Todo el poder, por
adjudicación directa
Domingo Cavallo se instaló en Economía, pero los
mercados siguieron hirviendo. En lugar de amainar, la corrida arreció.
El capital financiero no se dejó encandilar por el cordobés:
en su mira siguió la Argentina, con su cúmulo de problemas.
El diagnóstico era, y por ahora sigue siendo, que el país
esta vez no zafa. Este comportamiento implacable de la especulación
tuvo la virtud de desautorizar la fe en el mesías y centrar
la cuestión en los datos. Estos dicen claramente que la Argentina
es insolvente, que no puede pagar los servicios de su deuda y que
cada caída en la cotización de sus títulos,
con proporcional aumento en el riesgo país, agrava su insolvencia.
Puede intentar que Washington trátese del Tesoro estadounidense,
del FMI, del Banco Mundial o del BID o incluso un grupo de
bancos le presten fondos frescos para postergar el momento de la
quiebra formal. Pero esto no alterará la naturaleza del problema.
Los acreedores del país no van a esperar hasta la víspera
del default para liquidar los bonos argentinos: los seguirán
rematando ya mismo. Lo único que puede disuadirlos, o al
menos hacerlos vacilar, es la perspectiva de un cambio de fondo
en la situación. Ese es el objetivo del plan lanzado por
Cavallo.
Podrá estar equivocado, pero él cree que la crisis
puede ser controlada dentro de la convertibilidad. De no creerlo
no hubiese aceptado hacerse cargo antes del estallido final. Se
hubiera preservado para después, como diseñador del
nuevo orden. Pero, políticamente, la oportunidad que le ofrecen
estas vísperas es única, ya que sólo ahora
puede aprovechar el vértigo de la clase política,
que se siente al borde del abismo. Por esta misma razón,
realizar un análisis crítico del paquete esbozado
por Cavallo parece descolocado. En este momento la única
alternativa a su propuesta es el desmadre, porque la Alianza, o
lo poco que de ella queda, demostró su incapacidad de enfrentar
la situación. Bueno o malo, el de José Luis Machinea
era el mejor equipo de que disponía, y fracasó inapelablemente.
Una ventaja clave de Cavallo radica en su claridad para entender
a esta altura de la crisis algunas cuestiones básicas. Por
empezar, que sin crecimiento no hay ninguna chance de corregir el
déficit fiscal, o que se impone contrarrestar por vía
aduanera y tributaria la sobrevaluación del peso, o que es
preciso estimular la inversión por todos los medios. Son
ideas que no entran en la cabeza de los economistas de FIEL ni del
CEMA, aferrados a un libreto absurdo para un mundo altamente inestable,
cuyas sacudidas estremecen profundamente a la economía argentina.
Es obvio que, para funcionar, cualquier programa requiere de un
contexto mínimamente normal. En medio de una corrida, con
el riesgo país por las nubes y huida de depósitos,
ninguna medida es efectiva. ¿Quién invertiría
en estas condiciones, por más alicientes que se creen? Por
tanto, la prioridad es obtener toda la financiación adicional
necesaria para volver a alejar el fantasma de la cesación
de pagos. Para tener éxito en esta misión también
es muy importante el resto del paquete, porque da señales
de hacia dónde se propone ir el país después
del vendaval, y además es clave la sustentación política
con que cuente.
Dos son las fuentes de recursos para sostener este esquema. Una
es el impuesto a las transacciones bancarias, que debe recuperar
solvencia para el Estado mediante un instrumento rústico
pero directo, recreado para evitar que el déficit siga disparándose.
A esto tiene que añadirse la financiación que pueda
lograrse mediante acuerdos negociados, ya que por un tiempo que
puede ser largo la Argentina no podrá volver a los mercados
en busca de dólares. Se sabe que ya hay asegurado un auxilio
inmediato, pero también que hace falta conseguir bastante
más.
Mientras todo esto ocurre, casi ningún argentino siempre
hay algunas privilegiadas excepciones sabe cómo cubrirse.
Exactamente qué va a ocurrir nadie puede decirlo. Cuál
es la probabilidad de que Cavallo capee el temporal es una pregunta
sin respuesta ni siquiera aproximada. Los financistas que escaparon
del riesgo argentino suponen que muy probablemente fracasará,
y hasta ahora les sobran datos para suscribir su presagio. A los
males propios se agrega ahora el clima de la economía mundial,
cada vez más enrarecido, con temor creciente de una recesión
universal, ahora que la globalización vuelve tan interdependientes
a todos los países.
La convertibilidad, además mal administrada, acumuló
enormes desequilibrios en su decenio de vida. La deuda no va a licuarse.
Los servicios a pagar por ella son aplastantes, incluso en momentos
de calma, y lo seguirán siendo por años. La sobrevaluación
del peso difícilmente desaparezca, por más reducciones
de costos que induzca Economía, porque mientras la Argentina
se aferra al tipo de cambio fijo, otros países Brasil
entre ellos flotan sus monedas, y se supone que seguirán
usando activamente su política cambiaria, y no para revaluar.
Tampoco hay ningún modo mágico de tapar el bache externo,
cuando la cuenta de servicios incorpora un déficit estructural
por el pago de intereses, la remesa de utilidades, los seguros,
los fletes, el gasto en turismo.
La depresión de la que habla Cavallo es la consecuencia de
todos estos problemas combinados, que no se diluirán sin
la adopción de decisiones fuertes, ésas que el cordobés
todavía no dejó vislumbrar. Mejorar la productividad,
remover obstáculos a la creatividad privada, reformar el
Estado... Todo eso puede formar parte de un buen programa para el
desarrollo del capitalismo, pero el punto de partida exigirá
bastante más. Este lastre explica casi tres años de
recesión, que ni siquiera permite tocar fondo y repuntar,
porque antes sobreviene la quiebra.
La incógnita que se esconde detrás de la delegación
de poderes legislativos es tan insondable como la profundidad de
los cambios a realizar. Pero aunque éstos se presenten bajo
una apariencia neutral y universalmente provechosa, con términos
como crecimiento y empleo, en la realidad repartirán costos
y beneficios. Precisamente cuando es imperioso entrar en una etapa
intensamente política, los políticos tienen que quedarse
afuera. Todo el sistema de representación naufraga. La gestión
del poder se terceriza, como otro servicio cualquiera. Sin licitación.
Por adjudicación directa a Domingo Cavallo.
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