Más de lo Mingo
Fue bello mientras duró. Toda la sociedad democrática
se plantó contra Ricardo López Murphy y le dobló
la muñeca. Y no fue, apenas (aunque también existió)
el rechazo de la gente, esa categoría inorgánica
derivada de la lógica de las encuestas. También representantes
de la pluralidad social y la democracia institucional. Sindicatos,
agrupaciones estudiantiles, rectores de la Universidad, gobernadores
de provincia, integrantes del propio partido de gobierno le demostraron
a LM y, claro está, a Fernando de la Rúa, que no se
podía así como así imponer un plan económico
a la hechura de Martínez de Hoz. Y que el aplauso de 500
empresarios de postín no alcanza para sojuzgar a una sociedad
que nada tiene que ver con ellos.
Petulante, soberbio, LM se creyó dueño de la verdad,
tapió sus oídos. Voces del establishment elogiaron,
frente a su tumba política, su coherencia y su honestidad
intelectual. Es un tantín generoso llamar así a quien
dice lo que quieren escuchar los que le pagan. Y es un error conceptual,
si no una tropelía, llamar honestidad a la ineptitud
para dialogar o a la arrogancia de creer que todo se sabe.
Fue bello ver cómo la sociedad lo quebraba. Y merecido. Tal
vez lo excesivo fue el desgaste al que lo sometió el Presidente,
incluido el absurdo viaje a Chile para ratificarlo ante el mundo.
Fue bello mientras duró porque algo colectivo pareció
asomar. Un poder de veto, un mínimo común denominador
democrático. Pero así como bello, ay, fue efímero.
Después todo se resolvió entre la menguada clase política,
en un gobierno que da pena. Y ocurrió lo que tenía
que ocurrir, lo que sabía hace cuatro meses y que se fue
demorando, porque todo se posterga más allá de lo
aconsejable en las comarcas que preside De la Rúa. Domingo
Cavallo desembarcó como sabe y suele hacer en las ruinas
del gobierno de una coalición que lo había vapuleado
en las urnas dos veces en los últimos dos años.
La paciencia de la
araña
Debe reconocérsele a Cavallo que elaboró esas derrotas,
que extrajo conclusiones. La principal: sólo podía
mejorar su reputación ante el esquivo electorado aprobando
desde algún cargo ejecutivo (un ejecutivo de la Alianza o
el PJ) las asignaturas pendientes que dejó su arrasador paso
por el gobierno menemista. Haciendo gala de paciencia y astucia
no son sus características más ostensibles,
esperó que su turno cayera como una fruta madura. Se mordió
los labios, esmerándose en no ser opositor ruidoso de un
gobierno que deja mil pelotas picando frente a su propia valla.
Tejió como una araña, esperando que lo fueran a buscar
en las condiciones que a él le gustan: en pleno incendio,
con las defensas (o ciertas prendas íntimas) bajas.
El poder político estaba licuado, la recesión y el
desempleo ya crónicos agravados por la inminencia del default.
La Alianza desmigajada y atónita. Era hora de llamar a un
superhéroe.
Cierre de listas en
Olivos
La crónica de lo ocurrido en Olivos entre el domingo y,
en especial, el lunes, merecería muchas páginas, aunque
tal vez ya suenen a prehistoria. La impericia del Gobierno, su falta
de liderazgo y de affectio societatis se palparon en horas de idas,
venidas y corrillos.
Algo estaba claro: era tiempo de barajar y dar de nuevo. Las renuncias
en masa que había desatado LM obligaban a rearmar el gabinete
y reformular las correlaciones internas de fuerzas.
En la cúpula del Frepaso se vivieron horas de júbilo.
Carlos Alvarez venía prediciendo desde agosto o setiembre
que el desembarco de Cavallo era inexorable. Y predijo con precisión
casi matemática cuánto duraría LM. Y era un
dato, acuñado en muchas conversaciones con Cavallo, que éste
quería a Chacho como jefe de Gabinete. Alvarez, que no ha
encontrado rumbopolítico ni sosiego desde la semana ulterior
a su renuncia, fantaseaba con volver al Ejecutivo, con un nuevo
programa y un nuevo aliado.
Es difícil exagerar cuánto de voluntarista y autocentrado
tenía ese análisis, plagado de errores:
Confundía haber
acertado en el análisis de una situación con haberla
conducido y, consiguientemente,
Exageraba el poder relativo
del Frepaso en el Gobierno. Y decretaba K.O. a De la Rúa,
quien estaba groggy pero no fuera de combate.
Planteó una propuesta
(muy) de máxima Jefatura de Gabinete en cabeza de Alvarez
sin llevar una de mínima.
Jugaba casi todas las
fichas a la actitud de Cavallo, quien postuló a Alvarez pero
no quemó sus naves por él.
Y le añadió un renuncio fatal: la ausencia de Alvarez
en el teatro de operaciones, en la increíble jornada del
lunes. Sólo quien haya visto un cierre de listas en las internas
de algún partido popular puede tener un primer bosquejo de
cómo (por decirlo de algún modo) funcionaba Olivos
en esas horas. Gente que entraba y salía, corrillos por doquier,
intrigas, peleas a los gritos, manotazos de ahogado que se transforman
en goles y viceversa. Nunca vi algo igual y no sé si
volveré a verlo, relata un funcionario muy cercano
al Presidente. Estaban todos, diputados, gobernadores, punteros,
amigos e hijos del Presidente. El Frepaso se anotició tarde
de la tenida y envió a tres representantes: Aníbal
Ibarra fue el primero en llegar. Darío Alessandro y Rodolfo
Rodil le pisaban los talones. Era una comitiva válida pero
incompleta. Válida porque los presentes eran de los más
convencidos de reentrar al Gobierno. Incompleta porque resultaba
asombroso que el jefe del Frepaso no participase de un toma y daca
que lo incluía.
Cierto es que era esa una jornada de ausencias. Raúl Alfonsín
prolongaba como chicle un viaje personal a los Estados Unidos. Y
De la Rúa ponía su cuerpo pero parecía haber
sido abandonado por su espíritu. Estaba abatido, deprimido,
describe un funcionario que siempre le es leal y cercano. Estaba
ido, fulmina otro de parecidas características. Hay
quien refiere que habló de renunciar y que fue disuadido
entre cuatro paredes que oían por su hijo Antonio y por Nicolás
Gallo. En público, el Presidente se mostró errático,
sólo productivo para generar bloopers y furcios, y disimulando
muy mal su abatimiento.
En el desorden todos cambiaban figuritas, dando por hecho que Cavallo
iría a Economía. Pero de pronto el hombre providencial
entró hecho una tromba al escritorio del Presidente, quien
dialogaba con los frepasistas. Fernando, no me banco esto.
(Leopoldo) Moreau y otro me acaban de insultar. Yo no estoy dispuesto
a soportar estas cosas. Los radicales son insufribles. No sirven
para nada y menos para gobernar. Y despachó una retahíla
de críticas a los radicales (citando como fuente de autoridad
a Juan Llach que me avisó) como si De la Rúa
fuese militante del partido verde de Lyon y no el último
balbinista. Y aseguró que no sería ministro de Economía,
que recalaría en Jefatura de Gabinete, jibarizaría
Economía en varios ministerios y comenzó a sugerir
nombres para ellos. En ese vendaval, De la Rúa le ofreció
a Alessandro las carteras de Interior y Desarrollo Social. Alessandro
declinó Interior por entender que ahí debía
estar al mando un radical que tuviera gobernadores aliados y pisara
fuerte en el Gobierno e insistió en la Jefatura para Chacho.
Tocaban un punto sensible aunque no explícito. De la Rúa
no quería a Alvarez de nuevo tan cerca. Y tampoco lo aceptaba
su círculo más firme de colaboradores. No es
puede hablar de unidad nacional y poner a Chacho a dialogar con
gobernadores y senadores del PJ, sinceró Colombo. Patricia
Bullrich pensó igual.
Enrique Nosiglia volvió a proponerle a Alessandro que aceptara
Interior. Coti recuperó protagonismo en esos días,
en parte porque su manejo es másestructurado que el de la
mayoría que corrían sin ton ni son. Además,
era desde hace rato uno de los sponsors políticos de la entrada
de Cavallo. Como reveló esta columna hace cuatro meses, han
compartido amigables charlas bife de por medio en un restaurant
de Ocampo y Las Heras. Nosiglia es amigo del dueño, estima
su parrilla y comparte tiras de asado y entrañas con sus
amigos Alfio Basile y Mostaza Merlo. Cavallo, menos dado a las distracciones
gastronómicas y a la pasión futbolera, honra el lugar
porque queda a metros de su casa. Amén de eso, el ex ministro
del Interior tiene diálogo recurrente con Colombo y De la
Rúa.
Según fuentes confiables del Frepaso y la UCR, Nosiglia no
bregó por dejar afuera al Frepaso pero sí a Chacho,
concediendo a su fuerza sólo Interior y Desarrollo Social.
El operador estima que es imposible sostener el Gobierno sin un
compromiso fuerte del Frepaso, aunque no renuncia a tenerlo a raya.
Y en su territorio, la Capital, tiene una relación política
entre razonable y amigable con Aníbal Ibarra.
En ese mambo, los frepasistas dejaron su negativa y se retiraron
de Olivos. De la Rúa anunció, en un marco lleno de
bloopers, que Cavallo conduciría la economía. Y pareció
que el cierre de lista quedaría stand by. Pero al alba del
martes el Presidente cerró la lista colocando a Ramón
Mestre en Interior, Andrés Delich en Educación y Nicolás
Gallo en Secretaría General. Lo que se tradujo (con toda
lógica) como derrota para el Frepaso y (con cierta exageración)
como una victoria total del grupo Sushi. En rigor, Delich es el
único sushi que juró el martes. Gallo se lleva pésimo
con ellos desde hace añares y Mestre tiene perfil propio,
no demasiado sociable. La verdad tiene un rango medio: se rodeó
al Presidente de personas que saben de política que
buena falta le hace y no especialmente emocionables por la
cercanía del Frepaso.
El Frepaso quedó afuera después de haber regateado
cargos, una actitud que Alvarez siempre se esmeró en eludir.
Recaló en el peor de los mundos posibles: pegado a Cavallo,
sin peso en el Gobierno y fuera de la lista tras haber querido integrarla.
Producto, antes que de una táctica equivocada, de la carencia
de una estrategia que determine tácticas, un mal que aqueja
a los chachistas desde noviembre por lo menos. Dentro de esa oscuridad,
a los socios menores de la Alianza les queda una esperanza o apuesta
a placé: hacer pie pronto en Jefatura de Gabinete. El candidato
sería Alessandro, el chachista que mejor onda suscita entre
los radicales. Más de una fuente del Gobierno reconoció
ante Página/12 que este horizonte es posible. Colombo ha
quedado debilitado y ha perdido presencia escénica a partir
de la irrupción de Cavallo. Para favorecer el eclipse, Mingo
colocó presto a su aliado Armando Caro Figueroa como número
dos del actual jefe de Gabinete.
Puede que así ocurra, puede que sean quimeras urdidas en
medio de peleas palaciegas. En cualquier caso, la Alianza residual
maneja retazos de poder y Cavallo ha pasado a ser el Gobierno y
lo que éste tiene de poder.
Todas las décadas
Volvió a aparecer en plan de salvador. Alboreando esta década
como lo hizo cuando comenzaban las del 80 y la del 90:
hiperquinético, en medio de las llamas, azuzando mientras
negocia la entrada la crisis que promete resolver. Promesa sujeta,
claro está, como acontece década tras década,
a que le dejen las manos libres.
El resto también es conocido: una capacidad de trabajo que
abruma (tanto como seduce) a los espectadores y que hace parecer
enclenques o disminuidos a Machinea o López Murphy. Cavallo
es cavallista, claro, pero su modo de hacer (política) lo
emparenta más a los peronistas que a los radicales. Y su
ambición de poder, ni qué decir.
Puesto en el centro de la escena, se permitió un lujo que
debería avergonzar por igual a políticos y economistas
con mejores pergaminosdemocráticos que él. Elaboró
un discurso hablando de la economía real, de la producción,
del crecimiento, de las empresas. Un discurso obviamente más
audible para la gente común que la insufrible sanata macroeconómica
que le propusieron como menú único durante añares.
También se permitió hablar y obrar acerca del Mercosur,
dos ciencias relegadas también desde hace tiempo. La Argentina
arrastra el Mercosur como una suerte aggiornada de cultura agraria,
como si fuera un pueblo de granjeros esperando que por obra
de la divinidad llueva Brasil. Cavallo prefirió
no depender sólo del mundo exterior. Le impuso concesiones
a Brasil, a partir de la propia debilidad.
Una lección de política, de comunicación, de
liderazgo, para sus pasivos colegas, sujetos cada uno a sus déficit
de personalidad. Cimentado en la ausencia de antagonistas, blandiendo
la catástrofe como un arma (no sólo con Brasil), apelando
al último resto de esperanza de una sociedad exhausta, Cavallo
más impuso que pidió un impuesto a su imagen y semejanza
creativo, desaprensivo, simplista, brutal y plenos poderes.
Un pase de magia
El primer pase de magia del ministro de Economía fue hablar
en términos de expansión y arrancar con un bruto impuesto.
El gravamen a los cheques, copiado del Brasil, le permite conseguir
dinero fresco en un plazo rápido. El montante a recaudar
es un enigma, porque en Argentina las cifras siempre son aproximadas
y porque depende en buena medida del movimiento bancario futuro.
Pero es mucho, acaso según las estimaciones o el ojímetro
de los intérpretes, entre 3000 y 6000 millones. Amén
de hacer caja, se consigue blanquear y bancarizar. Los beneficiarios
obvios son el fisco y el sistema financiero, con un guiño
a pequeños comerciantes y empresarios a los que se tiende
una amnistía para poder volver a tener chequeras.
La medida espeja cuán poco imaginativos son los economistas
liberales comparados con el padre del modelo. Pero es apenas un
rebusque para zafar de la asfixia financiera por unos meses, con
suerte.
El enigma sigue siendo la reactivación económica,
que tiene como cepo la convertibilidad. LM decidió considerar
al gasto público un sobrecosto que asfixia al sector privado,
piensa que su contracción es de hecho una devaluación.
Un razonamiento dogmático, lineal y a la vez pasivo. Cavallo
prefiere, en cambio, apostar a devaluaciones selectivas, manejadas
por el Estado (es decir por él). El hiperministro retoma
una interpretación que ya tuvo durante el gobierno peronista
y la adecua un poco. En un mundo global, cualquier planificación
estatal es lenta y tardía. Los agentes económicos
argentinos deben ir adecuándose a las distintas posibilidades
que abre el mercado mundial. En los 90 su idea era librarlos
a su suerte. Ahora está dispuesto a que sea un Estado regulador
el que facilite o dificulte, o impida esa integración
subiendo o bajando impuestos, aranceles, estímulos.
Si parece una parodia. Dos temas borrados de la agenda pública
por años, el protagonismo estatal y la redistribución
de ingresos y de oportunidades, vuelven a primer plano. Eso sí,
quien se propone para administrarlas no es el Estado providencia
conducido por un líder popular o uno democrático.
Es, tan luego, Domingo Cavallo.
La suma del poder
No se privó de nada.
Explicó a sus
posibles compañeros de equipo que ellos se ocuparían
de las cuestiones técnicas porque él haría
política. Y dejó pendiente todo nombramiento hasta
no tener facultades especiales.
Maltrató por teléfono
a Carlos Ruckauf y casi sin solución de continuidad apareció
sonriente junto a él en una conferencia de prensa conjunta,
recibiendo su apoyo. Su principal aliado son la atonía de
los otros dirigentes y el miedo. Todos tenemos miedo,
dice un alto dirigente peronista y explica que las provincias chicas
dependen del gobierno central y que Ruckauf tampoco puede
hacerse el vivo: suspendió este jueves los pagos a
sus proveedores. Tal vez por eso Ruckauf aspiró aire, soportó
estoicamente que Cavallo lo maltratara por teléfono y salió
luego a bancarlo.
De la Rúa, en el fondo, siempre quiso tenerlo a Cavallo.
Contar con alguien que gobernara por él, dice un delarruista
de la primera hora, que parece cansado, al borde del abandono. No
es el único que luce así en la Rosada y sus arrabales.
El sistema democrático parece haber perdido sentido, el manejo
del Estado queda en manos de una persona. Para colmo, una llena
de tentaciones autoritarias, cuya representatividad no excede el
decil mejor ubicado de la sociedad argentina.
El default, la corrida, la devaluación, la crisis política
más grave desde la restauración democrática
parecen estar a la vuelta de la esquina. La renuncia del Presidente
no es apenas un rumor interesado sino una hipótesis que se
baraja en despachos oficiales.
En medio de esa situación, Cavallo no propuso un programa,
siquiera un rumbo definido. Apenas, con enorme percepción,
cambió el eje discursivo dominante, proponiendo un estilo
de gobierno. Y un líder, claro. Dijo Síganme
sin someterse al dictado de las urnas. A diferencia de LM dijo cosas
que muchos querían oír. A diferencia de LM no mostró
todo su juego. Y pidió plenos poderes.
Los principales, devaluados, dirigentes de partidos populares no
le darán todo lo que pide, pero sí todo lo que espera.
Lo harán porque no saben, ni ahí, qué hacer.
El final es abierto pero es difícil imaginar un escenario
que no meta miedo.
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