Por Osvaldo
Bayer
Durante la dictadura de los generales, las palabras democracia,
justicia, justicia social, dignidad del
hombre, valores eternos, crisis de la civilización
occidental, etc. etc., fueron los términos más usados
no sólo por los gobernantes, sino también por los intelectuales
en sus declaraciones públicas, por los columnistas de los periódicos,
los moderadores de audiciones y emisiones masivas de televisión.
No se crea que la dictadura fue torpe enredándose en tiradas oscurantistas
las hubo sí, pero casi siempre a nivel de proclama de cuartel
o en un antiintelectualismo salvaje. Se quemaron libros, sí, pero
fue al principio, para demostrar autoridad, pero luego todo se hizo suavemente
y en la oscuridad. Con encomiable talento mafioso. Los libros molestos
no eran prohibidos por decreto salvo unos pocos sino que se
aplicaba el mismo método que con los seres humanos. Se los hacía
desaparecer mediante requisas localizadas o consejos
al librero.
La prensa trató de ser lo más pluralista posible.
Por eso los mejores ayudantes de la dictadura no fueron los exégetas
del poder militar sino aquellos que se expresaban moderadamente,
los que sabían dejar una suave estela de crítica. Servía
para demostrar el pluralismo. Eso sí, había
tabúes que todos respetaban: los innombrables, los exiliados, los
subversivos.
Videla, el torvo dictador, quería a toda costa mantener las formas.
Todo tenía que efectuarse con guante blanco para hacer menos creíble
la represión apocalíptica que se hacía subterráneamente.
Por eso, los deslices se trataban de reparar de inmediato. Cuando un funcionario
provincial por ejemplo prohibió en Córdoba las
matemáticas modernas, hubo un alerta en la Casa Rosada. Y el diario
La Nación se apresurará a hacer un reportaje a Ernesto Sábato
por Odile Barón Supervielle, de página y media con un despliegue
inusitado de siete fotografías del rostro del escritor, sobre Censura,
libertad y disentimiento, en el cual además de feroces
tiradas anticomunistas y un por demás cálido ensalzamiento
de las formas democráticas de Estados Unidos se critica toda
forma de censura. Quien lea La Nación en todas sus secciones constatará
que mientras exigía extrema rudeza en la represión, se permitía
ciertas críticas en su suplemento literario.
Es que los liberales se defendían del sector católico
ultramontano afín al peronismo de derecha. Los dos querían
lo mismo, pero el método era diferente. Estos querían la
totalidad. La hoguera para libros y herejes. Aquellos, el salón
literario librepensador al frente, y la pena de garrote en el sótano.
Así lo comprendía el liberal Videla. No una
censura total, sino discriminada. En el cine, sí, porque allá
van las grandes masas (sigue siendo la diversión fundamental del
argentino); en el teatro, no. Porque es para minorías. Por eso
puso a Paulino Tato en el cine y a Kive Staiff en el Teatro San Martín.
Aquel que haga la evaluación de los medios de comunicación
desde marzo de 1976 a diciembre de 1983 comprobará que los dos
intelectuales más promocionados fueron Ernesto Sábato y
Jorge Luis Borges. Y sin censura. Cuando el 16 de febrero de 1979, Ernesto
Sábato es condecorado como Caballero de la Legión
de Honor de la embajada francesa en Buenos Aires, el canal de televisión
oficial de la dictadura transmitirá en directo la ceremonia y el
discurso del escritor. Y al día siguiente, La Opinión, intervenida
por los militares, publicará una columna firmada por uno de los
periodistas más leales al gobierno militar, defensor a fondo de
la represión: Eduardo J. Paredes. Se titulará: Un
hombre argentino moralmente entero. Y dice, entre otras alabanzas:
En una etapa histórica del país en que se tuvo que
superar el drama y el dolor, la frustración y la vergüenza
en que muchos debieron replantear incluso la trayectoria de toda una vida,
en la que el odio y la irracionalidad sembró muerte y más
odio y hubo que apelar a la fuerza para combatirlo, en la que nació
un miedo que todavía cuesta desterrar, en la que muchos paralizaron
su labormental por temor a producir ideas en momentos en que las ideas
eran peligrosamente sopesadas, Sábato es una de las contadas figuras
públicas del país moralmente enteras. Agrega más
adelante: Es firme y coherente en su pensamiento. No se contradice
en sus opiniones. No tiene miedo a opinar aunque su opinión signifique
una crítica a la autoridad. Al mismo tiempo evita el petardismo
intelectual y es prudente.
El grado de preferencia de que gozaron Sábato y Borges durante
la dictadura llega a simplificarse en anuncios como éste: 500
reportajes en radio Continental: el 24 del corriente la audición
`La semana que viene cumplirá su reportaje número
500. En los mismos han sido entrevistados, entre otras personalidades:
el general Jorge Rafael Videla, Jorge Luis Borges, Ernesto Sábato,
César Menotti, Pelé (...).
El régimen militar fue muy sistemático en la represión
de la cultura. Se había asesinado a los escritores peligrosos.
Se había desaparecido a 110 representantes de la cultura.
El resto que molestaba tuvo que exiliarse. En las universidades la represión
contra los activistas constituye tal vez el capítulo más
brutal de la persecución militar.
La
interpretación de la violencia
La discusión
sobre la violencia produce en esos años una nueva línea.
En 1979 los crímenes comienzan a ponerse en descubierto. La incansable
labor de los exiliados y de las organizaciones de derechos humanos van
quitando la careta a los represores. Esta nueva situación acentúa
aún más la línea neutralista de ciertos políticos
e intelectuales que dicen estar contra la violencia de cualquier
signo y que se desviven en demostrar que tienen el chaleco libre
de manchas con sospechas de ideas subversivas o comunistas. Se inicia
una línea de interpretación de la represión, la filosofía
de los dos demonios que aún hoy persiste y es el fundamento
del actual gobierno radical.
Todo esto se puede ver claramente cuando la visita de la Comisión
de Derechos humanos de la Organización de Estados Americanos. Habrá
tres líneas. La incondicional, fiel a la dictadura, que se niega
a ir a declarar ante la sede de la Comisión, como el director del
diario La Nación, doctor Bartolomé Mitre. Las Madres, que
van a denunciar lo ocurrido a sus hijos, lisa y llanamente. Y la tercera,
la neutralista. Las declaraciones de Raúl Alfonsín, Sábato
y los dirigentes sindicales peronistas de setiembre de 1979
son coincidentes en ese aspecto.
Alfonsín dirá: La Argentina está siendo empujada
hacia un colapso ético por los partidarios de la violencia de uno
y otro signo. Tanto quienes la ejercieron con la excusa de superar injusticias
como quienes desde el otro campo la justifican como una forma de justicia,
son la cara y la ceca de una deshumanización que conduce por el
camino del fanatismo a la perversión de las formas civilizadas
de vida.
Sábato dirá: He repetido muchísimas veces mi
posición contra todas las formas de totalitarismo, sean de derecha
o de izquierda. Las trágicas experiencias de la Unión Soviética
y de la Alemania hitlerista deberían haber bastado para mostrar
lo que jamás podía reiterarse. Luego señala:
Esta defensa (la de los derechos humanos) debe ser permanente e
indivisible en todos los casos, ya sea contra los crímenes del
terrorismo tal como innumerables veces sucedió en mi país
o como está sucediendo en la Italia democrática y en la
España de hoy, ya sea contra los crímenes de la represión.
Luego hace una curiosa división, en la que no puede disimular el
oportunismo ante los poderosos de turno y su macartismo: Sólo
tenemos derecho a denunciar violaciones en la Argentina los que también
hemos denunciado las cometidas en los países comunistas.
Para agregar: Los que no protestaron también contra esto,
deben callarse.
Esta línea de pensamiento de los dos demonios iniciaba
una perspectiva muy peligrosa por donde iban a tratar de escaparse luego
los verdaderos criminales. En ese momento era desviar el tema, ya que
la comisión de la OEA venía a investigar si el gobierno
argentino respetaba o no losderechos humanos fueran terroristas
o no los perseguidos, si era cierto que había desaparecidos,
que había campos de concentración, que había niños
secuestrados, que a los detenidos aun a los legalizados
se los sometía diariamente a crueles vejaciones. Retrotraer el
problema a la lucha contra el terrorismo ya vencido era dar una ayudita
a los represores. Era poner un prólogo a la tesis de la guerra
sucia con que el compungido Videla trataba de justificar los excesos.
Así, todo un sistema que comprometía las libertades del
pueblo, de su cultura, de su economía, se limitaba a una mera guerrita
entre facciones. Actualmente ese argumento el del terrorismo y el
del antiterrorismo sigue siendo el principal justificativo de la
inhumana represión y todo un sistema e ideología política
que estuvo detrás de él. En setiembre de 1979 el justificativo
de los dos terrorismos había quedado superado. Podía
ser actual, sí, durante el gobierno constitucional de Isabel Perón;
cuando la represión se hacía ilegalmente por medio de las
bandas de las Tres A.
En ese setiembre de 1979 había que denunciar bien alto el perverso
sistema represivo que ya ninguna persona podía ignorar. Sábato
habla en su mensaje a la OEA de las violaciones en los países comunistas,
pero no es capaz siquiera de mencionar el nombre de un escritor argentino:
Haroldo Conti. En ese mismo comunicado, ese escritor indica que la
violencia argentina comenzó ya en la década del 60,
y más precisamente con el asesinato del general Aramburu en 1970,
con lo cual daba el mejor argumento a los represores ya que identificaba:
violencia = montonerismo. La violencia en la Argentina había comenzado
mucho antes. Pero para no remontarnos al siglo pasado ni a las violencias
contenidas en la sociedad en sí, podemos decir que la violencia
contemporánea nació en 1930 cuando se quebró la línea
constitucional, o en 1956 cuando se fusiló indiscriminadamente
a peronistas, o en 1958 cuando se negó a las mayorías votar
por sus candidatos, o en 1963 cuando los radicales aceptaron ir a las
elecciones con el justicialismo prohibido, o en 1966, con la dictadura
de Onganía que Sábato saludó y su noche
de los bastones largos, o en 1973 con la fe defraudada de toda juventud
que creyó en un líder. Líderes como institución
política en los que también Sábato dijo creer
como lo informa la crónica periodística del 10 de julio
de 1971 en Tucumán: Sábato manifestó creer
en los jefes, `en los líderes, como los ha habido en todos los
momentos cruciales de la historia de la humanidad, y dio a conocer
su intenso anhelo de que `encontremos un hombre capaz de despertar el
fervor de los argentinos. Si él, a los 60 años
de edad creía en los líderes, no debía a los 68 reprochar
como culpable de la violencia argentina solamente a un sector juvenil
que había errado los métodos y el análisis político
y que tenía, por otra parte, la misma falta de escrúpulos
que todos los sectores de la vida argentina.
Calendario
de una década argentina
Si bien la
violencia es inmemorial en la Argentina, los años de terror protegido
sistemático comenzaron a fines de 1974. En mi caso particular,
en octubre de 1974, con una fecha crucial: el asesinato de Silvio Frondizi,
las listas de las Tres A, la obligada desaparición del film La
Patagonia Rebelde. Pero el terror ya sistematizado y oficial se inicia
el 24 de marzo de 1976 y su clímax durará hasta principios
de 1979. Es la época donde no hay lugar para indiferentes. El editorial
del diario La Nación lo proclama y lo exige: Nadie es neutral,
se titula. Lo expresa sin rodeos. En este cuadro de cosas nadie
puede ser por más tiempo neutral. Y advierte, apocalíptico,
que el peligro acecha a la sociedad desde un teatro de títeres
a una campaña por una supuesta educación sexual, desde un
estudio con pretensión científica a una promoción
de deportes, todo puede instrumentarse al propósito del deterioro.
Se reclama la guerra total. Es el momento de la caza del adversario político.
Es la hora de la espada. Que volverá a anunciar Jorge Luis Borges
al recibir el 2 de setiembre del año cero, la condecoración
másalta de Pinochet. Con las insignias de la Gran Cruz en el pecho
dirá, adoptando un tono solemne extraño en él: Sugiero
que pensemos en Chile como la patria de Lugones y como una justa espada.
La patria de los Ford Falcon y de la picana eléctrica se unía
con la patria de los presos en los estadios de fútbol a través
del laberinto borgeano. Era la hora de la espada con electrodos. De los
militares con capucha.
Repetíamos, frenéticos, las barbaries de otras latitudes.
Pero a la argentina: hay piedra libre contra el que piense
distinto, contra él, su mujer, sus niños, su casa, sus cosas.
En Córdoba, el teniente coronel Gorleri oficializaba lo que ya
se venía haciendo subrepticiamente: la quema de libros. La proclama
ha quedado inserta en todos los diarios, resplandeciente de arrogancia
e ignorancia: a fin de que no quede ninguna parte de estos libros,
folletos, etc., se toma la resolución para que con este material
se evite continuar engañando a nuestra juventud sobre el verdadero
bien que representan nuestro símbolos nacionales, nuestra familia,
nuestra iglesia, y en fin, nuestro más tradicional acervo espiritual
sintetizado en Dios, Patria y Hogar. En esos días, Sábato
dirá al salir de la Casa Rosada: El general Videla me dio
una excelente impresión. Se trata de un hombre culto, modesto e
inteligente. Me impresionó la amplitud de criterio y la cultura
del presidente. Es la hora del triunfo de la espada y del fracaso
del Parnaso cultural. De nuestros inmortales.
Y la espada será acompañada por la cruz. El representante
del Papa, Pío Laghi, consagrará todo con su hisopo cuando
vuelva a Tucumán a dar la mano a los generales Menéndez
y Acdel Vilas y felicitarlos porque están defendiendo los
principios de Dios, Patria y Familia. Cuando son asesinados en la
iglesia de San Patricio del barrio de Belgrano los cinco curas y seminaristas
palotinos en manos de un comando de la Marina de Guerra encabezado por
el teniente de navío Antonio Pernía, de la Escuela de Mecánica
de la Armada, los cardenales Aramburu y Primatesta producen el documento
tal vez más obsceno del tiempo de la dictadura. Escribirán
con un servilismo que lleva las marcas cainescas del cinismo y la hipocresía:
Sabemos cómo el gobierno y las Fuerzas Armadas participan
de nuestro dolor y, nos atreveríamos a decir, de nuestro estupor.
Con 1978 llegó el momento de ganar la paz como los
voceros diligentes de los hombres de la espada y de la cruz lo proclamaron.
Y es el momento de la plata dulce. En enero último
proclama La Opinión ya intervenida por los militares
alrededor de 120.000 argentinos viajaron al exterior, lo cual significa
una erogación de unos 220 millones de dólares en un mes.
Doscientos veinte millones de dólares en un mes para ciento veinte
mil argentinos. ¿Y el resto de los 23 millones de argentinos?
Las mecas de los argentinos que habían ganado la paz eran Miami,
Río de Janeiro, Punta del Este y Sudáfrica. Era la época
del déme dos.
Pero en la Plaza de Mayo aparecían las primeras locas, las madres
de los desaparecidos. 1978 es el año de la Campaña
antiargentina. Lo de la campaña argentina en el exterior
fue un inteligente golpe propagandístico de la dictadura para lo
cual contrató a una empresa publicitaria norteamericana. Año
del campeonato mundial de fútbol. Había que aniquilar la
voz de los exiliados argentinos y de sus amigos y aliados extranjeros.
Basta seguir las publicaciones de la época para registrar la agresividad
con que fue llevada y la unificación de la opinión pública
contra los antiargentinos. Se logró similar unanimidad
interna que en la guerra de las Malvinas. Hasta hoy han quedado las secuelas.
Fue una campaña intensísima. Un rico material para próximas
investigaciones. Sólo con las recomendaciones de Neustadt en televisión
y radio se tiene ya un grueso capítulo. Pero también los
slogans, las frases, de los cortos publicitarios. Los verdaderos argentinos,
en esa época eran derechos y humanos. La campaña
antiargentina es el verdadero origen de la artificial división
entre los que se fueron y los que se quedaron.
Había que tratar de tapar el horror y la cobardía. Todos
tenían su cadáver en el ropero y comenzaba a oler mal. Se
inventaban toda clase de cosméticos para ocultarlo: el dólar
barato, Maradona, Vilas y la princesa de Mónaco. Somos los mejores
del mundo.
Un documento que será publicado en cinco idiomas es
firmado por más de trescientas entidades empresarias, científicas
y sociales del país. Tiene apenas ocho líneas, pero es contundente:
Ante la acción de aquellos que en el exterior intentan deformar
la imagen del país, entidades privadas representativas de la comunidad
argentina se autoconvocan para expresar la reacción nacional bajo
el lema: `La Verdadera Argentina También es Noticia. Los
nombres de las entidades llevan una página entera en los diarios.
Están todas: desde la Asociación Argentina de Cáncer
hasta el Club Alemán, desde la Asociación Argentina de Editores
de Revistas hasta la Asociación de Fabricantes Argentinos de Coca
Cola, de la Bolsa de Cereales a la Bolsa de Comercio, desde el Círculo
de Armas al Jockey Club, de la Universidad Católica Argentina a
la Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas, desde la Sociedad
Rural a la Cámara Argentina del Chacinado, desde el Rotary Club
a la Cámara Gremial de Elaboradores de Tripas. Están
todos. Sí, están todos con Videla, con Massera, con Cacciatore,
principalmente con Martínez de Hoz. Es un lascivo frotarse las
manos. No se sabe bien si por el dólar barato o por los métodos
que aplica la dictadura con sus prisioneros. El general Benjamín
Menéndez, en Córdoba, es recibido con aplausos por las fuerzas
vivas. La escritora Marta Lynch dirá rotunda: fuera
de los límites geográficos, al país no hay que criticarlo.
Ernesto Sábato declarará al diario francés Le Monde:
Boicotear el mundial no sólo hubiera sido boicotear al gobierno,
sino también al pueblo de la Argentina, que de veras, no se lo
merece. El doctor Ricardo Balbín, presidente de la Unión
Cívica Radical, señala con el dedo a los autores del
ataque que se efectúa desde el exterior contra nuestro país.
Las críticas vienen de afuera y distorsionadas, y sirven a causas
de los que se fueron del país después de haber encendido
las llamas del incendio. Los que se fueron del país,
dice el doctor Balbín. Y ninguno de su partido sale a desmentirlo.
(Fragmento
de la ponencia presentada en el simposio Reconstrucción de
una cultura: el caso argentino, realizado en la Universidad de Maryland,
EE.UU., en 1985).
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