Extraño
mundillo el de los políticos y sindicalistas criollos, uno
en que la lógica no tiene cabida y las contradicciones se
abrazan amorosamente. En este lugar mágico, la condición
del país es a un tiempo apocalíptica y maravillosa.
Un momento, todos pueden concordar en que el estado de la economía
es espantoso y que el sufrimiento del pueblo es terrible, pero,
un par de segundos después todos, con la excepción
de Ricardo López Murphy y, quizás, del cada vez más
etéreo Fernando de la Rúa, se oponen por principio
a medidas que podrían afectar a cualquier sector salvo el
financiero. ¿En qué quedamos? ¿Es tan atroz
la situación que hay que tomar medidas duras?
¿O es tan benigna que no hay necesidad de hacer nada? Ambos
planteos cuentan con la aprobación entusiasta del grueso
de la dirigencia nacional que espera que el gran taumaturgo
Domingo Cavallo logre reconciliarlos.
Pues bien: si no fuera preciso obrar con dureza no existiría
crisis alguna; si se da una es porque la salida será forzosamente
angustiante. Pero contradicciones de este tipo ya son tradicionales.
Los memoriosos recordarán que poco antes de la muerte del
Proceso, los recién elegidos radicales pintaron un cuadro
horrorífico de la economía argentina, diciendo que
a su entender pareció haber sido devastada por una guerra,
pero días después anunciaron un programa de medidas
propias para un país riquísimo, sin lacras y rebosante
de recursos de todo tipo. ¿Un prodigio de hipocresía?
Para nada. Creyeron a pie juntillas en dos alternativas mutuamente
excluyentes, talento que a pesar de todo lo ocurrido a partir de
entonces han conservado intacto.
No es una cuestión de reivindicar cuanto haya propuesto López
Murphy sino de reconocer que, tal como están las cosas cualquier
plan, sea éste liberal o bolchevique, mercadista
o estatista, mezquino o solidario, se vería resistido con
virulencia por muchos, acaso por la mayoría, porque de lo
contrario no serviría. Si es verdad que el país se
encuentra al borde de algo terrible, hablar de consenso
es absurdo: fue precisamente el consenso el que lo llevó
hasta donde está. Pero por ser antipáticas las emergencias,
lo más fácil es asegurarse que la crisis es fea pero
no tanto para que sea preciso enfrentarla, como en efecto han hecho
los aliancistas que abandonaron el barco, luminarias peronistas
como Carlos Ruckauf, capi sindicales y tantos otros que están
reclamando que el Gobierno deje todo tal y como está sin
por eso pensar en felicitar a Machinea por un trabajo bien hecho
y suplicarle perdón por haber cuestionado sus pronósticos
optimistas.
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