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OPINION

La vuelta de San Patricio

Por Sergio Kiernan

El sábado fue San Patricio, y en el centro hubo una bacanal. Los pubs desbordaron y su “barrio” –la calle Reconquista con centro en la esquina de Paraguay– acabó peatonal por la invasión de gente con vasos en la mano, sombreritos de fiesta y la cara pintada de verde. Es curioso: un santo perfectamente desconocido en Argentina es protagonista de una fiesta pagana en una calurosa noche sudamericana.
Patricio es el santo patrono de Irlanda, un inglés que hace 16 siglos llegó a la isla violenta y pagana y la cristianizó. Para explicarles a los barbudos piratas y pastores de la época cómo podía ser que su dios fuera uno y fuera tres, usó el trébol, que es uno y es tres. Desde entonces, el yuyito modesto es el símbolo de los irlandeses y de la Trinidad.
El santo, cuya imagen nos llega como la de un obispo de sombrero alto y cara de pocos amigos, fascinó a su grey. Las leyendas de Patricio son infinitas y hablan de su sabiduría, sus milagros y su capacidad de agarrarse a las piñas. Un ejemplo: en Irlanda no hay víboras porque el santo, con su cayado, golpeó el piso y les ordenó irse. Las estampitas y los vitrales muestran a Patricio expulsando a las serpientes y los chistosos de pub agregan que, probablemente, se fueron a Inglaterra.
Con la emigración, el culto al santo llegó a medio mundo. El primer St. Patrick’s Day que vi en Nueva York resultó increíble: desfiles, fiestas, los pubs llenos desde la mañana, media ciudad con botones en la solapa que decían “Bésame, soy irlandés”. En la esquina de la 41 y la octava, a las doce en punto del 17 de marzo de 1980, dos chicas comenzaron una pelea a puñetazos. Terminó a la 1.30, cuando una se durmió finalmente por los golpes y la cerveza. Los amigos coronaron campeona a la otra. Ambas boxeadoras eran pelirrojas, rústicas e irlandesas.
La impresión fue aumentada por la costumbre de cómo festejábamos los irlandeses ese día en Argentina: misas interminables, peregrinaciones a Luján, tés prolijitos en casas de las tías viejas (Biddy, Marianne, Mary), discursos vagamente patrióticos de los abuelos, cuando finalmente corría algún whiskey. Era una cosa privada, ñoña y comunitaria a la que nadie le daba la menor bola. Con toda razón.
Después llegaron los pubs, la Guinness con su marketing, la Beamish con sus ganas de pelearle el sorpresivo mercado local. San Patricio se está reciclando entre nosotros como una fiesta de salir, una noche de joda sin asociaciones inmigratorias ni religiosas. Nada mal.


 

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