Por Luciano Monteagudo
¿Qué es la nueva
película de los hermanos Coen? ¿Una aventura, una comedia
musical, un homenaje al cine de Preston Sturges o una versión de
La Odisea, de Homero, que ellos mismos dicen no haber leído? Parecería
más bien todo eso a la vez, un cóctel en el que se toman
todas y cada una de las libertades posibles para hacer aquello que habitualmente
hacen y que no se parece a nada ni a nadie: una película de los
hermanos Coen.
Según informan de manera desafiante, casi insolente los créditos,
¿Dónde estás hermano? está basada en La Odisea,
así, sin más, pero lo primero que se ve es una secuencia
musical, en la que un grupo de presidiarios de Mississippi de los años
30 canta un típico worksong, mientras pican piedras inútilmente
a la vera de un camino. De allí escapan tres convictos, liderados
por Ulysses Everett McGill (George Clooney), que convence a sus compañeros
de aventura (John Turturro, Tim Blake Nelson) de que van en busca de un
tesoro. En realidad, lo que quiere Ulysses, como el héroe de Homero,
es volver a Itaca, regresar a casa. Por supuesto, no le resultará
sencillo. En el camino se topará, entre otros obstáculos,
con el irresistible canto de unas sirenas que desvían su atención
en uno de los mejores momentos de la película, pleno de encanto
y misterio y con un gordo monstruoso con un parche en el ojo, interpretado
por John Goodman, en quién no cuesta reconocer la clásica
figura del Cíclope.
Se diría, sin embargo, que más allá de estas referencias,
que funcionan como tópicos narrativos, la mitología en la
que más abreva ¿Dónde estás hermano? es la
cultura popular norteamericana de los años 30, un espacio
ficcional que los Coen vienen abordando obsesivamente desde De paseo a
la muerte y que continuaron explorando en Barton Fink y El gran salto
(The Hudsucker Proxy). Pareciera que para los Coen el imaginario cultural
norteamericano tiene allí en los 30 uno de sus momentos fundantes,
una cantera inagotable de la que ellos no dejan de extraer ideas y recursos,
en una maniobra posmoderna que les ha valido más de un cuestionamiento.
En esa operación de reciclaje de materiales tan común a
los Coen se enmarca el homenaje a Preston Sturges y muy particularmente
a Los viajes de Sullivan (1941), una sátira a Hollywood como hay
pocas. De allí los Coen tomaron el título original de su
nueva película, OBrother, Where Art Thou?, que era a su vez
el título de la película que en el film de Sturges pretendía
filmar Joel McCrea, cuando con sólo diez centavos en el bolsillo
se internaba en la América profunda de la Gran Depresión,
para conocer la realidad del mundo, tan distinta de los cocktail-parties
que frecuentaba en Hollywood. La moraleja allí era, sin embargo,
que una buena comedia podía dar cuenta de esa realidad tanto o
mejor que la película más seria y comprometida.
Aquí los Coen ya no se preocupan por ninguna otra realidad que
no sea la de las ficciones de Hollywood, distorsionadas a su manera. Es
así que una multitudinaria reunión del Ku Klux Klan puede
terminar en un musical con una coreografía caleidoscópica
a la manera de Busby Berkeley, o que ellegendario gangster George Babyface
Nelson se revele como un depresivo crónico, que se dedica al crimen
en sus picos de euforia. Un tratamiento similar tiene la música,
esencial en ¿Dónde estás hermano? como no lo había
sido nunca antes en la obra de los Coen. Gospel, blues, spirituals y canciones
rurales son utilizadas a la manera de un coro griego, para comentar la
acción, o simplemente para burlarse de ella.
Del elenco podría decirse que como ya sucedía en The
Big Lebowsky quienes menos se lucen son los amigos fieles de los
Coen. Los Turturro, Goodman, Durning y compañía hacen lo
que ya tantas veces se les vio hacer, con una tendencia cada vez más
marcada a la sobreactuación. Por el contrario, George Clooney se
convierte en toda una sorpresa. Su Ulysses, siempre más preocupado
por la brillantina para el pelo que por la policía que lo persigue,
tiene una comicidad muy particular, muy a tono con la screwball comedy
del período de oro de Hollywood, que confirma a Clooney como a
uno de los pocos sino el único heredero actual de la
tradición de Cary Grant.
PUNTOS
ESPIRITUSALVAJE,
DE BILLY BOB THORNTON
Cabalgando por la pradera Marlboro
Por L. M.
Texas, 1949. Las compañías
petroleras se disputan a fuerza de dólares la misma tierra por
la que un siglo antes se mataban a tiros los cowboys. La vida en un rancho
ya no es lo que alguna vez fue y nadie mejor que John Grady Cole (Matt
Damon) para saberlo. Su familia pobló San Angelo durante generaciones
y él creció creyendo que no había otra vida para
él que en esa llanura interminable. Pero su madre la única
heredera, cuando muere su abuelo tiene otros planes. Piensa vender
todo y mudarse a Los Angeles, para probar suerte como actriz de cine.
A John no le queda otra opción que cargar la montura, subirse a
su caballo y acompañado por su mejor amigo, Lacy (Henry Thomas,
¿se acuerdan del chico de E.T.?) cabalgar hacia el sur, hacia
México. Escuchó decir que allí todavía no
hay autopistas ni alambradas y que la haciendas son tan grandes que lleva
siete días a puro galope recorrerlas desde un extremo al otro.
John es joven, es libre y la aventura parece esperarlo más allá
del río Grande.
A partir de una celebrada novela de Cormac McCarthy, Billy Bob Thornton
el actor de reparto que logró una exagerada fama detrás
de la cámara, con su ópera prima Sling Blade plantea
en Espíritu salvaje un prototípico relato de iniciación,
en el que su protagonista deberá aprender a valerse por sí
mismo, a dejar de ser simplemente un muchacho soñador para convertirse
en un hombre en el mundo del rodeo. Es curiosa la enorme semejanza entre
este Espíritu salvaje y The Hi-Lo Country (1999), una película
de Stephen Frears, con producción de Martin Scorsese, que nunca
llegó a estrenarse en Argentina. Aquí como allí también
se trata de un western muy especial, ambientado en la frontera mexicana,
después de la Segunda Guerra Mundial, cuando Estados Unidos entraba
en una etapa de modernización del país que ya hacía
anacrónicas las tradiciones rurales y la explotación personal
de las tierras. Y aquí como allí también se puede
hablar de una suerte de estudio melancólico sobre sus personajes,
dos amigos que son como hermanos de sangre.
La diferencia está en el tono forzadamente poético, elegíaco
de Espíritu salvaje, que hace que todo sea blando y errático,
y que la impronta de un director como Sam Peckinpah particularmente
en films como La balada del desierto y Junior Bonner, donde hablaba del
ocaso del western aquí sea reemplazada más bien por
la estética del Marlboro County. Por el lado de México,
nada tampoco parece demasiado auténtico, empezando por Rubén
Blades como un poderoso estanciero y siguiendo por la española
Penelope Cruz, vestida de charra y decidida a desobedecer el férreo
mandato paterno, si se trata de amar a ese gringo callado pero valiente,
que llega a robarle el corazón. Hay siempre algo fácil,
barato en Espíritu salvaje, una celebración de un mundo
en el que la película nunca parece creer realmente.
PUNTOS
|