Por Andrew
Graham-Yooll
Las reglas que están en los libros de leyes parecen las de una
sociedad organizada, pero han sido rotas por la guerra santa contra el
enemigo. La lucha contra la guerrilla y el terrorismo se transformó
en excusa para el contra-terrorismo y la barbarie de los miembros de las
fuerzas de seguridad, que apenas se disfrazan para cometer sus tropelías
-.saqueos, secuestros, torturas y asesinatos de enemigos-.
y que aunque no son abiertamente alentados por el gobierno, jamás
son condenados mientras las víctimas sean del otro bando.
La prensa, que trata de mantenerse a media agua, inevitablemente es atacada
en esta situación. A la libertad de prensa no le ha ido muy bien
desde el golpe del 24 de marzo.
La censura previa fue impuesta para el día del golpe, porque el
plan de toma del poder preveía medidas duras y se esperaba resistencia
armada. Pero se la levantó cuando resultó innecesaria. En
todo caso, había resultado inoperativa cuando se encontró
que los censores oficiales cortaban los cables de la misma agencia oficial,
Telam.
El 25 de marzo, los editores de todos los periódicos recibieron
una copia de los Principios y procedimientos para los medios de
comunicación de masas, una guía de autocensura que
en sí no tenía mayor significado pero podía ser invocada
para cualquier propósito. Muy pocos, dentro o fuera de la prensa,
podían saber realmente qué era publicable y qué no.
Los diarios fueron atosigados de textos de leyes, decretos y comunicados
militares a ser publicados sin comentarios ni análisis. Resultó
más que difícil enterarse de quién era arrestado,
quién huía y qué nos deparará el futuro. El
gobierno sólo repetía que los corruptos y los subversivos
eran los únicos que tenían algo que temer.
Pero pronto emergió un patrón, y era uno viejo y conocido.
Los militares no entienden cómo funciona la prensa y no ven la
necesidad de que sea libre más que en términos remotos y
teóricos.
El 22 de
abril hubo dos extraños eventos. Clarín publicó un
artículo de página entera anunciando que todas las restricciones
a la prensa habían sido levantadas. La noche del mismo día,
los editores de periódicosrecibieron en la Secretaría de
Información Pública -.un nombre digno de Orwell para un
departamenteo de prensa unas pequeñas hojas sin membrete
ni firma que decían que desde esa fecha los periódicos tenían
prohibido informar, comentar o hacer referencia a eventos subversivos,
a la aparición de cuerpos, la muerte de elementos subversivos y/o
miembros de las fuerzas de seguridad, a menos que sean informados por
autoridades competentes. Esto incluye casos de secuestro y desapariciones.
Dos diarios, La Prensa y el Buenos Aires Herald, publicaron la nueva regla,
pero los demás callaron. La cobertura de muertes políticas
ya había desaparecido de los diarios hacía días.
Los funcionarios que repartían las nuevas instrucciones las explicaban
como una manera de cerrar toda forma de difusión a la guerrilla
y ese argumento censor fue repetido por muchos periodistas como forma
de evitar cuestionamientos: se invocaba acuerdos tácitos
con el gobierno para omitir asuntos irritantes. Al momento de la prohibición,
en las dos o tres incompletas listas de muertes que se llevaban en las
redacciones se contaban 157 nombres desde el golpe, 321 desde el primero
de enero. El gobierno no daba información, como no comentaba sobre
arrestos o desapariciones. Se sabe que las muertes son muchas más
por los indicios de las acciones de grupos paramilitares de derecha, grupos
que claramente son compuestos por policías y personal militar y
que llevan adelante su guerra santa contra la izquierda sin restricciones
por parte del gobierno.
El intento
de suprimir las noticias hizo sospechar a todos que los anuncios oficiales
de enfrentamientos en realidad ocultaban ejecuciones de prisioneros en
venganza por acciones guerrilleras.
El gobierno continúa diciendo que no existe la censura, pero el
regimiento de paracaidistas de Córdoba mostró la realidad
el 29 de abril al organizar una quema de literatura subversiva.
Parte de lo quemado realmente tenía el copyright de alguna organización
guerrillera, pero la mayoría provenía de las estanterías
de las librerías locales. Este Auto de Fe causó una verdadera
piromanía en la población general: no hay día en
que una mujer, un hombre, una pareja, un muchacho, solos con sus miedos,
no queme cada libro, panfleto o publicación que pueda remotamente
conectarse con el marxismo, por temor a un allanamiento.
En los diarios la fuerza de la autocensura, siempre cercana en la prensa
argentina, puede ser apreciada por lo que ocurrió el 5 de mayo,
cuando una bomba montonera cortó un ferrocarril. Crónica
reportó la interrupción del servicio sin explicar qué
lo causó, La Nación habló de una baja de tensión.
Ese mismo día fue secuestrado en su casa el escritor Haroldo Conti,
de simpatías izquierdistas y ganador del premio Casa de Las Américas.
En junio se informó extraoficialmente que estaba detenido en un
centro no identificado. Con su secuestro nos enteramos de una nueva manera
de allanar: se robaban los efectos personales, de joyas y dinero, a máquinas
de escribir y muebles. A los mal pagos agentes de seguridad se les permite
mejorar sus ingresos saqueando a sus víctimas. El 18 de mayo, el
ex senador uruguayo Zelmar Michelini, exiliado en Buenos Aires trabajando
como redactor de internacionales de La Opinión, fue secuestrado.
El 21, el gobierno anunció que estaba investigando, preocupado
por este tipo de eventos. Pocas horas después se encontró
el cuerpo del senador, junto al de su colega Héctor Gutiérrez
Ruiz y los de la joven pareja uruguaya Rosario Barredo y Willian Whitelaw
Blanco. Los tres hijos de la pareja habían desaparecido pero fueron
encontrados por la campaña montada por el Buenos Aires Herald,
que molestó a las autoridades.
El 31 de mayo, el periodista de izquierda Miguel Angel Bustos y el cineasta
Raymundo Gleyzer fueron secuestrados y sus casas saqueadas. El 4de junio,
el gobierno prohibió la publicación de noticias de cualquier
grupo político, incluidos los que eran legales antes del golpe.
En junio, la revista Cuestionario, un mensuario intelectual y político,
anunció que cesaba su publicación por razones económicas.
Pero su editorial continúa operando. Las razones son políticas,
no económicas.
Las listas
de muertes que no se pueden publicar o el ocultamiento de las apariciones
de cuerpos no son lo peor. Tampoco la quema de libros, pública
o privada. Lo peor son las atrocidades que no se reportan. Algunas historias
son publicadas en el extranjero (en el New York Times o el Washington
Post). Personas que son ejecutadas en un lugar son arrojadas en otro y
presentadas como muertas en enfrentamientos. Se arrojan cuerpos en el
río de la Plata. Se tortura hasta la desfiguración, se arresta
en centros de detención por largos períodos de tiempo sin
proceso ni cortes. A hombres bajo tortura se le han quemado los testículos
hasta dejarlos transformados en restos carbonizados. A mujeres se les
han introducido objetos en la vagina para causarles hemorragias e infecciones
(no hablamos de violaciones porque ya son rutina, casi normales).
Todas las víctimas son sospechados de ser guerrilleros o simpatizantes.
Hay poca o ninguna reacción de los sectores decentes.
El antisemitismo está creciendo: aparecen nuevas publicaciones
neonazis mostrando a Hitler besando chicos y afirmando que los asesinatos
masivos de judíos son una mentira.
(Publicado
en Index On Censhorship, Winter 1976, Vol. 5 Number 4, en julio de 1976).
Caminos
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Por Juan Gelman
la noche camina por mi boca como un animal/
del animal derecho salen campanas suaves/
del otro nacen resplandores como almas del
sur/
caminan por el dolor paso a paso/
palpan los muros del dolor/
plantan un arbolito en la mitad/
riegan la parte superior del alma/
recorren el país paso a paso/
como astros pisándome la piel/
¿quién nos ata a la espalda el calor de/
los que vieron la/
victoria?/
¿quién está haciendo eso/
para que venga la victoria y se quede?/
¿con su animal derecho o dicha?/
¿con su caballo izquierdo como almitas del sur?/
¿con la dicha de su dicha mojándonos como el sol moja
al mar?/
no estoy pidiendo nada al
borde de las almitas/
que perdí/
llenas de compañeros/
como cajitas que alguna
vez sonarán/
andarán los caminos/
cavarán en el sol/
se apoyarán en un muro de sed/
mostrarán en la mano un papelito donde escribieron la dirección
del horizonte/
(De Hacia el sur, 1982)
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