaba poner un límite físico a la superpoblación carcelaria y la inoperancia de los jueces.
Aquí van las ventajas:
El Gobierno encuentra un tema convocante. No lo tenía desde la reforma laboral, y ni siquiera se pone de acuerdo en el grado de permeabilidad que deben demostrar los políticos frente a la presión de los mercados.
La Alianza halla un punto de coincidencia en lo que, según marcan las encuestas, aparece como una gran preocupación de los ciudadanos: la inseguridad.
Se acerca a ese punto de coincidencia sin chocar con el sentido común. Hoy, ese sentido sostiene de hecho que la inseguridad es independiente de una sociedad fracturada a tal punto que el crimen y la violencia de los robos aumenta a niveles latinoamericanos.
El Frepaso, que acaba de aprobar el ingreso de Ricardo López Murphy al Ministerio de Economía para no estrellarse contra los mercados, se allana a la visión mayoritaria de la clase política según la cual no se puede ir contra la corriente.
Los políticos, a quienes la gente critica porque riñen demasiado entre ellos, acuerdan mostrarse desesperados. Que esa desesperación sea absolutamente ineficaz no importa: basta con exhibirla.
Como no hay por qué suponer que los jueces, de repente, querrán, podrán o sabrán acortar el tiempo del procesamiento, las cárceles van a superpoblarse no solo de procesados por homicidio, que son la minoría, sino de acusados por delitos relativamente menores, aunque no excarcelables.
El Estado está en crisis fiscal y no podrá construir más cárceles.
La única solución será concesionar las cárceles en manos privadas.
La construcción en masa no solo servirá para albergar más presos –una estadística que los funcionarios podrán mostrar en campaña– sino que reactivarán los índices de actividad económica.
No solo la construcción será la estrella del nuevo proceso productivo. Cuando las cárceles estén terminadas, sucederá como en los Estados Unidos, donde la reactivación carcelaria desparramó sus beneficios sobre los servicios de vigilancia, amoblamiento y catering.
Al revés de lo que sucede en los Estados Unidos, aquí las tasas aún son muy altas. La alternativa es que la construcción masiva recaiga en grandes empresas extranjeras, que pueden buscar fondos en el mercado internacional a tasas de interés menores que las vigentes en la Argentina. ¿Que así no crecerá la pequeña y mediana empresa? Todo al mismo tiempo no se puede. Ya aplicarán su creatividad para proveer suministros a las grandes constructoras, que a su vez antes habrán requerido grandes terrenos y, así, dinamizado el sector inmobiliario hasta sacarlo de su situación actual de letargo.
Los economistas más pro-mercado disfrutarán del nuevo panorama. Habrán conseguido al mismo tiempo la subsidiariedad del Estado en la economía, el crecimiento y la tercerización de un servicio vital.
Los economistas keynesianos también sonreirán satisfechos. Como ellos dijeron siempre, se habrá demostrado que la construcción tiene un efecto multiplicador. Es probable que busquen exponer el boom argentino como un resultado que no llegó de la mano de la subsidiariedad sino de la aplicación de políticas activas.
Los teóricos liberales suelen citar un círculo virtuoso: el Estado reduce el déficit, el mundo pierde el temor de que la Argentina incurra en la cesación de pagos, la baja del temor permite la reducción de tasas, las tasas menores se trasladan a los créditos para la industria y el campo, la mayor toma de créditos produce crecimiento, el crecimiento reactiva la economía, la reactivación aumenta la demanda de nuevos empleados, la desocupación desciende y todos felices.
Es magia, claro, pero a veces alguna gente cree en la magia.
Pensar que la Argentina será más segura solo por la eliminación del dos por uno también suena a magia, o en todo caso a la demagogia de no saber afrontar la tristeza, absolutamente justa, de los familiares de las víctimas. Como además es normal que esa tristeza se convierta en angustia generalizada y, por eso, quite votos en un año electoral, el oficialismo nacional y provincial acostumbra comportarse sin eficacia: al derogar el dos por uno como medida mágica devuelve el problema a la sociedad como si el Gobierno, en lugar de gobernar, fuese un círculo de comentaristas sobre la violencia en la calle. Eso sí: un círculo virtuoso.

REP

 

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