Por Cristian Alarcón
Hay algo en la persistencia
del clima de los últimos días y de los próximos,
algo que no logra ser frenado por el conjuro de la gente que se inunda.
Ayer en varias escuelas del conurbano se hicieron cadenas de oración
entre las mujeres, que sacaron de entre sus poquísimas pertenencias
unos pocos rosarios. Es el clima, es que no para, y que ahora estamos
siempre en alerta, se queja ante Página/12 una de las mujeres
albergadas hace dos días ya en la Escuela 161 de La Matanza. El
partido del que salió Pierri, en el que pasó el papelón
Pinky y al que gobierna hoy Alberto Ballestrini, sigue siendo el más
perjudicado del desastre de esta semana. Ayer eran 3500 los evacuados
en todo el conurbano bonaerense, pero 1828 pertenecían a esa zona
del oeste. Para colmo, siempre los pronósticos para aguar, literalmente,
las esperanzas del fin de semana: posibles lluvias para sábado
y domingo, aunque el río, si los vientos bajan, puede que también
lo haga.
Los hombres de la municipalidad que conducen los camiones y los tractores
para entrar en los lugares donde el agua amenaza, ayer tuvieron que seguir
internándose en zonas donde hay un punto en que ya se corre peligro.
Nunca sabemos si estamos a punto de pisar un pozo séptico,
es lo más jodido de todo, dice uno de los de amarillo. Acá
seguimos evacuando gente y tenemos miedo de la lluvia, pensábamos
que se cortaba pero ahora parece que sigue todo el fin de semana,
dice ya cansado de subir y bajar petates de las casas, en las que además
golpea siempre la imagen del abandono. Hace un año yo hice
esto mismo, con la gran subida de mayo, y en el barrio San Cayetano. De
ahí salía destruido. Porque uno puede mojarse, ver que se
le van las cosas, pero cuando siente temblar a los chiquitos ¡eso
sí que no! Ahí uno se saca lo que tiene puesto para envolverlos,
le dice a Página/12 Juan Carlos Olmedo, al frente de una patrulla
de rescate, y popular animador de festivales de chamamé, aunque
provenga sencillamente de Los Toldos.
No tan simple, en uno de los extremos pobres de La Matanza se levanta,
como si hubiera surgido de la imaginación de un extravagante principito,
lo que la gente conoce como El Castillo, o Campanópolis. Rodeado
de lo que fue una cava y con un barrio humilde como límite a sus
espaldas, el famoso edificio en el que funciona un restaurante está
desde ayer en el centro de los odios de los vecinos del barrio todo
está en un mismo tono Costa Azul. Los dueños
han mandado a hacer un puente y tres alcantarillados a los de la municipalidad
denuncia Florentina Moriñigo, la mamá de cuatro chicos,
que oficia de vocera de un grupo de evacuados. Pero resulta que
gracias a eso que los protege a ellos, a nosotros se nos inundo todo,
hasta con un metro de agua en las piezas, porque no tiene más salida
al ser una laguna. Florentina lanza un pedido desde la escuela 161,
donde ayer se instaló con sus cuatro chicos, su hermana que tiene
cinco, y el resto de un grupo de 50 inundados. Aunque allí suman
210 las personas que perdieron sus hogares, según informa la directora
del colegio.
Por suerte, mientras algunas escuelas se llenan de nuevos inundados, otras
se van vaciando. Ayer regresaron a sus casas los 500 perjudicados de Tigre
y los otros tantos de Berisso. También volvieron 3590 de los 700
evacuados de Quilmes, aunque todavía esté lejos de secarse
el barrial que queda después de que el río se retira. Lo
cierto es que las aguas parecen retirarse. Ayer la altura del Río
de la Plata fue de 80 centímetros por encima de los valores normales,
pero mucho mejor que los 3,15 que llegó a marcar el martes y el
miércoles. En la ciudad de Buenos Aires ayer no hubo ni embotellamientos
a causa de la lluvia, aunque el gobierno seguía insistiendo en
el alerta meteorológico del fin del semana y en las recomendaciones
para ciudadanos que resuenan a cada rato en la radio.
DOS
NAVES QUEDARON A LA DERIVA Y UNA SE HUNDIO
Los barcos no paran de chocar
Parecían conducidos por
fantasmas. En medio de la tormenta y el viento, dos viejos barcos abandonados
del puerto de Mar del Plata dejaron las amarras y comenzaron un viaje
furioso sobre el mar. Los buques, en realidad, empujados por vientos de
hasta 75 kilómetros, se soltaron del lugar de amarre y estuvieron
a la deriva atravesando el canal de navegación del puerto. Un día
después del insólito choque de dos buques en los mares del
sur, los de Mar del Plata recorrieron 700 metros y se golpearon entre
sí hasta quedar encallados frente el espigón cuatro donde
el remolcador más grande, averiado, terminó hundiéndose.
El oficial Roberto Pérez, jefe del Area de Operaciones de la Prefectura
Naval de Mar del Plata, fue uno de los primeros en reconocer el peligro.
Hacía dos horas que desde el sudeste se levantaban vientos de entre
55 y 75 kilómetros. En la línea de la costa, sólo
quedaban los tripulantes del Mosdok, un dique flotante cercano
al puerto. Desde esa embarcación salió la primera voz de
alerta. Algo asustados, los miembros del Mosdok avisaron a
la base de Prefectura donde estaba Pérez, del desplazamiento insólito
de los barcos abandonados.
Las naves eran dos. El poderoso remolcador Montevideo se había
desprendido del amarre en el espigón siete de la escollera sur,
arrastrando al pequeño pesquero Tolhuyn. Los
dos estaban inactivos explicó Pérez horas después
a este diario, por el viento cortaron los cabos de amarre y terminaron
justo enfrente, en el espigón 4, que es todo de piedra. Recorrieron
a la deriva poco más de 700 metros. El viento no sólo los
empujaba con furia hacia adelante, además provocaba fuertes golpes
entre los cascos. Debido a los sacudidas contra las piedras, el
Montevideo se averió y después explica
el prefecto terminó hundiéndose.
Desde aquel dique flotante, pudieron divisar cómo ese cuerpo de
49,95 metros de largo comenzaba a perderse bajo el agua. Eran las diez
de la noche. La mole de seis metros de altura, sin embargo, no desaparecería
completamente. Todavía ayer a la noche, buena parte de lo que los
prefectos llaman superestructura las zonas más altas de la
embarcación estaban a flote. A partir de entonces comenzaron
las tareas para rescatar al pequeño pesquero que había resistido
los golpes sin hundirse. Un remolcador del organismo salió a última
hora de la tarde para reconducirlo al espigón siete donde estaba
originalmente.
El Montevideo en cambio aún quedará ahí
hasta que pueda ser reflotado. No hubo derrames de hidrocarburos, advirtió
Pérez, sólo unos cinco litros de aceite se distribuyeron
en el lugar. Es importante advertir remarcó
que este inconveniente no ha generado problemas de navegabilidad en la
zona. Es desde estos lugares desde donde parten las mayores dificultades
para Prefectura durante los días de viento: Aunque no puede
decirse que con cada tormenta se suelta un barco, al menos esto suele
ser habitual, dijo Pérez. La intensidad del viento, la dirección
y la dimensión de los oleajes dentro del puerto son las variables
que pueden provocar las sacudidas y cortes de amarres.
|