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ENTREVISTA A JULIE DELPY, UNA NUEVA ESTRELLA DEL CINE EUROPEO
“No soy la típica belleza francesa”

Descubierta por Jean-Luc Godard y musa de Kieslowski en “Blanc” y “Rouge”, la actriz integra el jurado oficial del festival marplatense, donde además presentó, como realizadora, la única película experimental de la muestra.

Julie Delpy en una escena del film que la hizo famosa, “Blanc”, del polaco Krysztof Kieslowski.

Por Martín Pérez
Desde Mar del Plata

Callada, introvertida y siempre con una pequeña voz dulce. Así es la típica belleza francesa, según la bella francesa Julie Delpy. “Tiene que tener el pelo morochito y corto, y enamorar a la cámara en silencio”, agrega esta rubia extrovertida y chispeante, integrante del Jurado Oficial del 16º Festival de Mar del Plata. “Nunca pensé en mí como la típica mujer francesa”, confiesa Delpy, que llegó a ser la nueva cara bonita del cine francés de la mano de un director polaco: nada menos que Kryzstof Kieslowski, que filmó con ella Blanc y Rouge. “Creo que hace mucho tiempo superé ese estigma. Hice films como Killing Zoe, en el que no soy una bella francesita. O como Antes del amanecer, en el que hablo todo el tiempo, mucho más de lo que lo ha hecho cualquier actriz francesa”, explica, riéndose de su ocurrencia.
Que no es sólo una cara bonita es algo que Delpy demostró cuando presentó en el Colón su mediometraje Looking for Jimmy. “Es el único film experimental del Festival”, bromeó la actriz devenida directora al presentarlo como una comedia sobre la vida vacía de los habitantes de Los Angeles. Filmado en un solo día, con una cámara digital, y muy bien recibido dos años atrás en el Festival de Locarno, Looking... es un experimento muy divertido, una película casera bien editada y con buenos gags, en la que se aprovechan muy bien las características de su rodaje. “No lo dirigí yo, en realidad, sino que todos los que participamos de la experiencia”, aclara Delpy, que tiene otros dos cortos en su haber, Blah Blah Blah y Tell me.
Sin embargo, el carácter experimental del film provocó más de un éxodo en el cine y motivó que una espectadora de avanzada edad la increpase al terminar el film, incidente comentado con humor por la propia Julie. “Yo sabía que esto podía suceder. Es un film para jóvenes, pero entre el público había demasiada gente mayor”, explica esta francesa impulsiva, risueña y malhablada, que luce la pintura de sus uñas siempre descascarada y una fascinante belleza cotidiana.
Nacida hace poco más de 31 años en París, Julie Delpy asegura haber vivido una vida bien callejera durante su adolescencia en Londres. “No pasé por la cárcel ni por las drogas, pero tuve muchas aventuras riesgosas. Y divertidas”, dice de aquellos años. Amante del cine desde pequeña e hija de una pareja de actores, su debut en el gran cine no pudo ser mejor: a los 14 años se puso a las órdenes de Jean-Luc Godard en Detective. “Fue como un sueño, porque siempre fue mi ídolo”, cuenta. “Es más. Creo que una de las razones por la cuales Godard me dio el papel a mí era porque no podía creer que una niña de 14 años supiese tanto de su cine.”
Aún habiendo comenzado por Godard, Delpy asegura que no ha dejado de disfrutar –y admirar– a muchos de la larga lista de directores que la han dirigido. “Fue toda una experiencia trabajar con gente como Kieslowski, Schlöndorff o Saura, por ejemplo”, asegura. Y agrega que, a diferencia de muchas actrices, ella suele hacerse amiga de sus directores y luego conservar esa amistad. “Me gustar seguir en contacto con ellos y compartir ideas”, cuenta. “Con el único que he pasado un mal momento fue con Leos Carax, pero todo el mundo ha tenido problemas con él. Pero después soy amiga de Richard Linklater, de Tavernier, Roger Avery y Agniezka Holland”, enumera.
Su mayor gratitud es hacia Linklater, quien la dirigió junto a Ethan Hawke en ese gran film romántico para la juventud de los noventa titulado Antes del amanecer. “Le estoy agradecida porque él me impulsó a expresar mis propias ideas, algo a lo que por entonces no me atrevía”, explica Delpy, que este año volverá a rodar junto a Linklater y Hawke. “Pero al mismo tiempo creo que fue una gran injusticia que ni Ethan ni yo hayamos recibido crédito por el guión del film, que en un noventa por ciento nos pertenece. De hecho, cuando se estrenó todo el mundo decía que su escena preferida era tal o cual... ¡y la mayoría las había escrito yo!”
Al recordar Antes del amanecer, Delpy comenta que durante la reescritura le tuvo que dar un ultimátum a los chicos. “Yo era la única mujer allí, así que les advertí que mi personaje sólo iba a hacer el amor con el de Ethan si estaba segura de volverlo a ver otra vez”, revela Julie, que –entre risas– asegura no pensar así actualmente. “Por entonces yo era la romántica y Ethan el cínico, pero ahora se han invertido los papeles. Es como si después de haber puesto en ese film tantas de mis ideas sobre la vida y el amor, ya no me quedasen más para mí y ahora sólo puedo ser cínica.”
Capaz de meterse un par de dedos en la boca para pegar un silbido callejero en medio de una conferencia de prensa (así lo hizo en la presentación del jurado ante la prensa en Mar del Plata), Delpy explica que su labor como jurado está haciéndole darse cuenta de lo difícil que es hacer un buen film. “Lo fundamental es un buen guión”, asegura Julie, que ya tiene dos guiones listos para filmar en un futuro cercano. Mientras tanto, se apresta a rodar de nuevo junto a Linklater y Hawke, pero Julie aún no quiere hablar de eso. Sólo dice que se llama igual que una de sus líneas en Antes del amanecer: The Space Between, es decir “El espacio que está en medio”. Un espacio que la bella Julie sabe llenar muy bien.

 

Recomendados para hoy

Hoy será el turno de la presentación de Contraluz, de Bebe Kamin, el otro film argentino que compite por el Ombú (Auditorium, a las 9 y 22). En el Auditorium, pero a las 14, se exhibe uno de los films más divertidos de la competencia: Anita no perdió el tren, de Ventura Pons. El último opus de este cineasta catalán, honrado con una restrospectiva en el último festival porteño, cuenta en tono de farsa libre, menor e imaginativa la historia de una mujer de 50 años –ex boletera en un cine que ha cerrado– que deviene en amante de un operador de grúas. Lo único que hay que lamentar es que el film, hablado en catalán, sea exhibido en competencia en su versión doblada al castellano. Otro de los films más esperados de hoy es La Virgen de los Sicarios (Del Paseo 1, a las 14), el film de Barbet Schroeder filmado en la calles de Medellín. Los Van-Van, llegó la fiesta, un divertido documental argentino-cubano dirigido por Liliana Mazure, se estrena hoy a las 21, en la pantalla al aire libre de la playa Las Toscas, con entrada libre.

 

“Krámpack”, o la del mono

Pocos son los films que corren de boca en boca en esta edición del Festival de Mar del Plata. Y uno de esos pocos es Krámpack, una pequeña ópera prima que sorprende por su descaro, sinceridad, cariño y muy buen humor. Ganadora el año pasado en Cannes del premio especial de la juventud, el film de Cesc Gay narra la reunión de dos adolescentes durante un verano que será iniciático, sin sus padres cerca. Las emociones de los niños, así como sus costumbres recreativas –como alguna droga– o vitales –como su despertar sexual– son tratadas con mucha chispa y naturalidad en el que tal vez sea el film más entretenido del festival. El film informa que “krámpack” quiere decir masturbación, algo de lo que tiene mucho que decir el film, pero con una libertad tan natural que sorprende y divierte al mismo tiempo (hoy a las 20 en el Ambassador 2).

 

Al rescate de la memoria perdida

�Mosaico criollo�, el primer film sonoro argentino, y �Rosaura a las diez� cobran una nueva vida en sus versiones restauradas.

Susana Campos en “Rosaura
a las diez”, de Mario Soffici.
El film, basado en Marco Denevi, compitió en Cannes 1958.

Por Luciano Monteagudo

El Festival de Mar del Plata tiene un centenar de estrenos y novedades, pero a la sombra de tanta actualidad se esconden un par de exhibiciones fundamentales en relación con el rescate del patrimonio fílmico argentino. Se trata de la recuperación de Mosaico criollo (1929), considerada la primera experiencia sonora de éxito del cine nacional (exhibida ayer en el Museo del Mar), y de Rosaura a las diez (1958), el clásico de Mario Soffici sobre la novela de Marco Denevi, que después de haberse convertido en una leyenda vuelve finalmente a proyectarse en su versión original en CinemaScope (hoy a las 19.30, en el Teatro Colón).
El caso de Mosaico criollo tiene una larga historia, que se remonta a 1978, cuando el historiador Jorge Miguel Couselo descubrió que su productor, Alfredo Murúa, un pionero de la grabación discográfica en la Argentina, conservaba aún una copia del film en nitrato (un material altamente inflamable) y los discos correspondientes, que servían a la proyección sincrónica y en los que se podían escuchar, entre otras, las voces incipientes de Anita Palmero (cantando el tango “Botarate”) y de Nedda Francy y Miguel Faust Rocha, interpretando una breve escena hablada.
La desidia oficial y la falta de políticas de preservación llevaron a la dispersión de todo ese material, que recién fue recuperado hacia 1985 por Héctor Lucci, un reconocido coleccionista de grabaciones y restaurador de aparatos antiguos, que conservó milagrosamente un material muy frágil. A mediados del año pasado, un foro convocado por la DAC (Directores Argentinos Cinematográficos) se explayó sobre el problema de la preservación audiovisual en Argentina y la necesidad de creación de la Cinemateca Nacional.
De ese panel surgió primero la Asociación para el Apoyo del Patrimonio Audiovisual –con Pino Solanas como presidente honorario y Fernando Martín Peña como presidente ejecutivo– y luego un pedido concreto de salvataje de Mosaico criollo, escuchado por las nuevas autoridades del Instituto de Cine, que decidieron la compra de la llamada “colección Murúa”. Faltaba sin embargo el trabajo de restauración, del cual se hicieron cargo Juan José Stagnaro y Roberto Bernadis, que se ocuparon de lavar los rollos, de hacer los transfer a video para la sincronización de imágenes y discos y de tirar una copia nueva en 35mm. con tratamiento Dolby Digital, que respetó el sonido original, incluso con sus imperfecciones, que son bien pocas, considerando la excelencia del trabajo de Murúa.
Los laboratorios de Stagnaro son también los responsables técnicos de la restauración de Rosaura a las diez, una cumbre en la carrera de Soffici, “un faro a seguir, por la variedad y el valor de sus huellas”, según apunta David Blaustein, director del Museo del Cine, el organismo que asumió el proyecto de darle nueva vida al film. En verdad, se pensó primero en Prisioneros de la tierra (1939), otro clásico indiscutido en la filmografía de Soffici, y luego en Barrio gris (1954), una obra menos memorable, pero ambos títulos presentaban problemas técnicos insalvables para su restauración (lo que lleva a sospechar que corren serio peligro de desaparición). Fue entonces que se recurrió al negativo que conservaba Argentina Sono Film de Rosaura... , con la posibilidad de tirar una nueva copia en pantalla ancha, respetuosa del sistema AlexScope, adaptación local del CinemaScope norteamericano. Esta exhibición se realizará, a su vez, en el marco del encuentro de la Coordinadora Latinoamericana de Imágenes en Movimiento (CLAIM), de la que participarán el mexicano Iván Trujillo, presidente de la Federación Internacional de Archivos de Films, el argentino Christian Dimitriu, secretario adjunto del organismo, y representantes de las cinematecas de Cuba, Uruguay y Argentina, además del Museo del Cine de Buenos Aires, coordinador del encuentro.

 


 

“PRUEBA DE VIDA”, DE TAYLOR HACKFORD
Los paramilitares buenos

Por Horacio Bernades

Ya desde antes de conocerse el resultado de las últimas elecciones, el cine estadounidense parece venir anticipando la nueva era Bush, corriéndose de nuevo hacia la derecha y preludiando, tal vez, el fin de los tiempos de la corrección política en Hollywood y alrededores. Como botón de muestra, nada mejor que Traffic, la presunta nueva gema del cine independiente, cuyo guión parecería escrito por la DEA, la CIA, o ambas agencias a la vez. Con parecida obsesión por poner orden en ese sucio patio trasero llamado Latinoamérica, pero sin la menor pretensión de sofisticación cinematográfica, Prueba de vida presenta a un matrimonio all american padeciendo el terror de la narco-guerrilla en un lugar de ficción llamado Tecala, al sur del Río Grande. Hasta que un grupo paramilitar –los “buenos” de la película– se pinta la cara y los rescata, a sangre y fuego.
No conforme con semejante “mensaje”, el nuevo film de Taylor Hackford (veterano en la materia, con films como Reto al destino y Noches blancas) es uno de esos pastiches con los que Hollywood apunta a todos los públicos a la vez, cuestión de no perder ninguna entrada. Si el público masculino tiene su media hora final “a lo Rambo”, con el gladiador Russell Crowe en una jungla de fondo que bien podría ser la selva Lacandona, para la cartera de la dama Prueba de vida ofrece también, por el mismo precio, un melodrama matrimonial. En éste, una llorosa Meg Ryan padece el egoísmo de su marido (David Morse), convencido de que la represa en la que trabaja es “para el bien de la población de Tecala”. Identificados con el rojo y negro del sandinismo, tan delirantes como los miembros de Sendero Luminoso y con pasamontañas al estilo zapatista, los necios guerrilleros del ELT (Ejército de Liberación de Tecala) no le creen nada. Pero no es que los guerrilleros luchen por alguna causa justa: lo de ellos es “sólo negocio”, como señala un experto en el tema. Sólo a quienes buscan cosas raras en las películas esto puede parecerles un atropello.

 

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