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OPINIÓN EN EL 20 ANIVERSARIO DEL GOLPE DE ESTADO DE 1976
Pensamientos para los domingos

Hace cinco años, esta columna analizaba la crítica coyuntura en que se llegaba al vigésimo aniversario del comienzo de la dictadura. Su reflexión sobre el modelo económico mantiene una total actualidad, nombres propios incluidos, y demuestra una ideología local del ajuste mucho más papista que la del propio Papa del FMI.

Por J.M. Pasquini Durán

“Preferiría morir de una puñalada en el Metro de New York antes que vivir en las calles seguras de Moscú”, aclaró una vez el español Felipe González. Quería decir, como es obvio, que prefería los riesgos de la libertad. Aunque las calles en Moscú dejaron de ser seguras, el concepto sigue válido: la libertad tiene riesgos pero aún así es preferible a toda forma de dictadura. Entre otros componentes, este aniversario tiene el sentido esencial de reafirmar el compromiso colectivo de Nunca Más. La marcha central convocada por un centenar y medio de entidades que arrancará este domingo desde Plaza Congreso, vigésimo aniversario de la dictadura, encontrará la mejor seguridad en la asistencia multitudinaria. Los partidos y organizaciones de la democracia tienen que ocupar sus lugares en esa marcha, porque allí lo que se condena es el terrorismo de Estado y no las tácticas buenas o malas de la pluralidad democrática. La convivencia obliga a convencer al otro o a dejarse convencer, sin intransigencias violentas que conviertan a la multitud en un delta de facciones solitarias. Ya la injusticia eriza el alma cuando ocurre en casos individuales, como el de María Soledad Morales o Cristian Campos, cuanto más si se trata de un genocidio. En veinte años los defensores de los derechos humanos dieron muestra de una entereza admirable, sin revanchas ni gestos provocadores. Este es un buen pensamiento de domingo para salir a la calle al encuentro de la solidaridad, unos de los mejores sentimientos de la libertad.
En la semana del vigésimo aniversario del golpe de Estado del 24 de marzo, el zar de la economía oficial desde 1976 a 1980, José Alfredo Martínez de Hoz, habló para darle una mano al gobierno actual (que lo tiene de asesor). En declaraciones a un diario santafesino, explicó en síntesis que el programa económico de Menem-Cavallo es la pura continuidad de la obra que había comenzado con su gestión al amparo de la dictadura. Ningún izquierdista lo hubiera dicho mejor.
No hay como la egolatría de los partidarios del ajuste estructural para confirmar las peores sospechas. Cuando no discuten sobre la paternidad del plan, aparecen los tíos que compiten por el rol de musas inspiradoras: Alsogaray, Krieger Vasena, Alemann y ahora el ex ministro favorito de Massera, quien ya había ocupado un lugar en el gabinete del presidente Guido después del golpe de 1962.
Uno de los secretarios más próximos a Martínez de Hoz fue Juan Alemann, quien figura con su hermano Roberto (a su vez ministro de Economía de Galtieri) en los primeros lugares del ranking menemista cuando se menciona un posible reemplazante de Domingo Cavallo, quien también hizo su faena en la dictadura licuando la deuda privada y endosándosela a todos los argentinos. La línea sucesoria es tan directa y la trama familiar de “padres” y “tíos” es tan espesa que ya no se distinguen unos de otros. El problema del menemismo no es que ahora quiera romper esas alianzas, sino que su apetencia electoral de futuro está cuestionada por dos vías: 1) la recesión económica que no cesa y 2) las ambiciones personales de Cavallo para la sucesión en 1999, un territorio que Menem se reserva para sí mismo.
Durante todo el año pasado, Cavallo atribuyó las dificultades nacionales al “efecto tequila”, pero luego de siete trimestres recesivos ese argumento es insuficiente para justificar las tribulaciones de millones de votantes sin empleos y sin esperanzas. Desde el punto de vista del ministro lo que molesta es esa gente, porque si en las elecciones votaran sólo los banqueros el destino del “héroe” de Wall Street estaría garantizado. Los banqueros saben que el costo social y productivo del ajuste estructural forma parte del modelo mismo. Uno de los prominentes miembros de las finanzas internacionales, nada menos que el directorgerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), expuso esa relación entre el plan y sus consecuencias con más precisión que cualquier obispo “hipócrita” y “necio”.
Michel Camdessus habló así: “La manera en la cual la economía de mercado se ha instalado en las ex economías planificadas o en los países en desarrollo que están llevando a cabo un proceso de reformas [...] nos recuerda lo peor del capitalismo salvaje del siglo XIX. Las necesidades de empleo y de ingresos económicos y la debilidad del Estado son tales que muy a menudo se pisotean los derechos individuales y los derechos de los trabajadores. Cunde la corrupción y la violencia. Se exportan fábricas altamente contaminantes sin ningún miramiento para con el medio ambiente y la salud pública. Ciertamente hay crecimiento, pero no el tipo de crecimiento de alta calidad que uno quiere promover [...]. Aun allí donde la opinión pública en general favorece la integración a escala mundial, existe la preocupación de que los ricos se están enriqueciendo y los pobres empobreciendo”.
Dijo más: “A este escenario se suma el peligro de que los conflictos comerciales exacerben la proliferación de prácticas económicas ilegales y provoquen el estallido de una crisis financiera”. Camdessus, a quien Raúl Alfonsín daba trato de amigo, dirigió el Banco Central de Francia durante el primer gobierno socialista de François Mitterrand y luego pasó al FMI. A su juicio la tarea que cumple es la de “misionero.en-jefe para vender el evangelio del ajuste estructural”. El servicio noticioso de la Red del Tercer Mundo difundió esta semana el texto citado, parte de la conferencia que pronunció en París a fines del año pasado en el Instituto Internacional Jacques Maritain.
Poco después de que Camdessus asumió el cargo en el Fondo Monetario, el difunto Kenneth Dadzie, por entonces secretario general de la UNCTAD, discutió con él sobre la crisis de la deuda del Tercer Mundo. Dadzie opinaba que la deuda externa era impagable e incobrable. Camdessus coincidió con Dadzie pero le aclaró: “Esas son ideas que sólo puedo tener los domingos”. En los días laborales, cuando tiene que decidir, la lógica es otra: hay que cobrar la deuda a cualquier costo. Lo mismo le pasa al menemismo: durante los días de ocio puede imaginarse “peronizando” la economía (si “peronizar” significa justicia social, tal como lo siguen entendiendo muchos pobres), pero al momento de decidir vuelve a imponerse la línea sucesoria que reivindica Martínez de Hoz.
Esa contradicción central entre la política económica que hambrea a los mismos votantes que el gobierno necesita retener como base electoral, origina otras contradicciones derivadas o paralelas. Una de ellas es la disputa entre Menem y Cavallo. Desde el más encumbrado hasta el más humilde de los argentinos se preguntan cuánto aguantará el dúo en la tregua inestable, tan precaria que sus propios equipos se miran con recelo, sin hablarse. Mientras el Presidente halaga la comprensión de los dirigentes de la CGT que cancelaron el anuncio del paro para el martes 26, Cavallo sostiene que hubieran hecho un papelón porque les falta apoyo. Menem inaugura un consejo tripartito donde los cegetistas pretenden obtener un compromiso de “tregua social”, en tanto Cavallo lo descalifica por inútil ya que el plan económico, dice, no se negocia.
La verdad es que contrariedades no le escasean al Gobierno. Otros eran los tiempos en que el Presidente bailaba por TV entre las sonrisas y las palmas de mucha gente que hoy lo critica con severidad. Poco le faltó para meterse de cabeza en un conflicto frontal con la Iglesia Católica; pudo evitarlo gracias a los amigos que tiene entre los obispos, una media docena de fierro en la punta más alta de la jerarquía que prefirió desairar a sus hermanos Justo Laguna y Miguel Hesayne antes que “seguir acosando al Presidente”. Por su parte, el Jefe del Estado tuvo que digerir con una sonrisa una demanda de Pastoral Social sobre temas concretos. Lospuntos de la demanda bien podrían ser la plataforma mínima de coincidencia para toda la oposición del ajuste estructural. Los trece ítem del documento de la comisión episcopal tiene cada uno su miga, pero se resumen quizá en el primero y segundo de ellos: “Es urgente flexibilizar y humanizar el sistema” para dejar a salvo a los sectores de menores recursos, “que ya tienen magros ingresos y que no llegan ni siquiera a cubrir sus necesidades básicas”. Zafó el Gobierno, pero quedaron heridas abiertas en el cuerpo eclesial (apenas por 11 a 9 ganó la facción oficialista que argumentó contra el supuesto “acoso”), de manera que el episodio tampoco quedó cerrado.
Al Gobierno lo acosa la realidad recesiva, no la crítica de algunos obispos. A los ojos de cualquiera, anda necesitando, y con ganas, de algunas medidas de disciplina social, que frenen de golpe el descontento y metan miedo entre las cobijas de los disconformes. La amenaza de renuncia o despido de Cavallo ya no tiene el efecto disuasor de otros tiempos, porque se desgastó de tanto usarla, como en la fábula de Pedro y el Lobo. Para esos fines intimidatorios tampoco sirve la práctica del “gatillo fácil” porque levanta demasiada indignación pública, a tal punto que se sacudieron las cúpulas policiales. El terrorismo internacional puso al descubierto otra debilidad del Gobierno para proteger la seguridad pública y encima expandió sospechas sobre presuntos encubrimientos de células parapoliciales de extrema derecha que habrían actuado de cómplices locales en los atentados contra AMIA y la embajada de Israel.
En los últimos tiempos, a medida que la policía cumplía con esmero las instrucciones de disolver manifestaciones con todos los recursos a su disposición, desde la Casa Rosada comenzó a dibujarse el perfil de un enemigo peligroso, al que se le adjudica –hasta ahora sin pruebas– un potencial de violencia equivalente a la caballería polaca de Napoleón, ante cuya presencia los ciudadanos deberían encerrarse en sus casas, haciendo oídos sordos a los cantos de sirena de agitadores sin escrúpulos que los incitan a manifestar por sus derechos. Hay una escalada oficial desde el Ministerio del Interior que pasó con rapidez de las insinuaciones iniciales a la condena directa. Con motivo de los actos por el vigésimo aniversario del fatídico 24 de marzo de 1976, Carlos Corach advirtió a la población que es peligroso juntarse con gente como Hebe de Bonafini, lo mismo que con los otros defensores de derechos humanos que gozan de respeto universal.

(Publicado en Página/12 el sábado 23 de marzo de 1996)

 

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