Por Cecilia Hopkins
De película bizarra producida
en los 60 por el norteamericano Roger Corman, convertida con el paso de
los años en materia de culto, La Tiendita del Horror devino en
los 80 en una comedia musical. Esa comedia incluso fue filmada en Hollywood,
luego de pasar por el off off Broadway. Para la historia del espectáculo
musical había un ingrediente clave: era la obra de despegue de
la dupla que conformaban Howard Ashman y Alan Menken, que luego concretaría
una serie de notables trabajos para films claves de la evolución
de la factoría Disney, como La Sirenita, Aladino y La Bella y la
Bestia. El estadounidense Robert Jess Roth acaba de estrenar aquí,
sumando otro musical el musical distinto según
reza la publicidad al panorama teatral porteño una puesta
con actores argentinos.
La historia de esta tiendita (una oscura florería ubicada en un
barrio marginal neoyorquino hacia fines de los 50) se despliega al ritmo
del crecimiento de una inclasificable especie botánica que exige
a su dueño (el tímido Seymour, aquí interpretado
por Diego Ramos) que la alimente con carne humana para continuar con su
desarrollo. Es que, de la noche a la mañana y junto a la planta,
la pequeña tienda se ha convertido en el centro de atención
de los medios gráficos y radiales. Todo este movimiento aporta
un aire de cambio y prosperidad, traducible tanto en las divisas que obtiene
el dueño de la florería (un convincente Omar Pini) como
en el afecto y admiración que recibe Seymour. Pero la planta es
en realidad, el origen de la perdición de todos.
Ramos tiene buena voz y luce desenvuelto. En su composición parece
haber tomado como modelo al Torombolo de Archi, subrayando tal vez en
demasía su vocación de torpe desmañado. De aspecto
tierno e inocente, el muchachito cede a las promesas de bienestar y popularidad
que le formula la planta y, si bien no llega a cometer él mismo
los asesinatos, tampoco se puede decir que hace demasiado como para impedirlos.
A esta debilidad que siente Seymour ante la promesa de éxito y
fama indeclinables se refería el propio Ashman cuando afirmaba
que este musical, además de emular al cine clase B, en algo recuerda
al mito de Fausto.
Dominado por la imagen de la florería que prospera, el escenario
del Broadway no ofrece espacio para grandes coreografías. Es que
La Tiendita... argentina no apuesta a un importante despliegue de bailarines:
apenas cuenta con un coro de tres muchachas que tienen a su cargo dinamizar
la acción con rítmicos desplazamientos y canciones. Obviamente,
el centro de la escena está dedicado a la planta de marras que
se muestra en tres tamaños: la más pequeña se mueve
a control remoto y es manejada desde su interior por el titiritero Rodolfo
Gómez, con la voz en off de Pablo Piñeyro.
En el rol de la soñadora Audrey, Sandra Ballesteros también
exhibe buenos recursos vocales. En la mejor de sus intervenciones describe
el modelo de vida suburbana que desea alcanzar. Su trabajo logra personalidad
adoptando una gestualidad emparentada con las actrices del cine mudo que
exaspera cada vez que anuncia que debe ausentarse para introducirse en
el submundo de su novio, el sádico dentista motociclista que encarna
Humberto Tortonese. Los cinco personajes que interpreta este actor nacido
en el off se ganan el favor del público, que lo aplaude espontáneamente
ni bien hace su aparición y antes de que tome la palabra.
PUNTOS
MUESTRA
PARISINA SOBRE LOS AÑOS POP
El arte de cambiarlo todo
Marilyn Monroe y Los Beatles
son ídolos de la época pop del mismo nivel que Mao Tse Tung,
el Che Guevara y Jack Kerouac. Bajo el título Los años
de la cultura pop (1956-1968), el Museo de Arte Moderno del Centro
Georges Pompidou de París muestra más de 500 obras de aquellos
años, marcados por los movimientos hippie y beat. Entre las piezas
expuestas se encuentran sobre todo collages, videos, fotografías,
muebles y afiches publicitarios. La muestra, que se abrió ayer
al público y se podrá visitar hasta el 18 de junio, es la
primera de la historia en un museo de este tipo dedicada a aquel movimiento
que cambió la concepción de las artes plásticas.
Aquellos fueron años de protesta y provocación. El
arte salía a las calles, recuerda la curadora de la exposición,
Catherine Grenier. Por eso, el pop-art, a modo de rechazo de todas las
tradiciones, estaba marcado por la reproducción de objetos cotidianos
y la publicidad. La muestra está estructurada de forma laberíntica
y comienza con fotos en blanco y negro de William Klein, que muestran
calles comerciales y carteles publicitarios en Estados Unidos.
Las imágenes de Klein expresan la crítica a la sociedad
de consumo de masas. Están en los comienzos de este movimiento,
que sobre todo en los 50 comenzó a hacer crítica social,
a través de la ampliación, el aislamiento y la exacta imitación
de los objetos de consumo de masas, opina Grenier.
Estoy a favor de un arte político-erótico y místico,
que haga otra cosa que estar sentado sobre su trasero en los museos. Estoy
a favor de un arte que imite lo humano. Estoy a favor de un arte que tome
sus ideas de la vida cotidiana, dijo el artista de happening Claes
Oldenburg. A este plástico está dedicada toda una sala,
en la que se exhiben pasteles y un par de zapatos de tacón de yeso.
Junto a trabajos de Andy Warhol, Jasper Johns, Roy Lichtenstein, Richard
Hamilton y Gerhard Richter, se pueden ver ensamblajes y collages de artistas
como Arman y Cesar.
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