Por Fernando DAddario
Lo que siento siempre
los 24 de marzo es una sensación de estar de luto pero, en mi caso,
no me puedo quedar sólo en el repudio o en el recuerdo doloroso.
Tengo que hacer algo, que la memoria nos sirva para ayudar de alguna manera.
León Gieco tiene la particularidad de transformar sus palabras
en hechos sin que ese recorrido, de ida y vuelta, se deje ganar por cambios
de marcha y sinuosidades. Es lo que dice, y dice lo que es. Mañana,
dos días después del 25º aniversario del golpe militar,
actuará junto con Víctor Heredia en el Teatro Opera, a beneficio
de la Asociación Madres de Plaza de Mayo. Lo recaudado en el show
ayudará a solventar el mantenimiento de la Universidad de las Madres.
Víctor sufrió mucho más que yo: desapareció
su hermana, su cuñado y se le murió el papá de tristeza.
Lo que pasé yo, al lado de él, es un jardín de infantes.
Pero aunque los dos somos de distinto palo musical, nos parecemos en algo:
somos dos sobrevivientes, dice en una entrevista con Página/12.
León recuerda que desde el 82 trabajo con las Madres
y con todo lo que tenga que ver con los derechos humanos, porque derechos
humanos es también hacer el disco para Chiapas, o el cd Pampa del
Indio, o tocar para un chico que tiene que ir a operarse a Cuba.
La historia del músico de Cañada Rosquín, sencilla,
y ganada irreversiblemente por emociones que van más allá
de especulaciones teóricas, lo avala cuando apunta detalles que
quizás sorprendan, tratándose de él: De aquel
24 de marzo yo no tengo una imagen tan catastrófica. Ya había
estado preso en la época de López Rega, y las primeras muertes
por la represión ya se habían producido en los tiempos de
la Triple A. Como le pasó a mucha otra gente, cuando llegó
el golpe, pensábamos menos mal que vienen estos tipos, por
ahí se para toda esta ola de muerte y persecución. No imaginaba
que lo que se venía era todavía peor... León
sufrió amenazas de muerte y debió exiliarse, ya en 1977.
Pero aún entonces tenía una idea minimizada de lo que estaba
pasando. En el exilio recorrí Perú, Colombia, Venezuela,
Costa Rica, México, después con Alicia (su pareja) estuvimos
en Estados Unidos, nos fuimos a Italia, a España. En Italia nos
encontramos con gente que nos decía que los militares tiraban gente
al mar, que se robaban los bebés de las embarazadas. Para mí
era una locura, no lo podía creer. Tenía muchos amigos que
estaban desaparecidos. Y sabíamos entonces que existían
los campos de concentración, pero pensábamos que estaban
presos, y que después de un tiempo los iban a largar, ¡que
iban a tener un juicio! Cuando me di cuenta de que nada de eso era así
me endurecí mucho, sentí una indignación inmensa
y, además, muchísimo miedo.
El miedo que no había sentido, acaso por inercia rockera, cuando
lo amenazaron de muerte y debió hacer las valijas. León
había sufrido cosas que, de no haber mediado el horror en que estaban
contextualizadas, rozarían el ridículo. Después
de haber actuado en el cierre de la Universidad de Luján me mandaron
a llamar para que me presentara en el primer cuerpo del Ejército,
donde me esperaba el general Montes. El tipo me dijo que cómo estaba
cantando una canción de paz (Sólo le pido a Dios)
en época de guerra. Y usted estuvo cantando en el cierre
de la Universidad siguió eso de que la cultura llora
en un país cuando un ministro cierra los colegios. Usted no va
a cantar esa canción porque le voy a pegar un balazo en la cabeza.
Retírese. Eso influyó para que me fuera, pero ya había
estado preso en Córdoba y en Comodoro Rivadavia. En Comodoro, después
de terminar el show, subieron 25 policías y me llevaron ante la
mirada aterrada de la gente que había llenado la sala. Todo porque
había cantado una canción prohibida: Canción
para Francisca.
Gieco estuvo a punto de dejarlo todo en el período posterior al
boom de Sólo le pido a Dios: Los milicos me la
prohibían en el 77 y después de las Malvinas la declararon
de interés nacional. Me sentí forreado, y hasta llegué
a sentir que la canción social no tenía sentido. Pensé
en poner una verdulería o en volverme a mi pueblo. Mercedes Sosa
me salvó de la depresión. De Ushuaia a La Quiaca lo
exorcizó por un tiempo a través del folklore, y en los 90,
una nueva camada de bandas rockeras lo tomó como un símbolo.
Hoy, sin embargo, dice que los vestigios de la dictadura están
intactos. Soy muy pesimista, si les hicieras un reportaje a los nuevos
militares, verías que su ideología es igual que la de Videla.
Y otra cosa: con la democracia no hubo más represión de
los militares. Peleamos por 30 mil desaparecidos, y en los años
democráticos 250 mil chicos se murieron de hambre, de enfermedad,
de frío. Nosotros, la democracia, los civiles, no pudimos cambiar
ese sistema de muerte por uno de justicia. Igual, sigo creyendo en la
lucha y creo en la revolución: la lucha cotidiana es sinónimo
de optimismo.
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