Por Silvina Friera
Los dramaturgos somos
una minoría marginada y despreciable. La importancia que el teatro
tenía en la sociedad española se terminó. Quedamos
un reducido grupo de imbéciles que seguimos haciendo teatro porque
no sabemos hacer otra cosa. Tengo una visión muy pesimista pero
no quita que me siga pareciendo un arte fascinante. El que dispara
esta cruda definición es el dramaturgo español y director
de Casa de América de España, Iñigo Ramírez
de Haro, que el próximo martes participará de Propuesta
para una puesta, taller abierto sobre su última obra, Extinción,
todavía en proceso de elaboración. La pieza, que será
escenificada por el director Rubén Pires en la sede de la Sociedad
General de Autores de la Argentina (Argentores, Pacheco de Melo 1820),
cuenta con actuaciones de Roly Serrano, Oski Guzman, Luis Campos, Silvina
Bosco y Carlos Bermejo y música en vivo, a cargo de Federico Mizrahi
y Gonzalo Morales.
Estoy convencido de que voy a modificar la escritura final y que
estos cambios dependerán de lo que hagan los actores en el semimontado,
aclara Ramírez de Haro en entrevista telefónica con Página/12.
Formado en el Centro de Estudios Teatrales (C.E.T), realizó cursos
de actuación en el Actors Studio y asistió a seminarios
con los maestros Dominique de Facio y John Strasberg. Como actor participó
en Fortuna y los ojos de hombres, de John Herbert, bajo la dirección
de Martín Adjemián, Los sesos de Lorca, basada en obras
de Federico García Lorca, entre otras. Por sus orígenes
en el CET, el autor de Luz i death y Apolo de menta, entre otras, le asigna
un rol central al actor. Cuando vi a Alejandro Urdapilleta, Andrea
Garrote y Cecilia Roth hice un acto de modestia y decidí dejar
la actuación, porque al lado de ellos yo no tenía nada que
hacer, subraya.
¿Por qué los dramaturgos son una minoría marginada?
En parte por el auge de la televisión, que provoca que la
gente se quede en su casa muchas horas frente a la pantalla. Pero también
porque durante décadas el teatro se encargó de echar al
público de las salas. La gente identificaba al teatro con el aburrimiento
y muchos dramaturgos no hicieron obras de alto impacto social. El 90 por
ciento de la población española nunca fue al teatro y el
98 por ciento jamás vio ópera.
En este contexto ¿qué sucede con los espectadores
de teatro?
El problema está en el tipo de público: si ha leído
a Hegel o ve TV. Escribo imaginando un espectador mayoritario, con referentes
mentales en el cine de Hollywood, pero sin rebajar mi nivel de escritura.
Sin embargo, muchas veces uno escribe al margen del público. Hay
obras de teatro que a la gente le interesan y no se sabe por qué.
Me interesa la teoría de la recepción y del espectador inteligente,
pero la inmensa mayoría consume entretenimiento pasivo. El mayor
reto para los que escribimos es lograr, según la concepción
artaudiana, que el espectador salga transformado.
En Extinción cuestiona ácidamente a la
familia y a varias instituciones...
Hace tiempo que tenía una serie de bestias negras de la inspiración,
que es el mundo que me rodea: el mercado, la religión, el nacionalismo
y la familia. Detesto a estas creaciones humanas porque las padezco. Me
interesaba crear un texto sobre elementos cotidianos de aquellas personas
con las que se supone que tienes que vivir el resto de tu vida. Lo que
me llevó a escribir Extinción es el malestar
que me genera las relaciones de familia, a las que considero una construcción
monstruosa.
¿Por qué?
En las tribus primitivas, las familias eran una construcción
económica que intentaba resolver el problema del paro, el desempleo
y el ingreso. La sociedad burguesa potenció esa idea y avanzó
hacia un mayor individualismo, que dio como resultado una hipocresía
en las personas que son de tu intimidad. El mercado, la religión
y el nacionalismo te imponen sentimientos positivos respecto a la familia,
pero llega un momento en queeste esquema hace agua. El nombre de la obra,
Extinción, me permite jugar con la idea de que este mecanismo ya
no puede mantenerse.
|