Acá estamos, como
siempre, nosotros los actores
De no tener derecho a ser sepultados en campo santo a ser adorados,
amados, deseados y aclamados. De ser puestos como ejemplo de lo
peor y más abyecto del género humano a ser los privilegiados
transmisores de los más bellos sentimientos y las más
genuinas emociones. Del carro de Tespis al carro de la basura, de
los caminos y las plazas a los grandes teatros del mundo desbordados
en oro y terciopelo, de no encontrar tiempo libre para la vida privada
al horroroso parate de la desocupación, de la frivolidad
al compromiso, de la fama al absoluto anonimato.
Vulnerables con coraza de oropel, delirantes y optimistas durante
los ensayos, preparación y/o filmación o grabación
y llenos de encantadoras excusas para justificar los fracasos, el
tiempo, la lluvia, el frío, el calor, la inseguridad, la
situación económica, la ubicación de la sala,
el horario del programa, la fecha de estreno y en algunos casos
hasta la posibilidad de un trabajo brujeril que alguien
muy malo ha hecho en contra, son frecuentes culpables de lo malo.
Lo bueno, el éxito, eso tiene una sola explicación:
¡mi talento!. El triunfador, el divo, la estrella,
la estrellita, el capo cómico, el actoractriz ejemplo de
conducta, el rebelde, los marginales, los contestatarios, los decadentes,
los arte-puristas, los laburantes, los paracaidistas, los que odian
ser actores y hubieran preferido ser otra cosa, los que entraron
en la profesión porque los padres eran actores y siempre
tienen la duda de si han elegido bien, los que entraron en la profesión
sólo y principalmente para escandalizar a sus padres.
Y así hasta el infinito se pueden citar las motivaciones
y tipificaciones del actor.
Desde mi experiencia de tantos años en este trabajo actoral
podría citar cientos de casos tan diferentes entre sí
y tan contradictorios que echan por tierra todas las teorías,
actores que nunca estudiaron y son excelentes, actores que nunca
estudiaron y son un desastre. Actores de escuela brillantes, actores
de escuela correctos, actores de escuela horrorosos y además,
horrorosos, brillantes o excelentes o desastrosos para mí
y no para otros. Entre esos otros cierta parte es el público,
nada menos que ésos... los que pagan. Alguien dijo hace siglos:
Donde hay mucho, fuerza es que haya de todo, y lo dijo,
casualmente, refiriéndose al mundo del espectáculo.
Desde siempre hubo mucho en la profesión. Mucho más
oferta que demanda. Por eso el actor es casi un sobreviviente por
naturaleza. Por eso, porque el actor es casi un desocupado de nacimiento,
es realmente sorprendente el porcentaje de desocupación actoral
en países de tan importante y cuantitativa actividad como
Estados unidos, Francia e Inglaterra por ejemplo. Hemos sido, somos
y probablemente seremos demasiados, tenemos mala fama entre los
biempensantes burgueses, si somos famosos no nos dejan vivir, si
somos desconocidos no nos dejan comer, si somos jóvenes nos
dicen inmaduros, si somos viejos nos dicen fuiste alpiste,
si no hablamos de política nos creen tarados, si hablamos
de política nos prohíben en la primera de cambio,
si somos muy lindos no nos dan crédito como profesionales,
si somos muy feos estamos condenados a la tipificación y
etiquetamiento como ridículos eternos sin posibilidades de
salir de la caricatura, si no hacemos notas somos ogros sin gracia,
si damos muchas notas somos payasos mediáticos.
En fin, es una profesión inestable de fácil acceso,
difícil mantenimiento y dudosos finales y yo, actor desde
hace cuarenta y seis años, más de la mitad de los
años que cumple mi asociación, puedo hacer una sola
división en mi gremio y es tajante: aquellos a los que les
gusta de alma y aquellos que lo hacen por cualquier otra razón
que no sea el placer de sentirse actores y no tiene nada que ver
ni el talento, ni la calidad, ni la fama. Adhiero totalmente al
final inolvidable de aquella joya del cine francés de los
años 30 que se llamó El fin del día. En una
casa de retiro conviven distintos tipos de actores desde ex estrellas
hasta partiquinos, pero hay uno que nunca pudo hacer nada porque
era reemplazante y nadie se enfermó ni una sola vez... El
pobre envejeció sin darse el gusto de decir más de
dos bocadillos en escena. Tenía fama de pésimo actor
y un día en una representación en el asilo el titular
no puede hacer el papel protagónico por un conflicto amoroso
y él debe salir a cubrirlo. El pánico lo domina y
ni una palabra sale de su boca, colapsa y se muere en escena. En
su entierro el actor más prestigioso, el que siempre lo despreció,
le hace un discurso de homenaje y le dice: El teatro no te
dio nada, pero vos le diste todo, hasta tu vida. ¿Importa
si eras buen o mal actor?, no lo creo... Eras un hombre de la profesión,
porque la amabas. Adiós hombre de teatro, hombre de bien.
Todos sabemos que la dura realidad es eso que es. Todos sabemos
que sin trabajo, el hombre pierde una parte importante de su dignidad.
Pero no toda su dignidad. Porque la otra parte la sustentan sus
sueños, su vocación y su capacidad de seguir proyectando
cosas, espectáculos, shows, películas. De cualquier
manera, por cualquier medio, en cualquier lugar. La solidaridad
es la última, única y mejor esperanza. Tan expuestos
o anónimos, tan vanidosos y humildes, tan creídos
y tan inseguros, tan unidos y divididos y, eso sí, tan desprotegidos
como siempre, acá estamos, los actores.
* El lunes la Asociación Argentina de Actores festeja
sus 82 años en el local Señor Tango, con un espectáculo
en que participarán Susana Rinaldi, Norma Aleandro, Alfredo
Alcón, Pablo Echarri, Leonor Benedetto, Osvaldo Miranda,
Tomás Fonzi, Luisa Kuliok, Eleonora Cassano, Gastón
Pauls y el autor de esta líneas, entre otros. La recaudación
será donada a la obra social. Información en los teléfonos
4374-1072 y 4303-8555.
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