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El trueque, un fenómeno que crece con la depresión de la economía

Más de 800 clubes de trueque, que involucran a 400 mil personas en todo el país, marcan el punto más alto de esta modalidad. Ayer se reunieron 25.000 prosumidores en una megaferia.

Por Pedro Lipcovich

El trueque me sacó del infierno”, dijo a Página/12 una prosumidora, uno de los productores-consumidores que vendían, compraban, reían y charlaban en la Megaferia del Trueque, ayer, en Recoleta. El evento, al que acudieron unas 25.000 personas, marcó el punto más alto, hasta ahora, en el crecimiento de la Red Global del Trueque, que da de comer a 400.000 personas en todo el país. Tal vez porque el infierno, afuera, es más grave que nunca, los últimos meses presenciaron el crecimiento explosivo de este ámbito donde “cualquier desocupado puede obtener respuestas a cortísimo plazo”, comentó uno de quienes, hace seis años, fundaron la entidad. La Secretaría de Pymes de la Nación –que, junto con el Gobierno de la Ciudad, auspició el evento– formalizó convenios de apoyo y, ayer mismo, el intendente de Quilmes anunció que permitirá el pago de impuestos mediante “créditos”, la unidad de intercambio de la Red.
Había mucho de fiesta barrial y una interesante mezcla de clases sociales en el Predio Ferial de Figueroa Alcorta y Pueyrredón, entre las 2000 mesas donde los prosumidores intercambiaban productos y servicios. En rigor, el acto del trueque no se diferencia en su apariencia de una compra, ya que cada artículo tiene un valor en “créditos”. Pero estos billetes –con su banda de seguridad contra falsificaciones– “no son otra cosa que el valor del trabajo que cada persona aporta: no son intercambiables por dinero, no reemplazan el dinero ni generan ningún interés”, según las normas de la Red del Trueque.
Por ejemplo, “yo dirijo un comedor comunitario en el barrio de San Cristóbal –cuenta Olga Fiore–, y entré en el Club porque se nos había roto un caño y no teníamos plata para pagarle a un plomero: pero teníamos ropa, zapatos y comida, por donaciones, así que pagué con aceite y fideos”, en uno de los nodos (puntos de reuniones periódicas de intercambio). Con los créditos que le dieron por la comida, le pagó a un plomero de la Red.
En la mesa de María Castillo se ofrecían hilos, cintas, botones: “Yo tenía mercería muchos años, pero tuve que cerrar y mi marido está desocupado. Acá adentro, yo tengo plata y puedo comprarme cosas, pero, en la calle, no tengo un centavo. A mí, el trueque me sacó del infierno”.
Era muy fuerte en la Feria la sensación de un adentro, capaz de proteger del infierno de afuera. Carlos De Sanzo, uno de los fundadores de la actual Red, no dudaba al comentar que “cualquier club de trueque está en condiciones de darle a un desocupado respuesta a cortísimo plazo: barrer o pintar o, quizá su esposa, atender a un enfermo o preparar comidas”. Conceptualmente, explicó De Sanzo, “el trueque funciona como interfase entre el mercado social y el mercado formal y opera en los intersticios de la economía: con las butacas que quedan vacías en el teatro, con las horas que quedan sin trabajar, con la mercadería que queda sin vender”.
Beatriz Chuit dice lo mismo para su caso personal: “Esta bijouterie me quedó del local que tenía mi difunto marido. Es mi único capital; tengo 58 años y una hija de 18 que estudia. Mi única salida fue por el trueque”. Para cuando se le acabe la bijouterie, ella proyecta trocar comida y arreglos de costura. A partir de casos como el suyo, la Red ya moviliza intercambios por 400 a 600 millones de dólares anuales.
Otro caso es el de Estela Miranda: “Yo traigo ropa que me sobró del negocio: está pasada de moda, pero acá se vende igual”. Nélida Ruiz, que tiene colmenas en su casa de Berazategui, canjea miel y licor de miel, a 2 botellas por 5 créditos. “La gente no tiene plata para gastar, pero sí genera créditos” como para comprar las botellitas (los créditos, antes que ganarse, se generan, en el vocabulario de los prosumidores).
Todo un sector de la megaferia estaba dedicado a miniemprendimientos, como el de Nélida Centurión y su familia: “Fabricamos velas y prácticamente vivimos del trueque: con créditos compramos la comida, le pagamos al dentista. Una pequeña parte de la producción la vendemos endinero, que necesitamos para pagar la materia prima y los impuestos”. Es que, según lamenta Graciela Re Delle Gandine, productora de manteles, “un límite del trueque está en que la materia prima hay que pagarla con dinero”.
En cuanto a los impuestos, precisamente ayer el intendente de Quilmes, Fernando Geronés, anunció que los vecinos que adeuden tasas municipales podrán abonarlas mediante la “moneda social”.
La economía del trueque también admite la competencia. Adrián Quiroz, que comercializa una línea de cosmética producida por él mismo, admitía que otros productores comparten el mismo rubro en la Red, pero, según él, “mis productos no contienen derivados del petróleo; son ecológicos”.
El primer club del trueque se fundó en 1995. Hoy son 800 y hay 80.000 familias cuyo sustento depende total o parcialmente del trueque. “Los clubes se extendieron a Uruguay, Paraguay, Brasil y España. En Canadá y Estados Unidos funcionan sistemas parecidos, aunque no inspirados en nuestra experiencia. Y, este año, vino a formarse con nosotros un representante de la red que, en Japón, se organizó sobre el modelo de la argentina”, se enorgullece Rubén Ravera, otro de los fundadores.
En los últimos seis meses, según De Sanzo, “la cantidad de clubes subió de 650 a 800 y la de familias cuyo sustento depende, total o parcialmente, del trueque, de 59.000 a 80.000, sumando unas 400.000 personas”. Ravera reconoció “la importancia del apoyo de la Secretaría de Pymes de la Nación” y vinculó este crecimiento con “la desocupación y el agravamiento de la crisis social”.

Cómo incluir a las empresas

Por P. L.

El proyecto más ambicioso –y el más necesario– para apoyar desde el Estado la economía del trueque es “lograr que empresas de la actividad formal se incluyan, aunque sea marginalmente, en el sistema: que una fábrica pueda trocar su producción, que ha de servir como materia prima, por el trabajo de un electricista o plomero –explica Enrique Martínez, secretario de Pequeñas y Medianas Empresas de la Nación–. Para esto hay que modificar la normativa impositiva porque, con la actual, la empresa estaría pagando ‘en negro’”.
Desde abril, la Secretaría de Pymes trabajará con los prosumidores “capacitándolos para mejorar la calidad y productividad”. Por ejemplo, “ya hay molinos que capacitarán en panificados, lo cual los beneficiará a su vez porque van a colocar mejor su harina”, cuenta Martínez.
La Secretaría también contribuirá a “la articulación dentro de una cadena: varias personas que fabrican zapatillas nos han preguntado cómo sumar a otros que produzcan cordones o cuero: vamos a tratar de integrar las cadenas de valor”.
Martínez comenta que “la teoría económica tradicional no puede ayudarnos: en los países centrales este sistema no se desarrolló y no está teorizado. Al principio, varios economistas nos decían que no nos metiéramos en esto, que era ‘poco serio’. Creo que ahora no lo dicen más”.

 

 

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