Lo que Fernando
de la Rúa anunció anoche sonó como un drástico
cambio de lógica en la manera de plantarse ante la encrucijada
que plantea la deuda externa. Tomándolo al pie de la letra,
no equivale a declarar una cesación de pagos, pero se parece
mucho a hacerlo, aunque se exprese bajo la protección del
blindaje, que abre un margen de negociación que no existiría
sin esa cobertura. De todas formas, hay que ver cómo leerán
hoy los mercados esta admisión argentina de que el país
no puede afrontar los servicios de su deuda, y, aún más,
que no tiene condiciones políticas y sociales para seguir
intentándolo a través de un mayor ajuste fiscal, que
es la vía enunciada sólo 48 horas antes por Ricardo
López Murphy.
¿Cómo es posible que el Presidente varíe en
tan poco tiempo y a tal punto su decisión estratégica?
¿Fue Domingo Cavallo, el mismo que firmó el Plan Brady,
capaz de convencer a un mandatario arrinconado de que la Argentina
debe desplazar el eje de la discusión con sus acreedores
y exigir la reprogramación de su deuda, a través de
algún mecanismo, para abrirse así una posibilidad
de crecimiento? Si se descarta una actitud unilateral, debería
existir al menos un guiño de Estados Unidos, más probablemente
que del FMI, en esa dirección, sabiendo todos, allá
y acá, que en apenas tres semanas iba a explotar la bomba.
De todas formas, anoche subsistían demasiadas dudas sobre
el significado preciso de las palabras de De la Rúa. Quizá
sólo quiso decir que sin crecimiento no se puede pagar la
deuda, sugirió un economista consultado por Página/12.
Y recordó el proverbial optimismo de Cavallo:
Cuando le mencionan la tremenda restricción de los
servicios de la deuda, pregunta qué pasaría si creciéramos
al 7 por ciento anual. Y es obvio que en ese caso la deuda se licuaría
rápidamente. Entonces le resta importancia al problema.
Como quiera que sea, también puede presumirse que el pedido
de facultades extraordinarias al Congreso nacional, por el artículo
76 de la Constitución, apuntaría entre otros propósitos
a poder manejar sin restricciones la emisión de nuevos títulos.
Cualesquiera sean sus ideas, aun antes de pensar una sola medida
concreta, Domingo Cavallo sabe que cuenta con la ventaja de generar
una expectativa de crecimiento, de dinamización económica,
incluso entre quienes lo rechazan. Mientras López Murphy
y sus ultrafiscalistas de FIEL significan ajuste y más ajuste,
y sólo inducen a esperar más recesión, el cordobés
irradia reflejos opuestos. Sin ser exactamente un desarrollista,
le gusta delirar con altísimas tasas de crecimiento, de hasta
el 10 por ciento anual. Sus devotos afirman, y quizás haya
que creerles, que el cordobés cuenta hoy con una ventaja
respecto de diez años atrás: la del prestigio internacional
que ganó con su plan de 1991. Pero también es cierto
que la convertibilidad como régimen (caja de conversión
con tipo de cambio fijo) tiene ahora bastante mala prensa entre
los economistas del Primer Mundo, y que el propio Cavallo estuvo
jugando tiempo atrás con la idea de reemplazar la referencia
dólar por una cesta de monedas.
Oyendo el viernes el discurso de López Murphy, los cavallistas
se quedaron boquiabiertos, aunque no fueron los únicos en
asombrarse ante la excluyente obsesión del flamante ministro
con el déficit fiscal. Los mediterráneos también
aborrecen los números rojos del sector público, pero
piensan, como también otros, que sin crecimiento no hay manera
de que esos números cierren. Esto en el plano de la teoría.
En la práctica, con pesadísimos servicios de la deuda
a afrontar mes a mes, si no se generan suficientes recursos fiscales
se marcha de cabeza a la cesación de pagos.
En el corto plazo, o se rasuran otros gastos, como quiere FIEL,
o hay necesidad de lograr un puente que permita atravesar la transición.
Es decir, llegar al crecimiento, saltando por encima del obstáculo
de la deuda. Se supone que ésta sería la lógica
con que Cavallo negociaría un nuevo programa con Estados
Unidos o el FMI. En el Norte deberían aceptarque obligando
a la Argentina a un permanente esfuerzo de ajuste en medio de una
recesión de casi tres años la empujan al default.
Y éste no es un escenario malo solamente para los argentinos,
porque el efecto dominó afectaría a otros emergentes,
empezando por Brasil. Ser un gran deudor es lo que todavía
le da peso al país en la consideración internacional.
En cualquiera de los escenarios que se plantee, ni una renegociación
de la deuda ni el diseño de un programa para el crecimiento
prescindirán de una cuota de recorte en el gasto público.
La podadora de FIEL no será tirada a la basura, por lo que
habrá áreas afectadas y focos de conflicto. A esto
hay que añadirle el procesamiento de la incertidumbre por
los mercados financieros: muchos especuladores pueden preferir mirar
este partido de afuera, en cuyo caso se vivirán horas muy
agitadas.
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