Por J.M.
Pasquini Durán
Preferiría morir de una puñalada en el Metro de New
York antes que vivir en las calles seguras de Moscú, aclaró
una vez el español Felipe González. Quería decir,
como es obvio, que prefería los riesgos de la libertad. Aunque
las calles en Moscú dejaron de ser seguras, el concepto sigue válido:
la libertad tiene riesgos pero aún así es preferible a toda
forma de dictadura. Entre otros componentes, este aniversario tiene el
sentido esencial de reafirmar el compromiso colectivo de Nunca Más.
La marcha central convocada por un centenar y medio de entidades que arrancará
este domingo desde Plaza Congreso, vigésimo aniversario de la dictadura,
encontrará la mejor seguridad en la asistencia multitudinaria.
Los partidos y organizaciones de la democracia tienen que ocupar sus lugares
en esa marcha, porque allí lo que se condena es el terrorismo de
Estado y no las tácticas buenas o malas de la pluralidad democrática.
La convivencia obliga a convencer al otro o a dejarse convencer, sin intransigencias
violentas que conviertan a la multitud en un delta de facciones solitarias.
Ya la injusticia eriza el alma cuando ocurre en casos individuales, como
el de María Soledad Morales o Cristian Campos, cuanto más
si se trata de un genocidio. En veinte años los defensores de los
derechos humanos dieron muestra de una entereza admirable, sin revanchas
ni gestos provocadores. Este es un buen pensamiento de domingo para salir
a la calle al encuentro de la solidaridad, unos de los mejores sentimientos
de la libertad.
En la semana del vigésimo aniversario del golpe de Estado del 24
de marzo, el zar de la economía oficial desde 1976 a 1980, José
Alfredo Martínez de Hoz, habló para darle una mano al gobierno
actual (que lo tiene de asesor). En declaraciones a un diario santafesino,
explicó en síntesis que el programa económico de
Menem-Cavallo es la pura continuidad de la obra que había comenzado
con su gestión al amparo de la dictadura. Ningún izquierdista
lo hubiera dicho mejor.
No hay como la egolatría de los partidarios del ajuste estructural
para confirmar las peores sospechas. Cuando no discuten sobre la paternidad
del plan, aparecen los tíos que compiten por el rol de musas inspiradoras:
Alsogaray, Krieger Vasena, Alemann y ahora el ex ministro favorito de
Massera, quien ya había ocupado un lugar en el gabinete del presidente
Guido después del golpe de 1962.
Uno de los secretarios más próximos a Martínez de
Hoz fue Juan Alemann, quien figura con su hermano Roberto (a su vez ministro
de Economía de Galtieri) en los primeros lugares del ranking menemista
cuando se menciona un posible reemplazante de Domingo Cavallo, quien también
hizo su faena en la dictadura licuando la deuda privada y endosándosela
a todos los argentinos. La línea sucesoria es tan directa y la
trama familiar de padres y tíos es tan
espesa que ya no se distinguen unos de otros. El problema del menemismo
no es que ahora quiera romper esas alianzas, sino que su apetencia electoral
de futuro está cuestionada por dos vías: 1) la recesión
económica que no cesa y 2) las ambiciones personales de Cavallo
para la sucesión en 1999, un territorio que Menem se reserva para
sí mismo.
Durante todo el año pasado, Cavallo atribuyó las dificultades
nacionales al efecto tequila, pero luego de siete trimestres
recesivos ese argumento es insuficiente para justificar las tribulaciones
de millones de votantes sin empleos y sin esperanzas. Desde el punto de
vista del ministro lo que molesta es esa gente, porque si en las elecciones
votaran sólo los banqueros el destino del héroe
de Wall Street estaría garantizado. Los banqueros saben que el
costo social y productivo del ajuste estructural forma parte del modelo
mismo. Uno de los prominentes miembros de las finanzas internacionales,
nada menos que el directorgerente del Fondo Monetario Internacional (FMI),
expuso esa relación entre el plan y sus consecuencias con más
precisión que cualquier obispo hipócrita y necio.
Michel Camdessus habló así: La manera en la cual la
economía de mercado se ha instalado en las ex economías
planificadas o en los países en desarrollo que están llevando
a cabo un proceso de reformas [...] nos recuerda lo peor del capitalismo
salvaje del siglo XIX. Las necesidades de empleo y de ingresos económicos
y la debilidad del Estado son tales que muy a menudo se pisotean los derechos
individuales y los derechos de los trabajadores. Cunde la corrupción
y la violencia. Se exportan fábricas altamente contaminantes sin
ningún miramiento para con el medio ambiente y la salud pública.
Ciertamente hay crecimiento, pero no el tipo de crecimiento de alta calidad
que uno quiere promover [...]. Aun allí donde la opinión
pública en general favorece la integración a escala mundial,
existe la preocupación de que los ricos se están enriqueciendo
y los pobres empobreciendo.
Dijo más: A este escenario se suma el peligro de que los
conflictos comerciales exacerben la proliferación de prácticas
económicas ilegales y provoquen el estallido de una crisis financiera.
Camdessus, a quien Raúl Alfonsín daba trato de amigo, dirigió
el Banco Central de Francia durante el primer gobierno socialista de François
Mitterrand y luego pasó al FMI. A su juicio la tarea que cumple
es la de misionero.en-jefe para vender el evangelio del ajuste estructural.
El servicio noticioso de la Red del Tercer Mundo difundió esta
semana el texto citado, parte de la conferencia que pronunció en
París a fines del año pasado en el Instituto Internacional
Jacques Maritain.
Poco después de que Camdessus asumió el cargo en el Fondo
Monetario, el difunto Kenneth Dadzie, por entonces secretario general
de la UNCTAD, discutió con él sobre la crisis de la deuda
del Tercer Mundo. Dadzie opinaba que la deuda externa era impagable e
incobrable. Camdessus coincidió con Dadzie pero le aclaró:
Esas son ideas que sólo puedo tener los domingos. En
los días laborales, cuando tiene que decidir, la lógica
es otra: hay que cobrar la deuda a cualquier costo. Lo mismo le pasa al
menemismo: durante los días de ocio puede imaginarse peronizando
la economía (si peronizar significa justicia social,
tal como lo siguen entendiendo muchos pobres), pero al momento de decidir
vuelve a imponerse la línea sucesoria que reivindica Martínez
de Hoz.
Esa contradicción central entre la política económica
que hambrea a los mismos votantes que el gobierno necesita retener como
base electoral, origina otras contradicciones derivadas o paralelas. Una
de ellas es la disputa entre Menem y Cavallo. Desde el más encumbrado
hasta el más humilde de los argentinos se preguntan cuánto
aguantará el dúo en la tregua inestable, tan precaria que
sus propios equipos se miran con recelo, sin hablarse. Mientras el Presidente
halaga la comprensión de los dirigentes de la CGT que cancelaron
el anuncio del paro para el martes 26, Cavallo sostiene que hubieran hecho
un papelón porque les falta apoyo. Menem inaugura un consejo tripartito
donde los cegetistas pretenden obtener un compromiso de tregua social,
en tanto Cavallo lo descalifica por inútil ya que el plan económico,
dice, no se negocia.
La verdad es que contrariedades no le escasean al Gobierno. Otros eran
los tiempos en que el Presidente bailaba por TV entre las sonrisas y las
palmas de mucha gente que hoy lo critica con severidad. Poco le faltó
para meterse de cabeza en un conflicto frontal con la Iglesia Católica;
pudo evitarlo gracias a los amigos que tiene entre los obispos, una media
docena de fierro en la punta más alta de la jerarquía que
prefirió desairar a sus hermanos Justo Laguna y Miguel Hesayne
antes que seguir acosando al Presidente. Por su parte, el
Jefe del Estado tuvo que digerir con una sonrisa una demanda de Pastoral
Social sobre temas concretos. Lospuntos de la demanda bien podrían
ser la plataforma mínima de coincidencia para toda la oposición
del ajuste estructural. Los trece ítem del documento de la comisión
episcopal tiene cada uno su miga, pero se resumen quizá en el primero
y segundo de ellos: Es urgente flexibilizar y humanizar el sistema
para dejar a salvo a los sectores de menores recursos, que ya tienen
magros ingresos y que no llegan ni siquiera a cubrir sus necesidades básicas.
Zafó el Gobierno, pero quedaron heridas abiertas en el cuerpo eclesial
(apenas por 11 a 9 ganó la facción oficialista que argumentó
contra el supuesto acoso), de manera que el episodio tampoco
quedó cerrado.
Al Gobierno lo acosa la realidad recesiva, no la crítica de algunos
obispos. A los ojos de cualquiera, anda necesitando, y con ganas, de algunas
medidas de disciplina social, que frenen de golpe el descontento y metan
miedo entre las cobijas de los disconformes. La amenaza de renuncia o
despido de Cavallo ya no tiene el efecto disuasor de otros tiempos, porque
se desgastó de tanto usarla, como en la fábula de Pedro
y el Lobo. Para esos fines intimidatorios tampoco sirve la práctica
del gatillo fácil porque levanta demasiada indignación
pública, a tal punto que se sacudieron las cúpulas policiales.
El terrorismo internacional puso al descubierto otra debilidad del Gobierno
para proteger la seguridad pública y encima expandió sospechas
sobre presuntos encubrimientos de células parapoliciales de extrema
derecha que habrían actuado de cómplices locales en los
atentados contra AMIA y la embajada de Israel.
En los últimos tiempos, a medida que la policía cumplía
con esmero las instrucciones de disolver manifestaciones con todos los
recursos a su disposición, desde la Casa Rosada comenzó
a dibujarse el perfil de un enemigo peligroso, al que se le adjudica hasta
ahora sin pruebas un potencial de violencia equivalente a la caballería
polaca de Napoleón, ante cuya presencia los ciudadanos deberían
encerrarse en sus casas, haciendo oídos sordos a los cantos de
sirena de agitadores sin escrúpulos que los incitan a manifestar
por sus derechos. Hay una escalada oficial desde el Ministerio del Interior
que pasó con rapidez de las insinuaciones iniciales a la condena
directa. Con motivo de los actos por el vigésimo aniversario del
fatídico 24 de marzo de 1976, Carlos Corach advirtió a la
población que es peligroso juntarse con gente como Hebe de Bonafini,
lo mismo que con los otros defensores de derechos humanos que gozan de
respeto universal.
(Publicado
en Página/12 el sábado 23 de marzo de 1996)
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