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OPINION
por Mario Wainfeld

Más de lo Mingo

Fue bello mientras duró. Toda la sociedad democrática se plantó contra Ricardo López Murphy y le dobló la muñeca. Y no fue, apenas (aunque también existió) el rechazo de “la gente”, esa categoría inorgánica derivada de la lógica de las encuestas. También representantes de la pluralidad social y la democracia institucional. Sindicatos, agrupaciones estudiantiles, rectores de la Universidad, gobernadores de provincia, integrantes del propio partido de gobierno le demostraron a LM y, claro está, a Fernando de la Rúa, que no se podía así como así imponer un plan económico a la hechura de Martínez de Hoz. Y que el aplauso de 500 empresarios de postín no alcanza para sojuzgar a una sociedad que nada tiene que ver con ellos.
Petulante, soberbio, LM se creyó dueño de la verdad, tapió sus oídos. Voces del establishment elogiaron, frente a su tumba política, su coherencia y su honestidad intelectual. Es un tantín generoso llamar así a quien dice lo que quieren escuchar los que le pagan. Y es un error conceptual, si no una tropelía, llamar “honestidad” a la ineptitud para dialogar o a la arrogancia de creer que todo se sabe.
Fue bello ver cómo la sociedad lo quebraba. Y merecido. Tal vez lo excesivo fue el desgaste al que lo sometió el Presidente, incluido el absurdo viaje a Chile para ratificarlo ante el mundo.
Fue bello mientras duró porque algo colectivo pareció asomar. Un poder de veto, un mínimo común denominador democrático. Pero así como bello, ay, fue efímero. Después todo se resolvió entre la menguada clase política, en un gobierno que da pena. Y ocurrió lo que tenía que ocurrir, lo que sabía hace cuatro meses y que se fue demorando, porque todo se posterga más allá de lo aconsejable en las comarcas que preside De la Rúa. Domingo Cavallo desembarcó como sabe y suele hacer en las ruinas del gobierno de una coalición que lo había vapuleado en las urnas dos veces en los últimos dos años.

La paciencia de la araña

Debe reconocérsele a Cavallo que elaboró esas derrotas, que extrajo conclusiones. La principal: sólo podía mejorar su reputación ante el esquivo electorado aprobando desde algún cargo ejecutivo (un ejecutivo de la Alianza o el PJ) las asignaturas pendientes que dejó su arrasador paso por el gobierno menemista. Haciendo gala de paciencia y astucia –no son sus características más ostensibles–, esperó que su turno cayera como una fruta madura. Se mordió los labios, esmerándose en no ser opositor ruidoso de un gobierno que deja mil pelotas picando frente a su propia valla. Tejió como una araña, esperando que lo fueran a buscar en las condiciones que a él le gustan: en pleno incendio, con las defensas (o ciertas prendas íntimas) bajas.
El poder político estaba licuado, la recesión y el desempleo ya crónicos agravados por la inminencia del default. La Alianza desmigajada y atónita. Era hora de llamar a un superhéroe.

Cierre de listas en Olivos

La crónica de lo ocurrido en Olivos entre el domingo y, en especial, el lunes, merecería muchas páginas, aunque tal vez ya suenen a prehistoria. La impericia del Gobierno, su falta de liderazgo y de affectio societatis se palparon en horas de idas, venidas y corrillos.
Algo estaba claro: era tiempo de barajar y dar de nuevo. Las renuncias en masa que había desatado LM obligaban a rearmar el gabinete y reformular las correlaciones internas de fuerzas.
En la cúpula del Frepaso se vivieron horas de júbilo. Carlos Alvarez venía prediciendo desde agosto o setiembre que el desembarco de Cavallo era inexorable. Y predijo con precisión casi matemática cuánto duraría LM. Y era un dato, acuñado en muchas conversaciones con Cavallo, que éste quería a Chacho como jefe de Gabinete. Alvarez, que no ha encontrado rumbopolítico ni sosiego desde la semana ulterior a su renuncia, fantaseaba con volver al Ejecutivo, con un nuevo programa y un nuevo aliado.
Es difícil exagerar cuánto de voluntarista y autocentrado tenía ese análisis, plagado de errores:
Confundía haber acertado en el análisis de una situación con haberla conducido y, consiguientemente,
Exageraba el poder relativo del Frepaso en el Gobierno. Y decretaba K.O. a De la Rúa, quien estaba groggy pero no fuera de combate.
Planteó una propuesta (muy) de máxima –Jefatura de Gabinete en cabeza de Alvarez– sin llevar una de mínima.
Jugaba casi todas las fichas a la actitud de Cavallo, quien postuló a Alvarez pero no quemó sus naves por él.
Y le añadió un renuncio fatal: la ausencia de Alvarez en el teatro de operaciones, en la increíble jornada del lunes. Sólo quien haya visto un cierre de listas en las internas de algún partido popular puede tener un primer bosquejo de cómo (por decirlo de algún modo) funcionaba Olivos en esas horas. Gente que entraba y salía, corrillos por doquier, intrigas, peleas a los gritos, manotazos de ahogado que se transforman en goles y viceversa. “Nunca vi algo igual y no sé si volveré a verlo”, relata un funcionario muy cercano al Presidente. Estaban todos, diputados, gobernadores, punteros, amigos e hijos del Presidente. El Frepaso se anotició tarde de la tenida y envió a tres representantes: Aníbal Ibarra fue el primero en llegar. Darío Alessandro y Rodolfo Rodil le pisaban los talones. Era una comitiva válida pero incompleta. Válida porque los presentes eran de los más convencidos de reentrar al Gobierno. Incompleta porque resultaba asombroso que el jefe del Frepaso no participase de un toma y daca que lo incluía.
Cierto es que era esa una jornada de ausencias. Raúl Alfonsín prolongaba como chicle un viaje personal a los Estados Unidos. Y De la Rúa ponía su cuerpo pero parecía haber sido abandonado por su espíritu. “Estaba abatido, deprimido”, describe un funcionario que siempre le es leal y cercano. “Estaba ido”, fulmina otro de parecidas características. Hay quien refiere que habló de renunciar y que fue disuadido entre cuatro paredes que oían por su hijo Antonio y por Nicolás Gallo. En público, el Presidente se mostró errático, sólo productivo para generar bloopers y furcios, y disimulando muy mal su abatimiento.
En el desorden todos cambiaban figuritas, dando por hecho que Cavallo iría a Economía. Pero de pronto el hombre providencial entró hecho una tromba al escritorio del Presidente, quien dialogaba con los frepasistas. “Fernando, no me banco esto. (Leopoldo) Moreau y otro me acaban de insultar. Yo no estoy dispuesto a soportar estas cosas. Los radicales son insufribles. No sirven para nada y menos para gobernar.” Y despachó una retahíla de críticas a los radicales (citando como fuente de autoridad a Juan Llach “que me avisó”) como si De la Rúa fuese militante del partido verde de Lyon y no el último balbinista. Y aseguró que no sería ministro de Economía, que recalaría en Jefatura de Gabinete, jibarizaría Economía en varios ministerios y comenzó a sugerir nombres para ellos. En ese vendaval, De la Rúa le ofreció a Alessandro las carteras de Interior y Desarrollo Social. Alessandro declinó Interior por entender que ahí debía estar al mando un radical que tuviera gobernadores aliados y pisara fuerte en el Gobierno e insistió en la Jefatura para Chacho.
Tocaban un punto sensible aunque no explícito. De la Rúa no quería a Alvarez de nuevo tan cerca. Y tampoco lo aceptaba su círculo más firme de colaboradores. “No es puede hablar de unidad nacional y poner a Chacho a dialogar con gobernadores y senadores del PJ”, sinceró Colombo. Patricia Bullrich pensó igual.
Enrique Nosiglia volvió a proponerle a Alessandro que aceptara Interior. Coti recuperó protagonismo en esos días, en parte porque su manejo es másestructurado que el de la mayoría que corrían sin ton ni son. Además, era desde hace rato uno de los sponsors políticos de la entrada de Cavallo. Como reveló esta columna hace cuatro meses, han compartido amigables charlas bife de por medio en un restaurant de Ocampo y Las Heras. Nosiglia es amigo del dueño, estima su parrilla y comparte tiras de asado y entrañas con sus amigos Alfio Basile y Mostaza Merlo. Cavallo, menos dado a las distracciones gastronómicas y a la pasión futbolera, honra el lugar porque queda a metros de su casa. Amén de eso, el ex ministro del Interior tiene diálogo recurrente con Colombo y De la Rúa.
Según fuentes confiables del Frepaso y la UCR, Nosiglia no bregó por dejar afuera al Frepaso pero sí a Chacho, concediendo a su fuerza sólo Interior y Desarrollo Social. El operador estima que es imposible sostener el Gobierno sin un compromiso fuerte del Frepaso, aunque no renuncia a tenerlo a raya. Y en su territorio, la Capital, tiene una relación política entre razonable y amigable con Aníbal Ibarra.
En ese mambo, los frepasistas dejaron su negativa y se retiraron de Olivos. De la Rúa anunció, en un marco lleno de bloopers, que Cavallo conduciría la economía. Y pareció que el cierre de lista quedaría stand by. Pero al alba del martes el Presidente cerró la lista colocando a Ramón Mestre en Interior, Andrés Delich en Educación y Nicolás Gallo en Secretaría General. Lo que se tradujo (con toda lógica) como derrota para el Frepaso y (con cierta exageración) como una victoria total del grupo Sushi. En rigor, Delich es el único sushi que juró el martes. Gallo se lleva pésimo con ellos desde hace añares y Mestre tiene perfil propio, no demasiado sociable. La verdad tiene un rango medio: se rodeó al Presidente de personas que saben de política –que buena falta le hace– y no especialmente emocionables por la cercanía del Frepaso.
El Frepaso quedó afuera después de haber regateado cargos, una actitud que Alvarez siempre se esmeró en eludir. Recaló en el peor de los mundos posibles: pegado a Cavallo, sin peso en el Gobierno y fuera de la lista tras haber querido integrarla.
Producto, antes que de una táctica equivocada, de la carencia de una estrategia que determine tácticas, un mal que aqueja a los chachistas desde noviembre por lo menos. Dentro de esa oscuridad, a los socios menores de la Alianza les queda una esperanza o apuesta a placé: hacer pie pronto en Jefatura de Gabinete. El candidato sería Alessandro, el chachista que mejor onda suscita entre los radicales. Más de una fuente del Gobierno reconoció ante Página/12 que este horizonte es posible. Colombo ha quedado debilitado y ha perdido presencia escénica a partir de la irrupción de Cavallo. Para favorecer el eclipse, Mingo colocó presto a su aliado Armando Caro Figueroa como número dos del actual jefe de Gabinete.
Puede que así ocurra, puede que sean quimeras urdidas en medio de peleas palaciegas. En cualquier caso, la Alianza residual maneja retazos de poder y Cavallo ha pasado a ser el Gobierno y lo que éste tiene de poder.

Todas las décadas

Volvió a aparecer en plan de salvador. Alboreando esta década como lo hizo cuando comenzaban las del ‘80 y la del ‘90: hiperquinético, en medio de las llamas, azuzando mientras negocia la entrada la crisis que promete resolver. Promesa sujeta, claro está, como acontece década tras década, a que le dejen las manos libres.
El resto también es conocido: una capacidad de trabajo que abruma (tanto como seduce) a los espectadores y que hace parecer enclenques o disminuidos a Machinea o López Murphy. Cavallo es cavallista, claro, pero su modo de hacer (política) lo emparenta más a los peronistas que a los radicales. Y su ambición de poder, ni qué decir.
Puesto en el centro de la escena, se permitió un lujo que debería avergonzar por igual a políticos y economistas con mejores pergaminosdemocráticos que él. Elaboró un discurso hablando de la economía real, de la producción, del crecimiento, de las empresas. Un discurso obviamente más audible para la gente común que la insufrible sanata macroeconómica que le propusieron como menú único durante añares.
También se permitió hablar y obrar acerca del Mercosur, dos ciencias relegadas también desde hace tiempo. La Argentina arrastra el Mercosur como una suerte aggiornada de cultura agraria, como si fuera un pueblo de granjeros esperando que –por obra de la divinidad– “llueva Brasil”. Cavallo prefirió no depender sólo del mundo exterior. Le impuso concesiones a Brasil, a partir de la propia debilidad.
Una lección de política, de comunicación, de liderazgo, para sus pasivos colegas, sujetos cada uno a sus déficit de personalidad. Cimentado en la ausencia de antagonistas, blandiendo la catástrofe como un arma (no sólo con Brasil), apelando al último resto de esperanza de una sociedad exhausta, Cavallo más impuso que pidió un impuesto a su imagen y semejanza –creativo, desaprensivo, simplista, brutal– y plenos poderes.

Un pase de magia

El primer pase de magia del ministro de Economía fue hablar en términos de expansión y arrancar con un bruto impuesto. El gravamen a los cheques, copiado del Brasil, le permite conseguir dinero fresco en un plazo rápido. El montante a recaudar es un enigma, porque en Argentina las cifras siempre son aproximadas y porque depende en buena medida del movimiento bancario futuro. Pero es mucho, acaso según las estimaciones o el ojímetro de los intérpretes, entre 3000 y 6000 millones. Amén de hacer caja, se consigue blanquear y bancarizar. Los beneficiarios obvios son el fisco y el sistema financiero, con un guiño a pequeños comerciantes y empresarios a los que se tiende una amnistía para poder volver a tener chequeras.
La medida espeja cuán poco imaginativos son los economistas liberales comparados con el padre del modelo. Pero es apenas un rebusque para zafar de la asfixia financiera por unos meses, con suerte.
El enigma sigue siendo la reactivación económica, que tiene como cepo la convertibilidad. LM decidió considerar al gasto público un sobrecosto que asfixia al sector privado, piensa que su contracción es de hecho una devaluación. Un razonamiento dogmático, lineal y a la vez pasivo. Cavallo prefiere, en cambio, apostar a devaluaciones selectivas, manejadas por el Estado (es decir por él). El hiperministro retoma una interpretación que ya tuvo durante el gobierno peronista y la adecua un poco. En un mundo global, cualquier planificación estatal es lenta y tardía. Los agentes económicos argentinos deben ir adecuándose a las distintas posibilidades que abre el mercado mundial. En los ‘90 su idea era librarlos a su suerte. Ahora está dispuesto a que sea un Estado regulador el que facilite –o dificulte, o impida– esa integración subiendo o bajando impuestos, aranceles, estímulos.
Si parece una parodia. Dos temas borrados de la agenda pública por años, el protagonismo estatal y la redistribución de ingresos y de oportunidades, vuelven a primer plano. Eso sí, quien se propone para administrarlas no es el Estado providencia conducido por un líder popular o uno democrático. Es, tan luego, Domingo Cavallo.

La suma del poder

No se privó de nada.
Explicó a sus posibles compañeros de equipo que ellos se ocuparían de las cuestiones técnicas porque él haría política. Y dejó pendiente todo nombramiento hasta no tener facultades especiales.
Maltrató por teléfono a Carlos Ruckauf y casi sin solución de continuidad apareció sonriente junto a él en una conferencia de prensa conjunta, recibiendo su apoyo. Su principal aliado son la atonía de los otros dirigentes y el miedo. “Todos tenemos miedo”, dice un alto dirigente peronista y explica que las provincias chicas dependen del gobierno central y que Ruckauf “tampoco puede hacerse el vivo”: suspendió este jueves los pagos a sus proveedores. Tal vez por eso Ruckauf aspiró aire, soportó estoicamente que Cavallo lo maltratara por teléfono y salió luego a bancarlo.
“De la Rúa, en el fondo, siempre quiso tenerlo a Cavallo. Contar con alguien que gobernara por él”, dice un delarruista de la primera hora, que parece cansado, al borde del abandono. No es el único que luce así en la Rosada y sus arrabales.
El sistema democrático parece haber perdido sentido, el manejo del Estado queda en manos de una persona. Para colmo, una llena de tentaciones autoritarias, cuya representatividad no excede el decil mejor ubicado de la sociedad argentina.
El default, la corrida, la devaluación, la crisis política más grave desde la restauración democrática parecen estar a la vuelta de la esquina. La renuncia del Presidente no es apenas un rumor interesado sino una hipótesis que se baraja en despachos oficiales.
En medio de esa situación, Cavallo no propuso un programa, siquiera un rumbo definido. Apenas, con enorme percepción, cambió el eje discursivo dominante, proponiendo un estilo de gobierno. Y un líder, claro. Dijo “Síganme” sin someterse al dictado de las urnas. A diferencia de LM dijo cosas que muchos querían oír. A diferencia de LM no mostró todo su juego. Y pidió plenos poderes.
Los principales, devaluados, dirigentes de partidos populares no le darán todo lo que pide, pero sí todo lo que espera. Lo harán porque no saben, ni ahí, qué hacer. El final es abierto pero es difícil imaginar un escenario que no meta miedo.


 

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