Por
Martín Pérez
Desde Mar del Plata
Si
bien se puede convenir fácilmente que media hora de ballet no es
el espectáculo ideal para el cierre de un Festival de Cine, mucho
menos oportunos aún fueron el sábado por la noche los saltos
de los bailarines en el Auditorium al coincidir con los gritos de una
columna de estudiantes que hacía escuchar desde la puerta del teatro
sus reclamos contra el recorte económico. Con rotura de vidrios
incluida, la carga del centenar de estudiantes marplatenses en medio de
la ceremonia de clausura del Festival generó pánico en el
hall del teatro, mientras en el escenario se llevaba a cabo una confusa
entrega de premios, para la que a sus distraídos organizadores
se les olvidó contratar traductores. Es una suerte que el director
iraní Ataollah Hayati o el polaco Jacek Bromski hayan tenido sus
propios traductores, porque si no el público realmente nunca se
hubiese enterado de la clase de agradecimientos que aplaudieron. Un jurado
oficial que se completó a último momento, muchas visitas
confirmadas que terminaron faltando a la cita y una desorganización
inicial que dejó invitados varados en el aeropuerto y una importante
cantidad de esperadas películas sin llegar a tiempo para exhibirse
durante el primer fin de semana, fueron detalles que caracterizaron a
otra edición del Festival de Mar del Plata, que finalizó
ayer con la exhibición de las películas ganadoras en las
salas oficiales, el Auditorium y el Colón.
La muestra tuvo el gran mérito de haber reunido a casi todo el
mundo del cine local, y evidenció reflejos para corregir las iniciales
fallas de organización. Además, el primer Festival de Mar
del Plata de la gestión Onaindia puede celebrar haber sido un evento
desmilitarizado en relación con las últimas y tambaleantes
ediciones de la era Mahárbiz, pero no llegó a marcar
grandes diferencias con respecto a los festivales anteriores.
Ayer por la noche, una vez terminado su trabajo, muchos responsables de
la organización supieron llorar por los invitados que pudieron
ser y no fueron. Por las nominaciones al Oscar, que hicieron imposibles
varias visitas, entre ellas las de Javier Bardem y Ed Harris. Por la cancelación
a último momento de Isabelle Huppert, de quien se dieron media
docena de películas en distintas secciones. Por el rancho y los
cincuenta caballos que pidió Clint Eastwood para venir a Mar del
Plata, que ni se llegaron a discutir porque el recio actor y admirado
director finalmente se negó a viajar para acompañar una
retrospectiva que terminó reduciéndose a su mínima
expresión. Por la invitación de Assayas al Festival de Buenos
Aires, que dejó a su retrospectiva marplatense sin su director,
ya que le era imposible visitar la Argentina dos veces en un mes. Y por
la ausencia de Egberto Gismonti, casi confirmado integrante del jurado
oficial que terminó cancelando su viaje porque exigía venir
con dos de sus hijos. La competencia oficial apenas si emergió
de la mediocridad, hubo ciclos de homenaje sin sus directores para ser
homenajeados y una auténtica invasión de cine latinoamericano,
con lo cual éste fue un Festival con muy pocas sorpresas. Si bien
la elección de La ciénaga para la inauguración habla
a las claras de un cambio de mentalidad estética oficial con respecto
a la gestión anterior, es una decepción que las películas
locales elegidas para la competencia oficial Rosarigasinos, de Rodrigo
Grande, y Contraluz, de Bebe Kamín hayan resultado tan anacrónicas
en su conjunto, marcando un regreso a la estética Antín
post-dictadura.
La ausencia de sorpresas lo marca el hecho de que lo mejor que se vio
en Mar del Plata este año llevó la firma de directores consagrados.
Quienes viajaron para deleitarse con los últimos films de Wong
Kar Wai, Alex de la Iglesia, Raúl Ruiz, Liv Ullman, Terence Davies,
David Mamet, Claude Chabrol u Oliver Assayas, entre otros, salieron del
cine satisfechos. Pero, a diferencia de otros años, descubrir una
buena película fuera deese círculo resultó una quimera.
La cantidad de películas latinoamericanas permitió que apareciesen
varias sorpresas interesantes así como varios bochornos,
y el ciclo La Mujer y el Cine confirmó su convocatoria. Los homenajes
al cine argentino histórico tuvieron también gran respuesta
del público.
Por último, en un Festival que presentó un cine europeo
con exceso de historias sobre acomodadas mujeres de mediana edad con problemas
de identidad, conciencia y/o existenciales, hay que celebrar que el jurado
oficial se haya interesado por otra clase de urgencias. Y que, además,
no haya caído en las demagogias localistas acostumbradas en Mar
del Plata, ya que el único premio oficial a un film argentino (el
Ombú de Plata al mejor actor, compartido por Federico Luppi y Ulises
Dumont) por primera vez desde la resurrección de Festival no estuvo
rodeado de ninguna sospecha.
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