Por
Andrew Graham-Yooll
¿Qué
tipo de historiador es usted? En un contexto europeo le dirían
popular. Aquí le dicen divulgador. También
es un académico. ¿Su labor de investigación
comienza con la docencia?
La historia viene paralela a la docencia. Mire, yo no me describo.
En todo caso el que tenga interés que diga lo que piensa que soy.
Pertenezco a la Academia Nacional de la Historia, lo cual no quiere decir
que sea un historiador académico. Tal vez mi forma de poner la
historia es un poco más heterodoxa, más suelta, más
dedicada a la divulgación. Pero me considero un historiador.
¿Pero se considera también un investigador?
Sí. Investigador en el sentido de buscar datos, sí,
cómo no...
¿Aún hoy pasa mucho tiempo en lugares de investigación?
No, ahora menos, por el tipo de cosas que estoy haciendo. Pero cuando
escribí la Historia Integral de la Argentina, que son diez tomos,
sí, tuve que buscar en diarios, archivos, testimonios orales. Hay
un libro, como es la biografía del presidente Roberto Marcelino
Ortiz (1886-1942), en donde la investigación de diarios y de personas
fue permanente. Uno no puede prescindir de la investigación. Siempre
que a la investigación se la liga con términos muy amplios,
que incluya, por ejemplo testigos, películas cinematográficas,
fotografías y diarios sobre todo. Varía según las
épocas.
¿Qué lo atrajo de Ortiz?
El drama de su vida, y el drama del país que eso implicó.
¿Pero lo quiso ver desde un punto de vista político
o personal? Porque Ortiz al final muere bastante súbitamente. ¿El
país esperaba su muerte?
Ya había renunciado; su enfermedad era irreversible. Murió
después de una rápida enfermedad, en una semana. Pero él
ya venía enfermo y ciego, con una diabetes muy fuerte.
Usted lo encara como radical.
No, yo lo encaré desde el punto de vista de un hombre que
quiso restaurar la democracia al fin de eso que el periodista y abogado
José Luis Torres llamó Década Infame. Y el drama
de Ortiz fue que la enfermedad no se lo permitió. Y yo comparo
un poco eso con el país, con lo que ocurrió en el país
en ese momento.
¿El fracaso de la restauración de la democracia después
de la década infame llega hasta nuestros días?
No digo que llegue hasta nuestros días. Se perdió
una gran oportunidad de reimplantar una democracia limpia, sana, lo cual
le hubiese ahorrado evidentemente muchos procesos negativos al país.
Probablemente le hubiera ahorrado al país a Perón, por ejemplo.
¿Evitado?
Evitado. Lo hubiera evitado.
Si bien usted dice que Ortiz de haber tenido éxito le hubiera
evitado a Perón al país, usted comenzó eligiendo
analizar el arribo de Perón al poder. Ese es su libro más
memorable. Lamento decir que nadie recuerda a un autor por más
de un libro y El 45, que editó Jorge Alvarez en 1968, es su libro
más memorable.
Es probable.
Entonces el fenómeno Perón, o el fenómeno 17
de Octubre, le fascinó primero.
Sí. Desde el punto de vista de la aparición de las
masas en los procesos políticos.
Primero hizo Perón, por el interés que le despertaba
Perón, pero después fue a estudiar al hombre que pudo evitar
a Perón...
No se debe a un plan preconcebido; usted sabe que los temas aparecen
de repente, cuando uno menos los espera...
Usted es un historiador narrativo. En cierta medida esa tendencia
está en El 45 y se declara más públicamente en Soy
Roca. Usted es el precursor en este país de la historia novelada,
si bien no le gusta...
No me gusta en el sentido de que hay muchas novelas históricas
muy malas...
Pero al escribir Soy Roca instaló una moda, la de llevar
al personaje a la primera persona. ¿Qué opina de esta moda?
Mire, lo más positivo de esta moda es que refleja el interés
del público argentino por la historia de nuestro país. Los
lectores buscan en estas novelas una forma de recorrer la historia, tal
vez más amena, más entretenida. A veces se logra, y a veces
no.
Es una forma distorsionada de aprender la historia.
A veces sí, efectivamente.
Tenemos el caso muy preciso de José Ignacio García
Hamilton, por ejemplo, que escribió vidas de Alberdi y Sarmiento,
y con San Martín alcanzó enorme éxito. Alberdi me
pareció un buen libro, atractivo, en la senda de Soy Roca. No sé
si usted recuerda, pero usted también criticó el otro extremo,
el San Martín.
Bueno, anoté que había fallas de información
histórica.
Eso es una distorsión de la historia para el que quiera aprenderla.
Es probable.
Usted se está mostrando muy cauto...
¿Sabe
qué pasa? No me gusta hacer críticas de colegas. Yo lo que
puedo decir sobre García Hamilton es que el libro no tiene fundamentos
históricos en muchas de sus apreciaciones. Por ejemplo, él
trae un documento de una hija del general Alvear diciendo o sugiriendo
que su abuelo Diego de Alvear sería el padre de San Martín.
Lo que no dice García Hamilton es que esa señora fue declarada
insana, en juicio judicial un tiempo antes. Es decir, concretamente era
una vieja loca. Entonces lo que pueda decir hay que tomarlo con mucha
reserva. Critico ese tipo de cosas. Lo cual no quiere decir cuestionar
un libro, porque puede tener cosas interesantes.
Pero igual dice que la historia novelada puede ser considerada útil.
Siempre que no se distorsione la historia. Usted mencionó
Soy Roca. Tiene una forma novelada, pero nada de lo que se dice está
inventado. Todo es un registro histórico riguroso salvo unos pocos
episodios que yo salvo en la parte de Notas diciendo esto no está
registrado históricamente, es un invento mío. Episodios
sin importancia, como que Roca concibe su conquista del desierto cuando
ve una mujer con un palo de amasar. Entonces piensa que su conquista del
desierto es una especie de palo de amasar. No tiene ninguna importancia.
Lo hago para mantener el interés del lector, agregar alguna anécdota
más o menos divertida. Pero nada de lo que se dice sobre Roca,
incluso sobre lo que Roca dice o piensa, nada de eso es ficción,
todo eso es historia. La forma, en todo caso, sí, es novelada,
cosa que es fácil en el caso de Roca, porque la vida de Roca es
novelesca.
Pero usted no es un historiador de las notas al pie de página,
es muy poco anotador...
En general sí, primero por el tipo de cosas que yo escribo
a veces rechazan la nota, por la forma narrativa y a veces, le confieso,
porque hartan. Pero por ejemplo, en El 45, yo hago muchas notas al final
de cada capítulo.
Esa falta de notas al pie que lo hace un boom aquí, como
historiador menos académico, más popular. Pero internacionalmente,
aparte de El 45, no es un historiador citado. Se cita a los académicos.
Supongo que no me citan, porque yo hablo de historia argentina,
nada más, de manera que mi coto de caza es restringido.
¿Siente usted que buena parte de nuestra historia, la que
se difunde por el mundo, no es la escrita por los argentinos sino la escrita
por los doctores de universidades extranjeras?
Sí, es bastante posible. Ellos vienen generalmente con un
gran apoyo económico. Vienen con todo el tiempo del mundo. Y en
ese sentido están en una situación de ventaja respecto del
historiador local, que tiene que vivir y paralelamente a escribir historia
tiene que ser abogado, o tiene que enseñar, en una universidad,
o lo que sea. Yo no me resisto, me parece bien, han hecho grandes aportes
muchos de ellos ¿no? Pero desde luego me gustaría que la
historia argentina fuera contada por los argentinos.
Tomemos ejemplos. Robert Potash y Alain Rouquié son los historiadores
a los que se remiten los militares y los estudiantes de la vida militar.
Joseph Page es el biógrafo, hasta ahora el único, de Perón.
No tenemos una historia de la última dictadura y los años
del terror por las pasiones rivales que despierta.
No, en el caso del Proceso hay centenares de libros escritos. Tal
vez falte el libro que englobe toda esa información. No creo que
se pueda escribir una historia aún. Si se mira con perspectiva
histórica, todo puede historiarse. No veo que necesiten pasar cincuenta
años para hablar de un tema... ¿No pasó lo mismo
con Rosas?
Hubo que traer los huesos de Rosas y enterrarlos para terminar con
el debate Rosas.
No, ya había terminado antes. Mire, es como el caso de Perón.
Pasarán doscientos años discutiéndose sobre Perón.
Pero esto no imposibilita hacer la historia de Perón; al contrario,
la estimula. Porque significa que el personaje no ha desaparecido, sino
que sigue siendo relevante, sigue despertando pasiones, sigue azuzando
polémicas. En última instancia son hombres y mujeres. Y
la historia siempre, Andrew, es una historia de hombres y mujeres. Siempre.
Le repito, la pasión no es que se supere, yo no veo que esté
mal, la pasión. Lo que pasa es que no debe prevalecer sobre la
verdad histórica. El 45, me parece, es un libro bastante apasionado,
pero es un libro, en la medida de lo posible, imparcial, donde los hechos
se presentan y se deja que el lector juzgue...
¿Usted se sintió imparcial? Usted está asociado
con el radicalismo.
Sin embargo, tomé distancia para ver un poco mejor las razones
de los unos y de los otros. Lo mismo pasó con otros libros míos,
con Yrigoyen (1954), con Alvear (1958), que mucha gente criticó.
Yrigoyen es más embanderado, es cierto. Yo era muy joven, era un
militante radical... Alvear en cierto modo lo es, pero después
creo que mi posición no es que sea objetiva, porque objetividad
total no existe, pero lo suficientemente honrada como para ver los motivos
de unos y de otros.
¿Cómo llegó a fundar Todo es historia? Recuerdo
cuando salió, de verlo en la estación mi pueblo, Ranelagh.
Parecía bastante audaz. Porque teníamos tantos fantasmas
escondidos, y tantas historias tapadas...
Mire, la génesis inmediata fue que en 1966 el general Onganía
había tomado el poder, había disuelto los partidos políticos,
había prohibido la política. Entonces me pareció
que un sucedáneo, incompleto, pero aceptable, podía ser
una revista de historia, para la gente a quien le interesaba la política
y todo lo relativo a la política, incluso en el plano histórico.
Una revista de este tipo seguramente tenía que interesar a mucha
gente. Yo conocía unas revistas similares en Europa, francesas,
sobre todo. Y aunque nuestra historia no es tan brillante y tan larga
como la de Francia, me pareció que tenía elementos suficientes
como para dar contenido a una revista como ésta. Yo no pensé
cuántos años iba a durar. Bueno, ha durado...
Entonces se puede decir que esa revista en sus inicios iba a llenar
un vacío político.
Exacto. Todo es historia también es Todo es política.
Todo es historia, en consecuencia, también es política,
también es moda, también son crímenes, también
son procesos, personajes, situaciones. El título creo que es un
hallazgo. Surgió cuando hablaba con una colaboradora de la revista
Folklore que yo dirigía. Le dije: me falta el título. Tiene
que ser corto, incluir la palabra historia, decir que es muy amplia...
Ella, medio distraída, es difícil, porque todo es
historia. Y ahí está. Salimos en mayo de 1967. Lo
editó una imprenta, no una editorial, donde se hacía la
revista Folklore. Nunca me ocupé de la administración, quizás
por eso ha durado 34 años.
Pero tuvo gente que lo apoyó.
Rodolfo Terragno se asoció. Estuvo un año, hasta que
él se fue del país. Y después vino Emilio Perina.
Pero el apoyo fue del público lector, y de la publicidad que se
conseguía, que nunca fue muy grande. Se financió haciéndola,
era muy barata. Yo jamás cobré sueldo. Tenemos muy poca
gente. María Sáenz Quesada, la subdirectora, hace dos años
que no cobra. Creo que el secreto fue trabajar con seriedad de modo que
nos hicimos respetar. Yo no tuve problema con ningún gobierno.
Algunos me apoyaron más, otros menos... A través de avisos
de las secretarías de Cultura, nunca demasiado. Además la
revista no era tan importante como para que se ocuparan de ella los gobiernos
de turno...
¿Hubo temas que le dijeron que mejor no tocara?
Sí, algunos temas. Alguna vez seguí el consejo, otras
veces no. Por ejemplo sé que en la Marina se fastidiaron mucho
por el artículo sobre el hundimiento de la Rosales,
un famoso caso del año 1892... Pero no llegaron a molestarme. Fue
una cosa muy fea... Perón, en algún momento en su exilio,
se refirió muy despectivamente a la Marina y sacó a colación
el hundimiento de la Rosales, como una especie de mancha sobre
el arma. Pero repito, no hubo ninguna molestia. Curiosamente, diría
que el gobierno de Menem fue el que más publicidad nos dio, pero
a través de la Secretaría de Cultura.
¿Está escribiendo, está investigando?
Sí, estoy escribiendo, pero no le quiero decir qué.
Por cábala nunca lo digo. No es un secreto, pero prefiero no decirlo.
Cierto pudor, también.
¿Qué deja para las nuevas generaciones que tienen
que estudiar un siglo bastante desordenado?
Sí, desordenado. Pero creo que el historiador debe tratar
de poner claridad en esas confusiones. A veces la historia no se la ve
claramente, pero si tiene un sentido, el historiador debe tratar de desentrañarlo
y ponerlo a disposición de los lectores.
¿Considera que hay mucho nacionalismo al encarar la historia
argentina? Por ejemplo: Malvinas. ¿Hay objetividad?
Hay un nacionalismo, pero que se ha atenuado mucho. Lo había
mucho más en los años 70.
El nacionalismo nunca actuó por sí solo, siempre fue
herramienta utilizada por terceros, porque el nacionalismo no tiene contenido
propio.
Algo de razón me parece que tiene, en el caso de Argentina.
El nacionalismo acá empezó a surgir con virulencia en los
años 30 y su espejo era el nazismo, el fascismo, los regímenes
totalitarios... También sucedió con el peronismo. El nacionalismo
es como una especie de fuerza lateral porque Perón de la boca para
afuera era nacionalista, pero las cosas que hacía no eran de tipo
nacionalista. No sé si siempre el nacionalismo es herramienta,
pero es bastante común eso.
El radicalismo suyo ¿dónde quedó?
En mi profesión de historiador no tiene nada que ver. En
mi corazoncito sí, en el principismo de Yrigoyen, en el sentido
ético de la política. Eso es parte de mi formación,
vengo de una familia muy radical;un tío mío fue vicepresidente
con Yrigoyen y mi padre fue candidato a gobernador de La Rioja en el año
46, de modo que son antecedentes que uno no puede sacarse de encima,
pero que para la tarea de historiador no cuenta. Por otra parte yo no
estoy afiliado al radicalismo desde hace muchísimos años.
Cuando el radicalismo se dividió en el año 56, yo
permanecí con Arturo Frondizi, que evidentemente se fue desradicalizando
con el tiempo. Tengo un gran recuerdo de Frondizi y creo que históricamente
se le va a hacer justicia, se le está haciendo justicia.
POR
QUE FELIX LUNA
Por Andrew Graham-Yooll
El
historiador que más conoce la gente
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Originariamente
abogado, graduado en la UBA en 1951, a los 26 años, fue elegido
miembro de número de la Academia Nacional de la Historia
en 1992. Los 41 años entre esas dos fechas están llenos
de libros, ensayos históricos, varias obras musicales (como
la Misa Criolla, con Ariel Ramírez, en 1963), de periodismo
y hasta dos novelas (La última montonera, 1995, y La noche
de la Alianza, 1963), además de televisión y una revista.
Si se le pregunta a cualquier argentino qué ha hecho Félix
Luna, dirá que la revista Todo es historia, una publicación
mensual de divulgación que ha permanecido en los kioscos
del país durante casi tres décadas y media. Es el
historiador que más conoce la gente, que más se ha
dedicado a la divulgación de la historia argentina.
Lo que lo diferencia de muchos ciudadanos, especialmente en tiempos
de muchos y rápidos cambios, es su constancia, su permanencia,
sin sobresaltos. Eso hay que reconocerlo. En contraste con su obra
prolífica, en el diálogo es cauto, parco, rasgo que
este diálogo refleja.
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