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�La lucha cotidiana es sinónimo de optimismo�

León Gieco actuará mañana en el
Teatro Opera junto con Víctor Heredia,
a beneficio de la Asociación Madres de Plaza de Mayo. �La memoria nos tiene que ayudar para poder hacer algo�, dice.

Dato: �El general me dijo: �Estuvo cantando eso de que la cultura llora. Usted no va a cantar más esa canción porque le voy a pegar un balazo en la cabeza��.

León Gieco es el músico más activo
en causas de derechos humanos.

Por Fernando D’Addario

“Lo que siento siempre los 24 de marzo es una sensación de estar de luto pero, en mi caso, no me puedo quedar sólo en el repudio o en el recuerdo doloroso. Tengo que hacer algo, que la memoria nos sirva para ayudar de alguna manera.” León Gieco tiene la particularidad de transformar sus palabras en hechos sin que ese recorrido, de ida y vuelta, se deje ganar por cambios de marcha y sinuosidades. Es lo que dice, y dice lo que es. Mañana, dos días después del 25º aniversario del golpe militar, actuará junto con Víctor Heredia en el Teatro Opera, a beneficio de la Asociación Madres de Plaza de Mayo. Lo recaudado en el show ayudará a solventar el mantenimiento de la Universidad de las Madres. “Víctor sufrió mucho más que yo: desapareció su hermana, su cuñado y se le murió el papá de tristeza. Lo que pasé yo, al lado de él, es un jardín de infantes. Pero aunque los dos somos de distinto palo musical, nos parecemos en algo: somos dos sobrevivientes”, dice en una entrevista con Página/12.
León recuerda que “desde el ‘82 trabajo con las Madres y con todo lo que tenga que ver con los derechos humanos, porque derechos humanos es también hacer el disco para Chiapas, o el cd Pampa del Indio, o tocar para un chico que tiene que ir a operarse a Cuba”. La historia del músico de Cañada Rosquín, sencilla, y ganada irreversiblemente por emociones que van más allá de especulaciones teóricas, lo avala cuando apunta detalles que quizás sorprendan, tratándose de él: “De aquel 24 de marzo yo no tengo una imagen tan catastrófica. Ya había estado preso en la época de López Rega, y las primeras muertes por la represión ya se habían producido en los tiempos de la Triple A. Como le pasó a mucha otra gente, cuando llegó el golpe, pensábamos ‘menos mal que vienen estos tipos, por ahí se para toda esta ola de muerte y persecución. No imaginaba que lo que se venía era todavía peor...” León sufrió amenazas de muerte y debió exiliarse, ya en 1977. Pero aún entonces tenía una idea minimizada de lo que estaba pasando. “En el exilio recorrí Perú, Colombia, Venezuela, Costa Rica, México, después con Alicia (su pareja) estuvimos en Estados Unidos, nos fuimos a Italia, a España. En Italia nos encontramos con gente que nos decía que los militares tiraban gente al mar, que se robaban los bebés de las embarazadas. Para mí era una locura, no lo podía creer. Tenía muchos amigos que estaban desaparecidos. Y sabíamos entonces que existían los campos de concentración, pero pensábamos que estaban presos, y que después de un tiempo los iban a largar, ¡que iban a tener un juicio! Cuando me di cuenta de que nada de eso era así me endurecí mucho, sentí una indignación inmensa y, además, muchísimo miedo.”
El miedo que no había sentido, acaso por inercia rockera, cuando lo amenazaron de muerte y debió hacer las valijas. León había sufrido cosas que, de no haber mediado el horror en que estaban contextualizadas, rozarían el ridículo. “Después de haber actuado en el cierre de la Universidad de Luján me mandaron a llamar para que me presentara en el primer cuerpo del Ejército, donde me esperaba el general Montes. El tipo me dijo que cómo estaba cantando una canción de paz (‘Sólo le pido a Dios’) en época de guerra. ‘Y usted estuvo cantando en el cierre de la Universidad –siguió– eso de que la cultura llora en un país cuando un ministro cierra los colegios. Usted no va a cantar esa canción porque le voy a pegar un balazo en la cabeza. Retírese.’ Eso influyó para que me fuera, pero ya había estado preso en Córdoba y en Comodoro Rivadavia. En Comodoro, después de terminar el show, subieron 25 policías y me llevaron ante la mirada aterrada de la gente que había llenado la sala. Todo porque había cantado una canción ‘prohibida’: ‘Canción para Francisca’.”
Gieco estuvo a punto de dejarlo todo en el período posterior al boom de “Sólo le pido a Dios”: “Los milicos me la prohibían en el ‘77 y después de las Malvinas la declararon de interés nacional. Me sentí forreado, y hasta llegué a sentir que la canción social no tenía sentido. Pensé en poner una verdulería o en volverme a mi pueblo. Mercedes Sosa me salvó de la depresión”. De Ushuaia a La Quiaca lo exorcizó por un tiempo a través del folklore, y en los ‘90, una nueva camada de bandas rockeras lo tomó como un símbolo. Hoy, sin embargo, dice que los vestigios de la dictadura “están intactos. Soy muy pesimista, si les hicieras un reportaje a los nuevos militares, verías que su ideología es igual que la de Videla. Y otra cosa: con la democracia no hubo más represión de los militares. Peleamos por 30 mil desaparecidos, y en los años democráticos 250 mil chicos se murieron de hambre, de enfermedad, de frío. Nosotros, la democracia, los civiles, no pudimos cambiar ese sistema de muerte por uno de justicia. Igual, sigo creyendo en la lucha y creo en la revolución: la lucha cotidiana es sinónimo de optimismo”.

 

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