Por Pablo Rodríguez
Los movimientos indígenas
están obligando a reconsiderar y rediseñar la política.
Ellos ya estaban aquí, esta tierra les pertenece, no a los europeos.
Desde río Grande hasta la Patagonia tendrán que vivir ahora
la ocupación de los indígenas en su propio hogar.
La sentencia es del Premio Nobel de Literatura José Saramago y
las pronunció cuando la marcha zapatista llegaba por primera vez
al Distrito Federal mexicano, vía Milpa Alta. Renglón seguido,
advirtió al Ejército Zapatista de Liberación Nacional
(EZLN) que no debía convertirse nunca en un partido político.
El problema no es mexicano, sino latinoamericano: los levantamientos de
Ecuador, la lucha de los mapuches en Chile, los conflictos sociales en
Bolivia y aun las protestas en Brasil parecen marcar una nueva era en
la larga lista de las rebeliones indígenas desde el comienzo de
la colonización española y portuguesa. Hay muchas más
marchas como la zapatista.
Países
Sin dudas, para la etérea opinión pública, los casos
más impactantes de levantamientos indígenas son los de Ecuador
y México. En México, por lo que de algún modo es
más conocido: la irrupción en el estado de Chiapas, el 1º
de enero de 1994 (el mismo día que entraba en vigor el Tratado
de Libre Comercio entre Canadá, Estados Unidos y México),
de una guerrilla indígena autodenominada zapatista
con un líder, el Subcomandante Marcos, portador de
un discurso lo suficientemente florido como para atraer a europeos y norteamericanos
bien pensantes (en este sentido, no son pocas las quejas de los propios
indígenas mexicanos por la invasión turística a la
marcha zapatista que llegó al DF, hace dos semanas). Desde la ruptura
del diálogo entre el gobierno y los zapatistas en 1996 hasta hoy,
Chiapas es un Estado militarizado en el que conviven autoridades electas
(o sea, electas con métodos un tanto fraudulentos) con autoridades
autónomas zapatistas que luchan por gobernar una localidad.
En Ecuador, el 21 de enero del año pasado, los movimientos indígenas,
en alianza con algunos cuadros medios del ejército, directamente
derrocaron al presidente Jamil Mahuad en protesta por su política
de ajuste y su anuncio de una inminente dolarización de la economía.
Los indígenas tomaron el Congreso en Quito y proclamaron una Junta
de Salvación Nacional compuesta por el coronel nacionalista
Lucio Gutiérrez, el líder indígena Antonio Vargas
y Carlos Solórzano, ex presidente de la Corte Suprema. Duró
apenas seis horas: Gutiérrez fue reemplazado por el general Carlos
Mendoza, ex jefe del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas, quien desvió
todo el proceso hacia la asunción del mismo gobierno de antes,
sólo que en reemplazo de Mahuad quedaría el hasta entonces
vicepresidente Gustavo Noboa. La dolarización y el ajuste ya son
realidades pero la posición de Noboa, con levantamientos indígenas
frecuentes, sigue siendo tan débil como la de Mahuad.
Visibilidades
Saramago decía que ahora tendrán que vivir la ocupación
de los indígenas en su propio hogar. Esos ellos
tácitos son los habitantes de las ciudades. Es evidente que las
comunidades indígenas están en el interior de los países
latinoamericanos y que los medios de comunicación sólo van
a poner en primera plana la cuestión indígena
cuando llegue a las ciudades. Los zapatistas se hicieron conocer a los
tiros, pero para tratar la aprobación de la ley indígena
debieron marchar al DF. La Comunidad de Nacionalidades Indígenas
del Ecuador (Conaie) se hizo fuerte cuando invadió Quito. Y la
invasión no es de minorías porque en muchos casos la cuestión
indígena no pertenece a la categoría minorías.
Según datos oficiales, en Guatemala, Ecuador y Perú, los
indígenas son más de lamitad de la población de estos
países. En Bolivia son el 45 por ciento, en México el 30.
Estos números coinciden con la ubicación de las grandes
civilizaciones precolombinas: en México y Guatemala los mayas y
los aztecas; en Ecuador, Perú y Bolivia los incas y los quechuas.
Sin embargo, la visibilidad de la cuestión indígena no depende
ni de la ocupación de las ciudades ni del porcentaje de la población.
En Chile, por ejemplo, los mapuches y pehuenches constituyen el ocho por
ciento de la población, pero qué ocho por ciento. De acuerdo
con la Cronología del conflicto social que aparece
trimestralmente en el Observatorio Social de América Latina (OSAL),
editado por Clacso (Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales), se
registran no menos de cinco conflictos por mes en donde los mapuches toman
tierras, ocupan fincas, se manifiestan contra la tala de bosques y la
construcción de represas hidroeléctricas, toman municipios
del sur del país, cortan rutas y se enfrentan regularmente con
los carabineros. En semejante despliegue, los mapuches reclaman la zona
de Araucania, en el sur del país, cerca de Concepción, como
territorio propio que el Estado chileno debe entregar. Es más:
hasta se atreven a soñar con un Estado mapuche independiente. En
Brasil, un grupo de indígenas liderados por la tribu pataxó
logró aguar, el año pasado, los festejos por el Quinto Centenario
de la llegada de los portugueses a América.
La visibilidad indígena tampoco depende sólo de poder exhibir
conflictos actuales. En Bolivia, las rebeliones contra el gobierno de
Hugo Banzer se produjeron por cuestiones dispares, como la privatización
de servicios de agua potable en el centro del país o la política
de erradicación de plantaciones de coca en la región de
Chapare. Pero estas rebeliones fueron mucho más significativas
cuando entraron en acción las organizaciones indígenas y
pusieron en primer plano una cosmovisión quechua compartida por
gran parte de la población boliviana. En este sentido, la presencia
cotidiana de lo que fue reprimido durante cinco siglos en América
latina es abrumadora. En Perú, durante la campaña electoral
que enfrentó al ex presidente Alberto Fujimori y al opositor Alejandro
Toledo, este último, de ascendencia inca, se postuló como
representante de los cholos (indios) y el principal acto de
su campaña se llamó marcha de los cuatro suyos;
los suyos son las regiones en las que se dividía el Imperio Inca.
En Paraguay, a pesar de que los datos oficiales indican una escasa presencia
indígena, los mestizos (mezcla de indios y blancos) son el 90 por
ciento de la población y el guaraní es un idioma tanto o
más hablado que el castellano. En Venezuela, la presión
de los grupos indígenas llevó a la nueva Constitución
del presidente Hugo Chávez a reconocer en su Preámbulo a
la República Bolivariana como multiétnica y pluricultural.
Reivindicaciones
¿Cuáles son las reivindicaciones indígenas? Más
allá de las diferencias entre países, el reclamo principal
es el respeto a todo lo que tiene que ver con la cultura de los pueblos
indígenas, y sería un espejismo pensar que este reclamo
es consecuencia exclusiva de la ola de indignación contra la colonización
que estalló durante la celebración de los 500 años
del descubrimiento de América, en 1992; la historia
de las rebeliones indígenas durante la colonia es muy larga tanto
en México como en Guatemala, Bolivia, Perú, Ecuador y Chile.
Hoy, los indígenas demandan a los Estados que garanticen el desarrollo
de los idiomas, la educación, el dominio territorial y aun las
formas de organización políticas y económicas propias
de cada grupo indígena. Estos derechos figuran en las Constituciones
venezolana y ecuatoriana, y los zapatistas luchan para que este tipo de
autonomía quede consagrada por ley. Pero es obvio que las
fuerzas de estas palabras depende del movimiento del que son producto:
no se trata de que un decreto consagre los derechos indígenas sino
de que éstos sean vistos como una conquista de la sociedad, pues
ésa será la única manera de que puedan ser defendidos
cuando no se cumplan, advirtióa Página/12 Ana Esther
Ceceña, investigadora de la Universidad Nacional Autónoma
de México (UNAM) y directora de la revista Chiapas.
Sin embargo, no todos los movimientos indígenas se limitan a este
tipo de demandas, de la cual los mapuches constituyen el ejemplo más
nítido. Quizá lo que le otorgue más fuerza a algunos
movimientos indígenas en América latina sea su paulatina
conversión en opciones políticas a nivel nacional. Visto
el enorme arrastre de la marcha zapatista, muchos analistas mexicanos
sospechan que el EZLN está tomando las banderas de la izquierda
que el Partido de la Revolución Democrática (PRD) de Cuauhtémoc
Cárdenas ya no puede levantar con eficacia.
El proceso de transformaciones en el movimiento indígena ecuatoriano
es un buen ejemplo del paso de la reivindicación puntual a la movilización
política amplia. Según escribe Pablo Dávalos, del
Instituto Científico de Culturas Indígenas de Ecuador, en
el primer número del OSAL, los indígenas reclamaron hasta
los años 80 la posesión de la tierra, pero en los
90 el reclamo pasó a ser el reconocimiento a toda la cultura
indígena. El levantamiento de 1990 puso a la Conaie como un actor
político a nivel nacional, y en 1996 se funda el movimiento político
Pachacutic, que logra representación parlamentaria. Para el levantamiento
de 1999, los indígenas logran establecer mesas de diálogo
con el gobierno, cuya agenda eran los problemas económicos del
país. En el golpe de enero del 2000, la demanda era la disolución
de los poderes del Estado y la reorganización política del
país a partir de otras instituciones, como las Parlamentos Populares
instauradas en algunos sectores del país.El proceso fue muy acelerado
y hasta megalomaníaco, y por el momento los resultados son escasos.
Pero haber llegado a derrocar a un gobierno con reivindicaciones que valen
para todo Ecuador, y no sólo para el Ecuador indígena, es
un indicador de la ampliación del espacio político de la
Conaie que puede cundir en otros países latinoamericanos, como
México. En esto pensó Saramago cuando le recomendó
al EZLN que no se convierta en partido político. El riesgo
que se corre señala Ana Esther Ceceña es que
entren dos diputados indígenas al Congreso y se acabe el problema.
Los indígenas se constituyen en movimiento, entre otras cosas,
rechazando la conformación política actual. Es un contrasentido
plantearse un partido político indígena.
La pregunta que cabría hacerse es cómo la gente de
las ciudades puede adherirse a un proyecto que en principio viene
del interior. Ceceña piensa que, por lo pronto, para
el caso de Ecuador, México y Chile, los levantamientos indígenas
se producen en lugares codiciados por los Estados y las empresas capitalistas:
hay riquezas energéticas (petróleo, áreas forestales,
etc.) en juego. En este sentido, los movimientos indígenas
podrían encarnar el rechazo al neoliberalismo por fuera del sistema
de partidos políticos y tomando algunas banderas dejadas por la
izquierda y aun por el nacionalismo. Si es así, entonces habría
que pensar cuál es la propuesta, más allá del rechazo
a las políticas neoliberales. En Ecuador, el proceso fue tan rápido
que se estrelló, pero sigue vigente. Los zapatistas, ahora, son
los que siguen en la lista.
Claves
En 1994, dos años
después del quinto centenario del descubrimiento
de América, la irrupción de la guerrilla zapatista
en el estado mexicano de Chiapas puso en primer plano la cuestión
indígena en América latina y en el mundo. Hoy, el
éxito de la estancia zapatista en la capital mexicana es
un ejemplo de la importancia del tema siete años después.
Pero la cuestión
indígena es mucho más amplia en espacio y tiempo.
En el tiempo, sigue la línea de los levantamientos indígenas
durante la colonia. En el espacio, los movimientos indígenas
se extienden por toda América latina. El ejemplo más
claro es Ecuador.
En principio, los movimientos
indígenas sostienen reivindicaciones relacionadas con el
respeto por su cultura (lengua, formas de organización social,
etc.) y con la posesión de parte del territorio de los países
en que viven. El caso más claro de este tipo de movimiento
es el mapuche, en Chile.
Sin embargo, en los últimos
años, estos movimientos también aparecen como una
alternativa política amplia de lucha contra los modelos neoliberales
en la región. Son los casos de Ecuador y México.
En otros países,
como en Perú, Bolivia, Paraguay o Guatemala, lo indígena
directamente forma parte de la identidad nacional.
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ROSALIA
GUTIERREZ, LIDER COLLA
No somos violentos
Por
M. L. S. M.
Tenemos la
filosofía de la no violencia. Y quizás nos tenemos que civilizar
para usar la violencia afirma contundentemente Rosalía Gutiérrez,
miembro de la Comunidad de Mujeres Indígenas y fundadora de la
Comunidad de Estudiantes de las Primeras Naciones de América. Aborigen
colla de la provincia de Jujuy, dialogó con Página/12 a
propósito del zapatismo mexicano y las reivindicaciones indígenas
en Argentina.
¿Cuál es su sensación con respecto a la marcha
zapatista al DF y los reclamos por los derechos de la comunidad aborigen?
Es una muestra más al mundo de lo que está pasando
con los pueblos indígenas en Latinoamérica. Personalmente
conozco a los indios chiapanecos, tuve conversaciones con ellos y tenían
un gran trabajo hecho. Poco a poco me enteré de lo que fue haciendo
el Subcomandante Marcos por la gente y las agrupaciones. Apoyo a toda
la gente que trata de colaborar para dar a conocer la realidad de los
pueblos indígenas. Pienso que el Subcomandante Marcos abrió
una ventana al mundo. Su manifestación sirve para que los políticos
se den cuenta de cuál es la realidad de los pueblos indígenas.
Algunos casos se conocen como en Ecuador, Bolivia, Guatemala, donde hay
mayoría indígena, pero también en Argentina hay población
aborigen. Hay gente que piensa que no existimos más, que nos van
a buscar a los museos. Me parece que éste es el momento de reivindicarnos.
No hay que olvidarse de que la liberación del pueblo es cuando
éste lo hace por sí mismo.
¿Y cuáles son las reivindicaciones?
Estamos pidiendo por lo menos que seamos valorados, que nos reconozcan,
y después hay necesidades de urgencia. Un caso es la educación:
hemos comprendido que a través de ésta se nos hace perder
nuestros valores, dejamos de ser nosotros. Y somos 14 pueblos indígenas:
guaraníes, chorotes, chané, tobas, mapuches, etc. Afortunadamente
existen pueblos que conservan su lengua, pero por ejemplo los collas la
hemos perdido. Acá hay una realidad: muchos de nosotros ya nos
hemos capacitado, yo soy casi egresada en Sociología, estamos en
condiciones de tener en nuestras manos nuestras cosas; podemos representarnos.
También sabemos que mucha gente indígena fue usada como
puntero político, pero sería bueno que el Estado se dé
cuenta de que hay verdaderos representantes en las comunidades indígenas.
¿Qué relación tienen con los partidos políticos?
Yo pertenezco a una organización que nunca recibió
subsidios porque muchas veces éstos te condicionan. No somos de
ningún partido político, hemos luchado por nuestra autonomía
en silencio. Aunque soy más frontal que otros, me paro frente a
un político y le digo: Si no me muero de hambre, es porque
me mantengo con las artesanías, es mi medio para autofinanciar
la lucha. Yo me financio del conocimiento de mis ancestros. En mi
organización trabajamos así, estamos vendiendo nuestras
cosas, hemos recorrido colegios. Nosotros protestamos con el trabajo,
tenemos un aula en la Universidad de Buenos Aires, en la Facultad de Sociales,
desde donde informamos sobre nuestra cultura.
¿Cuál es la relación con el Estado?
Yo, porque soy inquieta, a veces me meto en las oficinas estatales
para ver cómo está la situación en las instituciones,
El INAI (Instituto Nacional de Asuntos Indígenas) fue creado por
una ley aprobada por Menem y algunos grupos indígenas en el año
1985 y fue reglamentada en 1989. El instituto funciona y no funciona:
los cargos son ocupados, pero no se toman iniciativas para resolver los
problemas indígenas. Al Estado le decimos que no nos tenga miedo,
por eso que se ha inculcado de que somos malos y salvajes; si fuéramos
malos ya nos hubiéramos levantado. Y no lo vamos a hacer porque
tenemos la filosofía de la no violencia. Quizás nos tenemos
que civilizar para usar la violencia.
HABLA
FELIPE QUISPE, LIDER INDIGENA BOLIVIANO
Queremos un Estado aymará
Por
Oscar Guisoni
Desde
La Paz
Felipe Quispe Huanca
no tenía el poder que tiene ahora, cuando dirigía una de
las guerrillas más ignotas de América latina, el Ejército
Guerrillero Tupak Katari, a principio de los 90, en Bolivia. Una
organización armada que llevaba el nombre del mítico dirigente
aymará que a finales del siglo XVIII sitió la ciudad de
La Paz con el objeto de hacerla desaparecer. Por su participación
en esta guerrilla fracasada, Quispe, alias El Mallku (cóndor,
en lengua aymará), estuvo preso más de cinco años.
En la cárcel decidió que la lucha más efectiva iba
a ser sindical y política. En 1999 lo eligieron secretario general
de la Central Sindical Unica de Trabajadores Campesinos de Bolivia (Csutcb).
Y en el 2000 Quispe dejó de ser un personaje marginal de la política
nacional, cuando se puso al frente de las dos protestas indígenas
que hicieron tambalear al gobierno de Hugo Banzer. Un ejército
de campesinos raquíticos bloqueó las carreteras del país
durante abril y setiembre, poniendo en práctica la mitológica
guerra de las piedras, una estrategia que consistía
en llenar las rutas bolivianas de miles de piedras de todo tamaño,
que eran vueltas a colocar en su sitio, quince minutos después
que los militares desbloqueadores las sacaban de los caminos.
¿Cuál es la situación del movimiento indígena
en Bolivia en estos momentos?
Está en muy buenas posiciones, aunque enfrenta grandes peligros.
Hay dirigentes que están apostando a una división, enviados
por el gobierno, al que no le interesa un movimiento indígena unido.
Este gobierno tiene muy en cuenta ese principio de Nicolás Maquiavelo:
Divide y reinarás. Pero no lo lograrán. Porque
este movimiento no cayó del cielo, hemos dado vida por él.
Porque el indio ya no está todo el día con la cabeza gacha,
labrando la tierra. Ahora sabe cuáles son sus derechos.
¿Cuáles son sus principales reivindicaciones?
En primer lugar desmentir aquello que se creía de que el
problema del indio es la propiedad de la tierra. No lo es. La Revolución
del 52 nos devolvió esas tierras que nos habían robado
los españoles, pero con eso no estamos conformes. Ahora luchamos
por un territorio que es nuestro desde los tiempos inmemoriales. Ahora
queremos también el subsuelo y el aire. Por eso peleamos el año
pasado para que no nos cobraran el agua, que es sagrada. Y también
la coca, que es una reivindicación muy importante. Es nuestra religión
y nuestro alimento. No nos la pueden quitar. También queremos una
universidad indígena. En definitiva, estamos reclamando el poder
político que nos corresponde.
¿Ustedes quieren construir un Estado aymará, con otras
fronteras diferentes a las de la actual Bolivia?
Claro, lo que era el antiguo Koyasuyo (imperio quechua). Donde también
estaban los quechuas, los guaraníes... Tarde o temprano tendremos
que tener nuestros propios símbolos, nuestra bandera, nuestro himno
nacional, nuestra Constitución política, nuestras leyes.
Pero eso no vendrá solo. Habrá sangre. Estamos conscientes
de que vamos a dar vida.
¿Qué relación tienen con el movimiento indígena
ecuatoriano?
Conozco a Antonio Vargas personalmente. Y coincidimos con él
en que en los países en que todavía hay mayoría indígena,
hace falta tomar el poder. Ya sea por la vía democrática,
enmarcándonos en las leyes del blanco o por la violencia más
honesta, siguiendo el camino de Tupak Katari. En Ecuador hay muchos intelectuales,
ideólogos, indígenas. Aquí en Bolivia nuestros hermanos
que han ido a la universidad, en muchos casos se han vendido alos partidos
tradicionales y no han tomado conciencia. Pero esto también está
cambiando.
¿Y con los zapatistas de Marcos qué relación
tienen?
No tanta como con Ecuador, pero hemos enviado nuestros representantes
para intercambiar ideas. Nosotros también optamos por la lucha
armada en su momento, pero ahora creemos que la cuestión pasa por
las masas, a través de reclamos sindicales más concretos.
Creo que la guerrilla de Marcos ha hecho una mala planificación
al concentrarse en un lugar extremo, donde su acción no afecta
al gobierno central. Si la guerrilla hubiera atacado lugares neurálgicos
del país, su suerte tal vez hubiera sido otra. Hay que saber cómo
y dónde golpear al sistema imperante. Pero es una falla táctica,
quizá. Con esto no quiero decir que no sirve, su lucha es muy valiosa.
Admiro a Marcos y a todos los que lo han seguido en su posición
revolucionaria, porque si no fuera por ellos no se sabría en el
resto del mundo que en Chiapas hay hermanos indígenas que la están
pasando muy mal.
HABLA
ANTONIO VARGAS, DE LA PODEROSA CONAIE ECUATORIANA
Existe el peligro de una guerra civil
Por
Mercedes López
San Miguel
Hay unos tres millones
de aborígenes en Ecuador, lo que representa un 30 por ciento de
la población que plantea reivindicaciones sobre su situación
económica y social. Agrupados desde 1986 en la Confederación
de Nacionalidades Indígenas (Conaie), se convirtieron en una organización
poderosa de lucha que se articula a nivel nacional. El levantamiento más
duro sucedió en enero del 2000, y fue en respuesta al ajuste y
la dolarización impulsados por el gobierno de Jamil Mahuad. El
estallido rebelde por parte de manifestantes indígenas, campesinos
y coroneles disidentes desembocó en un golpe de Estado que dio
salida a Mahuad. Su sucesor, Gustavo Noboa, no ha respondido a los reclamos
del movimiento indígena, y se prevé un diálogo formal
con el gobierno. Página/12 entrevistó telefónicamente
al presidente de la Conaie, Antonio Vargas, líder de los actos
de protesta con bloqueo de rutas que hoy persisten en Ecuador.
¿Cuáles son las diferencias y las similitudes entre
la Conaie y el movimiento zapatista?
Los problemas sociales y económicos son los mismos. La diferencia
está en cómo cada uno actúa de acuerdo a la situación
geográfica en la que se encuentra; por eso las luchas han sido
diferentes. Los zapatistas hacen la lucha solamente en un estado (Chiapas)
y no a nivel nacional. Quizás porque el Ecuador es un país
muy pequeño, nosotros controlamos casi todas las partes del país
donde está la problemática indígena. Igualmente,
los zapatistas y nosotros compartimos los reclamos concernientes a la
pobreza indígena.
Los zapatistas llegaron al fin de una larga marcha a Ciudad de México;
¿qué van a hacer ustedes con los cortes de carretera?
Hemos hecho varios levantamientos y el último fue el más
duro y existe el peligro de una guerra civil si el gobierno y los políticos
no rectifican su actitud. Puede suceder que un nuevo levantamiento derive
en una explosión social o incluso en una guerra civil. Además,
con el Plan Colombia y los problemas sociales que estamos sufriendo, se
radicalizan los grandes temas que no solucionamos a largo plazo. Nosotros
acá comenzamos el diálogo y esperemos que funcione.
¿Cuáles son los temas principales de la agenda para
el diálogo formal con el gobierno?
Los problemas de inmediato son la indemnización por los heridos
y los muertos, revertir el aumento de las tarifas y el cumplimiento del
convenio sobre la provisión de garrafas, éstos y otros convenios
que aún no hemos firmado. Los asuntos a largo plazo son la deuda
externa, el Plan Colombia, las migraciones; en fin, pedimos cambios en
la política económica y social.
¿A qué se oponen del Plan Colombia?
Nosotros nos opusimos desde el inicio, pero lamentablemente Ecuador
ya está metido en el Plan Colombia. Nosotros creemos que se va
a suscitar una situación como la ocurrida en Africa y en Vietnam,
porque es un problema a largo plazo y podría originar una Tercera
Guerra Mundial. Vale decir, es un asunto no sólo de Ecuador, también
compromete a toda América del Sur.
¿Por qué ustedes quieren dialogar con el gobierno
en la sede de las Naciones Unidas?, ¿sería como ser reconocidos
por la ONU como parte beligerante?
Muchos diálogos que hemos realizado en las sedes del gobierno
no han sido fructíferos. Esto nos indica que debemos tener una
suerte de testigo, por eso queremos que la ONU participe del diálogo,
para lograr efectividad. De este modo, verificaremos en cumplimiento de
los acuerdos que se logren.
¿Existe algún grado de respaldo a la Conaie de parte
de la oficialidad media del ejército? No por parte del ejército.
El 85 por ciento de la población ecuatoriana respalda a la causa
indígena.
Me refiero, por ejemplo, al caso del coronel Lucio Gutiérrez,
que a principio del año pasado encabezó el asalto a las
sedes de los tres poderes del Estado, horas previas al golpe de Estado.
Con Lucio y su política nada tenemos que ver, sí tenemos
el respaldo de algunos coroneles disidentes.
¿Cuál es la posición de ustedes ante la dolarización?
Siempre hemos estado en contra, primero porque defendemos la soberanía
monetaria, segundo que cada año vamos a seguir pagando 500 millones
de dólares por la soberanía de la moneda y además
porque con la dolarización aquí en Ecuador la inflación
no ha bajado, todo lo contrario, los bienes han subido. Nada se ha ganado
con dolarizar.
¿En qué consisten la reforma tributaria y la ley de
seguridad social que plantea la Conaie?
Con respecto a la reforma tributaria, no estamos de acuerdo con
la suba del IVA el 15 por ciento, y un país dolarizado debe tener
una tendencia a bajarlo, por ejemplo para que quede en un 6 o 7 por ciento.
Es lo que conocemos de los países dolarizados como Argentina, pero
acá no sucede lo mismo. Asimismo queremos que las aduanas sean
controladas por servicios internos y no por los empresarios. En cuanto
a la seguridad social, pedimos garantías de que no abarque sólo
a un grupo privilegiado sino que el gobierno incluya a la mayoría
de la población.
¿Cómo cree que será la respuesta del gobierno?
No voy a ser pesimista, espero que haya resultados pero no me adelanto,
el destino lo sabrá decir.
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