Por Diego Fischerman
En 1925 aparecieron las primeras
grabaciones de los Hot Five. En apariencia, nada era demasiado diferente
de lo que desde el principio de siglo venía llamándose jazz.
Un grupo pequeño de instrumentistas improvisando simultáneamente,
de acuerdo con un conjunto de reglas estrictas pero no escritas, sobre
una base acórdica sencilla y alrededor de temas asimilables a la
tradición del blues. Eso era todo. O casi todo. Porque en esa misma
arquitectura era donde estaba el secreto. Todo dependía de quiénes
fueran los improvisadores. Y si uno de ellos era un joven de 23 años
llamado Louis Armstrong, capaz de tocar siempre las notas y las subdivisiones
rítmicas más inesperadas, y en el que se confundían
el color del sonido de su trompeta con el de la voz, nada podía
parecerse a lo ya conocido.
La génesis de los Hot Five estaba en el grupo de King Oliver, donde
tocaban Armstrong, la pianista Lil Hardin (que sería su esposa)
y el clarinetista Johnny Dodds. A ellos se sumaron Johnny St Cyr en banjo
y Kid Ory en trombón. Y así quedó configurado uno
de los grupos más importantes de la historia de la música
de tradición popular. Por un lado, por la calidad de lo que sonaba.
Ory, Armstrong y Dodds se entendían a las mil maravillas y, además,
jugaban a exigise entre ellos, a tratar de desorientarse, de salir con
una idea imprevisible, a sorprenderse. Pero, además, este quinteto
tuvo una significación cultural totalmente inédita. Hasta
ese momento, los discos de jazz eran editados por sellos para consumo
exclusivo de los negros. Okeh, la casa que publicó la mayoría
de las primeras grabaciones de Armstrong, era una de ellas.
Pero algo cambió. Los discos de este cornetista y trompetista capaz
de lograr, en West End Blues, uno de los fraseos más
perfectos e inimitables que puedan imaginarse, empezaron a ser comprados
por blancos y, poco a poco, el jazz comenzó a consumirse también
en Europa. En realidad lo que sucedió fue que la radio y los discos
provocaron que esa música surgida de las maneras con que los negros
hacían las músicas de los blancos en el sur de Estados Unidos
fuera dejando de estar ligada a funcionalidades precisas. El jazz fue
dejando de ser la música de los bailes en la Plaza Congo de Nueva
Orleans, de los funerales o de los casamientos. El jazz empezó
a ser escuchado, a convertirse en una música abstracta. Los dos
grupos pequeños de Armstrong, los Hot Five y los Hot Seven, antes
de que se hiciera inmensamente famoso y se convirtiera más en artista
de music hall que en músico de jazz, nuclean lo mejor de Armstrong.
En particular, las grabaciones del Hot Seven con Earl Hines en el piano,
y alternándose como cantante con el trompetista, son de esas raras
cumbres en donde un lenguaje se abisma hacia sus propios límites.
Y Weather Bird, un dúo de ambos, es una cumbre entre
las cumbres. La magnífica caja de cuatro CDs recién editada
por Sony reúne, con una bellísima presentación y
un sonido excelente, todas estos registros comprendidos entre 1925 y 1929.
Lo mejor de todo es que se consigue en Buenos Aires a un razonable precio
de alrededor de $ 68.
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