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JAPON EN CRISIS POLITICA, SOCIAL Y FINANCIERA
El país de Takayama mentiroso

Una veintena de bancos japoneses sería insolvente. Para enfrentar la crisis, el país sólo cuenta con una gerontocracia envejecida.

Las bajas abruptas de la banca japonesa en el puntaje de las calificadoras de riesgo está en origen de la caída de las bolsas.

Por Jonathan Watts *
Desde Tokio

Si no fuera por las manifestaciones de protesta, cualquiera hubiera confundido la conferencia anual del partido Liberal Demócrata (PLD) del miércoles en Tokio con una misa funeraria. Automóviles y limousinas dejaban salir a miles de hombres, en su mayoría mayores, vestidos de trajes oscuros que caminaban con aire preocupado hacia el hall de artes marciales de Budokan. Su sensación de incomodidad, frustración y pesimismo era palpable y comprensible. A medida que los ancianos dirigentes y los delegados regionales se ponían en fila lentamente, el promedio del Nikkei en la bolsa de comercio de Tokio caía a su nivel más bajo en 16 años, el yen se debilitaba a niveles no vistos desde comienzos de 1999 y la oposición estaba presentando una moción de censura en el parlamento contra el primer ministro, Yoshiro Mori.
Esta conferencia había sido presentada como el último apoyo para el poco querido premier, que el sábado pasado ya mostró su intención de renunciar. Pero a medida que Japón se deslizaba hacia una confusión política y económica, muchos delegados reconocieron que también podría ser el canto del cisne para un partido que ha gobernado a Japon durante 46 años. “Creo que será la última convención del PLD”, dijo Taro Nakayama, un ex ministro de Relaciones Exteriores. “Nos hemos mantenido en el poder demasiado tiempo. Toda la nación está sufriendo por la fatiga del sistema”. El secretario general, Makato Koga, dijo que el partido enfrentaba la mayor crisis desde su fundación en 1955. Otros viejos políticos dijeron que ya había pasado el punto de recuperación.
“Esto no es partido, es un conglomerado que incluye todo lo que hay en el infierno”, dijo Ken Mizota, un miembro del parlamento cuya banca está en peligro en la elección de la cámara alta en julio donde se supone que el PLD va a perder de manera aplastante. La creciente sensación de autodesprecio en el PLD refleja una crisis nacional de confianza que se gestó en los últimos 10 años de inactividad económica, un período al que todos se refieren como la “década perdida”. En parte, esa ansiedad es el producto de la globalización mientras empresas extranjeras se hacen cargo de gigantes como Nissan y Yamaichi, y mientras nuevos sonidos, imágenes e ideas fluyen hacia el país a través de Internet y los canales satelitales.
De la misma manera, Japón podría describirse como una víctima de su propio éxito. Habiendo pasado más de 150 años tratando de ponerse al día con Occidente, la burbuja económica de la década de 1980 de pronto impulsó a Tokio al status de superpotencia. Cuando esa burbuja explotó, también lo hicieron las aspiraciones nacionales. “Japón simplemente perdió su rumbo”, dijo Ryu Murakami, uno de los novelistas más importantes. “Nunca pensamos en lo que haríamos una vez que hubiéramos logrado nuestro objetivo”. Para una nación que ha priorizado la necesidad de enseñar la “manera” para hacer cada cosa, desde el bushido (la etiqueta del guerrero) al chado (la etiqueta del té), la brusca pérdida de dirección ha sido traumática y liberadora.
La mayoría de los perdedores son aquellos que alguna vez estuvieron asociados de cerca con el PLD. Los trabajadores de oficina de las grandes empresas, que en un momento fueron reverenciados como “guerreros de las corporaciones” y recompensados con empleos de por vida, ahora se inquietan por la reestructuración y la caída de su prestigio social. El desempleo llegó al record de 4,9, las bancarrotas cunden y la tasa de suicidios entre los hombres de mediana edad es alarmante.
En los últimos años ha habido una proliferación de escándalos que involucran a burócratas que hicieron favores a cambio de visitas a bares de geishas, cirujanos que mataron a los pacientes al dejarles instrumentos dentro de sus cuerpos, y una policía que continuó con sus fiestas jugando al mah-jong en lugar de responder a urgentes pedidos de auxilio. Como respuesta a tales preocupaciones, el PLD ha oscilado en los últimos cinco años entre luchar por crear más individualismo y creatividad para losjóvenes –crucial si Japón ha de adaptarse a las tendencias globales que cambian rápidamente y revivir el objetivo de preguerra de fomentar la moralidad social y la conciencia grupal– y oponerse a lo que a menudo es considerado como una perniciosa influencia de Occidente.
En la mayoría de las escuelas, el contraste entre los dos enfoques es llamativamente claro en la apariencia de los equipos de dos deportes contrapuestos. El baseball ha sido japonizado desde hace tiempo para encarnar el espíritu de sacrificio, trabajo y lealtad de equipo; los jugadores son casi un regimiento militar, a menudo con el pelo rapado como skinheads. El fútbol, en cambio, es considerado un deporte internacional y moderno en el que el énfasis se pone en la habilidad individual; aquí los jugadores pueden llevar el pelo teñido o usar trenzas de fan de reggae.
Las mujeres son las que más ganan con los cambios que tienen lugar en Japón. Según los valores confucianos tradicionales, se esperaba que ellas obedecieran a su padres y maridos y en los lugares de trabajo a menudo eran relegadas al status de “flores de oficina”, cuyo principal propósito era ser decorativas. En los últimos años, sin embargo, han postergado el casamiento y los niños y están más inclinadas al divorcio. Como resultado, la tasa de nacimientos de Japón bajó a 1,34 por cada mujer, uno de los niveles más bajos en el mundo. La gerontocracia del PLD fue lenta para darse cuenta que el poder de negociar de la mujer creció abruptamente, porque Japón las necesita para llenar la brecha en la fuerza laboral y para tener más niños.
Las mujeres votantes, sin embargo, han notado el cambio. “Solía pensar que la política era algo que mejor que lo hicieran los hombres, pero ahora cada vez más me encuentro escuchando a mujeres políticas y pensando que parecen mucho más honestas y capaces”, dice Yuko Abe. Con la popularidad de Mori en un piso de un 6 por ciento y el PLD apenas por encima del 20 por ciento, los miembros jóvenes del partido y los de distritos electorales urbanos saben que el partido debe cambiar para poder sobrevivir.
Pero igual que Japón en el anticlímax por el crecimiento económico perdido, el PLD está ahora luchando por encontrar un plan B. Los delegados partidarios dijeron el miércoles que están preocupados porque ningún candidato obvio surgió para reemplazar a Mori. Para el primer ministro, que el lunes se describió a sí mismo como alguien que ha sido tratado como un “bebé recogido debajo de un puente”, existe una sorprendente cantidad de simpatía, así como resignación por el impacto de su abandono del partido y del gobierno. “No creo que la renuncia de Mori cambie nada”, dijo un anciano delegado regional que no quiso dar su nombre. “Nos hemos convertido en gente impotente sin seguidores. Eventualmente Japón se las arreglará, pero lo llevará 20 o 30 años”.

* De The Guardian de Gran Bretaña. Especial para Página/12
Traducción: Celita Doyhambéhère

 

OPINION
Por Alfredo Grieco y Bavio

Shogún en la sombra

Hace no demasiado tiempo, profesores con riguroso atuendo de kimono enseñaban en las universidades occidentales los misterios del management japonés. Para la crisis asiática de 1997, esta pedagogía se había diluido. Ayer, la caída generalizada de las bolsas reconoció una de sus causas no ya en la cada vez más mencionada debilidad bancaria de Japón –el lugar común del “gigante industrial y enano financiero”–, sino en la posible y próxima quiebra de varios de sus bancos.
El liderazgo político nacional siempre se mostró renuente a enfrentar el saneamiento del sistema bancario, aunque siempre se pensó que incluso si quisiera no sabría cómo hacerlo. El llamado “régimen 55”, el consenso político por el cual el Partido Liberal Demócrata gobernó sin interrupción de 1955 a 1993, y con interrupciones desde entonces, está agotado. El PLD es uno de los partidos monopólicos benditos por la Guerra Fría –como el Partido del Congreso en la India, el PRI en México, las democracias cristianas alemana e italiana–, que progresivamente perdieron su base de poder por su falta de ideología y su corrupción interna. Con el curso de los años, la política se convirtió en un juego de circuito cerrado, arbitrado por caciques del PLD. Es significativo que estos partidos ya hayan sido derrotados en el resto del mundo, pero no en Japón.
Por supuesto, la economía japonesa conserva su gigantismo industrial, goza de superávit comercial, atesora millonarias reservas en divisas extranjeras, y el ahorro personal de los ciudadanos es asombroso. Tecnológicamente, el país quedó atrás, pero no en todos los campos. Para 2002, tendrá 370.000 robots industriales, contra 120.000 de Estados Unidos. Paradójicamente, todos los economistas coinciden en que el gran mal son esos ahorros tan bien guardados, un activo potencial por cierto, pero también un síntoma inequívoco de la falta de confianza. El gobierno buscó aumentar la demanda interna con costosos planes de obras públicas, pero todos los programas de estímulo, desde el crac bursátil de 1990, probaron ser infructuosos. La renuncia del premier Yoshiro Mori es inminente. Lo que determinó su caída fue que no quiso interrumpir su partido de golf cuando le avisaron que un submarino norteamericano había hundido accidentalmente un buque escuela japonés. La cuota del club de Mori, de 300.000 dólares, la paga un empresario amigo. En esta dosificada combinación de desgracia exterior, falta de liderazgo y corrupción los japoneses reconocen su presente. Es sólo natural que las bolsas respondan.

 

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