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Las epístolas de Cavallo
Por Miguel Bonasso

Ocurrió en diciembre último, en los salones de la Sociedad Rural. La presencia del “ilustre economista”, del “gran estadista”, como enfatizó el engolado locutor, constituía de por sí una autocrítica, aunque omitiera realizarla de manera explícita. Porque esa tarde del último diciembre se conmemoraban los 50 años de Ciccone Calcográfica, la famosa imprenta de valores fiduciarios que el “estadista” Domingo Felipe Cavallo había alineado cinco años atrás con las fuerzas del mal: con las huestes satánicas de Alfredo Yabrán.
En el ínterin habían pasado muchas cosas. Entre otras que otro enemigo jurado de Yabrán, el ex embajador norteamericano James Cheek, se convirtiera en director y lobbista de los Ciccone y presionara sobre su amigo Mingo para que éste les extendiera un certificado de buena conducta ante gobiernos y empresarios, nacionales y extranjeros. Cosa a la que Cavallo accedió, no sólo porque estaba convencido de que Ciccone Calcográfica no era de Yabrán, como él mismo lo había dicho en su célebre intervención del Congreso en agosto de 1995, sino porque los Ciccone tuvieron la amabilidad de darle un millón de pesos en impresos para su última campaña proselitista. Que, al fin, en este mundo perro amor con amor se paga y una pierna tapa la otra.
Ahora estaba allí, entre empresarios, “autoridades” y saladitos, para pronunciar una conferencia –“Argentina en los umbrales del 2001”–, que servía como excusa para decir que “la historia de Ciccone Calcográfica es la historia de muchas empresas argentinas en la que lo más valioso es la creatividad de su gente” y recordar que –después del exabrupto en el Congreso– había dado las mejores referencias de la calcográfica a diversos funcionarios extranjeros, suspicaces respecto de la fiduciaria argentina a causa de las denuncias del propio Cavallo. Y hacerse cargo de lo que los propios hermanos Ciccone (Héctor y Nicolás) denunciaban: que había “sucias” maniobras de la competencia para impedir que la firma argentina “se expandiera en el mercado internacional”.
“Conmovedor, ¿no?”, comentó en el evento una señora de temblorosa papada, y Nicolás Ciccone sonrió cabeceando, con un sentimiento que no cuesta imaginar ambivalente: el “ilustre estadista” estaba allí extendiéndoles el ansiado certificado de buena conducta, pero los había hecho comer mierda durante cinco largos años en los que perdieron importantes negocios y bordearon el fantasma de la quiebra.
La anécdota, ilustrativa en más de un aspecto, podría derivarse en excelente lección para los asesores de imagen del superministro. Una buena idea sería enviar misivas de autocrítica personalizadas, a todos aquellos a los que Cavallo hubiera podido perjudicar sin querer. El “mailing” podría proporcionarlo el Registro Nacional de las Personas o, en su defecto, la empresa Siemens, que tiene a su cargo la confección de los DNI.
Imagino, por ejemplo, una carta al desocupado Ramón Gutiérrez, de este tenor: “Estimado amigo Gutiérrez: nunca pretendí que usted formara parte de los efectos no deseados de mi política económica. Reciba por tanto mi afecto y mi comprensión. Ya vendrán tiempos mejores en los que creceremos a una tasa sostenida del 40 por ciento anual”.
O una misiva al jubilado Atilio Rebuffo: “Querido Atilio: Como le consta personalmente, a mí me gusta reunirme a llorar con ustedes. Limpia mi alma, la purifica. Y más de una vez le digo a mi señora: ¿Cómo se las arreglarán estos queridos amigos de la tercera edad para vivir con menos de diez mil pesos por mes?”.
Sería igualmente delicada una postal a la recién nacida Susana Gramajo: “Querida Susanita: ¡Que Dios te bendiga! Tal vez no has venido al mundo con un pan bajo el brazo, pero ya naciste debiendo 5000 dólares a los compañeros banqueros. Lo cual te otorga un indudable prestigio ante el Fondo Monetario Internacional. Yo tuve algo que ver con esa deuda –con su patriótica nacionalización– y a veces siento un poquitín de remordimiento. Pero se me pasa rápido, porque sé que cuando seas grande el país va a estar rebosante de inversiones”.
Para no hablar de un tierno mensaje al ex Pyme Roque Palavecino que hoy se gana la vida como tachero: “Querido Roque: Tu empresa no resultó lo suficientemente competitiva y, desgraciadamente, se fue al tacho (literalmente) como tantas otras. Tal vez porque fuimos muy generosos con una apertura comercial que sin embargo ayudó a crear trabajo en Taiwan o Seúl; tal vez porque andamos algo sobrevaluados con el 1 a 1. ¿Qué sé yo? A veces las cosas no salen exactamente como uno quiere. Pero debes sentirte orgulloso de prestar un servicio público”.
Pero hay una carta que los asesores no podrán mandar y ésta ya no hace gracia: Es la que podría dirigirse a los padres de los chicos que murieron antes de cumplir cinco años de vida. “Sus hijos ya no están –podría empezar–, porque entonces yo todavía no era keynesiano, como lo seré (de corazón) en esta nueva etapa.”

REP

 

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