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Cuando se cumplieron los 20 años del golpe del �76 la memoria estalló en las marchas multitudinarias, en la sucesión de homenajes, placas, notas, videos. Se iniciaron los juicios de Madrid y aquí se reabrieron las causas por la sustracción de los niños nacidos en cautiverio.
Ahora, ex militantes, sobrevivientes
de cárceles y campos, activistas
sindicales y estudiantiles comenzaron a reencontrarse, a investigar y documentar la historia compartida. Y surgió Memoria Abierta. Aquí, las historias.

La memoria, bien abierta

Por Lila Pastoriza

A 25 años del golpe militar, la constitución de Memoria Abierta, una coordinación de ocho organismos de derechos humanos para fortalecer el trabajo con la memoria, culmina un proceso que se inició cinco años atrás, al cumplirse el vigésimo aniversario de la instauración de la dictadura.
A Memoria Abierta se llegó desde distintos lugares e historias y tras muchos años de lucha contra la impunidad, por la verdad y la justicia. Hoy la tarea incluye a tres generaciones, la de padres y madres de las víctimas, la integrada por quienes fueron los destinatarios directos de la represión y la de sus hijos. Los protagonistas de esta común empresa pertenecen a organismos de derechos humanos integrados por familiares, a otros que enfrentan una gama más amplia de violación de derechos, a los llamados “históricos”, a los que surgieron desde otros lugares y experiencias pero confluyeron en una iniciativa que incluye a representantes de ocho organismos: Alba Lanzilotto y Estela Carlotto (Abuelas), Marta Vázquez y Laura Bonaparte (Madres, Línea Fundadora). Miguel Monserrat y Alicia Herbón (APDH), Alejandra Naftal (Buena Memoria), Carmen Lapacó y Laura Conte (CELS), Mabel Gutiérrez y Cristina Muro (Familiares), Angel Lepíscopo y Ilda Micucci (Memoria Histórica y Social Argentina) y Juan de Wandalear y Ana Chávez (Servicio de Paz y Justicia).

Carmen Lapaco

“Para mí, el tema de la memoria es fundamental. El día en que yo me muera,¿quién sigue detrás mío?”, plantea Carmen Aguiar de Lapacó. Es madre de una desaparecida y forjadora del movimiento de derechos humanos surgido durante la dictadura. “Mi obsesión es que todo esto no se pierda”, dice.
Sanjuanina, profesora secundaria, Carmen tenía 52 años y había enviudado hacía cuatro cuando el 17 de marzo de 1977 desapareció Alejandra Mónica, su única hija. “Los militares vinieron a mi casa y nos llevaron a todos al Club Atlético: a un sobrino que estaba de paso, a mí, a Alejandra y Marcelo, su novio... Ellos dos nunca aparecieron. Por suerte, muchos otros chicos salieron en libertad. A mi sobrino y a mí nos liberaron a los tres días. Cuando llegué a mi casa, lo primero que hice fueron los hábeas corpus. Y ahí comenzó todo.”
Desde entonces, Carmen no paró. Las causas judiciales que tramitó sobre el caso de su hija provocaron resoluciones de incidencia en la lucha por la verdad y la justicia. Proveniente de una familia politizada, militante ella misma del Peronismo Auténtico, pasó de la inicial búsqueda de su hija a una actividad que fue incorporando nuevas herramientas. “Empecé en Madres (ahora estoy en Línea Fundadora), con las primeras que fuimos a la Plaza. Y estuve en el CELS desde que se creó, en 1979. Como Madres lo apoyamos porque era un organismo que incluía también a los padres y que representaba otro modo de encarar el tema. La idea era formar una institución que contemplara la defensa jurídica, una tarea aun tomada por los organismos. Nosotros insistíamos en hablar de ‘detenidos desaparecidos’ y no de gente que había desaparecido de cualquier modo. En esto tampoco todos coincidían.”
Carmen cuenta lo que protagonizó durante estos años como una historia que cualquiera podría haber vivido. Hay luchas, trajines cotidianos, afectos y, notoriamente, un sostenido reconocimiento al apoyo dado por los otros. “Hubo gente que nos rechazó, pero también estuvo la que se portó de otro modo. Fijate que los dueños de la editorial donde trabajaba mi hija me dieron esperanzas, prometieron conservarle el empleo. Si hasta me pagaron los 17 días que ella había trabajado... Y ni hablar de mi familia, excepcional, y de mi madre, una vieja magnífica que me acompañaba siempre, que una vez, con sus 80 años, logró meterse en la Plaza pasando por debajo de los caballos entre los aplausos de la gente.” En los últimos años, Carmen se abocó al trabajo por la memoria. “Estoy en la Comisión de Monumento, en el tema del Museo y ahora en Memoria Abierta, que permitirá registrar tantas historias desconocidas y que permitirá a todos aportar dentro de nuestras posibilidades. Yo tengo una cajita, que es para Memoria Abierta, donde voy metiendo los ‘papeles amarillos’, que fueron quedando en casa. Es importante que exista la memoria de lo que pasó. Yo sé que por sí sola no garantiza que no vuelva a suceder, pero tengo la esperanza de que la lucha y la inmolación de nuestros chicos sirva de algo. Tengo más de 12 sobrinos nietos y me han pedido reunirse conmigo para enterarse, porque dicen que por los padres saben muy poco. Y les he dicho entonces que así festejaré con ellos mi cumpleaños. Son chicos que nacieron después de la dictadura. Quieren saber qué pasó. Y quieren escucharlo de mí.”

Mabel Gutierrez

Hace 23 años que Mabel Gutiérrez milita en Familiares de Detenidos y Desaparecidos por Razones Políticas, entidad de la que hoy es la principal referente. “Estoy en Familiares desde la desaparición de mi hijo Alejandro, en julio de 1978. Recordé entonces que él me había hablado de este organismo. Y me dije: ‘Me mostró el camino’.”
Casada muy joven con un médico, vivió en la localidad bonaerense de Carlos Casares hasta que sus cuatro hijos se fueron yendo a estudiar a La Plata. “Y entonces yo me fui con ellos y también empecé a seguir una carrera, que terminó cuando la irrupción de la derecha en la Universidad me devolvió a mi hogar.” Abuela de ocho nietos, divorciada, hoyMabel trabaja como gráfica y vive en Buenos Aires.
“Siempre me interesó mucho la política. Mi familia era radical y yo seguí ese camino. Pero cuando mis hijos se orientaron hacia la izquierda también los seguí. Ellos fueron quienes me enseñaron que a este mundo había que cambiarlo.”
Para Mabel, la reivindicación de la militancia de los desaparecidos fue una suerte de mandato. “Me incorporé a Familiares, un organismo que ya anunciaba en su propio nombre que defendía a las personas perseguidas por razones políticas (lo cual le restó entonces el concurso de algunas madres). Constituido en setiembre de 1976, fue el primer organismo de afectados directos y su trabajo (que incluía a los presos políticos) fue de gran intensidad en aquellos años.”
A partir de 1997, Familiares participó a través de un fuerte protagonismo de Mabel en las gestiones que llevaron a la creación de la Comisión de Monumento a las Víctimas del Terrorismo de Estado. “A mí personalmente me había impresionado el Monumento a las víctimas de la guerra de Vietnam y siempre me dije que debíamos hacerlo aquí. Me impresionaron los nombres, los miles de nombres. Creo que la real dimensión de lo que pasó aparece en esa lista infinita de nombres. Eso es lo que acongoja, lo que impacta. Cuando el grupo que después formaría Buena Memoria propuso levantar un Parque Escultórico nosotros le sumamos la propuesta de los nombres, y ellos la idea de que debía estar junto al Río de la Plata. Así empezó esta tarea.”
¿Por qué el trabajo por la memoria? “La inquietud viene de hace tiempo. Memoria, verdad y justicia son temas muy vinculados pero que se desarrollan en distintos ámbitos. Con el tiempo uno se dio cuenta de la importancia de que la gente supiera. Y eso sólo se logra fortaleciendo la memoria de lo ocurrido. Mucha gente no sabe. O no lo vivió o no se lo contaron. Hay que hacer permanentemente cosas para que la gente sepa. Para evitar la repetición se requiere no olvidar. Es como con los nazis. Fue tan terrible que a nadie se le puede ocurrir reeditarlo.” Mabel Gutiérrez es una de las más firmes impulsoras de Memoria Abierta. “La gente envejece. Lo vemos en Familiares cada día que pasa. ¿A quién pasaremos la posta?”, se pregunta. No tiene respuesta. Por ahora, Memoria Abierta concentra los esfuerzos. “Haber armado un espacio específico que está más allá de la coyuntura nos posibilitó pedir recursos que permitirán formar un patrimonio de la memoriacomenzando por resguardar lo que tienen los organismos e informatizar todo el material existente.”

Alejandra Naftal

“La gente se muere, los papeles se humedecen, la tinta se borra y los recuerdos se dispersan. Hay que evitar que todo esto se pierda. Si no participamos nosotros, ¿quién lo hará?”, se pregunta Alejandra Naftal, secuestrada a los 17 años, sobreviviente de El Vesubio, integrante de Memoria Abierta y parte de una generación destinataria del embate represivo.
A Alejandra la secuestraron cuando comenzaba el sexto año en el colegio Carlos Pellegrini, el 9 de mayo de 1978. Había militado en la UES desde los 14 años, cuando todo era movilización y efervescencia. En el ‘78 ya no lo hacía. Hasta que un día se cortó el pelo al ras y decretó íntimamente que el riego había cesado. Para ese entonces ya había muertos, desaparecidos, exiliados y clandestinos, varios muy cercanos. La secuestraron a ella también. “Cayeron 40 chicos en esa redada. Todos fuimos siendo liberados pero ninguno se salvó de la tortura. Yo era una perejila. Allí estaban desde antes dos amigos míos, Mauricio y Juan Carlos, en muy mal estado. El día que los trasladaron me dejaron despedirme de ellos. Les di un abrazo, a uno le arreglé el cuello de la camisa, nos dimos un beso, chau... Yo no sabia qué era el traslado”, cuenta sobre la muerte en los campos.
Alejandra terminó en la cárcel de Villa Devoto, donde fue liberada nueve meses después. “Llegué a mi casa en Paternal y estaba todo el barrio esperándome. Los chicos, los almaceneros, todos... A la noche fue el asado. Todos hablaban de la Alex, que era yo, y la Jesusa me decía que tenía que ir a Luján porque había prometido que si yo volvía, pondría una vela alta como la Alex. Y claro que fui a Luján. Aparte, nadie preguntó nunca nada. De eso no se hablaba. Había como un mandato. Recién pude hablar tiempo después, en Israel, donde pasé tres años.”
De vuelta a la Argentina estudió museología, declaró en la Conadep, tuvo a su hija, trabajó en varios sitios. “Veía documentales, iba a los debates de El Caminante sobre los años ‘70. Me fui encontrando con ex militantes. En el 98, algunos compañeros que había ido conociendo –y con los que luego formaríamos Buena Memoria– nos pusimos a recolectar información para enviar a los juicios de Garzón un informe sobre los estudiantes secundarios desaparecidos. Fue lo primero que me agremió a algo. Luego hicimos un homenaje a nuestros compañeros en el Carlos Pellegrini, nos reunimos con los ex UES. Cuando con el proyecto del Monumento se formó Buena Memoria, me integré allí, donde me movilicé desde los afectos y una forma común de abordar lo sucedido. Alguien como yo no encontraba cabida en los organismos históricos y tampoco quería ser una testigo permanente. Nosotros somos ex militantes y necesitamos incluir nuestra vida en lo que hacemos.”
Para Alejandra, de lo que se trata ahora es de generar espacios donde la sociedad se exprese acerca de lo sucedido durante la dictadura.”Para discutir qué pasó, por qué pasó, cómo actuó, si fue cómplice o no. Creo que esto no se generó durante estos años. Si yo, que fui partícipe, sentía que no tenía un lugar donde hacerlo, me imagino lo que será para la gente que lo vivió de afuera... La constitución de Memoria Abierta es un salto cualitativo. Luego de 25 años se comprende que hay que hacer algo concreto, sistemático, serio, con todo este material y que cada organismono está en condiciones físicas de poder hacerlo por sí mismo. Y que si no todo se pierde. Creo que supone un trasvasamiento generacional, que es una manera inteligente de pasar la posta.”

Patricia Valdes

“El trabajo por la memoria no es una obligación hacia el pasado sino una apuesta para la vida en democracia.” En Patricia Valdés, esta fuerte convicción constituye el punto de partida. A ella le corresponde la iniciativa de la creación de Memoria Abierta, proyecto en el que volcó su larga experiencia en organizaciones no gubernamentales de Derechos Humanos.
Aunque ya en los años ‘70 la preocupación por lo social atravesaba sus días –integrante de las comunidades eclesiales de base, militaba en la Juventud Universitaria Católica y como estudiante de Trabajo Social trabajaba en villas y barrios populares de Bahía Blanca–, su vida comenzó a perfilarse con precisión cuando a los 21 años, tras casarse con un médico peruano, se instaló en Perú. “En 1977 me integro al Departamento de Derechos Humanos de la Conferencia Episcopal Peruana (CEAS). En esa época la izquierda consideraba que la lucha en este terreno formaba parte de demandas secundarias, liberales y burguesas. Pero fue una década de trabajo ininterrumpido e intensísimo, apasionante.” Los años en el Perú la marcaron a fuego. El trabajo en derechos humanos, muy profesional, casi siempre correspondía a organizaciones no gubernamentales.
En 1985, Valdés fue una de las tres fundadoras de la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos, una organización fuerte, que subsiste actualmente. Cuando en 1987 volvió a Argentina, colaboró con la APDH coordinando el Grupo de Iniciativa por una Convención contra la Desaparición Forzada de Personas. “Allí yo veía la pila de carpetas, causas, expedientes que sustentaban un fuerte trabajo legal. Era documentación importantísima que carecía de preservación y organización. Eso me quedó grabado.” Luego dirigió la Comisión de la Verdad de El Salvador, misión que duró un año. Al regresar se incorporó a Poder Ciudadano y en 1995 se integró a la comisión directiva del CELS, de la cual hoy es secretaria.
“Fue en 1998 que comenzó a obsesionarme la idea de generar algo hacia el futuro con el tema de la memoria, algo que debía ser sistemático. Elaboré entonces el Proyecto Recordar. Discutimos el tema en el CELS, que lo impulsaría. Yo planteaba que para tener legitimidad, el trabajo debía hacerse desde los organismos de derechos humanos, que son quienes mantuvieron viva la memoria, y el CELS decidió invitarlos para hacerlo juntos. Así comenzó este proceso. La primera reunión se hizo en diciembre de 1999 y discutimos varios meses. En marzo ya teníamos nombre.”
Al fundamentar la necesidad de abocarse a la memoria, Patricia Valdés enfatiza los efectos hacia el presente y el futuro. “Creo que lo ocurrido no debe olvidarse –no tanto porque necesariamente una sociedad que recuerda tienda a no repetir el pasado, no siempre es así- sino porque lo profundo de las marcas que los hechos dejaron en cada individuo y en la sociedad requieren que lo sucedido sea documentado y mostrado hacia las generaciones futuras. ¿Para qué? Para decir que este horror es posible. Porque yo creo que esta democracia tambaleante y defectuosa e imperfecta que tenemos quizá sería un poco mejor si la sociedad tuviera un poco más claro de dónde viene y qué es lo que le pasó.”
Valdés insiste en que “Memoria Abierta no se crea como un lugar de homenaje. Quiere ser un nuevo espacio desde el que recuperemos y mostremos lo que nos pasó, para generar un diálogo de cada ciudadano consigo mismo y con los demás. Encabezado por los organismos de derechos humanos este ámbito debe abrirse sumando el aporte de los estudiosos del tema, de los hombres y mujeres de la cultura y el arte, para ser realmente una memoriaabierta, plural, receptiva, recuperando el recuerdo, capaz de escuchar a la historia. Y hay tareas urgentes: primero, realizar un trabajo hacia la opinión publica que rescate el tema de la memoria como una parte sustantiva de la identidad cultural y política de los argentinos. Y en segundo lugar, documentar lo que realmente ocurrió prioritando lo testimonial y los documentos... Es decir, preservar hacia el futuro ese pasado tan fragmentado y desatendido”.

 

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