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OPINION

Lo que puede caer, caerá

Por Claudio Uriarte

En una misma semana, Wall Street lideró una caída en picada de las Bolsas mundiales, las empresas norteamericanas reportaron un aumento de inventarios, Japón registró deflación, Europa entró en pánico anticárnico ante la coincidencia de la enfermedad de la vaca loca con una epidemia de aftosa, y, entre nosotros, el doctor Fernando de la Rúa eligió al ultraliberal Ricardo López Murphy para dirigir la economía, lo que se parece a la opción de pegarse un tiro para evitar la muerte. Asimismo hubo nuevos signos de que la OPEP está resuelta a bajar su producción, aumentando los precios del petróleo y por lo tanto también las tendencias recesivas del mundo industrializado.
Por una vez, la posibilidad de que esta semana Alan Greenspan, titular de la Reserva Federal norteamericana –y por lo tanto una especie de Banquero Central del mundo–, dé un drástico corte a la tasa de interés estadounidense no está generando el alivio financiero de otras épocas, ni el ruido masivo de descorche de botellas de champagne que solía acompañar sus anteriores, cautelosas reducciones de un cuarto de punto, como un escrupuloso y frío relojero que calibrara hasta su última minucia la marcha de la economía. Mucho menos entusiasmo está causando el plan del presidente norteamericano George W. Bush de reactivar EE.UU. con una masiva reducción de impuestos para los sectores más ricos, una medida muy cuestionada pero que, incluso si resulta ser beneficiosa, debe atravesar una espinosa jungla legislativa antes de convertirse en ley, y necesitará más de un año para probar la bondad de sus efectos.
La recesión tal vez fuera inevitable, pero la forma caótica en que se llega a ella sugiere una crisis de liderazgo. Washington está en manos de una clique de nostálgicos que quieren repetir el abracadabra de Ronald Reagan en los años ‘80 sin notar que los tiempos han cambiado, y que la herencia de prosperidad a corto plazo de la economía ofertista de Reagan generó también una deuda nacional monumental; Japón, por su lado, tiene a su frente una corrupta oligarquía política tan incapaz como hostil a la consumación de las reformas necesarias; Europa está encerrada en sus problemas internos, y el FMI es un anacronismo. En estas condiciones de incertidumbre, el refugio en las verdades fundamentales del mercado es una tentación explicable, pero equivale a una renuncia a la política económica y al ciego acatamiento a una mezcla de la ley de gravedad con la de (López) Murphy: todo lo que puede caer, caerá.


 

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