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EN EL CONURBANO YA SON 3400 LOS EVACUADOS POR LA SUDESTADA
“Este lugar es puro olvido”

La subida del Río de la Plata por la sudestada hizo crecer al Matanza y sus afluentes. En ese partido debieron ser trasladadas 1300 personas. A última hora cesó el alerta, pero mucha gente pasó la noche en vela. Crónica de un día con el agua al cuello.

Yolanda y sus cinco hijos se quedaron pese al agua porque no tienen quién les cuide las cosas.

Por Cristian Alarcón

–El agua tiene tantas formas de golpear... Pero los chicos... –dice Yolanda Mon, como en una media lengua, como tiritando aunque no hace frío. Cinco nenes, delgados y deprimidos, resisten en una cama angosta rodeada de medio metro de agua al fondo del rancho, en una isla miserable.
–Con el agua a nosotras ya no se nos hacen moretones –ironiza una de las vecinas, con las patas en la fuente desmedida que resulta este rincón de La Matanza, a la vera desboradada de un arroyo, en González Catán.
Nadie se acuerda por estas tierras cuántas veces se inundaron desde que llegaron escapando de una pobreza quizás mas seca, pero más hacinada. Es la franja poblacional de siempre, que a lo largo del conurbano sufre de los desastres naturales potenciados por las obras inexistentes. Ayer llegaron a ser 3400 los afectados, mientras que la ciudad de Buenos Aires seguía a salvo, pero con la mirada puesta en el río.
En la esquina de la calle Tinogasta, donde se desbordó el Arroyo Tunuyán, el camión de la delegación municipal al que se subió este diario es recibido a los gritos por un vecino que corta el paso blandiendo un palo que se ató a la muñeca. “¡Qué hacen acá hijos de su madre, qué hacen acá!”, dice el piquetero José Escalada, medio enloquecido, en una especie de violenta letanía. Son gritos de una profundidad monocorde y borracha que podrían adormecer a los niños acurrucados en el fondo. El escándalo hace que los vecinos vayan saliendo descalzos de sus casas inundadas, aproximándose a los periodistas para acusar con el dedo en alto la misma situación de siempre: “Vienen en elecciones, después nunca aparecen. Esta es la primera vez que nos mandan un camión cuando con dos gotas el agua nos destruye”, denuncia Mercedez Santos, cuyo blanco es el intendente justicialista Alberto Ballestrini.
Además de La Matanza, donde sumaron mas de 1300, ayer hubo evacuados en Quilmes, 249; en Lomas de Zamora, 300; en José C. Paz, 480; y en Florencio Varela, 203. Los 50 milímetros de agua caídos ayer y los vientos que impiden al Matanza y a varios arroyos desembocar en el Río de La Plata, reteniendo sus aguas tranquilas convertidas en olas, también provocaron 130 evacuados Ezeiza, 15 en Campana, 99 en Ensenada, 90 en La Plata, 170 en Avellaneda, 500 en Tigre, 100 en Malvinas Argentinas, 152 en Escobar. Clubes, centros comunitarios y Escuelas se fueron llenando de inundados a medida que durante la tarde eran convencidos de dejar sus casas. En la 134 de González Catán había ayer unas 150 personas. A las ocho de la noche, ya oscuro, y cuando se esperaba una nueva crecida y más perjudicados durante la madrugada, los colchones empezaban a ser bajados.
Los punteros de pilotos amarillos organizaban a las huestes ya familiarizadas con la situación en que durante cuatro días dejan sus casas hasta que el río baje. Por la cantidad de criaturas que jugaban a la mancha cruzándose de aula en aula, por sus gritos, y sus nombres voceados en los pasillos, la escuela podría haber sido un escuela. Pero era un centro de refugiados. En uno de los salones, un grupo de mujeres se había aposentado con las piernas en las banquetas, y compartiendo el pan que una acumulaba en una bolsa, masticaban y miraban la tele, instalada en el escritorio de la maestra. Otros aparatos eran puestos a punto, y los grupos de vecinos se juntaban, segun el programa preferido. Casi al fondo del pasillo los jóvenes iban por lo suyo con uno blanco y negro, al que por más moverle la antena no alcanzaban a fijar las caras del noticiero.
Por otra parte, el noticiero andaba por ahí mismo, preguntando a los de al lado. Casi todos habían venido del Barrio Nuestro Futuro y de San Cayetano. Las mujeres del rincón de la portería también administraban una bolsa de pan y tomaban mate. Habían llegado al mediodía, pero todavía no almorzaban a las ocho y media de la noche. A sus tantísimos hijos y nietos les habían dado “un mate cocido con un pan pelado”. Todos tenían hambre, pero nadie se quejaba. “El barrio nuestro es de los que no tienen ni desagüe ni luz ni nada, es de los que son el olvido puro”, dice Sandra Díaz, harta de las desgracias por el barrio Nuestro Futuro. Hace menos de un año –“debe haber sido mayo, eran los primeros fríos”– la gran inundación le quitó la mitad de sus cosas. En enero el tornado le derrumbó una pared y voló el techo por completo. “No recibimos nada. Les dan las chapas a los conocidos, y ellos después te las venden.” Es diferente la actitud de los vecinos del barrio San Cayetano. “Estamos mal pero el gobierno siempre ayuda”, dice un puntero, uno de los pocos hombres que está en la escuela, inundado el mismo por vez vigésima.
La mayoría de los hombres pasaban la noche en sus casas, resguardando al segundo enemigo después de la sudestada: los ladrones. Dicen ellos que son casi peores que las enfermedades que los chicos contraen cuando la inundación pasa. Yolanda, la mujer de los cinco hijos, no se ha ido por esos temores. No tiene pareja y no hay quién se quede al resguardo del rancho de la calle Tinogasta. Al entrar no hay bota nueva que aguante a los desniveles del piso y todos nos mojamos. Pero al encontrarnos con los niños en la cama cualquier estupidez terrena se hace añicos. Las posesiones de esta familia son dos bolsas de lentejas, una de yerba suelta, una de sémola. No hay un solo aparato enchufable, un foco de luz robada cuelga. Dos juguetes flotan. Y está secándose el guardapolvos de Leandro y su pantalón rojo. Leandro es el más conversador. Dice que hoy no fue al jardín y que tampoco fueron al comedor en el que almuerzan todos los días. Leandro es muy pequeño, y tiene una larga melena. Es sorprendente escucharlo hablar tanto porque parece de tres años. Pero luego uno se entera que tiene cinco. Su hermana Micaela dos. Amalia de seis sólo mueve la cabeza. Está muy triste. Seguirán allí hasta que el agua baje.

 

Alivio en la ciudad

“No tenemos ni un evacuado y la situación tiende a mejorar”, aseguraba ayer el titular de Defensa Civil del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Víctor Capilouto.
Según el funcionario, ayer “la única arteria que debió cortarse fue la avenida Del Libertador, entre Manuela Pedraza y Campos Salles”. Durante la tarde, los técnicos trabajaron con bombas y secadores para retirar el agua de esa cuadra, y, antes de las 18, Libertador había sido nuevamente abierta al tránsito.
Para hoy, se mantenía el alerta meteorológico pero reducido “a las precauciones normales en un día de llovizna: manejar con especial cuidado y no caminar por zonas anegadas”. El Servicio Meteorológico Nacional anunciaba tiempo inestable con vientos moderados del sudeste.
El alivio de ayer estuvo determinado por la bajante del Río de la Plata, cuya altura no superó los 2,19 metros. El martes había llegado a 3,13 metros. Así las cosas, hoy “mientras no haya lluvia intensa, vamos a estar bien”, condicionó Gustavo Ciribeni, subsecretario de Obras y Mantenimiento de la Ciudad.

 

LA SUDESTADA HIZO AFLORAR LIQUIDOS CLOACALES
Un día de mal olor en Núñez

Por Pedro Lipcovich

Aquel “...hasta el cielo se ha puesto a llorar”, que para Enrique Cadícamo metaforizaba la garúa porteña, podría ser sustituido por “...Dios tiró de la cadena”: ante cada lluvia intensa, se abren algunas de las compuertas (llamadas “espiches”) que comunican la red cloacal con la red pluvial. Ayer, sin ir más lejos, un olor inconfundible acompañó el anegamiento en Libertador y Campos Salles. La defensora del Pueblo de la Ciudad, Alicia Oliveira, presentó un recurso de amparo para que el juez fije plazo para “eliminar las vinculaciones entre los sistemas cloacales y pluviales”. Oliveira destaca que la empresa debe hacerlo por contrato pero que la renegociación de su concesión, en 1997, eliminó los plazos que la obligaban. La empresa contesta que se trata de unas pocas compuertas “que operan sólo en condiciones extremas, como una sudestada, precisamente para minimizar el impacto ambiental”.
El 2 de marzo, la defensora del Pueblo de la Ciudad presentó un recurso de amparo ante el juez Sergio Fernández, para que “ordene a la empresa Aguas Argentinas y/o al Estado nacional la realización de las obras necesarias para eliminar las vinculaciones entre los sistemas cloacales y pluviales, fijando el plazo para la iniciación y la terminación de las obras”. Según explicó Oliveira, “una razón que se adujo para privatizar Obras Sanitarias fue que, como la red estaba mal, se volcaban aguas cloacales en las pluviales: la concesionaria quedó obligada a remediarlo en cinco años. Pero, en 1997, María Julia Alsogaray (ex secretaria de Medio Ambiente) renegoció el contrato y suprimió el plazo: al no haber límite de tiempo, es como si la obligación no existiera”.
Aunque el área afectada corresponde a la Ciudad de Buenos Aires, la concesión a Aguas Argentinas fue efectuada y debe ser fiscalizada por la Nación. El pedido de amparo observa que, en julio de 2000, la Dirección General de Coordinación con los Servicios Públicos Nacionales del Gobierno de la Ciudad señaló que “el accionar de Aguas Argentinas incide en el saneamiento ambiental y genera sobrecargas en la red pluvial”.
Gabriel Ciribeni, subsecretario de Obras y Mantenimiento de la Ciudad de Buenos Aires, dijo ayer que el gobierno porteño aún no estaba notificado del recurso de amparo. En cuanto a los oscuros líquidos que ayer brotaban en Libertador y Campos Salles, respondió que “hemos solicitado a Aguas Argentinas para que dé explicaciones”. Respecto de si esa empresa está obligada a cerrar la conexión entre cloacas y red pluvial, “es un tema entre el ETOSS (Ente Tripartito de Obras y Servicios Sanitarios, a cargo de controlar la concesión) y la concesionaria”, contestó el funcionario.
Un vocero de Aguas Argentinas S.A. dijo a este diario que, en cuanto al recurso de amparo, “todavía no hemos sido notificados”. Admitió que “entre las obligaciones del contrato estaba el cierre de los ‘espiches’, cosa que efectivamente la empresa cumplió. Pero algunos siguen operando en condiciones extremas, como puede serlo una sudestada, precisamente para minimizar el impacto ambiental; equivalen a lo que para la electricidad sería un fusible. Los líquidos van a parar así al Riachuelo o al borde del Río de la Plata, en vez de desbordar en lugares habitados. Y en cada caso la apertura se comunica al gobierno de la ciudad y al ETOSS”.

 


 

Recuerdos de una ciudad en
que el Riachuelo era un espejo limpio

Corre el tranvía y el río llega hasta donde hoy está Paseo Colón: las imágenes del sur
de Buenos Aires dan pie a la nostalgia de lo que fue y lo que pudo ser. La muestra, organizada por la Corporación del Sur, se exhibe desde ayer.

La construcción del puente
Nicolás Avellaneda, 1913.

Avenida Brasil, frente
a Constitución, en 1917.

Juegos infantiles en el
Parque Avellaneda, 1917.

El balneario de la Costanera
Sur, en torno de 1935.

Por Eduardo Videla

Un grupo nutrido de obreros, vestidos de paisanos, posa sobre la ribera de la Boca, junto a un hombre que filetea pescado, sentado en el medio de la calle, y otro que exhibe una pieza de varios kilos. En el fondo, una hilera de veleros descansa junto a la orilla del río. La imagen, tomada en el año 1870, retrata el puerto pesquero que funcionaba en ese lugar que hoy es, sobre todo, un paseo turístico. Es parte de la muestra de fotografías “Buenos Aires al Sur” –que se exhibe desde ayer y hasta el 19 de abril en la Casona de Olivera, en el Parque Avellaneda– que reúne tomas de lugares clásicos del sur porteño, algunos ya desaparecidos, con las temáticas del trabajo y el progreso como denominador común. La exhibición está organizada por la Corporación del Sur, el organismo cuya misión es promover ese sector de la ciudad.
“El objetivo es recuperar la historia del sur para proyectar su futuro. La misión de la Corporación no es generar negocios inmobiliarios sino potenciar la cultura del trabajo, que caracterizó a esa zona y se abandonó desde la última dictadura”, dijo a Página/12 Arnaldo Bocco, presidente de la Corporación.
La historia del sur, contada en 68 imágenes, arranca en 1864, con una vista del Mercado de Constitución: una concentración de carretas de campaña, cargadas de cueros y otras mercaderías, estacionadas en el lugar donde hoy está la plaza de ese nombre. De esa época, están las fotos de la ribera sur, cuando el río llegaba hasta lo que hoy es Paseo Colón, y del Parque España –frente al Hospital Rawson–, donde estaban los corrales de vacas y el matadero que inspiró a Esteban Echeverría, mudados luego a Parque de los Patricios.
La imagen de varios carros volcando basura y varios cirujas revolviendo los desperdicios podría corresponder a algún basural contemporáneo del conurbano. Pero pertenece a la quema que funcionó hasta 1903 en Amancio Alcorta y Zavaleta, cerca de la actual cancha de Huracán.
Si la nostalgia pudiera calibrarse, la medida mayor le correspondería a esa foto que muestra la inauguración del balneario de la Costanera Sur, en 1818, con una multitud de bañistas disfrutando del río, en el mismo lugar que hoy está sepultado por la Reserva Ecológica.
Ese río estaba limpio, lo mismo que el Riachuelo que se ve bajo el puente Alsina, que en 1890 ya existía pero era de madera, igual que el puente Barracas (hoy Pueyrredón). La muestra está organizada en capítulos y uno de ellos está dedicado a los puentes. Allí pude verse el Avellaneda –esa clásica reliquia de hierro que sobrevive en la Boca– en plena construcción, en 1913. Y el mismo puente, en pleno funcionamiento, como trasbordo de pasajeros en tranvía hacia la isla Maciel.
Otro capítulo, titulado “Proletarios”, está destinado a los obreros que forjaron esa zona como un polo industrial, a principios del siglo XX. Del archivo de Caras y Caretas se rescatan imágenes de la huelga general de 1904: estibadores concentrados en el local del Sindicato de Marineros y Foguistas, en la Boca, con banderas anarquistas. Y de la huelga de conductores de carros, en 1914. La serie se completa con fotos de los Astilleros de la Dársena Sur (1923), la fábrica de dulces Noel (1919) y la textil Alpargatas. Otra Argentina: las dos primeras desaparecieron y la tercera está, literalmente, en la lona.
La vida cotidiana de esos años queda reflejada en fotos del arenero y los juegos de la plaza en el Parque Avellaneda (1917), el tranvía circulando por la calle Brasil, frente a la estación Constitución (1917), y un operario municipal encendiendo un farol a querosén en la calle Guardia Nacional (1920).
Las imágenes fueron recopiladas y organizadas por el historiador Luis Priamo, curador de la muestra. “La exposición está condicionada por dos factores –aclaró Priamo–: lo que los fotógrafos eligieron y lo que sepudo conservar de aquello que se logró documentar.” En esas imágenes, dice el curador, está “el nexo entre la memoria y el futuro de esa zona”.

 

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