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James Ivory, o la Inglaterra del posimperialismo

Una retrospectiva que comienza hoy presenta la obra del realizador como un ejemplo de mirada crítica sobre la sociedad inglesa posvictoriana.

Un eterno malentendido signa la trayectoria de James Ivory. Habitualmente considerado británico, este notable cineasta nació el 7 de junio de 1928 en Berkeley, California, Estados Unidos, pero buena parte de su obra refleja esta tensión entre las dos culturas de habla inglesa separadas por el Atlántico, un poco a la manera de la literatura de Henry James (1843-1916), en quien el realizador se inspiró más de una vez. La inclinación posterior de Ivory por la obra del escritor británico E. M. Forster (18701970) parece haberlo ubicado definitivamente del lado británico, en la medida en que su cine no ha dejado de explorar los sutiles cambios en la vida privada y en la conducta social de la Inglaterra postimperial. Es por eso que el British Arts Centre (Suipacha 1333) ha decidido dedicarle la retrospectiva inaugural de su temporada 2001, titulada precisamente “James Ivory, un cineasta entre dos continentes”, que se desarrollará a partir de hoy todos los martes de marzo, abril y mayo, a las 17 y 20 horas, con entrada libre y gratuita.
Siempre se ha reconocido en Ivory su rigor en la reconstrucción de época y su particular talento –y el de sus colaboradores de siempre, la guionista Ruth Prawer Jhabvala y el productor Ismail Merchant– para traducir más que ilustrar una novela, en su difícil pasaje al lenguaje del cine. En las puertas del siglo XXI, Ivory parece decidido a continuar la tradición de la narrativa novelística del siglo XIX con las suntuosas posibilidades que le proporciona el cine, el arte representativo del siglo XX por antonomasia. En este sentido, Ivory sigue siendo un intermediario entre culturas, un mediador entre el pasado y el presente.
El ciclo se abre hoy con Un amor en Florencia (1985), uno de los films más representativos de la obra de Ivory, obsesionada con el minucioso estudio de las normas que rigen la conducta social, en este caso la de un grupo de ingleses de comienzos de siglo shockeados por la exuberante cultura italiana. El martes 27 la muestra sigue con Maurice (1987), la historia de dos compañeros de escuela en Cambridge, que descubren que están enamorados, en pleno apogeo de la represiva Inglaterra eduardiana,que consideraba a la homosexualidad “una conducta criminal”. El 3 de abril va La mansión Howard (1992), con Anthony Hopkins y Vanessa Redgrave, un film sobre las tensiones sociales y culturales que empiezan a arañar la superficie en apariencia inmóvil de un país que se apresta, a comienzos de siglo, a atravesar una profunda etapa de cambios. El 10 de abril le sigue Lo que queda del día (1993), con Hopkins y Emma Thompson, la historia de un mayordomo que ha dedicado su vida a su trabajo, como si nunca hubiera imaginado la posibilidad de otra existencia más allá de la férrea disciplina de servir a su amo.
Noches de Oriente (1983), programada para el 17 de abril, reflexiona sobre los choques de culturas, sobre los contrastes entre pasado y presente, entre Oriente y Occidente. En la misma línea, Los europeos (1979), que va el 24 de abril, es una comedia de costumbres que pone en escena las enormes diferencias culturales que ya a mediados del siglo XIX separaban a Inglaterra de los Estados Unidos. El ciclo continúa en mayo con Amarás a un extraño (1984), La hija de un soldado nunca llora (1998) y Sr. y Sra. Bridge (1990), uno de los films más audaces del director, un trabajo de una estructura deliberadamente episódica, como si cada escena fuera apenas una viñeta de esa vida larga y tranquila, que encarna en la pantalla el matrimonio integrado por Paul Newman y Joanne Woodward.

 

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