Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira
KIOSCO12


ALICIA CASTRO ABANDONO LA ALIANZA
El efecto Cavallo

La diputada del Frepaso dijo que la incorporación del ex funcionario menemista al Gobierno fue su límite. Un grupo de legisladores críticos también se alejaría de la coalición.

Por Diego Schurman

La advertencia la hizo conocer a fin de año.
–La Alianza está mostrando, de a poco, un cambio de 180 grados. Una eventual incorporación de Domingo Cavallo lo terminaría confirmando. Y Cavallo es mi límite y supongo que también el del Frepaso.
Fiel a sus palabras, la diputada frepasista Alicia Castro abandonó ayer la Alianza y anunció la posibilidad de armar un frente común con la radical Elisa Carrió. Una decena de legisladores del partido de Carlos “Chacho” Alvarez podrían seguir sus pasos.
Castro anunció su distanciamiento a media tarde, poco antes que el Congreso avanzara en la cesión de facultades especiales al ministro de Economía. “La Alianza se burló de la voluntad popular al entregar el gobierno a Cavallo, que la gente ya había juzgado con el 10 por ciento de los votos”, se quejó.
La diputada y titular del gremio de Aeronavegantes ya había dado pistas de su futuro el año pasado, durante un acto celebrado en Matanza, junto a los concejales Herminio Bayón y Luis D’Elía, quien adquirió notoriedad al ponerse al frente de los piqueteros locales. “Vamos a armar un gran piquete, vamos a hacer un movimiento nacional y popular”, dijo Castro en esa calurosa jornada.
El nombramiento de Cavallo fue la gota que rebalsó el vaso. “Es el generador del 70 por ciento del endeudamiento, desvalijó al Estado trabajando para la dictadura y en los 90 fue el mayor responsable de la transferencia de los recursos de la producción del trabajo al área restringida de las finanzas. Ahora quiere que trabajemos día y noche para él, cuando él era el único diputado que no participaba de ninguna comisión. Venía muy pocas veces. Cavallo es, y no tengo dudas, un pequeño Bonaparte”, se quejó.
La diputada buscará ahora tender redes con el padre Luis Farinello y la Asociación Para una República de Iguales (ARI), que integran Carrió y tres diputados del Partido Socialista Democrático (PSD) también alejados de la Alianza: Alfredo Bravo, Héctor Polino, Jorge Rivas y Oscar González, este último de la provincia de Buenos Aires.
La sangría podría profundizarse en las próximas horas si se confirma el alejamiento del frepasista Alfredo Villalba, quien anunció su renuncia al bloque cuando Ricardo López Murphy aún era ministro de Economía y se aseguraba que Cavallo tenía reservada la Jefatura de Gabinete. A no ser que la renuncia del economista de FIEL le parezca una buena excusa para arrepentirse, Villalba se transformará en breve en un nuevo ex integrante de la Alianza.
Ese camino también estudian, y cada vez con más ahínco, Ramón Horacio Torres Molina, Federico Soñez y Enrique Cardesa, el grupo de dirigentes que se han comprometido a respetar a rajatablas la Carta de los Argentinos de la Alianza, al punto de poner su firma para cuestionar las políticas oficiales pese a las presiones internas, sobre todo de aquellos sectores del partido que buscan espacios de poder en el Gobierno.
De hecho, la fractura será el principal punto de la agenda que estos tres dirigentes junto a Villalba y otros frepasistas disidentes analizarán el sábado en un plenario. Este grupo, que también integran Jorge Giles, Marcela Bordenave, José Luis Lanza, Elsa Quiroz, Humberto Volando, Eduardo Macaluse y María América González, se manifestó anoche contra la asignación de facultades especiales a Cavallo y confeccionó un documento con dedicatoria al flamante ministro. “No creemos necesario ni útil para la democracia violentar leyes anteponiendo un mandato desmedido casi dictatorial al Ejecutivo”.

OPINION

Caso chileno, caso uruguayo

Por Alberto Ferrari Etcheberry

El radicalismo chileno, más o menos contemporáneo del argentino, lideró las aspiraciones democráticas y reformistas de las clases medias y populares enfrentadas a la oligarquía tradicional, que había hecho de los partidos Liberal y Conservador y del propio régimen parlamentario su instrumento político.
En 1938, el radical Pedro Aguirre Cerda, al frente de una alianza de partidos reformistas y de izquierda, derrota a la derecha y sucede a su líder, Jorge Alessandri padre. Aguirre Cerda muere siendo presidente tres años después, respetado y querido, luego de comenzar una consecuente política reformista que es revalidada en las urnas en 1946 con el triunfo de otro radical, Gabriel González Videla. Un par de años después González Videla rompe el frente popular y proscribe al comunismo. Pablo Neruda, entonces senador, será perseguido y, del modo que narra en Confieso que he vivido, irá al exilio en la situación que pretende reflejar El Cartero. Además, le dedica varios brulotes poéticos en el Canto General al “presidente traidor” que, violando todo compromiso electoral, entrega absolutamente el gobierno a la derecha.
¿Qué hace el radicalismo? Sosteniendo que es un hombre de sus filas, apoya el viraje de González Videla y así el Partido Radical queda como socio menor en el gobierno de la derecha. Entre la desorientación y el “realismo” buena parte de los radicales se corrompen. A partir de allí los radicales serán un sinónimo de ladrones públicos, lo que permite que el general Ibáñez gane la presidencia en 1952 con el símbolo de la escoba. De “la traición” de González Videla y de su aceptación por sus correligionarios radicales se derivaron dos consecuencias. Una, para Chile: al reformismo progresista de Aguirre Cerda le suceden, luego de González Videla, el conservadurismo populista de Ibáñez y la derecha inmovilista tradicional y “momia” de Alessandri hijo. La otra, para el propio radicalismo: a partir de esa defección ante González Videla comenzará su inexorable descomposición y extinción. Por entonces un diario de Santiago (Clarín) enumeraba en su primera página los días que Chile llevaba sin los radicales “que nunca volverán”. Así fue: algunos se entregaron a la derecha de Alessandri; otros se convirtieron en camaradas de ruta de los comunistas, pero el Partido Radical no renació jamás. Ese fue el precio de la debilidad ideológica y de la cobardía política de 1948, pese a que desde hoy la Guerra Fría que entonces despuntaba pueda justificar una mayor comprensión. González Videla, por su parte, vivió luego en el anonimato y murió afín a Pinochet.
Uruguay presenta otra cara. El Partido Colorado es la expresión uruguaya del radicalismo, el republicanismo liberal y progresista que fue una gran fuerza modernizadora no sólo en estos países sino también en varios de Europa. La influencia de su gran líder, José Batlle, para muchos un precursor keynesiano y socialdemócrata, aún persiste. “Don Pepe” no creó una máquina electoral sino un partido de gobierno, que lo ejerció sin interrupciones durante décadas y sin alquilar ministerios al poder económico.
Tras un interregno blanco, vuelven los colorados en 1966. Hay crisis económica y política y en 1972 el colorado Juan María Bordaberry –un colorado atípico– llega a la presidencia. Como González Videla en Chile, se vuelca a la derecha y abjura de las tradiciones democráticas y reformistas. En 1973 disuelve el Parlamento: nace la “bordaberrización” con apoyo militar, precursora del “fujimorazo” peruano, que será seguida por la dictadura lisa y llana.
¿Qué hacen los colorados? Enfrentan al presidente salido de sus filas y se unen a la oposición democrática, asumiendo su suerte: Zelmar Michelini es asesinado; más tarde, el actual presidente, Jorge Batlle, será proscripto. Pero fiel a sus banderas el Partido Colorado no abandonará la resistencia popular y con los blancos de Wilson Ferreyra y los frentistasdel general Líber Seregni, con firmeza y decoro será actor de las negociaciones y acuerdos con los militares en el Centro Naval, que restaurarán la vida constitucional con las elecciones de 1984, que ganan precisamente los colorados con Julio Sanguinetti.
De la “traición” de Bordaberry y de su repudio por sus correligionarios colorados también se derivaron dos consecuencias. Una, para Uruguay: el régimen siguió aislado y la sociedad uruguaya pudo mantener sin retrocesos la red de convivencia, compromiso y pluralismo que permitió restablecer la democracia. La otra para los propios colorados: al negarse a ser los convalidadores de la defección de su propio presidente, mantuvieron su dignidad y su razón de ser en la vida política uruguaya. A diferencia de González Videla, Bordaberry vive: ¿vive?
Dos experiencias distintas. Dos escenarios extremos y opuestos. ¿Dos lecciones para el radicalismo argentino?

 

 

 

PRINCIPAL