Por Lila Pastoriza
A 25 años del golpe militar,
la constitución de Memoria Abierta, una coordinación de
ocho organismos de derechos humanos para fortalecer el trabajo con la
memoria, culmina un proceso que se inició cinco años atrás,
al cumplirse el vigésimo aniversario de la instauración
de la dictadura.
A Memoria Abierta se llegó desde distintos lugares e historias
y tras muchos años de lucha contra la impunidad, por la verdad
y la justicia. Hoy la tarea incluye a tres generaciones, la de padres
y madres de las víctimas, la integrada por quienes fueron los destinatarios
directos de la represión y la de sus hijos. Los protagonistas de
esta común empresa pertenecen a organismos de derechos humanos
integrados por familiares, a otros que enfrentan una gama más amplia
de violación de derechos, a los llamados históricos,
a los que surgieron desde otros lugares y experiencias pero confluyeron
en una iniciativa que incluye a representantes de ocho organismos: Alba
Lanzilotto y Estela Carlotto (Abuelas), Marta Vázquez y Laura Bonaparte
(Madres, Línea Fundadora). Miguel Monserrat y Alicia Herbón
(APDH), Alejandra Naftal (Buena Memoria), Carmen Lapacó y Laura
Conte (CELS), Mabel Gutiérrez y Cristina Muro (Familiares), Angel
Lepíscopo y Ilda Micucci (Memoria Histórica y Social Argentina)
y Juan de Wandalear y Ana Chávez (Servicio de Paz y Justicia).
Carmen Lapaco
Para mí, el tema de la memoria es fundamental. El día
en que yo me muera,¿quién sigue detrás mío?,
plantea Carmen Aguiar de Lapacó. Es madre de una desaparecida y
forjadora del movimiento de derechos humanos surgido durante la dictadura.
Mi obsesión es que todo esto no se pierda, dice.
Sanjuanina, profesora secundaria, Carmen tenía 52 años y
había enviudado hacía cuatro cuando el 17 de marzo de 1977
desapareció Alejandra Mónica, su única hija. Los
militares vinieron a mi casa y nos llevaron a todos al Club Atlético:
a un sobrino que estaba de paso, a mí, a Alejandra y Marcelo, su
novio... Ellos dos nunca aparecieron. Por suerte, muchos otros chicos
salieron en libertad. A mi sobrino y a mí nos liberaron a los tres
días. Cuando llegué a mi casa, lo primero que hice fueron
los hábeas corpus. Y ahí comenzó todo.
Desde entonces, Carmen no paró. Las causas judiciales que tramitó
sobre el caso de su hija provocaron resoluciones de incidencia en la lucha
por la verdad y la justicia. Proveniente de una familia politizada, militante
ella misma del Peronismo Auténtico, pasó de la inicial búsqueda
de su hija a una actividad que fue incorporando nuevas herramientas. Empecé
en Madres (ahora estoy en Línea Fundadora), con las primeras que
fuimos a la Plaza. Y estuve en el CELS desde que se creó, en 1979.
Como Madres lo apoyamos porque era un organismo que incluía también
a los padres y que representaba otro modo de encarar el tema. La idea
era formar una institución que contemplara la defensa jurídica,
una tarea aun tomada por los organismos. Nosotros insistíamos en
hablar de detenidos desaparecidos y no de gente que había
desaparecido de cualquier modo. En esto tampoco todos coincidían.
Carmen cuenta lo que protagonizó durante estos años como
una historia que cualquiera podría haber vivido. Hay luchas, trajines
cotidianos, afectos y, notoriamente, un sostenido reconocimiento al apoyo
dado por los otros. Hubo gente que nos rechazó, pero también
estuvo la que se portó de otro modo. Fijate que los dueños
de la editorial donde trabajaba mi hija me dieron esperanzas, prometieron
conservarle el empleo. Si hasta me pagaron los 17 días que ella
había trabajado... Y ni hablar de mi familia, excepcional, y de
mi madre, una vieja magnífica que me acompañaba siempre,
que una vez, con sus 80 años, logró meterse en la Plaza
pasando por debajo de los caballos entre los aplausos de la gente.
En los últimos años, Carmen se abocó al trabajo por
la memoria. Estoy en la Comisión de Monumento, en el tema
del Museo y ahora en Memoria Abierta, que permitirá registrar tantas
historias desconocidas y que permitirá a todos aportar dentro de
nuestras posibilidades. Yo tengo una cajita, que es para Memoria Abierta,
donde voy metiendo los papeles amarillos, que fueron quedando
en casa. Es importante que exista la memoria de lo que pasó. Yo
sé que por sí sola no garantiza que no vuelva a suceder,
pero tengo la esperanza de que la lucha y la inmolación de nuestros
chicos sirva de algo. Tengo más de 12 sobrinos nietos y me han
pedido reunirse conmigo para enterarse, porque dicen que por los padres
saben muy poco. Y les he dicho entonces que así festejaré
con ellos mi cumpleaños. Son chicos que nacieron después
de la dictadura. Quieren saber qué pasó. Y quieren escucharlo
de mí.
Mabel Gutierrez
Hace 23 años que Mabel Gutiérrez milita en Familiares
de Detenidos y Desaparecidos por Razones Políticas, entidad de
la que hoy es la principal referente. Estoy en Familiares desde
la desaparición de mi hijo Alejandro, en julio de 1978. Recordé
entonces que él me había hablado de este organismo. Y me
dije: Me mostró el camino.
Casada muy joven con un médico, vivió en la localidad bonaerense
de Carlos Casares hasta que sus cuatro hijos se fueron yendo a estudiar
a La Plata. Y entonces yo me fui con ellos y también empecé
a seguir una carrera, que terminó cuando la irrupción de
la derecha en la Universidad me devolvió a mi hogar. Abuela
de ocho nietos, divorciada, hoyMabel trabaja como gráfica y vive
en Buenos Aires.
Siempre me interesó mucho la política. Mi familia
era radical y yo seguí ese camino. Pero cuando mis hijos se orientaron
hacia la izquierda también los seguí. Ellos fueron quienes
me enseñaron que a este mundo había que cambiarlo.
Para Mabel, la reivindicación de la militancia de los desaparecidos
fue una suerte de mandato. Me incorporé a Familiares, un
organismo que ya anunciaba en su propio nombre que defendía a las
personas perseguidas por razones políticas (lo cual le restó
entonces el concurso de algunas madres). Constituido en setiembre de 1976,
fue el primer organismo de afectados directos y su trabajo (que incluía
a los presos políticos) fue de gran intensidad en aquellos años.
A partir de 1997, Familiares participó a través de un fuerte
protagonismo de Mabel en las gestiones que llevaron a la creación
de la Comisión de Monumento a las Víctimas del Terrorismo
de Estado. A mí personalmente me había impresionado
el Monumento a las víctimas de la guerra de Vietnam y siempre me
dije que debíamos hacerlo aquí. Me impresionaron los nombres,
los miles de nombres. Creo que la real dimensión de lo que pasó
aparece en esa lista infinita de nombres. Eso es lo que acongoja, lo que
impacta. Cuando el grupo que después formaría Buena Memoria
propuso levantar un Parque Escultórico nosotros le sumamos la propuesta
de los nombres, y ellos la idea de que debía estar junto al Río
de la Plata. Así empezó esta tarea.
¿Por qué el trabajo por la memoria? La inquietud viene
de hace tiempo. Memoria, verdad y justicia son temas muy vinculados pero
que se desarrollan en distintos ámbitos. Con el tiempo uno se dio
cuenta de la importancia de que la gente supiera. Y eso sólo se
logra fortaleciendo la memoria de lo ocurrido. Mucha gente no sabe. O
no lo vivió o no se lo contaron. Hay que hacer permanentemente
cosas para que la gente sepa. Para evitar la repetición se requiere
no olvidar. Es como con los nazis. Fue tan terrible que a nadie se le
puede ocurrir reeditarlo. Mabel Gutiérrez es una de las más
firmes impulsoras de Memoria Abierta. La gente envejece. Lo vemos
en Familiares cada día que pasa. ¿A quién pasaremos
la posta?, se pregunta. No tiene respuesta. Por ahora, Memoria Abierta
concentra los esfuerzos. Haber armado un espacio específico
que está más allá de la coyuntura nos posibilitó
pedir recursos que permitirán formar un patrimonio de la memoriacomenzando
por resguardar lo que tienen los organismos e informatizar todo el material
existente.
Alejandra Naftal
La gente se muere, los papeles se humedecen, la tinta se borra
y los recuerdos se dispersan. Hay que evitar que todo esto se pierda.
Si no participamos nosotros, ¿quién lo hará?,
se pregunta Alejandra Naftal, secuestrada a los 17 años, sobreviviente
de El Vesubio, integrante de Memoria Abierta y parte de una generación
destinataria del embate represivo.
A Alejandra la secuestraron cuando comenzaba el sexto año en el
colegio Carlos Pellegrini, el 9 de mayo de 1978. Había militado
en la UES desde los 14 años, cuando todo era movilización
y efervescencia. En el 78 ya no lo hacía. Hasta que un día
se cortó el pelo al ras y decretó íntimamente que
el riego había cesado. Para ese entonces ya había muertos,
desaparecidos, exiliados y clandestinos, varios muy cercanos. La secuestraron
a ella también. Cayeron 40 chicos en esa redada. Todos fuimos
siendo liberados pero ninguno se salvó de la tortura. Yo era una
perejila. Allí estaban desde antes dos amigos míos, Mauricio
y Juan Carlos, en muy mal estado. El día que los trasladaron me
dejaron despedirme de ellos. Les di un abrazo, a uno le arreglé
el cuello de la camisa, nos dimos un beso, chau... Yo no sabia qué
era el traslado, cuenta sobre la muerte en los campos.
Alejandra terminó en la cárcel de Villa Devoto, donde fue
liberada nueve meses después. Llegué a mi casa en
Paternal y estaba todo el barrio esperándome. Los chicos, los almaceneros,
todos... A la noche fue el asado. Todos hablaban de la Alex, que era yo,
y la Jesusa me decía que tenía que ir a Luján porque
había prometido que si yo volvía, pondría una vela
alta como la Alex. Y claro que fui a Luján. Aparte, nadie preguntó
nunca nada. De eso no se hablaba. Había como un mandato. Recién
pude hablar tiempo después, en Israel, donde pasé tres años.
De vuelta a la Argentina estudió museología, declaró
en la Conadep, tuvo a su hija, trabajó en varios sitios. Veía
documentales, iba a los debates de El Caminante sobre los años
70. Me fui encontrando con ex militantes. En el 98, algunos compañeros
que había ido conociendo y con los que luego formaríamos
Buena Memoria nos pusimos a recolectar información para enviar
a los juicios de Garzón un informe sobre los estudiantes secundarios
desaparecidos. Fue lo primero que me agremió a algo. Luego hicimos
un homenaje a nuestros compañeros en el Carlos Pellegrini, nos
reunimos con los ex UES. Cuando con el proyecto del Monumento se formó
Buena Memoria, me integré allí, donde me movilicé
desde los afectos y una forma común de abordar lo sucedido. Alguien
como yo no encontraba cabida en los organismos históricos y tampoco
quería ser una testigo permanente. Nosotros somos ex militantes
y necesitamos incluir nuestra vida en lo que hacemos.
Para Alejandra, de lo que se trata ahora es de generar espacios donde
la sociedad se exprese acerca de lo sucedido durante la dictadura.Para
discutir qué pasó, por qué pasó, cómo
actuó, si fue cómplice o no. Creo que esto no se generó
durante estos años. Si yo, que fui partícipe, sentía
que no tenía un lugar donde hacerlo, me imagino lo que será
para la gente que lo vivió de afuera... La constitución
de Memoria Abierta es un salto cualitativo. Luego de 25 años se
comprende que hay que hacer algo concreto, sistemático, serio,
con todo este material y que cada organismono está en condiciones
físicas de poder hacerlo por sí mismo. Y que si no todo
se pierde. Creo que supone un trasvasamiento generacional, que es una
manera inteligente de pasar la posta.
Patricia Valdes
El trabajo por la memoria no es una obligación hacia el
pasado sino una apuesta para la vida en democracia. En Patricia
Valdés, esta fuerte convicción constituye el punto de partida.
A ella le corresponde la iniciativa de la creación de Memoria Abierta,
proyecto en el que volcó su larga experiencia en organizaciones
no gubernamentales de Derechos Humanos.
Aunque ya en los años 70 la preocupación por lo social
atravesaba sus días integrante de las comunidades eclesiales
de base, militaba en la Juventud Universitaria Católica y como
estudiante de Trabajo Social trabajaba en villas y barrios populares de
Bahía Blanca, su vida comenzó a perfilarse con precisión
cuando a los 21 años, tras casarse con un médico peruano,
se instaló en Perú. En 1977 me integro al Departamento
de Derechos Humanos de la Conferencia Episcopal Peruana (CEAS). En esa
época la izquierda consideraba que la lucha en este terreno formaba
parte de demandas secundarias, liberales y burguesas. Pero fue una década
de trabajo ininterrumpido e intensísimo, apasionante. Los
años en el Perú la marcaron a fuego. El trabajo en derechos
humanos, muy profesional, casi siempre correspondía a organizaciones
no gubernamentales.
En 1985, Valdés fue una de las tres fundadoras de la Coordinadora
Nacional de Derechos Humanos, una organización fuerte, que subsiste
actualmente. Cuando en 1987 volvió a Argentina, colaboró
con la APDH coordinando el Grupo de Iniciativa por una Convención
contra la Desaparición Forzada de Personas. Allí yo
veía la pila de carpetas, causas, expedientes que sustentaban un
fuerte trabajo legal. Era documentación importantísima que
carecía de preservación y organización. Eso me quedó
grabado. Luego dirigió la Comisión de la Verdad de
El Salvador, misión que duró un año. Al regresar
se incorporó a Poder Ciudadano y en 1995 se integró a la
comisión directiva del CELS, de la cual hoy es secretaria.
Fue en 1998 que comenzó a obsesionarme la idea de generar
algo hacia el futuro con el tema de la memoria, algo que debía
ser sistemático. Elaboré entonces el Proyecto Recordar.
Discutimos el tema en el CELS, que lo impulsaría. Yo planteaba
que para tener legitimidad, el trabajo debía hacerse desde los
organismos de derechos humanos, que son quienes mantuvieron viva la memoria,
y el CELS decidió invitarlos para hacerlo juntos. Así comenzó
este proceso. La primera reunión se hizo en diciembre de 1999 y
discutimos varios meses. En marzo ya teníamos nombre.
Al fundamentar la necesidad de abocarse a la memoria, Patricia Valdés
enfatiza los efectos hacia el presente y el futuro. Creo que lo
ocurrido no debe olvidarse no tanto porque necesariamente una sociedad
que recuerda tienda a no repetir el pasado, no siempre es así-
sino porque lo profundo de las marcas que los hechos dejaron en cada individuo
y en la sociedad requieren que lo sucedido sea documentado y mostrado
hacia las generaciones futuras. ¿Para qué? Para decir que
este horror es posible. Porque yo creo que esta democracia tambaleante
y defectuosa e imperfecta que tenemos quizá sería un poco
mejor si la sociedad tuviera un poco más claro de dónde
viene y qué es lo que le pasó.
Valdés insiste en que Memoria Abierta no se crea como un
lugar de homenaje. Quiere ser un nuevo espacio desde el que recuperemos
y mostremos lo que nos pasó, para generar un diálogo de
cada ciudadano consigo mismo y con los demás. Encabezado por los
organismos de derechos humanos este ámbito debe abrirse sumando
el aporte de los estudiosos del tema, de los hombres y mujeres de la cultura
y el arte, para ser realmente una memoriaabierta, plural, receptiva, recuperando
el recuerdo, capaz de escuchar a la historia. Y hay tareas urgentes: primero,
realizar un trabajo hacia la opinión publica que rescate el tema
de la memoria como una parte sustantiva de la identidad cultural y política
de los argentinos. Y en segundo lugar, documentar lo que realmente ocurrió
prioritando lo testimonial y los documentos... Es decir, preservar hacia
el futuro ese pasado tan fragmentado y desatendido.
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