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ESTRENOS DE LA SEMANA

“¿DONDE ESTAS, HERMANO?” OTRO FILM DELIRANTE DE JOEL Y ETHAN COEN
Cuando la Odisea da para una comedia

En su nueva película, los autores de �Barton Fink� se toman todas las libertades para dar su propia versión del clásico de Homero, al que convierten
en una comedia que lleva el sello inconfundible de su cine. George Clooney se afirma como heredero de Cary Grant.

John Turturro, Tim Blake Nelson y George Clooney en “¿Dónde estás hermano?”, de los Coen Bros.

Por Luciano Monteagudo

¿Qué es la nueva película de los hermanos Coen? ¿Una aventura, una comedia musical, un homenaje al cine de Preston Sturges o una versión de La Odisea, de Homero, que ellos mismos dicen no haber leído? Parecería más bien todo eso a la vez, un cóctel en el que se toman todas y cada una de las libertades posibles para hacer aquello que habitualmente hacen y que no se parece a nada ni a nadie: una película de los hermanos Coen.
Según informan de manera desafiante, casi insolente los créditos, ¿Dónde estás hermano? está basada en La Odisea, así, sin más, pero lo primero que se ve es una secuencia musical, en la que un grupo de presidiarios de Mississippi de los años ‘30 canta un típico worksong, mientras pican piedras inútilmente a la vera de un camino. De allí escapan tres convictos, liderados por Ulysses Everett McGill (George Clooney), que convence a sus compañeros de aventura (John Turturro, Tim Blake Nelson) de que van en busca de un tesoro. En realidad, lo que quiere Ulysses, como el héroe de Homero, es volver a Itaca, regresar a casa. Por supuesto, no le resultará sencillo. En el camino se topará, entre otros obstáculos, con el irresistible canto de unas sirenas que desvían su atención –en uno de los mejores momentos de la película, pleno de encanto y misterio– y con un gordo monstruoso con un parche en el ojo, interpretado por John Goodman, en quién no cuesta reconocer la clásica figura del Cíclope.
Se diría, sin embargo, que más allá de estas referencias, que funcionan como tópicos narrativos, la mitología en la que más abreva ¿Dónde estás hermano? es la cultura popular norteamericana de los años ‘30, un espacio ficcional que los Coen vienen abordando obsesivamente desde De paseo a la muerte y que continuaron explorando en Barton Fink y El gran salto (The Hudsucker Proxy). Pareciera que para los Coen el imaginario cultural norteamericano tiene allí en los ‘30 uno de sus momentos fundantes, una cantera inagotable de la que ellos no dejan de extraer ideas y recursos, en una maniobra posmoderna que les ha valido más de un cuestionamiento.
En esa operación de reciclaje de materiales tan común a los Coen se enmarca el homenaje a Preston Sturges y muy particularmente a Los viajes de Sullivan (1941), una sátira a Hollywood como hay pocas. De allí los Coen tomaron el título original de su nueva película, O’Brother, Where Art Thou?, que era a su vez el título de la película que en el film de Sturges pretendía filmar Joel McCrea, cuando con sólo diez centavos en el bolsillo se internaba en la América profunda de la Gran Depresión, para conocer la realidad del mundo, tan distinta de los cocktail-parties que frecuentaba en Hollywood. La moraleja allí era, sin embargo, que una buena comedia podía dar cuenta de esa realidad tanto o mejor que la película más “seria” y comprometida.
Aquí los Coen ya no se preocupan por ninguna otra realidad que no sea la de las ficciones de Hollywood, distorsionadas a su manera. Es así que una multitudinaria reunión del Ku Klux Klan puede terminar en un musical con una coreografía caleidoscópica a la manera de Busby Berkeley, o que ellegendario gangster George Babyface Nelson se revele como un depresivo crónico, que se dedica al crimen en sus picos de euforia. Un tratamiento similar tiene la música, esencial en ¿Dónde estás hermano? como no lo había sido nunca antes en la obra de los Coen. Gospel, blues, spirituals y canciones rurales son utilizadas a la manera de un coro griego, para comentar la acción, o simplemente para burlarse de ella.
Del elenco podría decirse que –como ya sucedía en The Big Lebowsky– quienes menos se lucen son los amigos fieles de los Coen. Los Turturro, Goodman, Durning y compañía hacen lo que ya tantas veces se les vio hacer, con una tendencia cada vez más marcada a la sobreactuación. Por el contrario, George Clooney se convierte en toda una sorpresa. Su Ulysses, siempre más preocupado por la brillantina para el pelo que por la policía que lo persigue, tiene una comicidad muy particular, muy a tono con la screwball comedy del período de oro de Hollywood, que confirma a Clooney como a uno de los pocos –sino el único– heredero actual de la tradición de Cary Grant.

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“ESPIRITUSALVAJE”, DE BILLY BOB THORNTON
Cabalgando por la pradera Marlboro

Por L. M.

Texas, 1949. Las compañías petroleras se disputan a fuerza de dólares la misma tierra por la que un siglo antes se mataban a tiros los cowboys. La vida en un rancho ya no es lo que alguna vez fue y nadie mejor que John Grady Cole (Matt Damon) para saberlo. Su familia pobló San Angelo durante generaciones y él creció creyendo que no había otra vida para él que en esa llanura interminable. Pero su madre –la única heredera, cuando muere su abuelo– tiene otros planes. Piensa vender todo y mudarse a Los Angeles, para probar suerte como actriz de cine. A John no le queda otra opción que cargar la montura, subirse a su caballo y –acompañado por su mejor amigo, Lacy (Henry Thomas, ¿se acuerdan del chico de E.T.?)– cabalgar hacia el sur, hacia México. Escuchó decir que allí todavía no hay autopistas ni alambradas y que la haciendas son tan grandes que lleva siete días a puro galope recorrerlas desde un extremo al otro. John es joven, es libre y la aventura parece esperarlo más allá del río Grande.
A partir de una celebrada novela de Cormac McCarthy, Billy Bob Thornton –el actor de reparto que logró una exagerada fama detrás de la cámara, con su ópera prima Sling Blade– plantea en Espíritu salvaje un prototípico relato de iniciación, en el que su protagonista deberá aprender a valerse por sí mismo, a dejar de ser simplemente un muchacho soñador para convertirse en un hombre en el mundo del rodeo. Es curiosa la enorme semejanza entre este Espíritu salvaje y The Hi-Lo Country (1999), una película de Stephen Frears, con producción de Martin Scorsese, que nunca llegó a estrenarse en Argentina. Aquí como allí también se trata de un western muy especial, ambientado en la frontera mexicana, después de la Segunda Guerra Mundial, cuando Estados Unidos entraba en una etapa de modernización del país que ya hacía anacrónicas las tradiciones rurales y la explotación personal de las tierras. Y aquí como allí también se puede hablar de una suerte de estudio melancólico sobre sus personajes, dos amigos que son como hermanos de sangre.
La diferencia está en el tono forzadamente poético, elegíaco de Espíritu salvaje, que hace que todo sea blando y errático, y que la impronta de un director como Sam Peckinpah –particularmente en films como La balada del desierto y Junior Bonner, donde hablaba del ocaso del western– aquí sea reemplazada más bien por la estética del Marlboro County. Por el lado de México, nada tampoco parece demasiado auténtico, empezando por Rubén Blades como un poderoso estanciero y siguiendo por la española Penelope Cruz, vestida de charra y decidida a desobedecer el férreo mandato paterno, si se trata de amar a ese gringo callado pero valiente, que llega a robarle el corazón. Hay siempre algo fácil, barato en Espíritu salvaje, una celebración de un mundo en el que la película nunca parece creer realmente.

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