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LA TV DISEÑO CICLOS PARA SEDUCIR A UN PUBLICO ANTES RECELOSO
La clase media mordió el anzuelo

Profesionales, universitarios y docentes invaden los programas de concursos, tentados por el dinero y por el tono sin estridencias que propone, por ejemplo, �Audacia�. En la segunda mitad del año llegará �Quién quiere ser millonario�, que premiará la �cultura general� de los participantes. La explotación de este target ya dio resultado en todo el mundo.

Por Julián Gorodischer

Heladera y autos nuevos, aire acondicionado, vacaciones y una vida sin deudas: eso no es poco. Es, por cierto, el cambio de vida que llegó para Daniel Seige, junto con el premio que obtuvo en “Audacia”: 25 mil dólares para sacar del rojo una cuenta bancaria. Tiempo atrás (tal vez por pudor, por temor al paso en falso), el consultor de empresas no hubiera pensado en llamar a la tele, pisar un estudio, someterse a un casting, ponerse a prueba y, por fin, aparecer en la pantalla. “Es un momento duro”, dice, para definir el cambio. Como él, decenas de maestros, psicoanalistas, periodistas y pequeños empresarios se multiplican en el estrado, junto a Eduardo de la Puente. El juego comienza, y ellos responden en un tono trivial y localista; asumen el costo de haberse mostrado “codiciosos”, o ahora “audaces”. El dinero, en medio de la crisis, los convoca.
“‘Audacia’ –dice Pablo Martins, su productor ejecutivo– impulsa a personas con conocimientos generales que, tal vez, no irían a un programa de azar. Tenemos muchísimos maestros, periodistas y contadores que contestan sobre saberes cotidianos, al alcance de todos. Se impone una cercanía: alguien responde por 50 mil dólares y uno, desde su casa, siente que si estuviera ahí, lo ganaría.” Esa facilidad de acceso es la misma que convirtió a “Quién quiere ser millonario” (que llega este año a la Argentina, después del comienzo del invierno) en un éxito en todo el mundo. Hay unos tentadores 500 mil dólares, en este caso, esperando a quien responda bien a diez preguntas. Levantar el teléfono y discar un 0600 es suficiente para anotarse.
Joe Allen es un cronista norteamericano que revolucionó el mundillo de la prensa tras un particular trabajo de campo: se anotó en “Quién quiere...” sólo para contar luego, en la revista Brill Contents, esa experiencia. La sobriedad, el tono discreto de esta nueva clase de programas de concurso lo tentaron: pensó que no habría ecos en su vida. Creyó que todo se trataba de escuchar atentamente y escupir, rápido, una respuesta. pero se fue obsesionado. “Para prepararme –relata– leí enciclopedias viejas, programaciones de TV por cable, la guía telefónica, todos los números de la revista People: era crucial para mi entrenamiento. Mi hija intentaba frenarme: Basta papi, es sólo un juego.”
“Quién quiere...” parece despertar más pasiones que “Audacia”. En la segunda mitad del año, es posible que compartan la pantalla de Canal 13, en uno de dos formatos posibles: diario de media hora, o semanal y conducido por Julián Weich. Ya no será, el suyo, un culto a los saberes cotidianos o datos de la grilla televisiva (los preferidos de “Audacia”), sino el endiosamiento de la “cultura general”, ese gran baúl que abarca desde datos básicos de historia y geografía a títulos de películas y obras de teatro. Es una gran bolsa de gatos que aporta, al triunfador, una doble satisfacción: ser un “erudito” y, por si fuera poco, millonario. En Estados Unidos, “Quién quiere...” es (como aquí “Audacia”) el reino de la “gente común”, un foro donde ponerse a prueba y subir unos peldaños en la escala de las personas respetables. El que se las sabe todas merece el saludo que antes no recibía.
“Se cuida el rol del participante –explica Marcela Campos, directora creativa de `Audacia’– y tal vez eso ayuda a vencer temores. Por eso llama gente con niveles de estudio superiores, terciarios o universitarios, que no se veían en otros programas de preguntas y respuestas donde interviene más el azar. Tampoco requerimos especialistas (como ocurría con un primo lejano, `Tiempo de siembra’), pero están formados.” A alguien “formado” no se le exige el esfuerzo de pasar por una prueba física, el papelón de una broma o un enchastre, la grosería o el chiste verde. Tampoco se lo expone a la arbitrariedad de una ruleta, un corte de manzana, una adivinanza. El nuevo concursante se merece otro respeto. Por eso se deja tentar: avisa a sus pacientes, alumnos, colegas... Como para que nadie se sorprenda. “A mi alrededor –admite Daniel Seige– se generó muchísima expectativa.” “Audacia” o “Quién quiere...” se convierten, así, en un espejo colectivo, un lugar donde leer la crisis. ¿A dónde busca la gente la heladera y el auto nuevo? Con los 25 mil en mano, llega el regocijo. Pero si no, la enorme frustración de no haberse “plantado” un poco antes. Aunque hay algo peor. Ocurre en un primer momento de “Audacia”, cuando todos arriesgan una cifra y el que más se aleja queda afuera. La incógnita puede aludir al peso de una vaca o a la distancia entre dos ciudades. Algunos responden disparates. Se les pide, antes de excluirlos, que los revelen: la broma causa gracia. José Alberto, periodista, sintió mucha vergüenza: “Tenía que decir cuán ridículo había estado. Me fui muy deprimido”. Sin embargo, volvería a participar, como si la anécdota fuera un detalle, y el imán de los cien mil (que todavía nadie ganó) fuera más fuerte que esas pequeñas torturas.
“Audacia” y “Quién quiere...” son primos lejanos de otros Reality Game Shows como “Gran Hermano” y “Expedición Robinson”. Comparten la llegada de la “gente común” a la tele, la tentación del dinero que espera, la realidad que se cuela en el estudio. Cae el contracté televisivo, cuando alguien tira a matar a uno de su equipo tentado por el premio. O cuando deja escapar un insulto al capitán fallido. En “Quién quiere...” aparece un nuevo rasgo: cachetazos a uno mismo, autoinsultos. Los 500 mil finales pueden ser una bella trampa para el que dice sí y, entonces, escucha la más difícil, una incontestable. La imagen repite ese cuadro: se conforma un nuevo equipo como si nada hubiera sucedido; alguien, fuera de campo, se va masticando enojo por lo bajo. Tenía seis, o doce, o veinticinco mil ganados y lo perdió todo. La heladera nueva tendrá que esperar.

Para toda la familia

También subsiste, en la TV argentina, esa otra franja más convencional de programas de concurso: los que convocan a la familia, al ama de casa, los que se nutren de pruebas físicas o de gags para hacer reír. Los dos -”El momento de la verdad” y “Vamos a jugar”– se emiten por Azul TV y son la contracara menos prestigiosa de otros ciclos como “Audacia” o “Quién quiere ser millonario”. En “El momento...”, una familia es invitada a realizar tareas inútiles, como armar castillos de naipes o memorizar personajes de Disney. Por supuesto, parecen menos “formados” que sus pares de Canal 13: no merecen otro premio que un electrodoméstico, eso sí, a elección. “Vamos a jugar” por su parte atrae a una mayoría de mujeres, tal vez por la presencia del galán conductor Diego Díaz, o por sus contenidos ligados al universo del hogar. Las concursantes deben memorizar y repetir (sin soplar) electrodomésticos, adivinar canciones de cuna, representar coreografías fáciles. Estos programas de concurso miran con recelo el privilegio de “Audacia” o “Quién quiere...”: el horario central, la emisión diaria, los montos tupidos, los profesionales que convocan.

 

OPINION

Por Horacio González *

La ilusión del progreso

Con severa intuición, los géneros televisivos toman todos los ambientes del drama social. Ahora bien, el conocimiento, que está estancado en las instituciones públicas, mantiene en la televisión una ilusión de progreso. Avanza anexando arquetipos, aplicando con fervor la doctrina platónica por la que nada puede existir si no cumple con un arquetipo esencial. Y por fin conquistó al que faltaba: al hombre de la clase media sometido a angustias económicas y resignado a pasar por el examen folletinesco que la televisión había creado históricamente para cincelar su idea de las clases populares.
En uno y otro caso, se trabaja sobre la base de un acto confesional (materia prima de la tevé), pero en el caso de personas que se presentan como empleados de algún estudio jurídico o de cierta inmobiliaria de la esquina, ese acto se recubre no de llanto sino de la exhibición de un conocimiento. ¿Cuál? Ya no sobre los griegos, los romanos o la química orgánica, disciplinas cerradas, inocentes y bucólicas de la extinta educación pública, sino de items que suponen un conocimiento de la propia televisión. ¿Quién ganó el Martín Fierro de 1998, señor odontólogo Galíndez? ¿Quién era la actriz de reparto de “Rolando Rivas”, señor arquitecto Marinetti? Gane o pierda, la competición permite cumplir con la sociología, ciencia experimental de dudosa existencia, salvo como Gran Hermana de la Televisión.
* Sociólogo.

 

 

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