Después de cinco días de lucha sin descanso, la P36, la
mayor plataforma petrolífera del mundo, perteneciente a Petrobras,
se hundió en aguas del Atlántico a 125 kilómetros
de la costa carioca, frente a la ciudad de Macaé. La inmensa mole
flotante, tan grande como un estadio de fútbol, de una altura semejante
a la de un edificio de 40 pisos y 33.000 toneladas de peso, se fue al
fondo del mar en apenas 10 minutos, arrastrando consigo los cuerpos de
nueve de los diez obreros muertos en la explosión del jueves pasado,
y un millón y medio de toneladas de petróleo crudo en sus
cañerías. Los especialistas consideran que el riesgo de
pérdidas de combustible es inminente, teniendo en cuenta que la
P36 quedó depositada a 1360 metros de profundidad, donde es imposible
que los ductos repletos de petróleo resistan la presión.
Es el tercer accidente sufrido por Petrobras en lo que va del año
y forma parte de lo que en Brasil ya se conoce como la fase negra
de la empresa estatal. Tras la noticia del hundimiento, las acciones de
Petrobras en la Bolsa cayeron estrepitosamente, mientras que la Federación
Unica de Petroleros la responsabilizaba por priorizar el aumento de producción
en detrimento de los programas de seguridad, y por la muerte de 81 trabajadores
en los últimos tres años.
El jueves pasado, tres explosiones sacudieron la mole de la P36. Los motivos
que las provocaron son desconocidos. Como señaló ayer el
coordinador general de la Federación Unica de los Petroleros, Mauricio
Rubem, difícilmente puedan descubrirse las causas ahora que
está en el fondo del mar. Lo cierto es que los estallidos
ocurrieron mientras en la plataforma trabajaban 175 personas. Murieron
diez obreros, de los que sólo se pudo rescatar el cadáver
de uno. Las explosiones abrieron profundas grietas en la estructura por
donde comenzó a colarse el agua.
El domingo pasado, 43 buzos habían logrado nivelar la estructura
inyectando 4100 toneladas de nitrógeno en los compartimentos inundados.
A esa altura se calculaba que en el interior de la P36 se habían
acumulado 7 mil toneladas de agua. Pero el lunes, los fuertes vientos
y las enormes olas abrieron nuevas grietas, con lo que la mole se hundió
40 centímetros más y alcanzó una inclinación
de 27 grados. A esa altura, el presidente del ente estatal Petrobras,
Henri Philippe Reichstul, daba por perdida la plataforma.
Ayer, poco después de las dos de la madrugada, un movimiento brusco
de la estructura aumentó a 31 grados el nivel de inclinación
y obligó a los equipos de rescate a retirarse del lugar. Ocho horas
después, a las 10.15, la P36 comenzó a iniciar su descenso
en medio de dramáticas escenas. En diez minutos, la inmensa estructura
desapareció bajo la superficie, mientras en la P23, la plataforma
vecina donde se había establecido el bunker de los equipos de rescate,
los técnicos desataban su llanto. Estoy muy, muy triste.
Trabajamos mucho, para nada, dijo uno de los técnicos de
la Petrobras al canal Globonews, mientras veía cómo desaparecía
la P36 con los cuerpos de sus compañeros.
Una hora después, Reichstul intentó salir al cruce del problema
más acuciante: qué ocurriría con el millón
y medio de toneladas de crudo, 1200 metros cúbicos de diesel, y
compuestos químicos como azufre y metales pesados. En conferencia
de prensa, admitió lo inevitable de un derrame y reconoció
que es virtualmente imposible rescatar los cuerpos de los trabajadores
desaparecidos. De todos modos, aseguró que ordenó
el envío de ocho embarcaciones capaces de cargar 2,2 millones de
crudo, y 33 kilómetros de barreras de contención. Al finalizar
confesó, estoy frustradísimo y de luto. Tenía
sus motivos, más allá de la muerte de los obreros: la P36
estaba considerada como la plataforma más grande del mundo, había
sido adquirida el año pasado por 500 millones de dólares,
y podía producir 150 mil barriles diarios de petróleo. Reichstul
tendrá que viajar la semana próxima a Brasilia para declarar
ante la Comisión de Infraestructura del Senado sobre la sucesión
de accidentes ambientales y laborales en las instalaciones de Petrobras.
Según señaló a este diario Juan Carlos Villalonga,
de Greenpeace, el 24 de enero dos obreros murieron en una plataforma en
la cuenca de Campos, donde operaba la P36, en una explosión por
un escape de gas. En febrero, cuatro trabajadores resultaron heridos dos
de ellos gravemente en circunstancias semejantes, en otra plataforma
del río Sagrado y Rio Do Meio, donde se produjo un derrame de 50
mil litros. En un lugar próximo, el año pasado se produjo
la pérdida de 4 millones de toneladas de crudo en el Paraná,
por rotura de un oleoducto.
Por el momento, en la zona del desastre sólo una pequeña
mancha oscura evidencia que el petróleo comenzó a subir.
Nadie aún se anima a predecir cuál será la resistencia
de los tubos de la P36 ni el comportamiento de las olas o las corrientes
marinas.
Acido sulfúrico
al agua
Un barco con bandera de Malta que transportaba 8000 toneladas
de ácido sulfúrico se hundió ayer en aguas
francesas del Golfo de Vizcaya y toda su tripulación pudo
ser rescatada. Aún no pudo determinarse si la impresionante
carga se derramó en el mar, aunque los especialistas coincidieron
en que el impacto ambiental del ácido sulfúrico es
muy débil.
El Balu, un carguero de 137 metros de largo que transportaba
8000 toneladas de ácido sulfúrico hacia el sur de
España, se hundió ayer por la mañana, 200 kilómetros
al norte del puerto español de La Coruña, en una zona
en la que confluyen los límites marítimos de Francia
y España. Las 23 personas que estaban a bordo fueron rescatadas
por los servicios de salvamento que se encontraban en la zona.
Si bien aún no pudo establecerse si el ácido sulfúrico
se derramó en el agua, los especialistas desestimaron la
posibilidad de un desastre ambiental. Christophe Rousseau, del Centro
de Investigación sobre la Contaminación Accidental
de las Aguas, explicó que el impacto medioambiental debería
ser muy débil, y André Pauss, profesor
de la Universidad de Compiegne, detalló que el ácido
sulfúrico es muy soluble.
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El año negro
de Petrobrás
Aunque el 2001 no empezó con el pie derecho para Petrobrás
en febrero, 50 mil litros de petróleo se derramaron
en los ríos Sagrado y Do Meio, ambos pertenecientes a la
cuenca del Paraná, el 2000 fue, decididamente, un año
negro para la petrolera: entre enero y noviembre de ese año,
la firma fue responsable de seis accidentes ecológicos graves
en Brasil, por los que debió pagar más de 90 millones
de multa.
La saga negra se inició el martes 18 de enero de 2000, frente
a Río de Janeiro, en la Bahía de Guanabara. A raíz
de la fisura de uno de los tubos submarinos que transportan combustible
hacia la refinería de Duque de Caixas en los suburbios
cariocas, más de un millón de litros de petróleo
invadieron las aguas de la bahía, causando severos daños
en las islas Paquetá y Governador. La mancha de 50 kilómetros
cuadrados causó daños irreparables en Guampirimin,
donde se reproducen y alimentan las dos terceras partes de los peces
y crustáceos de la región, y dejó sin trabajo
a 600 familias pescadoras de la isla de Magé. Petrobrás
pagó una multa de 28 millones de dólares.
Apenas cinco meses después, cuatro millones de crudo oscurecieron
las aguas del río Barigui, afluente del Río Iguazú.
Esta vez, los directivos de la empresa le echaron la culpa al descuido
de un empleado de 16 años de antigüedad
que olvidó abrir una válvula y provocó la rotura
de un caño de la refinería Getulio Vargas. Durante
un mes, la mancha amenazó con teñir de negro las Cataratas
del Iguazú, aunque finalmente las barreras de contención
cumplieron efectivamente su función. Las tareas de recolección
del petróleo que cubría las aguas se extendieron hasta
fines de julio, aunque expertos en ecología consideraron
que los efectos de la polución sobre la fauna y la flora
regional demandaría años para desaparecer.
También en julio, la Bahía de Guanabara volvió
a ser escenario del desastre: una mancha de 50 kilómetros
de extensión cubrió de nuevo las playas cariocas.
El último derrame del año negro de Petrobrás
se produjo en noviembre, cuando un buque chocó contra un
pilar en el puerto de Sao Sebastiao, y derramó 86 mil litros
de petróleo que contaminaron 17 playas del estado de San
Pablo.
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