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OPINION

Horas de esquizofrenia

Por James Neilson

Extraño mundillo el de los políticos y sindicalistas criollos, uno en que la lógica no tiene cabida y las contradicciones se abrazan amorosamente. En este lugar mágico, la condición del país es a un tiempo apocalíptica y maravillosa. Un momento, todos pueden concordar en que el estado de la economía es espantoso y que el sufrimiento del pueblo es terrible, pero, un par de segundos después todos, con la excepción de Ricardo López Murphy y, quizás, del cada vez más etéreo Fernando de la Rúa, se oponen por principio a medidas que podrían afectar a cualquier sector salvo el financiero. ¿En qué quedamos? ¿Es tan atroz la situación que hay que tomar medidas “duras”? ¿O es tan benigna que no hay necesidad de hacer nada? Ambos planteos cuentan con la aprobación entusiasta del grueso de la “dirigencia” nacional que espera que el gran taumaturgo Domingo Cavallo logre reconciliarlos.
Pues bien: si no fuera preciso obrar con “dureza” no existiría crisis alguna; si se da una es porque la salida será forzosamente angustiante. Pero contradicciones de este tipo ya son tradicionales. Los memoriosos recordarán que poco antes de la muerte del Proceso, los recién elegidos radicales pintaron un cuadro horrorífico de la economía argentina, diciendo que a su entender pareció haber sido devastada por una guerra, pero días después anunciaron un programa de medidas propias para un país riquísimo, sin lacras y rebosante de recursos de todo tipo. ¿Un prodigio de hipocresía? Para nada. Creyeron a pie juntillas en dos alternativas mutuamente excluyentes, talento que a pesar de todo lo ocurrido a partir de entonces han conservado intacto.
No es una cuestión de reivindicar cuanto haya propuesto López Murphy sino de reconocer que, tal como están las cosas cualquier “plan”, sea éste liberal o bolchevique, mercadista o estatista, mezquino o solidario, se vería resistido con virulencia por muchos, acaso por la mayoría, porque de lo contrario no serviría. Si es verdad que el país se encuentra al borde de algo terrible, hablar de “consenso” es absurdo: fue precisamente el “consenso” el que lo llevó hasta donde está. Pero por ser antipáticas las emergencias, lo más fácil es asegurarse que la crisis es fea pero no tanto para que sea preciso enfrentarla, como en efecto han hecho los aliancistas que abandonaron el barco, luminarias peronistas como Carlos Ruckauf, capi sindicales y tantos otros que están reclamando que el Gobierno deje todo tal y como está sin por eso pensar en felicitar a Machinea por un trabajo bien hecho y suplicarle perdón por haber cuestionado sus pronósticos optimistas.


 

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