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ELOGIO AL DICTADOR DE UNO DE SUS APOLOGISTAS
La imagen de Videla

¿Quién era feliz en el Proceso? Hubo sectores que alentaron el golpe, apoyaron al gobierno militar, justificaron sus aberraciones, hicieron excelentes negocios. Bernardo Neustadt fue uno de sus voceros más altivos y sonoros. En su revista �Extra� publicó, a pocos meses de inaugurada la dictadura y la masacre, esta apología de Videla, �lo mejor que podía pasarnos�.

Por Bernardo Neustadt

Uno es persona. La “lidad” se la dan los demás. Que entonces suelen decir “es una personalidad”. Es lo que el “otro” pone en el protagonista. La opinión pública, tan escasamente requerida en la Argentina –carente de encuestas, plebiscitos, referendos, sondeos–, otorga, desde su silencio, categorías distintas de los hombres que pasan por el poder. Hoy voy a intentar –después de 130 días de gobierno– traducir la imagen que tiene el Presidente de la República en el seno de la sociedad que lo ha recibido sin ningún prejuicio. Llamativo, en un país considerado de los más “ingobernables” del mundo, los argentinos –incluso los justicialistas desplazados del gobierno– han admitido en privado una expresión que ahora se usa con frecuencia: “Videla es lo mejor que nos pudo pasar”.
Veamos cómo era Videla, el soldado en estado puro. Hermético, “buen oidor”, firme, profesional sin un solo rasguño en su legajo, con el vocacional concepto militar de “actos de servicio”, sin ambición política, tenso a veces, prolijo siempre en sus decisiones, nunca apresurado, con una gran capacidad de observación. Católico, practicante, sin cielos cerrados, sin dogmatismos trazados, convencido, sí, de sus profundas convicciones.
Veamos cómo es el presidente Jorge Videla. Todos los rasgos señalados permanecen en pie. Inalterables. El no ha cambiado. Su vida, sí. No deseó el poder, pero lo ejerce. Está convencido de que la firmeza es mucho mejor que la dureza. Que la moderación es más inteligente que la rigidez. Que a la Argentina para modificarla hay que admitirla primero como es. Y no desconocer su rostro, sus individualidades, sus virtudes, sus defectos. Escucha. Escucha mucho. No cree que sea un complejo corregir un error si lo hay. De-tes-ta la demagogia. No le agrada la promoción personal. Cree en el conjunto, no en “el salvador”. Su tesis favorita es simple: “Si comprenden, aceptan; si aceptan, adhieren; si adhieren, participan”. Es austero, ascético, pero no es un solitario como alguna vez lo fue Juan Carlos Onganía. Cuando en la Sociedad Rural, el domingo último, la ovación resultó clamorosa, mantuvo su sobriedad sin una alteración de sus facciones. Cree en la concepción de las Tres Fuerzas Armadas marchando juntas hacia el objetivo. Nunca ha resistido el famoso 33% que entronca con su modalidad participativa.
Cómo lo ven a Videla los distintos componentes de la comunidad: 1) El hombre común le tiene una simple simpatía y reza por que le vaya bien. 2) Los partidos políticos “en el temporario destierro” creen “en la línea Videla”. Cada vez que algún rumor de “ocaso” circula, las figuras políticas del “elenco estable” tiemblan. En Videla ven puerto (objetivo) y estrella (futuro). Esta temperatura es fácilmente advertible en la investigación que realizamos, donde esa apreciación arranca de labios que van desde Ricardo Balbín hasta Arturo Frondizi, pasando por Raúl Matera, Alfredo Gómez Morales, las entidades empresarias intervenidas o no, los sindicalistas “esterilizados” o no. En esa unanimidad se hace visible la frase de ocho palabras: “Videla es lo mejor que nos pudo pasar”. La Iglesia, “tan herida íntimamente” en estos últimos tiempos, ve al jefe del Estado, en su comportamiento, como garantía máxima del proceso de reorganización. No puede manifestarse en “pro”, públicamente, pero en rueda de obispos es casi una consigna. Los intelectuales que lo visitaron –y los intelectuales siempre son difíciles de conformar– quedaron muy bien impresionados. Los científicos –Leloir, Lanari, Favaloro– admitieron públicamente que la claridad presidencial los conmovió. Los periodistas, analistas políticos y económicos que mantuvieron dos horas de charla privada usaron también en la “intimidad” una expresión admirativa: “Reconfortados”. No faltó quien, después de escucharlo, reconociera que “salió oficialista”. Es decir, seducido por las ideas. No por el magnetismo. Vamos a la inversa: ¿quién prefiere a “otro”? No hay una sola respuesta a favor, ni un nombre de reemplazo. ¿Objeciones?; un 20% ha señalado su deseo de “verlo más presidente”. La asunción más patética del poder. Francisco Manrique –acaso cuando se abra la convocatoria para dialogar con hombres políticos resulte el primero en ser llamado– afirma que “la imagen presidencial se va destiñendo porque la organización del régimen es a todas luces confusa” (Correo, Nº 2049, julio 1976). En estos cuatro meses y algunos días creemos que no hay rasguño en la piel presidencial y su presencia no es sólo más gravitante sino más naturalmente aceptada y casi requerida.
En Videla no hay seducción: hay honestidad. No hay promesas fáciles: “Procesar el nuevo tiempo político será tarea larga, riesgosa y difícil”. No quiere venganza, sino justicia. “Al final, entre todos, deberemos perfilar el país que queremos, construido sobre el país que tenemos”, le dijo en el primer reportaje nacional de “persona a persona” al enviado de “La Nación, actitud que valoramos muchísimo, porque nunca entendimos por qué los presidentes argentinos y vitalmente de origen militar tenían que anunciarle al New York Times que habría elecciones en la Argentina en 1958” (Pedro Eugenio Aramburu) o conocer el pensamiento resurreccional de Perón al volver al poder, exclusivamente en una conferencia de prensa de corresponsales extranjeros. Videla parece romper con la manía.
Nada será “gratis”: hay quienes temen todo lo que tenga que ver con el retorno de la partidocracia; otros se aterran de pensar que subsistirán los sindicatos; los hay quienes creen posible que “los militares se queden 20 años en el poder” sin consulta alguna, hay quienes entienden que innovar, proponiendo nuevos movimientos de opinión, es “apresurado”. Los hay cómodos, que sin arriesgar nada sólo saben exigir más rigor, menos contemplaciones y “mano dura”. Si Videla y, claro está, la Junta Militar, fuente del poder, se dan cuenta de que “no están solos”; si advierten que tarde o temprano la subversión siniestra será derrotada, que la economía, en un plazo más lejano o más cercano, pero con seguridad, se recompondrá, sólo les quedará una tarea mayor: designar un “laboratorio” conformado por lúcidos pensadores de sistemas institucionales, que lejos del ruido y de las voces ásperas o camufladas intenten describir, políticamente, en 4 o 5 alternativas, cómo debe ser la Argentina de los próximos 24 años, es decir, para llegar al 2000 sin otros 15 presidentes, 28 ministros de Economía o 200.000 millones de dólares perdidos en 30 años por maltratar al campo. Y agregaría, al oído, para terminar, algo que es la novedad para los hombres de 50 años (Videla, Massera, Agosti, Martínez de Hoz, Harguindeguy, Klix, Suárez Mason, Menéndez, Díaz Bessone, Uricarriet, Lambruschini, Cabrera, Mariani, Villarreal): Perón ya no está. Definitivamente. Si esta vez fracasamos, ya no le podremos echar la culpa a Perón.

Acotación: el firmante del editorial también tiene 50 años.
(Publicado en la revista Extra, dirigida por Neustadt, en agosto de 1976.)

 

El pájaro
Por Juan Gelman
Alma/¿alzás tu soñar?/¿maldito por
los que sufrieron por soñar?/¿y palos
te dan para que calles?/¿y
dicen que estás equivocada?/¿que

no vengás con tus sueños?/
¿que hay bastante dolor?/¿que mirés el
pájaro que tranquilo cruza el cielo?/
¿pone su huevo en el olvido?/

(De Eso, 1986)

 

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