Por Silvina Friera
Dos actrices ensayan, mientras
el director y el resto del elenco observan minuciosamente la escena desde
las butacas de la sala. El clima adrenalínico que transmiten Gabriela
Izcovich y Sandra Monclús Manchón delata la cercanía
del estreno, el próximo lunes, de Fuera de cuadro, escrita por
Javier Daulte, con la dirección conjunta del autor y de Izcovich
en el Callejón de los Deseos (Humahuaca 3759). La obra estará
en cartel únicamente por cinco semanas, todos los viernes y sábados
a las 21.30. Coproducida por la sala Beckett de Barcelona, Fuera de cuadro
se presentará en junio en ese espacio alternativo catalán,
fundado en 1989 por el dramaturgo y director José Sanchis Sinisterra.
La obra gira en torno del universo de lo ajeno y lo extranjero, entendido
como un estado de ánimo más que como una circunstancia geográfica.
Si bien no es una historia de inmigrantes ni de exilios, los personajes
atraviesan una situación de soledad, que los convierte en extranjeros
de su propia realidad, explica Daulte a Página/12. Izcovich
dice que en cualquier ámbito geográfico se puede jugar de
local o visitante al mismo tiempo. Más allá de los
pasaportes, ¿quién me puede prohibir que me sienta catalana?
¿Un papel?, pregunta la actriz.
La propuesta nació el año pasado cuando la dupla Daulte-Izcovich
fue invitada a la sala Beckett de Barcelona con Faros de color. En un
seminario de actuación, que ofrecieron a actores catalanes, se
cruzaron con Nies Jaume Riera, Nora Lavas García y Monclús
Manchón, tres jóvenes e inquietas actrices, tan hastiadas
del circuito teatral catalán, que necesitaban probar nuevos atajos
artísticos. Cuando las invitaron a venir a la Argentina, no lo
dudaron. Hace dos meses que ensayan intensamente junto a Daulte, Izcovich
y el actor Alfredo Martín.
¿Cómo surgió la temática de Fuera de
cuadro?
J.D.: Lo primero que hicimos fue pensar la situación de extranjeridad.
Cuando sos extranjero de lo que te toca vivir estás fuera
de cuadro. La premisa que recorrió el trabajo es esta sensación
de ajenidad.
G.I.: El motor que nos movió se resume en varias preguntas
que siempre me hago: ¿qué es una nación?, ¿por
qué pertenecés a un país y no a otro?, ¿uno
vive en el lugar que quiere?, ¿quién elige el país?
¿En esa sensación está implícita la
situación del teatro en Argentina?
G.I.: Sí, cuando no podés conseguir las cosas indispensables,
sentís que vivís en un país que no te corresponde.
J.D.: Elegimos estar en los márgenes porque te brinda la
posibilidad de generar el teatro que querés hacer. Las circunstancias
de producción, aunque no son a priori las deseadas, nos permiten
trabajar con muchísima libertad. Tu punto de partida es la nada.
¿Qué tipo de vínculos tienen los personajes
de la obra?
J.D.: Los vínculos a veces son fuertes, otras, fugaces, pero
dejan marcas. Un encuentro en un aeropuerto les cambia la vida a dos de
los personajes. Esto te permite demostrar cómo una situación
aleatoria trae consecuencias importantes.
De sus experiencias con otros espectáculos en Barcelona,
¿cómo evalúan la respuesta del público?
G.I.: Siempre rescatan la originalidad y se asombran de la falta
de recursos para montar un espectáculo. Los europeos no tienen
que viajar kilómetros para ver obras de arte. Con todas esas posibilidades
hay una zona de aplastamiento y de chatura importante. Una vez hablé
con una chica que estudiaba pintura en Florencia, donde tiene todo para
ver. Decía que no se encontraba a sí misma. En este país
con tan pocos recursos al alcance no queda otra que desarrollar un poder
de imaginación asombroso.
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