Rodolfo Terragno*
En 1976, yo era director de la revista Cuestionario. El día
del golpe, escribí un editorial: La razón y la fuerza.
La razón no estaba en parte alguna: era el ideal. La
Argentina había vivido bajo fuerza intimidante de la
AAA, que para los autores del golpe no era ilegítima sino insuficiente.
Lo que se avecinaba (nadie podía dudarlo) era la extensión
del terror. El objetivo del nuevo régimen era aniquilar.
Cuestionario una publicación de la izquierda pacifista
había sido opositora a Isabel Perón y José López
Rega. A partir de aquel 24 de marzo, se convertiría en la única
publicación rebelde. Videla habló de su cristiana
y profunda convicción, y el Episcopado corrió en su
auxilio: advirtió que, en las circunstancias de 1976, no se podía
razonablemente pretender un ejercicio pleno de los derechos humanos.
En el siguiente editorial, hablé de los escribas y fariseos,
aquellos contra los cuales Cristo pronunció el más hermoso,
elocuente y conmovedor discurso del Evangelio: ... porque limpiáis
lo de fuera del vaso y del plato, pero por dentro estáis llenos
de robo y de injusticia. Me negué a someter los originales
de mis artículos al servicio de censura previa que
funcionaba en la propia Casa Rosada. Un capitán de navío
que dirigía ese servicio me advirtió que ya todos los editores
habían aceptado, y me recomendó aceptar la lectura
previa para no sufrir las consecuencias de la lectura posterior.
No acepté el ofrecimiento. Aparte de mis editoriales,
dos notas de Cuestionario irritaron al gobierno: un mapa de las conexiones
empresarias de José Alfredo Martínez de Hoz (h.) y su equipo
económico; y un inventario de personas que, en pocas semanas, habían
muerto según partes oficiales en enfrentamientos
con las Fuerzas Armadas o mientras intentaban fugarse. Fue
el fin. Se ordenó el secuestro de Cuestionario en la playa de distribución.
Publiqué, entonces, un aviso en los diarios. Era una mueca de alerta:
decía que, en el momento de su mayor éxito, Cuestionario
había decidido cerrar. Horas más tarde, partí
para Venezuela. En Caracas recibí la noticia: según el cable
de una agencia, se había impartido orden de captura contra mí.
Decidí quedarme a hacer tiempo. En Venezuela fundé
un diario y, más tarde, proyecté uno para García
Márquez en Colombia. Fui a estudiar a la London School of Economics.
Compré, en Londres, una editorial. Y, en Estados Unidos, una agencia
informativa. Publiqué libros. Gané mucho dinero. Y cuando
pude, volví. Creía que el exilio era un privilegio. Pensaba
que, superado el peligro, uno debía pagar por la dicha de haberse
eximido: de la muerte, de la tortura y del monóxido que millones
de argentinos debieron respirar durante la dictadura. Un día volví
a pagar, y aquí estoy.
* Periodista, escritor, ex jefe de Gabinete del gobierno De la Rúa.
Andrea Stivel*
Todo empezó mucho antes, cuando mi viejo se fue, amenazado
de muerte, en el 75. Ya vivíamos con determinadas precauciones
y angustias. Así que mi recuerdo es el del desarraigo que puede
representar para una adolescente de 12 años que su padre se tenga
que ir. Un entorno de miedo y angustia. Las noticias llegaban con retraso.
Después se fue mi hermano a España. Aún vive ahí.
Y yo entré a un secundario marcado por la desilusión, porque
ese tiempo que tenía que ser feliz resultó oscuro y conflictivo.
Había que guardarse, no expandirse, en una etapa donde lo que uno
pretende es hacer todo lo contrario. Todavía me llama la atención
esa sensación que transmitía mi padre, de no sentirse propio
en ningún lado, porque su enojo tapaba el gran dolor de su destierro.
* Productora de TV.
Juan Carlos Volnovich*
Tengo la impresión de que con el golpe empezó una pesadilla
de la cual todavía no me he despertado. Yo sabía que se
venía. Gran cantidad de colegas habían decidido irse del
país y otros, como Beatriz Perossio, que era presidenta de la Asociación
de Psicólogos, y Alberto Pargiament, que integraba la comisión
directiva de la Federación Argentina de Psiquiatras, habían
desaparecido. También tenía compañeros que estaban
clandestinos. Por entonces, yo estaba involucrado en una organización
de superficie de Montoneros, el Movimiento de Psiquiatras y Psicólogos
para la Liberación. Fue tal el impacto de esos años, que
destruyó mi memoria. Fue como la bomba de Hiroshima. Racionalmente,
después de hablar con amigos, ver películas y leer sobre
el tema, podría decir cosas, pero no es mi memoria, sino un discurso
aprendido. Después del 24 de marzo vino una etapa en la cual creo
que estaba psicótico. Me resistía al exilio y con mi mujer
y mis dos hijos (de 8 y 5 años) empezamos a mudarnos, a mis pacientes
los atendía cada vez en un lugar distinto. Hasta que un día,
en diciembre de 1976, nos enteramos de que estábamos incluidos
en una lista, destinados a ser desaparecidos y en 48 horas resolvimos
irnos. Teníamos varios ofrecimientos: uno del embajador de Venezuela,
que había sido paciente mío y desde el comienzo de la dictadura
me había ofrecido sacarme del país y llevarme a Caracas
con un trabajo. También Rolando García, decano de la Facultad
de Exactas en La Noche de los Bastones Largos, quien estaba en Ginebra,
me ofreció trabajar allí como psiquiatra infantil. Pero
en el único país extranjero que teníamos familiares
era en Cuba, donde vivía un hermano de mi esposa. El problema era
mi profesión: lo único que yo sabía hacer, psicoanálisis,
en Cuba no tenía cabida. Pero nos ofrecieron quedarnos y me dieron
libertad para ejercer. Mi mujer me dijo: Si no nos adaptamos, podemos
ir a Ginebra. Y yo le respondí: Si no podemos vivir
en Cuba, donde triunfó la Revolución, nos vamos a Las Vegas,
ponemos un garito y nunca más hablo de marxismo. Volvimos
al país en diciembre de 1984.
* Psicoanalista.
Eduardo Pavlovsky*
En ese momento no pensé en irme. Pero la realidad superó
la fantasía: no hubo relación entre lo que imaginamos y
el nivel que alcanzó la represión. A pesar del antecedente
de una bomba en el Payró en el 74 cuando estábamos
dando El señor Galíndez y de mi candidatura a diputado por
el trotskismo, por el PST. Como no pertenecía a ninguna asociación
armada no asocié esa actividad con la persecución que vino
después. Me vinieron a buscar en marzo del 78. Me fui antes,
y porfiado, volví tres años después.
* Dramaturgo, actor, médico y psicoanalista.
Gregorio Klimovsky*
Fue una época terrible para la cultura, la educación,
las universidades; todos los golpes suelen serlo, pero nunca esperamos
que éste se transformara en un genocidio. Una de las primeras atrocidades
que conocimos fue la quema de libros, en su mayoría del Centro
Editor de América Latina y de Eudeba. Una editorial muy famosa
repartió sus libros en distintos galpones de Capital Federal y
Gran Buenos Aires, para salvarlos; tiempo después quisieron recuperar
un título del filósofo Rudolf Carnap y nunca más
supieron dónde había ido a parar. La recuerdo como una época
muy triste, por la desaparición de amigos y colegas. En mi caso,
no era la primera vez que perdía una cátedra por cuestiones
políticas, por lo que no me desesperé. Una experiencia positiva
de esos años fue la universidad de las catacumbas: así se
llamaba a los grupos de estudiantes que se reunían, en secreto,
para enterarse de las novedades en su campo de interés. De eso
viví durante esos años, y lo guardo como una experiencia
muy rica en una época muy peligrosa. Todos hemos vivido con bastante
angustia, desde la APDH tratábamos de superarla por medio de las
denuncias que hacíamos. Fue una apuesta que muchos ganamos, pero
que muchos más perdieron, y la pagaron con su propia vida.
* Epistemólogo.
Jorge Bernetti*
El día fue mexicano porque vivía ya en el Distrito
Federal azteca, empujado por la Triple A de Isabel y López Rega.
Lo recibí como la casi irresistible llegada de un terremoto anunciado,
la consecuencia necesaria tanto de una conspiración reaccionaria
como de graves errores políticos populares y la certeza de un abrumador
peso sobre mi (nuestro) futuro inmediato. El regreso a la Argentina se
volvía lejano. Los amigos en el país estaban más
en peligro. Pese a lo que pudiera pensarse, la lejanía física
distó de impedir el conocimiento del avance sistemático
de ese golpe, de sus intenciones represivas y de su vocación de
permanencia indefinida. En la calle Renán de la colonia (barrio)
Anzures de México D.F. vivía con una pareja amiga, Nicolás
Casullo y Ana María Amado, también exiliados. Otros colegas
emigrados que trabajaban en Canal 13 (estatal) nos adelantaban lo que
las pantallas difundieron esa noche: otro golpe sudamericano. La percepción
de esa jornada fue de la llegada de una dictadura de larga duración,
de una revolución argentina muy dura. Que había
arribado el Chile de Pinochet. Fue peor.
* Profesor universitario.
Lía Méndez*
Yo estudiaba Derecho y trataba de dar materias libres. Trabajaba
en el Banco Ciudad y sus oficinas fueron ocupadas por militares, porque
los directivos eran peronistas. Al poco tiempo me trasladaron, lo que
fue un alivio, y al año renuncié. Fueron años donde
el asesinato y el secuestro estaban incorporados al paisaje cotidiano,
lo que influyó en el modo de relación, achicando el grupo
de amigos. Había mucha desconfianza con los nuevos que se acercaban,
uno no sabía a quién tenía al lado, fue una época
de mucho temor. Lo viví como un cierre de futuro: no se veía
salida. Recién cuando conozco al Movimiento Humanista cambia mi
modo de ver las cosas, porque me integro a un grupo en que podía
confiar y que planteaba un modo de acción transformador y no violento
que abría nuevamente mi futuro.
* Legisladora porteña, Partido Humanista.
Elías Neuman*
Por esos días existía un clamor unánime en funcionarios
y empleados de Tribunales: los militares debían cambiar las cosas,
debían echar a la mujerzuela. Más que ética, existía
una suerte de vergüenza ligada a un afán revanchista, hostil
y xenófobo. Era abierto el deseo de que vinieran los militares.
Jueces, secretarios y fiscales lo sintieron como una liberación.
Me acuerdo de los abrazos. Ahora está mucho más popular
Tribunales, pero en esa época existía conservadurismo oligarca.
Aprendí a convivir con la bomba, como decíamos
entonces. Como abogado de presos de toda laya, recibía a padres
de desaparecidos; era inconsciente pero uno no sabía todavía
lo que había pasado. Con ellos recorríamos todas las instituciones
militares posibles, de Campo de Mayo al Primero de Infantería de
Palermo, del departamento de policía a las comisarías. Firmaba
hábeas corpus, sistemáticamente cajoneados por jueces federales.
En Tribunales me decían que no los firme. Tuve 12 amenazas de muerte,
era una especie de cuenta regresiva para que me fuera del país.
Fue una suerte de dolor transfigurado y aprendí a convivir con
todo el miedo imaginado. Podíamos morir en cualquier momento; no
me quise ir pero tenía tres chiquitos y con mi mujer de entonces
salimos rajando para Calamuchita.
* Penalista.
León Gindín*
En ese entonces yo trabajaba como psicoterapeuta con grupos y era
riesgoso, porque había gente comprometida y existía el temor
de alguna denuncia. Fue tan difícil mantener los grupos que para
mayo del 76 ya no tenía ninguno. Restringí mi actividad
profesional y me volqué a la psicoterapia individual. En algún
momento negué la gravedad de la situación y nunca pensé
que iba a pasar lo que pasó. Algunos amigos psicoanalistas desaparecieron:
lo cierto es que no imaginé algo tan grave como las torturas, las
muertes, los 30 mil desaparecidos. Siento que los que sobrevivimos a la
dictadura nacimos de nuevo.
* Sexólogo.
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