Por Horacio Cecchi
Cintas rojas, pelos desflecados,
de a dos o tres aritos en una oreja, mucho cigarrillo y lápiz de
labios. Las mujeres, unas cuarenta, escuchaban atentamente a la panelista,
tomaban nota, comentaban. Las había de Chile, Uruguay, Paraguay,
Honduras, Brasil, Argentina, incluso de Alemania. A mí me
gusta mi trabajo. Me gustan los hombres. El problema no es cómo
nos llamemos, mujeres de la vida, prostitutas, meretrices o trabajadoras
sexuales, dijo la panelista brasileña, Gabriela Silva Leite.
Murmullo en la audiencia, desaprobación y aplauso cerrado al mismo
tiempo. El Primer Taller Regional del Cono Sur de Intercambio y Capacitación
de Trabajadoras Sexuales estaba en pleno funcionamiento en Buenos Aires.
La cuestión del nombre no quedaba al margen del principal reclamo
del congreso: transformar el que se suele llamar como el oficio más
antiguo del mundo, ejercido por mujeres doblemente discriminadas, en una
profesión legalmente sindicalizada, con cobertura social, servicios
de prevención médica, posibilidad de reclamo laboral por
falta de pago, libreta sanitaria y, especialmente, para que la policía
no se meta más en nuestras vidas.
Proponemos formar cooperativas entre tres o cuatro chicas señaló
Elena Reynaga, presidenta de la Asociación de Mujeres Meretrices
de la Argentina, AMMAR. De esa forma, desaparecerá el proxenetismo
porque lo que ganen será para ellas solas y no habrá zonas
rojas porque no estarán en la calle, expuestas a la presión
de la policía. Nosotras lo que pedimos es que la policía
salga de nuestras vidas.
La reunión internacional fue organizada por AMMAR y auspiciada
por Onusida y la GTZ, Cooperación Alemana para el Desarrollo del
Ministerio de Salud de Alemania. Desde el lunes y durante tres días,
el hotel de ATE, en Defensa al 1400, fue tomado por mujeres sindicalistas
que intercambian comentarios, experiencias y reclamos sobre temas tabúes
y estigmatizados. Todas en el tono de la Reynaga: contra la discriminación,
en favor de programas de salud, por la sindicalización, y abajo
los policías y los proxenetas.
En diciembre, el gobierno municipal de Berlín le inició
juicio a una mujer que tenía una whiskería y al lado unos
locales que alquilaba a las chicas para que tuvieran sexo con sus clientes
explicó en sorprendente castellano Friederike Strack, representante
de Hydra, la primera organización de trabajadoras sexuales de Berlín,
creada hace 20 años. Allá el trabajo es considerado
inmoral. Le querían quitar la licencia. Pero el juez hizo una encuesta
entre sindicatos, cámaras de empresarios, y se encontró
con que casi el 70 por ciento no lo consideraba inmoral. Falló
en favor de la mujer.
Nosotras estamos por la capacitación en consejería,
sostiene la chilena Herminda González, representante de la Fundación
Margen. Consejería es la capacidad de contención a compañeras
con VIH. También el género policial se cruza en sus vidas,
en forma de carabineros: Estamos pidiendo la modificación
del Código Sanitario para que la policía no sea más
la que se dedique a revisar los locales.
Entre lunes y martes, el programa del encuentro fue intensivo. Las representantes
salían del salón sólo excepcionalmente. Se habló
de adicciones, de control sanitario. Se escuchaban explicaciones de cómo
enfrentar a clientes que rechazan los preservativos y cómo echar
por tierra algunos mitos: Me pidió una francesa pero sin
condón. Yo tenía uno en la boca decía una de
ellas mientras explicaba el mecanismo. No se dio cuenta de que se
lo puse, hasta que terminó el servicio y se lo dije.
Putas son las que no cobran, se escucha en un rincón.
No somos prostitutas, replica otra. El nuestro es un
trabajo como cualquier otro sostuvo Reynaga. Tenemos horarios,
tenemos un lugar de trabajo. Somos como actrices, y a la vez psicólogas,
pero después que terminamos dejamos todo de lado y nos volvemos
a nuestras casas, a dar de comer a nuestroshijos, a atender nuestra propia
vida. Nadie sabe que nosotras estamos esperando que termine el horario
para volver a casa.
Gabriela, mulher da
vida
Por H.C.
Los hombres son muy inseguros. Vienen y te hablan de
todo, de sus vidas, su trabajo, su mujer, su amante. Somos psicólogas
de hombres. Son lo que más me gusta en mi vida. Gabriela
Silva Leite trabaja en Río de Janeiro. Empezó a ofrecerse
sexualmente a los 21 años, cuando era secretaria de una pequeña
empresa. Cuando empecé era virgen, y empecé
por decisión propia, como todas nosotras. Pero a diferencia
de la mayoría, no me empujaron las necesidades económicas.
Me deslumbraba ese mundo. Gabriela reconoce, de todos modos,
que los primeros años fueron muy pero muy difíciles.
Las dificultades quedaron concentradas, especialmente, en sus propios
prejuicios iniciales, en el estigma que arrastra su trabajo, que
se representó en su familia. No admitían que
me dedicara al sexo como trabajo. Me fui de casa. Después
volví, cuando me aceptaron tal como soy.
Gabriela describe la prostitución en Brasil. En la
calle, se gana poco, 10 dólares por un programa. La que viene
con el turismo tiene precios más altos. En Copacabana, los
gringos buscan mulatas jovencitas que cobran 100 dólares
el servicio. Yo, con mi edad y mi piel poco oscura, me moriría
de hambre. Y está el Café Photo, en San Pablo. Allí
ganan hasta mil quinientos por un programa y las chicas hacen cola
para entrar a trabajar ahí dentro. Gabriela tiene dos
hijas, un hijo y una nieta. Lleva tres matrimonios, el último
desde hace 9 años, con un periodista del Journal do
Brasil. A nuestras parejas se les hace muy difícil. Tienen
que ser hombres únicos, capaces de no someterte.
Hace 16 años, se inició en la militancia gremial.
Representa a la Red Brasileña de Profesionales del Sexo,
que congrega a 83 grupos y asociaciones de todo el país.
En Río integra la asociación Davida, en alusión
a la mulher da vida. El nombre con el que nos llamemos es
secundario, dice. No es cambiando de nombre que vas
a cambiar el estigma. Es raro el lenguaje, ¿no? Cuando se
dice hombre público se habla de funcionario de gobierno,
pero si la pública es una mujer, el sentido es despectivo.
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Al otro lado del mostrador
Por H.C.
Yo ya estoy retirada. Estoy del otro lado del mostrador.
Lidia Castelú tiene 49 años, es integrante de la Asociación
de Meretrices Profesionales del Uruguay y ahora es dueña
de una whiskería donde otras chicas trabajan haciendo lo
que ella hizo desde los 32. Yo empecé en Montevideo,
por decisión propia. Pero por necesidad económica.
Cuando tenés que darles de comer a tus hijos, hasta los hombres
están de acuerdo en que lo hagas. Por eso, cuando empecé,
ya tenía dentro de la cabeza la intención de superarme.
En sus primeros pasos, Lidia cuenta que se le presentaron dos opciones:
O me ponía a fregar pisos o hacía esto. Y si
yo voy a fregar un piso, por menos de 10 dólares por día,
de qué me sirve esa plata. Entonces me propuse este trabajo.
Yo jamás me acostaría con un hombre si no fuera por
mi propio placer. Pero esto es otra cosa, es un trabajo. Yo presto
un servicio y por eso cobro.
Según Lidia, el término más apropiado a su
actividad es el de trabajadora sexual. Prostituta no soy,
porque nunca estuve prostituida. En todo caso, trabajé en
la prostitución. Tampoco soy una puta, porque puta es la
que lo hace y no cobra, y yo no me estuve regalando.
Por la vida de Lidia pasaron muchos hombres. Están
los que te pagan lo justo, pero te tratan como verdaderos caballeros.
Son los que estás esperando que vuelvan, aunque sea por 20
pesos. Y están los otros, los que te pagan bien, toda una
noche, y se creen que son tus dueños. Muchas veces me tocaron
tipos así, y lo hacía y no podía más
con las mandíbulas y se me caían las lágrimas.
Lidia abandonó Montevideo y fue hacia Durazno, en el interior
uruguayo. Fue por un trabajo por unos pocos días y se quedó
13 años. Aún vive allí, donde se retiró
de la actividad para comprar un terreno, levantar un local donde
a veces 12, a veces 7 chicas, trabajan de lo mismo que trabajé
yo durante tantos años. Yo sé cuándo tienen
problemas, porque los viví yo también. Ellas saben
que cuando me pongo a tomar mate es hora de contarme sus peleas
con sus novios, con sus amigos. Esos son momentos terribles, son
los momentos más densos.
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