Por Horacio
Verbitsky
El capitán de Corbeta Adolfo Francisco Scilingo, ex jefe de automotores
de la Escuela de Mecánica de la Armada y compañero de promoción
del capitán de fragata Juan Carlos Rolón, denunció
ante la Justicia por encubrimiento al jefe de Estado Mayor de la Armada,
almirante Enrique Molina Pico. En una carta-documento, Scilingo había
exigido que Molina Pico informara a la ciudadanía y en especial
a los señores senadores, cuáles fueron los métodos
que la Superioridad ordenó emplear para detener, interrogar y eliminar
al enemigo durante la guerra contra la subversión y, en caso de
existir, el listado de los mal llamados desaparecidos. Ante la falta
de respuesta formuló la denuncia criminal, la primera que un oficial
de las Fuerzas Armadas presenta contra un superior a raíz de la
guerra sucia. La causa está llamada a producir una profunda conmoción
en la Armada, que aún no ha superado el impacto de las declaraciones
ante el Senado de los capitanes de fragata Rolón y Antonio Pernías.
En octubre del año pasado, Rolón reveló al Senado
que todos los oficiales de la Armada habían intervenido en las
operaciones clandestinas. El capitán de fragata Antonio Pernías
dijo a los senadores que los tormentos a los prisioneros eran la herramienta
del trabajo de inteligencia. Pero hasta ahora ningún protagonista
había revelado qué pasaba con las víctimas luego
de los interrogatorios. Según Scilingo, entre 1500 y 2000 detenidos
en la Escuela de Mecánica de la Armada fueron arrojados con vida
al Océano Atlántico desde aviones de la Marina de Guerra
y la Prefectura Naval durante los años 1976 y 1977, por órdenes
impartidas orgánicamente a través de la cadena de comando
de la Armada. Los organismos de derechos humanos calcularon entre 4000
y 5000. Scilingo nunca fue mencionado por sobrevivientes ni llevado a
juicio. Antes de la denuncia criminal contra Molina Pico, había
escrito cartas al ex dictador Jorge Videla, al ex jefe de Estado Mayor
de la Armada, almirante Jorge Ferrer y al presidente Carlos Menem, solicitándoles
que se informara al país sobre el tema. Ninguno le contestó.
En la carta a Ferrer, Scilingo decía que en la Escuela de Mecánica
de la Armada me ordenaron actuar al margen de la ley y me transformaron
en delincuente.
Una
muerte cristiana
Scilingo
sostiene que como toda la Armada participó en esos operativos,
el Senado no debería impedir los ascensos de Rolón, Pernías
y Alfredo Astiz. Añade que otros oficiales que hicieron lo mismo
fueron ascendidos, entre ellos quien le impartió a él las
órdenes. Pero no reivindica aquellos asesinatos, por los que se
siente culpable. Tampoco se considera un arrepentido sino alguien cuya
perspectiva de los hechos cambió a raíz de la actitud vergonzante
de sus superiores. En uno de los vuelos perdió pie frente a la
portezuela abierta y estuvo a punto de caer al vacío. Ese episodio
lo perturba en sueños, pero los análisis practicados en
el Hospital Naval indican que no padece ningún trastorno psiquiátrico.
Aunque está retirado, sigue razonando en términos institucionales,
como un hombre de la Armada. En la vida civil fue procesado por estafa,
cuando una persona que él había presentado a una distribuidora
de películas pagó siete videocasetes con un cheque de una
cuenta cerrada, por menos de cien pesos. Scilingo canceló la deuda
y apeló la decisión judicial. En otra causa se lo investiga
por haber adquirido un auto robado, según él de buena fe.
El temor de que la Armada divulgara esos episodios para desacreditarlo
demoró su decisión de reclamar la verdad sobre los desaparecidos.
Pero entre una cosa y otra, me siento mejor hablando.
Según su relato, la eliminación de los prisioneros mediante
un método no contemplado en los reglamentos militares respondió
a una decisión orgánica, que fue comunicada a todos los
oficiales con destino en el área naval Puerto Belgrano luego del
golpe de 1976 por el Comandante de Operaciones Navales, vicealmirante
Luis María Mendía, y en forma rotativa participaron todos
los oficiales de la Armada. Mendía dijo en el cine de la
base que los subversivos que fuesen condenados a muerte o que se decidiese
eliminarlos iban a volar, y así como hay personas que tienen problemas,
algunos no iban a llegar a destino. Y dijo que se había consultado
con las autoridades eclesiásticas para buscar que fuese una forma
cristiana y poco violenta, explicó Scilingo al autor de esta
nota. Al regresar de los vuelos, los capellanes confortaban a los oficiales
con citas de los Evangelios sobre la necesaria separación del yuyo
del trigal, agregó.
El participó en dos de esos vuelos por orden del jefe de defensa
de la ESMA, capitán de fragata Adolfo Mario Arduino, quien luego
ascendió a vicealmirante y fue Comandante de Operaciones Navales.
En las conversaciones entre ustedes, ¿cómo se referían
a eso?
Se le llamaba un vuelo. Era normal, aunque en este momento parezca
una aberración. Así como Pernías o Rolón dijeron
a los senadores que el tema de la tortura para sacar información
al enemigo era lo que se había adoptado en forma regular, esto
también. Cuando recibí la orden fui al sótano, donde
estaban los que iban a volar. Abajo no quedaba nadie. Ahí se les
informó que iban a ser trasladados al sur y que por ese motivo
se les iba a poner una vacuna. Se les aplicó una vacuna quiero
decir una dosis para atontarlos, sedante. Así se los adormecía.
¿Quién la aplicaba?
Un médico naval. Después se los subió a un
camión verde de la Armada con toldo de lona. Fuimos a Aeroparque,
entramos por la parte de atrás. Se cargaron como zombies a los
subversivos y se embarcaron en el avión.
¿Usted sigue pensando en ellos con esa palabra o la usa ahora
porque estamos grabando?
Yo le estoy describiendo el hecho como era en ese momento.
Por eso le cambio el tiempo. ¿Ahora sigue pensando en subversivos?
No.
¿Cómo lo diría con sus palabras de hoy?
Cuando yo hice todo lo que hice estaba convencido de que eran subversivos.
En este momento no puedo decir que eran subversivos. Eran seres humanos.
Estábamos tan convencidos que nadie cuestionaba, no había
opción, como dijo Rolón en el Senado. Que el país
estaba en una situación caótica, sí. Pero hoy le
digo que de otra forma se podría haber solucionado sin problema.
Lo pienso hoy y no había ninguna necesidad de matarlos. Se los
podría haber escondido en cualquier lugar del país.
¿Quiénes participaron?
La mayoría de los oficiales de la Armada hizo un vuelo, era
para rotar gente, una especie de comunión.
¿En qué consistía esa comunión?
Era algo que había que hacerlo. No sé lo que vivirán
los verdugos cuando tienen que matar, bajar las cuchillas o en las sillas
eléctricas. A nadie le gustaba hacerlo, no era algo agradable.
Pero se hacía y se entendía que era la mejor forma, no se
discutía. Era algo supremo que se hacía por el país.
Un acto supremo. Cuando se recibía la orden no se hablaba más
del tema. Se cumplía en forma automática. Venían
rotando de todo el país. Alguno puede haberse salvado, pero en
forma anecdótica. Si hubiera sido un grupito, pero no es cierto,
fue toda la Armada.
¿Cuál era la reacción de los detenidos cuando
les decían de la vacuna y del traslado?
Estaban contentos.
¿No sospechaban de qué se trataba?
Para nada. Nadie tenía conciencia de que iba a morir. Una
vez que decolaba el avión, el médico que iba a bordo les
aplicaba una segunda dosis, un calmante poderosísimo. Quedaban
dormidos totalmente.
Cuando los prisioneros se dormían, ¿qué hacían
ustedes?
Esto es muy morboso.
Morboso es lo que hicieron ustedes.
Hay cuatro cosas que me tienen mal. Los dos vuelos que hice, la
persona que vi torturar y el recuerdo del ruido de las cadenas y los grillos.
Los vi apenas un par de veces, pero no puedo olvidar ese ruido. No quiero
hablar de eso. Déjeme ir.
Esto no es la ESMA. Usted está aquí por su voluntad
y se puede ir cuando quiera.
Sí, ya sé. No quise decir eso. Hay detalles que son
importantes pero me cuesta contarlos. Lo pienso y me rayo. Se los desvestía
desmayados y, cuando el comandante del avión daba la orden en función
de donde estaba el avión, mar afuera de Punta Indio, se abría
la portezuela y se los arrojaba desnudos uno por uno. Esa es la historia.
Macabra historia, real, y que nadie puede desmentir. Se hacía desde
aviones Skyvan de Prefectura y en aviones Electra de la Armada. Yo, que
estaba bastante nervioso por la situación que se estaba viviendo
casi me caigo y me voy por el vacío. Patiné y me agarraron.
¿Cómo llevaban a las personas dormidas hasta la puerta?
Entre dos. Los levantábamos hasta la puerta.
¿Qué cantidad de personas calcula que fueron asesinadas
de ese modo?
De 15 a 20 por miércoles.
¿Durante cuánto tiempo?
Dos años.
Dos años, cien miércoles, de 1500 a 2000 personas.
Sí.
Usted mencionó dos vuelos en el mismo mes.
Sí, en junio o julio de 1977. El segundo vuelo fue un día
sábado. Siguiendo la teoría de ese entonces de la Armada,
también había invitados especiales.
¿Qué quiere decir invitados especiales?
Oficiales de la Armada de mayor jerarquía, que no participaban
pero que venían en el vuelo para darnos respaldo, por ejemplo capitanes
de navío, oficiales superiores de otros destinos.
¿Ellos qué hacían?
Nada. Era una forma de dar apoyo moral a la tarea que uno estaba
haciendo. Iban sentados y después durante la operación se
pararon y estaban ahí mirando.
¿Qué personal naval iba en cada vuelo?
En la cabina iba la tripulación normal del avión.
¿Y con los prisioneros?
Dos oficiales, un suboficial, un cabo y el médico. En mi
primer vuelo, el cabo de Prefectura desconocía totalmente cuál
era la misión. Cuando se da cuenta a bordo lo que tenía
que hacer entra en una crisis de nervios. Se puso a llorar. No entendía
nada, se le trabucaban las palabras. Yo no sabía cómo tratar
a un hombre de Prefectura en una situación tan crítica.
Al final lo mandan a cabina. Terminamos de desvestir a los subversivos.
Usted, el otro oficial, el médico.
No, no. El médico les daba la segunda inyección y
nada más. Después se iba a la cabina.
¿Por qué?
Decían que por el juramento hipocrático.
¿A nadie le llamaba la atención que una decisión
tan grave como quitar la vida a las personas no proviniera de una normativa
refrendada en forma responsable?
No. No existe ninguna fuerza armada donde todas las órdenes
se hacen por escrito, sería imposible mandar. El sistema que estaba
montado para eliminar a los elementos subversivos era orgánico,
tanto podía decir fusilamiento como otro tipo de eliminación.
¿Nadie preguntó por qué no se firmaban órdenes
de fusilamiento y se ejecutaban en forma pública por un pelotón?
Sí, fue uno de los temas que se plantearon en aquella reunión
con Mendía. No se daba a conocer qué pasaba con los detenidos
para evitar la información y crear incertidumbre en el enemigo.
El tiempo demostró que la razón era otra, porque muchos
años después, en los juicios, nadie dijo lo que había
pasado. Se puede aceptar no hablar, porque son secretos de guerra, durante
un determinado período. Pero terminada la guerra ya esto es historia
y pienso inclusive que le hace bien a la República que se sepa
no sólo qué se hizo, sino que es obligatorio que se entreguen
las listas de abatidos o muertos, por el sistema que sea, para que de
una vez por todas se termine con esa situación insólita
de desaparecidos. ¿Por qué no se le ha dicho la verdad a
la ciudadanía, después de veinte años, si se actuó
como Armada Argentina, si estábamos cumpliendo órdenes perfectamente
dadas a través de la cadena de comando?
La mafia de Sicilia también obedecía órdenes
de Totó Riina. Cumplir órdenes no califica a una institución.
Pero si usted está dentro de una organización armada,
siempre recibe órdenes, cumple órdenes o da órdenes.
En la Armada no hay compañeros, hay más y menos antiguos.
Pero esas órdenes tienen que ser legales.
No existen en la Armada órdenes que no sean legales. Ahora,
si usted me pregunta qué pienso hoy, es otra cosa, pero en ese
momento no tenía ninguna duda.
¿Hoy qué piensa?
Si hubieran sido órdenes legales nadie tendría vergüenza
de decirle a todo el mundo qué pasó, cómo se luchó.
Si usted me exige que defina si actuamos dentro o fuera de la ley, yo
creo que actuamos como delincuentes comunes.
En aquel momento, ¿nadie tuvo un instante de duda sobre la
legitimidad de esas órdenes de arrojar detenidos al mar desde un
avión en vuelo? La formación cristiana, la educación
militar, ¿no entraban en contradicción con esto?
Los pocos que se fueron de la Armada se opusieron evidentemente
a esto. Casi todos pensábamos que éramos traidores, perdón,
que eran traidores.
¿Cuántos conoce que se hayan ido?
[El capitán de fragata Jorge] Búsico y otro que no
recuerdo el nombre.
¿Otros compañeros suyos también se sintieron
perturbados?
En el fondo todos se sentían perturbados.
¿Pero hablaban entre ustedes?
Era tabú.
¿Ustedes iban, tiraban treinta personas vivas al mar, volvían
y no hablaban entre ustedes del tema?
No.
¿Retomaban la rutina como si eso no hubiera existido?
Sí. Todo el mundo lo quiere borrar. Yo no puedo. Si lo que
yo digo es cierto, que se actuó dentro de las normas militares,
cumpliendo órdenes y no hay duda de que todo estaba bien, ¿por
qué se oculta? Pero usted me dice que actuábamos como banda.
Actuaban como banda e hicieron cosas que van en contra de las leyes
de la guerra, de las convenciones internacionales, de la moral cristiana,
de la moral judía, de la moral musulmana.
El fusilamiento es otra inmoralidad. ¿O está mejor?
¿Quién sufre más, el que sabe que lo van a fusilar
o el que murió mediante este método?
El derecho de saber que va a morir es de elemental respeto a la
dignidad humana, aun en una situación límite.
En eso estoy de acuerdo con usted. Si yo estuviese del otro lado
preferiría saberlo. Tiene razón. En ese momento no lo pensé.
¿No le parece que el hacerlo de esa manera es, aparte de
todo, una enorme cobardía, evitar la mirada de la persona que se
va a matar, llevarlos contentos, con engaños, para poder después
volver y hacer de cuenta que no pasó nada, para no recordar ni
un grito ni una mirada?
Planteado así, puede ser. Que no es un acto normal, hoy no
tengo ninguna duda. Yo lo condeno, y no porque me quiera justificar. Creo
que es injustificable. Pero también creo que es injustificable
seguir ocultándolo. No creo que haya aberración mayor para
un padre que tener un hijo desaparecido. Un hijo está vivo o está
muerto, pero desaparecido no existe. Y eso es culpa de las Fuerzas Armadas.
¿Y eso a nadie se le pasó por la cabeza en el momento
en que lo hacían?
No.
Entonces aparte de ser una banda de delincuentes, eran enfermos.
Ahora lo dice con toda claridad. Una aberración culpa de las Fuerzas
Armadas.
Esta aberración es responsabilidad de las Fuerzas Armadas
y ahora también del gobierno, que debe exigirles que den a publicidad
el listado de los muertos.
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