Las vueltas de la vida, la expiación de lejanas culpas, mero acto
de inteligencia adaptativa a los tiempos que corren. Como quiera que se
llame esta decisión, un cuarto de siglo después 0acaso tarde
y mal, cabe acotar el fútbol sacudió su desmemoria
como quien se desprende de una tortuosa asignatura pendiente: la AFA decidió
finalmente adherir a los actos del Encuentro 25 años: Memoria,
Verdad y Justicia, en repudio y condena al golpe del 24 de marzo
de 1976, con la suspensión de todos los partidos programados para
hoy.
En verdad nadie en la AFA había pensado en eso hasta que hace una
semana aterrizó en el despacho de Julio Grondona una nota del Movimiento
Ecuménico por los Derechos Humanos. Allí se reclamaba la
suspensión de los partidos de todas las categorías programados
para hoy. La carta tenía un párrafo demoledor: Es
claro que la realización simultánea de eventos deportivos
de la masividad que suelen alcanzar los partidos de fútbol será,
en primer lugar, un escollo para ese fin, ya que inducirá a muchos
de miles de simpatizantes a reforzar el olvido, la desmemoria, a la que
por tantos otros medios nos han pretendido inducir los sucesivos gobiernos
constitucionales.
El golpe de timón de Grondona y de la AFA es una actitud inteligente:
no borra los rastros del pasado, pero demuestra una comprensión
de sus errores. La dirigencia del fútbol de entonces anudó
buenos lazos con los dueños del poder militar en la Argentina del
silencio y del horror. Fue un matrimonio de necesidad y conveniencia.
La necesidad fue de los militares, que echaron mano al fútbol como
somnífero eficaz en una sociedad vaciada por la represión
más brutal de que se tenga memoria. La conveniencia, de muchos
dirigentes. De hecho, el fútbol fue una de las pocas actividades
que no alteró su rumbo ni modificó sus estatutos básicos,
ni afectó sus instituciones, más allá de la figura
de un interventor a cargo de la AFA.
La mordaza oficial, a horas de haber derrumbado el vacilante gobierno
constitucional de Isabel Perón, silenciaba radios y TV y le imponía
rígida censura de los diarios y revistas. Pero la dictadura prefirió
ser indulgente con el fútbol. Así fue como se permitió
la televisación en directo del partido entre la Argentina y Polonia,
jugado en Chorzow el mismo día del pronunciamiento.
La gira del seleccionado de Menotti por Europa había despertado
enorme expectativa: cuatro días antes le había ganado 1-0
a la URSS, con un gol de Kempes bajo la nieve de Kiev. La temperatura
fue tan feroz como el clima político y social que se vivía
en la Argentina. Y obligó a Gatti a jugar un deslumbrante partido
con una petaca de whisky al lado de uno de los postes para combatir el
frío. El 24 de marzo se pudo ver por televisión, en medio
de un aluvión de proclamas militares amenazadoras, el partido con
Polonia, jugado en el estadio Slaski de Chorzow ante 60 mil espectadores.
Aquí lo vieron millones. Algunos sabían lo que pasaba y
lo que les esperaba. La mayoría, no. Fue el primer favor involuntario
de Menotti y el fútbol a los militares, dos años antes de
la fiesta de todos del Mundial 78. Aquel 24 de marzo
el seleccionado argentino le ganó 2-1 al polaco, con goles de Luque
y el Loco Houseman.
La Semana Santa de 1987, con la democracia reinstalada en el país,
pero todavía vacilante, las sombras del autoritarismo volvieron
a cercar a los argentinos. El fútbol tuvo un primer reflejo de
conveniencia, como en los años de plomo. Los carapintada llevaban
tres días de amotinamiento y el desenlace de la crisis era aún
incierto. La primera orden de la AFA para los partidos del fin de semana
fue un mero formulismo. Un baño de chocolate en un bizcochuelo
de arsénico. Grondona, quien acaba de ser electo por tercera vez
como jefe del fútbol vernáculo, resolvió junto a
sus pares del Comité Ejecutivo que los jugadores, árbitros
y técnicos salieran a las canchas sábado y domingo con un
brazalete, que izaran la bandera y cantaran el Himno Nacional. Se diría
que como proclama antigolpista fue pobre.
Ese sábado hubo fútbol en todo el país. Imprevistamente,
las hinchadas dejaron de lado sus rituales coros de guerra y enterraron
sus odios tribales. Sus consignas sobre los trapos propios y las provocaciones
a los colores ajenos se transformaron en virulentos coros contra el golpismo
y los militares. Cada cancha se volvió escenario de un acto de
masas: un espontáneo y vigoroso apoyo al gobierno de Raúl
Alfonsín. La sociedad estaba en otra cosa, mucho más allá
del fútbol. La memoria colectiva accionaba por esas horas con sutiles
reflejos las imágenes del pasado reciente. Sólo a última
hora de aquel sábado, con el brusco agravamiento de la tensión
emocional y política, la AFA se vio obligada a suspender la fecha
prevista para el día siguiente, domingo. Fue el día de las
Felices Pascuas, con la Plaza de Mayo llena mientras la gente
monitoreaba el desenlace en vivo y en directo, a través
de la TV, sin fútbol como ansiolítico de las tensiones sociales.
Como debía ser.
A un cuarto de siglo del pronunciamiento de Videla y sus socios, este
golpe de memoria del fútbol y los dirigentes de hoy muchos
de ellos protagonistas también en los años tristes del Proceso
no deja de ser, con todas sus limitaciones, un soplo reivindicador de
la memoria. Es una buena noticia que el fútbol se haya sumado a
este recordatorio. Un golpe a los golpistas de ayer y a sus voceros disimulados
de hoy, siempre agazapados a la espera de tiempos más propicios.
Esta vez, al menos, no contaron con el fútbol.
Y eso al menos se agradece.
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