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Rachel Podger y la mejor traducción
para las Sonatas y Partitas de Bach

Obra cumbre del difícil arte de imitar la polifonía con un solo instrumento, aquí el compositor bucea en tonalidades melancólicas.

Artificio: Esa única voz del violín salta permanentemente de notas graves a notas agudas creando la ilusión de un verdadero contrapunto.

Mejor: Esta violinista, que actuó el año pasado en Buenos Aires junto al English Concert conducido por Pinnock, logra lo mejor de dos mundos.

Rachel Podger logra interpretaciones ejemplares de Bach.
Sus “Sonatas” y “Partitas” son frescas y rigurosas a la vez.

Por Diego Fischerman

Las Mil y Una Noches, la pesca con señuelo y las Partitas y Sonatas para violín de Johann Sebastian Bach tienen algo en común. En los tres casos, la ficción, el artificio y el engaño son más potentes (y más interesantes) que la realidad. El segundo movimiento de la primera Sonata, en Sol Menor, lo pone en escena de manera inmejorable ya desde su título: “fuga”. ¿Cómo podría una sola voz tocar algo dentro de esa forma caracterizada, precisamente, por la imitación entre varias voces? El truco de Bach –que no fue el único en usarlo pero sí el que lo llevó más lejos– guarda con la música polifónica la misma relación que la perspectiva en dos dimensiones establece con las tres dimensiones de la realidad. El efecto es el de varias voces, cada una en un registro bien diferenciado del instrumento, intercalándose. El secreto consiste en que esa única voz del violín salta permanentemente de notas graves a notas agudas creando la ilusión de un verdadero contrapunto. Esta polifonía oblicua es ni más ni menos que el principio constructivo de estas seis obras maestras que los violinistas toman como prueba de fuego.
Como en el caso de muchas otras obras de Bach no hay demasiadas evidencias acerca de la época en que las compuso. Apenas unas anotaciones manuscritas y fechadas en 1720 y la presunción de que estas Sonatas y Partitas fueron escritas durante el servicio en la Corte Cöthen –en la que fue escrita la mayor parte de su música de cámara–. Pero hay un dato más importante y es la significación de las tonalidades menores en la simbología del barroco, asociadas con la tristeza o con la representación de sentimientos melancólicos y profundos. Estas tonalidades no eran usadas con demasiada frecuencia pero, sin embargo, de estas seis obras, cuatro (dos Sonatas y dos Partitas) están en menor, lo que las relacionaría, igual que a las Sonatas para violín y clave, con la muerte de su primera esposa y con la hipótesis de que las escribió para tocarlas él mismo. Desde la legendaria versión de Joseph Zigeti hasta las más recientes de Victoria Mullova o Hillary Hahn, son varias las muy buenas versiones que pueden conseguirse. Si se trata de instrumentos originales (con cuerdas originales, de tripa, tocadas con arcos originales) y de la recuperación de las normas estilísticas y la retórica de la época de Bach la oferta se reduce bastante. La pretensión de “sonar como sonaba en tiempos de Bach” es, por supuesto, vana. Nadie puede saber exactamente, hoy, cómo sonaba la música (y cómo la oía un auditorio para el que no existían bocinas, taladros mecánicos, motores ni sobresaltos sonoros mayores que los de los ruidos provocados por los barquinazos de una carroza). De lo que se trata es de afinar como se sabe que se afinaba, de improvisar donde (y como) lo sugieren algunos ejemplos de autores contemporáneos de Bach.
El pionero Sigiswald Kuijken había realizado una interpretación meritoria en más de un sentido, pero, a pesar de un estilismo impecable y de un fraseo delineado con precisión entomológica, sonaba trabado y poco fluido. Monica Huggett no había llegado a estar a la altura de las expectativas, mostrando incluso algunos problemas de afinación en los pasajes más comprometidos (saltos y arpegios). Por eso los dos CDs que Rachel Podger grabó para el sello holandés Cannel Classics (que distribuye Zival’s) resultan imprescindibles. Podría decirse que en sus interpretaciones, frescas y rigurosas a la vez, esta violinista, que actuó el año pasado en Buenos Aires junto al English Concert conducido por Sir Trevor Pinnock, logra lo mejor de dos mundos. Aquí están el estilo y el respeto por las partituras pero, también, la fuerza interpretativa y la fluidez técnica de los grandes violinistas modernos. Ya su participación en el segundo violín del Concierto para dos violines de Bach, junto a Andrew Manze, había llamado la atención sobre esta solista. Estas Sonatas y Partitas, junto a las Sonatas para violín y clave, que grabó con Pinnock y que llegarán en estos días a Buenos Aires, la sitúan como una de las intérpretes más interesantes de su instrumento surgidas en las últimas décadas.

 

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