León Gieco acaba de debutar en el mercado discográfico
español, después de treinta años de carrera, con
la publicación de una antología de sus canciones, que incluye
textos escritos, entre otros, por Joaquín Sabina y Joan Manuel
Serrat. Acompañando el lanzamiento del disco, Gieco actuó
en vivo en Madrid, donde se lo conoce masivamente sólo por la versión
que Ana Belén hizo de Sólo le pido a Dios. Lo
que sigue es la encendida crónica de esa noche, publicada por el
diario El País, el de mayor venta en España.
Por Ricardo Cantalapiedra
*
Este individuo sale al escenario
pertrechado con una canana en la que no hay cartuchos, sino armónicas.
Es uno de esos rockeros tradicionales que se puede permitir el lujo de
irrumpir sólo con su acústica y sus armónicas, y
organizar un taco poderoso, contundente, duro y tierno, un espectáculo
vibrante inundado de emociones. Las canciones de León Gieco son
la historia universal de la ternura y la infamia. Además de exquisito
guitarrista y cantante, Gieco es un sutil tocador de armónica,
como san Bob Dylan, su patrón. Tiene pinta de guerrillero, pero
los pelos de punta le dan un entrañable aire de Guillermo el Travieso.
Tiene ya preparado un nuevo álbum, Bandidos rurales, el número
21 de sus discos.
Aunque parezca mentira, en España estaba inédito hasta ahora.
Acaba de salir al mercado un compacto con algunos de sus temas más
conocidos. Por lo que se vio en el concierto, a sala abarrotada, también
aquí cuenta con iniciados en su obra, como Miguel Ríos,
Ana Belén, Víctor Manuel, Alberto Cortez o el grupo Mestisay,
todos ellos presentes en la velada.
El argentino lleva ya años siendo una gran figura en todo el mercado
latinoamericano. En vivo, y por lo que se comprueba en el disco editado,
Gieco puede ser un bombazo entre el público español. La
canción que abre el disco, Ojo con los Orozco, es un
delirio fascinante de ritmo y sublimes despropósitos. En menos
de cinco minutos, el artista consigue dar cumplida información
de cada uno de los ocho hermanos de una familia asilvestrada. Y todo ello
eliminando del texto todas las vocales a excepción de la o.
El espectáculo comienza con el estupendo videoclip de esa canción
en el que participa el propio Gieco interpretando al inefable Rodolfo
Orozco, el único presentable de todos los hermanos. Aunque tenía
prevista una actuación de una hora, el artista se dejó azuzar
y emborrachar por el público, y viceversa. Dio un concierto en
regla, barroco, emotivo, solidario y viperino, porque este pibe sabe utilizar
las palabras con doble y triple filo, como misiles, como terciopelo.
Gieco tiene una afinación perfecta. Maneja con fluidez muchos palos.
Esa voz emite profundidad, sabiduría y un rictus de humor inapelable.
Y su público se las sabía todas. Porque Gieco es venerado
desde hace mucho tiempo por unos cuantos iniciados; allí estaban
algunos de ellos, muchos de los cuales son personalidades de las artes
y las letras. No es extraño, porque la semana anterior, en Berlín,
se encontró con un tipo llamado Frank que había traducido
todas sus canciones al alemán y que las cantaba en esa lengua.
León llega en un momento oportuno. El público español
busca algo nuevo y refrescante que llevarse a los jardines del alma y
Gieco tiene para ofrecer temas como Sólo le pido a Dios,
Los salieris de Charly, El fantasma de Canterville.
Por todo ello, bienvenido, señor Gieco. Nosotros no somos como
los Orozco.
* De El País, de Madrid.
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